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Opinión
'Plan de Equilibrio' para una vida plena
Los directivos nos han enviado un comunicado. Lo han llamado 'Plan de equilibrio'. Hay que equilibrar entre gastos e ingresos, y para eso, hay que adoptar “medidas de choque”, aunque lo definen como “ilusionante”. El “choque ilusionante”, como los autos, trata de la reducción del gasto: del gasto de personal, de compras y de servicios. Nada dicen de los ingresos (¡las administraciones públicas!). “Hoy no se sustituye, es lo que hay”. La razón es el gran aumento del absentismo laboral.
Hay algo que me llama mucho la atención, la palabra en sí: absentismo. Absentismo y ausentismo es lo mismo. Según el diccionario, absentismo laboral es: la abstención deliberada (voluntaria, intencionada, hecho a propósito) de acudir al trabajo. Parece que todas las incapacidades temporales entran dentro, incluidas las causadas por enfermedad, por estrés laboral, por ejemplo. Y parece ser que es algo que va en aumento. Según un informe de Randstad, los trabajadores faltamos un 40% más que antes de la pandemia del coronavirus y el doble en comparación con los datos de hace una década.
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Los medios de comunicación están de acuerdo: es por el cóvid. Un punto de inflexión que nos hizo preguntarnos por las vidas que llevamos. La pandemia ha provocado un replanteamiento de valores que antepone la vida personal a la vida laboral. Además, muchos trabajadores se sienten poco motivados o valorados en su trabajo, poco “ilusionados”.
Insinúan es que no trabajamos porque no queremos, que no entendemos que vida personal y vida laboral es lo mismo
Lo que insinúan es que no trabajamos porque no queremos. No entendemos que vida personal y vida laboral es lo mismo. Hay que hacer informes sobre el absentismo, y también hay que inyectarnos motivación y trabajo en equipo, que de esto poco sabemos.
Pues se equivocan, los trabajadores esenciales sí que sabemos de trabajo en equipo, y estamos muy implicados. Estuvimos muy implicados en la pandemia, en primera línea, de hecho, y así es que hemos asimilado que si dejamos de transportar, innovar, arreglar y remendar... que si bajamos los brazos, todo se cae. Que cuando nos referimos a lo esencial, no es más que las necesidades humanas como seres frágiles que somos, que cuidamos y nos cuidan, y que las que trabajamos a tiempo completo en esta tarea nos hemos percatado, mal que nos pese, que estamos sobrecargadas, cobramos mal y estamos precarizadas y humilladas a diario. Que sí que queremos trabajar, pero que no es normal que trabajar a destajo no siempre te garantice los medios de subsistencia. Que exigimos unas condiciones dignas, ni más ni menos.
Que sí que queremos trabajar, pero que no es normal que trabajar a destajo no siempre te garantice los medios de subsistencia
Lo que ya hace tiempo que ha aumentado, (y no se trata tanto como con el tema del absentismo), es la precariedad. Y ser precario es sentir que estás disponible a tiempo completo para trabajar y responsabilizarte, y moverte a cualquier sitio sin capacidad de estar en ninguna parte. Ser precaria es estar desposeída de una vida plena, de un tiempo propio, vendiendo el tiempo de vida a cambio de dinero (en mi caso, te avisan para ir a trabajar con dos horas de antelación, por contrato). Y ser precario significa no poder sembrar y cultivar ni vínculos sociales, ni laborales. Significa no tener agencia sobre el mundo, pero tampoco tener agencia sobre tu mundo laboral. Y además, y esto es lo peor, significa creerte que “es lo que hay”. Que solo nos queda adaptarnos, surfear felices en un precario equilibrio soñando con alzarnos en las olas del cambio permanente.
El plan de equilibrio en el mundo laboral esencial y de cuidados, es equilibrar eficiencia, control, protocolos, cronometraje... con sensibilidad, empatía, espontaneidad, integridad y cuidado. Y terminar cansados. Cansados de estar doliendo en el cuerpo y pesando en el alma.
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No me sirve fluir. No me sirve el coaching, el mindfulness, el empowerment ni otros gurús para lisonjear el alma y maquillar la ansiedad. La botella de aceite no se paga sola
No me sirve fluir. No me sirve el coaching, el mindfulness, el empowerment ni otros gurús para lisonjear el alma y maquillar la ansiedad. La botella de aceite no se paga sola. Ni que me vendan el “shinrin yoku” o los “paseos inmersivos de bosque”, porque tampoco el bosque es un ansiolítico del que sacar rentabilidad. La naturaleza no se puede mercantilizar. La naturaleza somos nosotros, el cuidado, tu cuerpo, el agua que bebes y el aire que respiras. De ella depende nuestra vida, y de la vida se aprende lo delicado que es realmente un equilibrio, el 'Plan de Equilibrio' entre la mesura y la demasía, entre los límites y el crecimiento. Así funciona todo: crecimiento, y luego equilibrio, prosperidad y resistencia. Todo ecosistema, incluido tu cuerpo o la concha de un caracol, usa la energía para crecer, pero se detiene para incrementar la complejidad y estabilidad. Incluso en el roble y otros árboles de ritmo lento, con el paso de los años, el centro de la madera se oscurece para crear una especie de viga, dar estabilidad y resistencia. Con esta regresión, aguantan centenares de años y decenas de metros de altura.
En nuestro sistema económico socio-cultural actual (que apenas tiene quinientos años) no se entiende de regresión, ni de vigas ni equilibrio. No se deja de crecer. Es el primer sistema económico esencialmente expansionista de la historia, que consigue plusvalía aún a costa de llevarse vidas por delante. Toma más de lo que da a cambio, agota recursos naturales y recursos humanos. Desgasta vidas. Recorta en gastos en vez de exigir más ingresos. El egoísmo, el derrotismo, el crecimiento desmesurado... Todo esto no tiene nada que ver con la naturaleza humana. Nadie mejor que nosotras lo sabe, porque dominamos lo que es esencial, y estamos sobradas de equilibrio, de implicación e ilusión y de trabajo en equipo, mucho, para luchar por una vida plena, por unas condiciones laborales dignas y, porqué no, por todas las vidas del planeta.
«No basta despertar cuando amanece:
Hay que mirar al horizonte»
Antonio Machado.