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Opinión
La maldición de la resiliencia
Hay algunos términos que pueden resultar una maldición. Este mes de junio, el Gobierno central ha aprobado un paquete de 110 millones de euros destinadas a la resiliencia turística de las regiones extrapeninsulares, es decir, aquellos territorios con mayor dependencia del monocultivo turístico, Canarias y las Islas Baleares, principalmente, y que, por tanto, han sufrido mayores impactos durante el período en que han estado vigentes las medidas de control destinadas a evitar la expansión del covid-19. El Ministerio de Industria, Comercio y Turismo define resiliencia turística desde un punto de vista económico. Así, se trataría de una variable “que permitiría reflejar el grado de vulnerabilidad de una región frente al impacto de una crisis, así como su capacidad de recuperación en un plazo relativamente breve”.
El Observatorio de Recursos Humanos (ORH), por su parte, define la resiliencia laboral como aquella capacidad que permite identificar “cómo afrontan [los trabajadores/as] los retos profesionales, que incluirán momentos de éxito y otros de fracaso. [Se trataría, así, de poder] cambiar poco a poco la forma de analizar y enfocar los problemas teniendo en cuenta elementos clave como la perspectiva, los errores cometidos y la gestión de situaciones de presión”.
El Diccionario de la Lengua Catalana del Institut d'Estudis Catalans (IEC) ofrece tres entradas diferentes para el término resiliencia. Por un lado, como aquella “resistencia que presenten los sólidos a la rotura por choque”, hecho que hace referencia a la física de los materiales. En segundo lugar, como la “capacidad de un ecosistema de recuperar la estabilidad al ser afectado por perturbaciones o interferencias”, vinculado a los sistemas biofísicos y, por último, ya sí en relación con los seres humanos, como la “capacidad de un individuo para sobreponerse a una situación desfavorable o de riesgo”.
La resiliencia se presenta como una herramienta que permite un reparto desigual de las responsabilidades frente a determinados fenómenos
Por su parte, el Real Diccionario de la Lengua Española solo incluye dos acepciones, mucho más inclusivas. Por un lado, “la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”, donde se incluyen todo tipo de seres, y, por otro, “como la capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”. No es la primera ves que términos que provienen de otros ámbitos acaban popularizándose en ámbitos inicialmente ajenos. De hecho, originalmente, el concepto resiliencia aparece vinculado a elementos físicos, tangibles, constituyentes que pueden llegar a soportar fuerzas exteriores y que, de hecho, son interesantes por esta propiedad. Tal y como nos recuerda el investigador argentino Marcelo Colussi, no es hasta el año 1942 que el término se usa por primera vez en ciencias sociales, en un artículo de la psicóloga americana Barbara Scoville, tras ser de uso común en la metalurgia.
Sea como fuere, el elemento que caracteriza a las diferentes derivaciones que tiene el término resiliencia es precisamente el protagonismo del objeto o del sujeto o cuerpo social. Ya sea un metal, un bosque, una persona o una ciudad, son éstos los elementos centrales de la definición, los que deben ser resilientes. El lenguaje nunca es inocente y contribuye a la construcción de la realidad. Así, cuando a nivel mediático, político o social se hace uso profuso del término resiliencia para referirse a la necesidad de adaptarse, resistir, sobreponerse, recuperarse, etc., de una situación dada el análisis de esta situación no parte tanto de los factores que la han generado como de los agentes, individuales y colectivos, que la han sufrido. Aquellos y las que han sufrido el impacto son los responsables de su situación y de enfrentarse al futuro.
Los ejemplos iniciales son altamente ilustrativos. El Plan de inversiones del Ministerio persigue ayudar a volver a la situación prepandémica en el sector turístico de los principales destinos extra-peninsulares ya que son vulnerables —de nuevo la responsabilidad centrada en el actor impactado— ante una situación externa e inadvertida. Era muy complicado hacer nada contra la expansión de un virus de tan infectabilidad, pero sí era, y es, posible actuar ante la alta dependencia del conjunto de estos territorios del monocultivos turístico. En cuanto a la resiliencia laboral, es posible que las personas, a lo largo de su vida laboral, tengan que ajustar sus capacidades y actitudes en nivel de formación, predisposición, etc., pero otros muchos factores, como la conciliación laboral , los niveles de estrés o presión, la inestabilidad o las decisiones arbitrarias no son responsabilidad de ningún trabajador sino, más bien, de la propia estructura del mercado laboral y del modo de producción capitalista.
En definitiva, la resiliencia, que bien entendida puede ser vista como una oportunidad para nuevas formas de organización y politización en diferentes ámbitos —laboral, espacial, etc.— se presenta como una herramienta que permite un reparto desigual de las responsabilidades frente a determinados fenómenos; una desigualdad que viene representada, fundamentalmente, por el protagonismo del individuo o colectivo que ve alterada su situación por el impacto recibido, eliminando casi cualquier tipo de consideración respecto a los agentes externos estructurales. Se trataría, pues, de una maldición.