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Pensamiento
Vivir en la prórroga: leyendo a Marina Garcés entre tuit y tuit
Vivimos en la condición póstuma. Es el escenario postescenario, la historia posthistoria, del tiempo postiempo.
Si le preguntabas “cómo estás”, mi abuelo Pablo te sonreía y contestaba: “Pues aquí andamos, en la prórroga”. Eso fue en sus últimos años de vida, dolorido de ausencias, en un cuerpo atravesado de rendiciones. Y entonces él, hedonista terco, él que tanto había amado la vida, sentía que ya no podía defenderla ante el paso del tiempo y el apetito arbitrario de la enfermedad. La prórroga que habitaba no era una para meter el último gol y alzarse inesperadamente con la victoria. En realidad, el partido había terminado, y ya solo podía proteger exhausto la propia portería: ya solo le quedaba la duda de hasta cuándo iba a resistir.
Recientemente me acordé de la “prórroga” de la que hablaba mi abuelo con aquella sonrisa irónica. Fue leyendo el ensayo de Marina Garcés Nueva Ilustración radical.
En él, Garcés introduce un concepto que es un diagnóstico: vivimos en la condición póstuma. Es el escenario postescenario, la historia posthistoria, del tiempo postiempo. Atrás dejamos la promesa de un futuro próspero de la modernidad, pero también el bucle del presente eterno de la posmodernidad. El futuro sigue ausente, pero el presente ya no es sexy: es el tiempo agónico del relato póstumo, un “presente totalmente insostenible, (en el que) lo que se comparte es una misma experiencia del límite”. Y entonces, al igual que mi abuelo, en lugar de preguntarnos hacia dónde, la pregunta que nos hacemos es hasta cuándo. Solo que no estamos viejos, ni enfermas, solo que aún tenemos la vida por delante. Así que Garcés nos pregunta: “¿Por qué, si estamos vivos, aceptamos un escenario postmortem?”.
Temprano, cada mañana, busco a ciegas el móvil para apagar la alarma. Después, abro los ojos y entro a las redes sociales sometiéndome a una casera doctrina del shock. Son solo dos minutos para leer entre tuit y tuit el parte del último rapero enchironado, los próximos desahucios, el apellido del ladrón que será ascendido a vicepresidente de algo, variantes de la infamia y de la impunidad. Así que para cuando salgo de la cama, ya sé que vamos perdiendo. A veces me imagino a Naomi Klein apoyada en mi escritorio, ella, que escribió La doctrina del shock antes de Twitter y de Facebook, me ve salir de la habitación ya vencida, mientras se echa las manos a la cabeza y murmura: qué desastre.
Antes leía muchos libros, después muchos artículos, ahora muchos tuits. Es tan mucho de todo que cada vez suma menos. “El hecho decisivo de nuestro tiempo es que, en conjunto, sabemos mucho y que, a la vez, podemos muy poco”, dice con más concreción la Garcés.
Asumido esto, cuesta hasta prepararse el desayuno. Pero ahí vamos con el café y los periódicos, mientras la pobreza se extiende bajo los pies de quienes retuitean a primera hora de la mañana, lo imprescindible para la vida se agota y lo superfluo e innecesario inunda el mundo.
Los medios reproducen el último gran zasca de un tuitero de izquierdas. Un joven actor catalán se pregunta dónde ha aprendido a hablar castellano con desparpajo. Y yo ya tengo puesta la sonrisa irónica con la que nos enfrentamos a lo insoportable. La ironía era la última arma de mi abuelo en su etapa de epílogo. La ironía es el refugio de quienes ya no sabemos qué coño hacer. No hay ni un ápice de ironía en los grandes himnos revolucionarios, porque la ironía es el consuelo de los impotentes, de quienes saben demasiado para permitirse la utopía. Pues, como escribe Garcés, en este horizonte póstumo: “Con todos los conocimientos de la humanidad a nuestra disposición solo podemos frenar o acelerar nuestra caída hacia el abismo”.
El otro día conversaba con dos compañeras sobre todo esto. Intentábamos sacar adelante, encaminar, un proyecto chiquito en el barrio. Hablábamos de los últimos años, de una efervescencia amiga y estresante de charlas, encuentros, asambleas, proyectitos pensados en común, abandonados en la carrera precaria ante un abismo que enseña los dientes. Cómo pensar el otro mundo por venir mientras nos pasamos la vida apagando los incendios de este, nos decíamos, cansadas. En todo esto, falta algo, concordamos. Un horizonte nuevo, un hacia dónde. Una utopía desde lo que queremos y no desde lo que nos dejan querer. “Declararnos insumisos a la ideología póstuma es, para mí, la principal tarea del pensamiento crítico de hoy”, arenga Garcés desde las páginas de su ensayo.
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Excelente reflexión. De manera más prosaica, nos dejamos marcar ritmos, agendas y hasta el estado de ánimo,
por lo que no tenemos tiempo para lo importante. Enhorabuena por el artículo.
Interesante reflexión y qué bellas palabras para darle forma... Como todo lo que escribe Sara. Muchas gracias!
Brillante, sublime. Enhorabuena.