We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Feminismos
Ya te han llamado puta
Las trabajadoras del sexo se encuentran en el extremo más estigmatizado de las infractoras sexuales y es por ello que cualquier conducta transgresora por parte de las mujeres o personas identificadas como tal puede suscitar el “estigma de puta". Defender el acceso a derechos laborales para las trabajadoras sexuales es una cuestión de justicia básica y primordial para favorecer la ampliación de los marcos de decisión y la capacidad de negociación de un colectivo fuertemente vulnerado. Pero también es imprescindible para acabar con el estigma asociado a la prostitución que afecta a todas las mujeres. Los mandatos de la feminidad en cuanto a la sexualidad implican la represión del deseo y la construcción de una identidad sexual frágil, infantilizada e inapetente. Vulnerar estos mandatos te expone al estigma de puta y a la violencia sexual, castigo privilegiado para las incumplidoras. Además, las normativas sexuales establecen los límites de la corrección sexual pero también favorecen los intereses capitalistas al convertir a las mujeres en guardianas de los valores asociados a la familia. Así se constriñen los deseos que puedan resultar desestabilizantes para la disciplina necesaria que garantiza la continuidad del status quo.
Desde esta visión, nos resultan muy cuestionables algunas de las medidas propuestas en el Anteproyecto de Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, el cual no hace más que reforzar los mandatos patriarcales de la sexualidad femenina que están en la base de las violencias que dice pretender combatir. El texto contribuye a la clásica idea de que la sexualidad de las mujeres es algo sagrado y a la consabida idea del temor femenino a la sexualidad irrefrenable de los hombres, proceso que nos aboca a la exigencia de un deseo suave y emotivo garantizado por la protección estatal.
La modificación del delito de proxenetismo coactivo o la incorporación como delito de la tercería locativa, que niega la capacidad de decisión de las trabajadoras del sexo, al dar por hecho que encontrarse en una situación de dependencia o subordinación te convierte en alguien que no sabe lo que quiere, son buena muestra de ello. Con estas medidas, no solo se empeoran las condiciones de trabajo en el marco de la prostitución, sino que se dan por buenos y legítimos los abusos laborales y la explotación de otros sectores económicos regulados.
Los mandatos de la feminidad en cuanto a la sexualidad implican la represión del deseo y la construcción de una identidad sexual frágil, infantilizada e inapetente.
De la misma forma, la definición de consentimiento que realiza el Anteproyecto, según la cual será considerado como agresión sexual cualquier acto sexual no consentido explícitamente, incide también en esta visión sacralizada de la sexualidad femenina. Esta forma de expresar la noción de consentimiento es la plasmación jurídica del lema feminista “solo sí es sí” mediante el cual se desplaza la necesidad de articular una respuesta negativa, porque solo cuando se afirma la voluntad es un acto consentido. De nuevo, la mencionada propuesta de ley incide en los mandatos de la feminidad patriarcal, en este caso, partiendo de la base de que la frágil identidad femenina no está capacitada para articular una negativa, establecer un límite sexual o, menos aún, ser quien se lo salte. Además, la idea de que las mujeres deben decir que sí para que se presuma su consentimiento es profundamente problemática en cuanto al empoderamiento sexual femenino. Niega la posibilidad de experimentar y explorar el deseo, elemento indispensable para combatir las atribuciones normativas según las cuales, para las mujeres, el sexo es algo secundario al no poder enfrentarse a un espacio necesariamente plagado de contradicción, conflicto y riesgo.
Las mujeres trans, racializadas, de clases trabajadoras, luchadoras, infractoras sexuales y, por supuesto, las trabajadoras del sexo están más expuestas al estigma de puta, pero la lucha contra este es un interés colectivo.
El Anteproyecto de ley contribuye con todo ello al punitivismo, no solo porque amplia la horquilla de conductas que pueden ser consideradas como delito, sino también porque construye subjetividades femeninas victimizadas, frágiles y susceptibles, imprescindibles para justificar la existencia de un estado protector y castigador ante la indefensión sexual de las mujeres.
Reforzar la sacralización, la fragilidad y la victimización de las mujeres perjudica a las víctimas de violencias ya que les aporta relatos catastrofistas y de indefensión ante los ataques. Los relatos disponibles para interpretar su experiencia, entendiendo además como violencia conductas muy leves, se homogeneizan y se establecen como normativos, con los efectos de exclusión y castigo que esto tiene hacia las víctimas “incorrectas”. Ya te han llamado puta y volverán a hacerlo.
Renunciamos a nuestra reputación sexual: al fin y al cabo, ya nos han llamado “puta” y volverán a hacerlo
Las mujeres trans, racializadas, de clases trabajadoras, luchadoras, infractoras sexuales y, por supuesto, las trabajadoras del sexo están más expuestas al estigma de puta, pero la lucha contra este es un interés colectivo. La institucionalización del feminismo y la hegemonía de un feminismo puritano y castigador han supuesto el abandono de las luchas contra las condiciones que favorecen la estigmatización, la negación de derechos y la violencia contra las mujeres y personas disidentes en cuanto al género.
Por todo ello, entendemos que es necesario luchar juntxs por objetivos políticos comunes que doten de libertades, recursos y derechos a todxs con la finalidad de ampliar la capacidad de negociación y la potencia de los colectivos más vulnerados. Esto no se consigue reforzando la putofobia que se encuentra en la base de muchas violencias, sino luchando por reforzar nuestras comunidades, obteniendo recursos y renunciando a la reputación sexual que nos garantiza una ley punitiva y conservadora.
En Proyecto X renunciamos a nuestra reputación sexual: al fin y al cabo, ya nos han llamado “puta” y volverán a hacerlo.
#YATEHANLLAMADOPUTA
Relacionadas
Opinión
Opinión Mantícoras
Trabajo sexual
Encuesta Denuncian la falta de rigurosidad del estudio sobre trata del Ministerio de Igualdad
Sudáfrica
Sudáfrica Prostitutas y madres sudafricanas: “La gente se cree que no tenemos hijos, que sólo somos nuestro trabajo”
Es común que una persona que está sufriendo algún tipo de abuso se quede paralizada y no sea ni siquiera capaz de decir nada. Creo que alegar a que si se necesita consentimiento explícito significa que va en contra del empoderamiento femenino es no entender la realidad de las agresiones, y parece q sitúa por un lado a las empoderadas a las que no violan y las no empoderadas que si las han violado ha sido su culpa..