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Partidos políticos
Cuando lo estratégico desborda lo ideológico
En general, las organizaciones políticas tienden a instituirse en torno a un ideario, a una doctrina, es decir, a una corriente de pensamiento. Se entiende por tanto que, a través de dicho marco ideológico, los partidos pretenden alcanzar ciertos objetivos capaces de poner en práctica en la sociedad aquellos ideales que un día los llevó a movilizarse y organizarse.
Una finalidad para cuya plasmación es necesario establecer una estrategia política que cumpla el papel de guía a modo de herramienta troncal a la hora de decidir qué camino se debe recorrer para lograr aquellos objetivos predeterminados. Normalmente, las organizaciones que comparten un mismo marco ideológico, un mismo ideal si se quiere, entendido éste en el sentido amplio de la palabra, suelen compartir, si no exactamente los mismos, si al menos objetivos muy similares. Otra cuestión bien distinta, y aquí es donde surgen algunas diferencias, es el tipo de estrategia que cada organización entiende como óptima para la consecución de sus fines.
De hecho, el verdadero problema aparece cuando algunas organizaciones ven como algunos cambios drásticos en su estrategia, normalmente por pecar de cortoplacismo e inmediatez en lo táctico, terminan por alejar a estos partidos de sus objetivos iniciales y acaban por distorsionar incluso los límites de su marco ideológico. Dejando a un lado cualquier tipo de valoración en el campo de la ética política, es necesario entender la importancia de un análisis por el cual se trata de caracterizar a las organizaciones políticas para que la ciudadanía no confunda posibles estereotipos conformados en un imaginario general con la propia realidad. De hecho, estos procesos de transformación pueden durar varios años y, en muchas ocasiones, debido a las dinámicas de trabajo normalmente derivadas de la excesiva actividad institucional y el abandono de la calle, suelen ser complejas de detectar incluso para parte de la militancia activa. Qué decir del resto de la sociedad para quien resulta de mayor dificultad todavía el ser consciente de dichas transformaciones.
Hemos pasado de la línea dura marcada por Herri Batasuna a una coalición, EH Bildu, que participa activamente de la política de Madrid
En los últimos tiempos asistimos a como la izquierda mayoritaria en Euskal Herria ha pasado muy rápido de una confrontación directa con el Estado español a mantener posiciones pactistas con el Gobierno de Sánchez, cuando en muchos casos ni siquiera era necesario. Así que, prácticamente en poco más de una década, hemos pasado de la línea dura marcada por Herri Batasuna, donde el conflicto armado formaba parte de lo estratégico y donde sistemáticamente era acosada e ilegalizada por los aparatos del Estado, llegándose incluso a criminalizar el independentismo de izquierdas, a una coalición, EH Bildu, que participa activamente de la política de Madrid.
Una nueva estrategia que aprueba unos presupuestos infumables, desde una perspectiva social, y da luz verde a unas dotaciones de ayudas europeas que vienen a reforzar las estructuras de los poderes financieros. Por un lado, al aprobar dichos presupuestos estás dando legitimidad a un régimen monárquico, forjado en la última etapa de la dictadura, como garante de la unidad del ahora reino. Y, por otro lado, avalas unas ayudas que todo el mundo conoce y conocía que estaban condicionadas a las recomendaciones de la Unión Europea con un endurecimiento de las reformas que consideran pendientes en el Estado Español, entre las que destaca, “preservar la sostenibilidad del sistema de las pensiones” y “fortalecer el marco presupuestario", algo que no hace sino apuntalar el modelo de pseudo democracia neoliberal.
La nueva estrategia de EH Bildu aprueba unos presupuestos infumables y da luz verde a unas dotaciones de ayudas europeas que vienen a reforzar las estructuras de los poderes financieros
Es cierto que el hecho de que la izquierda abertzale decida participar de la política del Estado español per se no debiera suponer ningún problema, incluso puede ser hasta bienvenido por sectores de la izquierda de Euskal Herria y del resto del Estado, de cara a la consolidación de un amplio espacio coordinado que favorezca la ruptura del régimen del 78. El dilema de esta apuesta política reside en cómo participas, para qué lo haces y, sobre todo, con quién. Si EH Bildu fuera a Madrid a defender posiciones rupturistas, a plantear un modelo transformador de nuestra sociedad alternativo al capitalismo y a las políticas neoliberales, o a decir que una vez superada la fase de conflicto armado sus ideas de una Euskal Herria independiente, republicana y socialista son tan válidas como cualquier otra, no habría ningún problema y seguramente estarían siendo coherentes consigo mismos y con sus bases.
El problema es que no es así, la realidad es otra y la realidad viene a decir que la izquierda vasca ha tomado una deriva de ‘podemización’, donde se encuentra en un terreno muy farragoso, pasando a ser una organización de utilidad gobiernista que hace que su marco ideológico se difumine. De aquellas palabras de Otegi al salir de prisión en las que aseguraba ante la opinión pública que había salido más abertzale de lo que había entrado, o donde afirmaba sentirse mucho más marxista y convencido de dicha doctrina de lo que lo era antes de sufrir su encarcelamiento, parece que hoy en día han quedado muy lejos de lo que declara el dirigente de EH Bildu.
La realidad es que, en estos momentos, la coalición EH Bildu ni siquiera ha adoptado las tesis de Eusko Alkartasuna, el partido de corte socialdemócrata de la coalición, si no que da ciertas muestras de dirigirse hacia una especie de ‘ibarretxismo’ que le ha llevado en un acelerado viraje político hacia posiciones poco rupturistas y de carácter reformista. Más allá de la mera opinión, basta con contemplar los hechos tangibles y las decisiones que la izquierda más amplia de Euskal Herria está manteniendo en los últimos tiempos. Toda una serie de actuaciones que al principio uno puede tratar de maquillar pivotando a través de sus dos almas, la pasada y la presente, mientras trata de desprenderse de una mochila que aún le pesa, pero que a la larga puede pasarle factura al llevar al descontento a muchos de los suyos. De todos modos, no debiera estar reñida la superación del conflicto con mantenerse en posiciones radicales de confrontación con los poderes del establishment.
No debiera estar reñida la superación del conflicto con mantenerse en posiciones radicales de confrontación con los poderes del establishment
Es muy complicado que a largo plazo está situación pueda sostenerse, ya que las dos almas de la izquierda abertzale son totalmente incompatibles en un mismo proyecto, algo que irremediablemente traerá si no directamente algún tipo de ruptura o de escisión, sí un goteo constante de abandono del proyecto. Algo que, por otro lado, ya es una realidad y hace que muchos sectores, sobre todo aquellos que mantienen posiciones más radicales, rupturistas y transformadoras bajo un espíritu revolucionario, ya se estén descolgando del proyecto de la coalición. Por otro lado, no hay que olvidar que mucho de su entorno ha estado siempre bastante politizado, con lo que se torna complicado que esa gente apoye según qué decisiones políticas.
De hecho, ya se va viendo como entre su masa social aquellos que defienden posiciones más independentistas empiezan a mostrar su descontento al ver como este objetivo parece pasar al plano de lo folclórico. Lo mismo sucede con todos aquellos sectores más obreristas que buscan una confrontación más directa con las patronales sin ningún tipo de tibieza desde un rancio posibilismo institucional. Por no hablar de centenares de jóvenes de Euskal Herria que no ven sus aspiraciones y su ensoñación revolucionaria reflejada en el partido. Todos ellos son sin duda grupos que por el momento se mantienen en la periferia del proyecto político, solamente a nivel electoral, ya que no existe ninguna otra alternativa que a ese nivel dé respuesta a sus demandas.
Si algo se pide a las formaciones de izquierdas, o al menos a aquellas que sinceramente quieran transformar la sociedad, es que al menos sean coherentes y consecuentes con sus actos. Las apuestas puramente electoralistas le llevan a uno irremediablemente al fracaso social, debido a que producen una desconexión total con la gente a la que representan. Que la izquierda abertzale haya tomado esa deriva es totalmente lícito, pero lo que no puede continuar haciendo es seguir presentándose como una fuerza de ruptura cuando aprueba presupuestos que dotan de herramientas a las estructuras más represivas del Estado y llenan los bolsillos del gran capital. En definitiva, en lo que sí estamos de acuerdo con Arnaldo es en aquellas otras palabras en las que afirmaba que a la izquierda de la izquierda abertzale solo hay desierto en Euskal Herria, ya que lo que empieza a haber ahí es un espacio político del tamaño de un gran desierto.