Opinión
No siempre tener muchas luces es sinónimo de inteligencia

¿Qué impacto ecológico y social produce el alumbrado de la Navidad de Vigo? La ciudad sufre más allá de la masificación, el caos de tráfico, las molestias al vecindario, el despilfarro o los recortes en presupuestos de emergencia social.
Abel Caballero Nadal 2024
El alcalde de Vigo, Abel Caballero, durante el encendido de las luces de Navidad el pasado sábado. Foto: Concello de Vigo.
19 nov 2024 11:30

Cuenta la leyenda navideña que los magos de oriente llegaron al portal de Belén gracias a la luz de una estrella que les servía de referencia para orientarse. Hoy, aquellos magos se perderían por el camino porque la contaminación lumínica nos ha robado las estrellas. El pasado sábado 16 de noviembre, se celebró el “día del gran fogonazo” o el momento en el que, Abel Caballero dixit, empezó la navidad en el planeta. Ese día se encendieron los 11'5 millones de luces —o 12 millones o 13 millones, dependiendo del humor que tenga el alcalde cuando hace declaraciones— que iluminarán 420 calles —o 500 calles, también dependiendo de la cifra que se le ocurra decir ese día—.

Una breve consulta a la hemeroteca nos muestra ese baile de cifras, pero en cualquier caso, millones de luces arriba o abajo, Vigo se llena un año más de luz y color. Todo sea por el turismo: 6 millones de visitantes diarios llegó a afirmar Caballero —algo más de medio millón, según el INE— y un retorno económico cifrado, también según el alcalde, en mil millones de euros —nunca aportó los datos con base en los que llegaba a esas cifras—. De ser ciertas esas cifras, significarían que Vigo tendría, en dos meses, más turistas que algunos continentes enteros en un año.  Se trata de convertir Vigo, según el Concello en, literalmente, “un espacio onírico pionero de la expresión artística”. Mientras intentamos adivinar qué significa este etéreo espacio onírico, podríamos preguntarnos algo más pragmático: ¿Qué impacto ecológico y social producen estas luces?

Un argumento muy utilizado por Caballero para negar el despilfarro que supone esta desmesura lumínica consiste en recordar que se trata de luces LED cuyo consumo “no es nada, es prácticamente cero”. Es cierto que, comparativamente, una luz LED es considerablemente más eficiente que una bombilla convencional, pero en este caso no hablamos de una luz, sino de 11,5 millones. Sería equivalente a la diferencia entre tomarse un chupito de aguardiente o tomarse 11´5 millones de chupitos, que nos enviarían directamente a la UCI con un coma etílico terminal y escasas probabilidades de supervivencia. Esta desmesura se podría cifrar en un consumo de unos 400.000 kw y un coste que puede rondar los 130.000 euros.

Pero el coma lumínico inducido por las navidades en Vigo tiene el agravante de que llueve sobre mojado o ilumina sobre iluminado. El mapa lumínico de la ciudad nos muestra que sin el añadido de las luces de navidad Vigo ya tiene amplias zonas, que incluyen prácticamente todo su centro urbano, lumínicamente saturadas. En la ciudad de las 42.449 farolas —con un coste en electricidad de 3'2 millones de euros cada año— tenemos aceras en las que se gastan 124 vatios en iluminar un solo metro cuadrado; nuestras calles están más iluminadas que un quirófano de forma tan absurda como ineficiente y este es otro aspecto de la contaminación lumínica que no se suele abordar cuando hablamos de eficiencia.

Consideramos la eficiencia como la cantidad de luz emitida por unidad de consumo de energía, pero no es el único indicador si tenemos en cuenta que, dejando aparte la finalidad ornamental navideña, utilizamos la luz artificial para ver en la oscuridad. Pues bien, Salva Bará, uno de nuestros científicos más reconocidos internacionalmente por sus estudios sobre los efectos de la contaminación lumínica, demostraba el año pasado en unas jornadas del Consello da Cultura Galega que, incluso en una instalación de iluminación técnicamente perfecta solamente una partícula de luz, de cada 22 millones reflejadas en el suelo, es aprovechada por una persona para ver. El resto, es decir prácticamente toda la luz, se pierde por absorción o se convierte en contaminación lumínica.

A esto se añade que este límite físico no se puede superar mediante ninguna mejora tecnológica. La iluminación navideña de Vigo efectivamente se ve desde la estación espacial y desde más sitios. La doctora en astrofísica Antonia Varela, directora de la fundación Starlight, una entidad internacional que lucha contra la contaminación lumínica, manifestaba que la intensidad de la iluminación navideña en Vigo era equivalente a iluminar siete estadios de fútbol de primera división y lo decía hace cinco años, cuando la parafernalia lumínica era mucho menor. La Fundación Starlight es también la entidad que concede los sellos de calidad para el turismo astronómico. Uno de los dos primeros destinos turísticos certificados en Galicia fue el Parque Nacional de las Islas Atlánticas. Dicha certificación lleva unos años al límite, a apenas una décima de perderse por la contaminación lumínica emitida por Vigo que, a 14 kilómetros de las Cíes, llega al extremo de que si nos situásemos en el faro de Cíes por la noche, la luz de Vigo haría que proyectásemos nuestra sombra.

Otro argumento recurrente estos últimos años es que la energía que se consume en el delirio navideño “es 100% renovable”, como si eso sirviera de coartada o justificación al despilfarro. También aquí convendría matizar que, aunque efectivamente, su equivalente en impacto climático no va a superar las 1.000 toneladas de CO2 de otros años, no es cierto que “emita cero CO2” pues como ya dijimos alguna vez, se puede contratar una tarifa que suministre electricidad de origen renovable, pero si se hace con una compañía que todavía produce más del 60 % de su energía con combustibles fósiles, hay algo de hipocresía en esa segregación, además de ignorar que en su balance neto las renovables también emiten CO2, a menos que el Concello piense que los aerogeneradores nacen espontáneamente en los montes como setas y las centrales hidroeléctricas las construyen los castores.

Además del impacto económico y climático debemos añadir al prodigio envidia del orbe de la iluminación viguesa la contaminación lumínica. Con la contaminación lumínica sucede un proceso similar al de la contaminación acústica hace unos cuantos años: mientras la ciencia demostraba que se trataba, efectivamente, de una fuente de contaminación pura y dura, la percepción general era que se trataba de una simple molestia. Hoy asumimos que se trata de un impacto en nuestra salud y existen normativas para mitigarla —Vigo figura en los mapas acústicos como una de las ciudades más ruidosa de España— aunque rara vez se cumplen dichas normas.

Hoy ya somos conscientes de que, efectivamente, la contaminación acústica es perjudicial para la salud. El siguiente paso a nivel de percepción de la población debe ser la contaminación lumínica. La evidencia científica es abrumadora y muestra más allá de cualquier duda que afecta de manera determinante a los ecosistemas y a las especies, incluyendo la nuestra. Seguimos añadiendo cada vez más informes y datos científicos sobre los efectos de la contaminación lumínica en la salud humana (diferentes tipos de cáncer, problemas metabólicos) sobre los ecosistemas naturales (disrupción de ciclos circadianos, ese “reloj biológico” que regula los cambios en las características físicas y mentales que ocurren en el transcurso de un día) los cambios en el comportamiento y mortandad de diferentes especies, incluyendo los ecosistemas marinos y un largo etcétera.

A esto tenemos que añadir que utilizamos mayoritariamente en nuestras casas y cada vez más en la iluminación pública las luces frías o de espectro azul, las más perjudiciales para la salud. Si a las doce de la noche nuestros vecinos pusieran la música a todo volumen los denunciaríamos inmediatamente, pero no tenemos la misma sensación si durante la noche nos invade la contaminación lumínica desde la calle. Sin ir más lejos, nuestro CSIC publica periódicamente informes cuyo título no puede ser más claro: Ciencia para las políticas públicas. Una de las funciones del CSIC consiste precisamente en el asesoramiento científico para que la toma de decisiones de las administraciones públicas se realice contando con aval científico y comprendiendo las consecuencias e impactos de las mismas. Su última publicación se refiere precisamente a la contaminación lumínica y los peligros de un mundo cada vez más iluminado.

Un daño colateral añadido a esta carrera sin límites por conseguir las Navidades más brillantes es su efecto contagio que como un virus sin control empieza a extenderse para convertirse en pandemia. Sin salir al mundo exterior de la iluminación navideña de Nueva York, Vancouver, o Tokyo, en Madrid se reivindica que para luces —navideñas— las suyas, Málaga recuerda que este espectáculo lo empezaron ellos en la calle Larios, Barcelona presume de la iluminación de su arquitectura modernista y sus avenidas, el alcalde Albiol en Badalona compite con Caballero para ver quien tiene el árbol luminoso más alto y A Coruña sigue la estela incrementando un 60% su presupuesto para luces y demás parafernalia navideña en un proceso similar al de otras muchas ciudades que en los últimos años han seguido esta inercia aumentando sus presupuestos al servicio de este festival de la luz.

Pero en la ciudad de los prodigios luminosos siempre queda espacio para la ironía: en 2012 el Concello de Vigo elaboró una ordenanza reguladora de la iluminación exterior. Estas normas municipales tenían un objetivo expresado con toda claridad en su artículo 1º: “Establecer las condiciones que debe cumplir cualquier instalación de iluminación exterior, tanto pública cómo personal, situada en el término municipal de Vigo, con el fin de mejorar la protección de en medio mediante el uso eficiente y racional de la energía que consumen y la reducción de la contaminación lumínica”. No estaría mal pedir a Papá Noel o a los Reyes Magos que alguna vez el Concello de Vigo cumpliera sus propias ordenanzas ambientales, que incluyen también la prohibición de colgar lucecitas en los árboles. Si a todo esto le sumamos la masificación turística, el caos de tráfico, las molestias al vecindario de las zonas afectadas, el despilfarro económico en un concello que, con millones de euros de remanentes, recorta la inversión en presupuestos de emergencia social y un largo etcétera, en el fondo, Vigo podría ser un buen ejemplo de que “tener muchas luces” no es necesariamente un sinónimo de inteligencia.

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