Elecciones
Elecciones, utopías izquierdistas y el infierno
Cuanta mayor fuerza electoral (y mas gente te vote), menos radicalidad. Cuanta más radicalidad en el cambio, menos votos (gente) y fuerza institucional para que dicho cambio pueda reproducirse en el tiempo y el espacio.
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Hay cierta tendencia a creer que la ultraderecha acaba de aparecer o que es la primera vez, desde la dictadura franquista, que entra en las instituciones. Pero ¿qué ideología creéis que tiene la elite que nos gobierna en toda Europa desde los años 80? La elite económica y política es cierto que se divide, a grandes rasgos, en dos. Tenemos los neoliberales conservadores (neocon) y los neoliberales que se denominan libertarios y anarco-capitalistas. Es obvio que ningún neoliberal tiene nada de libertario ni de anarquista, pero así es como los millonarios de Silicon Valley se llaman a sí mismos: ciberutopistas libertarios (ahorraros las risas que están armados).
Ambos tipos de neoliberales, los neocon y los flipados de los ipods de oro, provienen del ordo-liberalismo que a mediados del siglo XX empezó a teorizarse en Alemania y se expandió rápidamente por Estados Unidos. Los neocon son los que más fácilmente identificamos como “fachas” y un buen ejemplo son Vox, PP, Le Pen o el mismo Trump. Son partidarios del capitalismo, pero más supremacistas que la otra corriente. Los neocon tienden a ser extremadamente misóginos, racistas, homófobos y xenófobos, en general, además de ser algo más religiosos (dependiendo del país). Los ciberutopistas de Silicon Valley (más parecidos a Macron, la City, Ciudadanos y la parte no ultra del Ibex35) que apuestan por la legalización de la marihuana y la cocaína (ya puestos), también son misóginos (como la sociedad) pero su racismo y homofobia se dispara solo con los pobres, como buenos capitalistas, les da igual que los gays se casen mientras tengan pasta, e incluso contratan migrantes, pero solo altamente cualificados.
Ambas corrientes están a favor de que el individuo sea la unidad principal de la sociedad (fuera pueblo, fuera comunidades políticas, y arriba la familia) y de que el Estado desaparezca (por eso se dicen a sí mismo anarcocapis y libertarios), o bien que sea mínimo para que asegure la libre competencia (idea básica del ordo-liberalismo), pero solo aquella que posibilite amontonar grandes cantidades de capital que en unos casos seguirá una lógica de acumulación feudal y católica y en otros una lógica de inversión productiva y protestante, tal y como mandaban los padres del liberalismo económico como Adam Smith y su cuadrilla de escoceses ilustrados.
Cuando la necropolítica neoliberal se expande y consolida, creando miseria, precariedad y, si no es matando directamente, dejando morir a la población (por falta de seguridad y derechos laborales, por enfermedad, etc.), no solo se enfadan los hombres blancos y los supremacistas, se enfadan también el resto de grupos que componen la clase trabajadora, como las feministas y los independentistas, las pensionistas, las limpiadoras, los falsos autónomos, las ecologistas (y un larguísimo etc.) ya que la reivindicación anti-patriarcal por la igualdad y la sostenibilidad de la vida y la tierra, y el movimiento a favor de que las comunidades políticas (y sus territorios) se autogobiernen tal y como ellas decidan (demo-cracia), es una consecuencia tanto del patriarcado neoliberal, como del unionismo blanco-católico-español que se niega a dejar que tanto las personas como las naciones y comunidades políticas decidan qué estructuración política (qué estado) quieren formar (al menos hasta que todos los estados desaparezcan, incluido el español). El problema es que cuando toda esta gente se organiza, los ultras, ayudados y financiados por el ala guerrera del Ibex35 y los medios, se enfadan y reorganizan, haciéndose más visibles y poderosos.
Ante el caos (doctrina del schok) que esta necropolítica neoliberal crea, las lealtades políticas se rompen y fragmentan, finiquitando el sistema bipartidista. Y la ruptura del bipartidismo, en el estado español, implica ingobernabilidad (debido a su cultura política). Por eso ha habido tres votaciones al congreso español en menos de cuatro años. Mi apuesta, arriesgada (como toda apuesta política), es que el PSOE no va a durar cuatro años, y en caso de que dure, llegará tan desgastado, que la derecha ganara las próximas elecciones al congreso, pero como la derecha también está fragmentada, aunque consiguieran gobernar (mediante acuerdo o coalición), tampoco aguantarían una legislatura entera. Ingobernabilidad estructural, se llama.
Pero no quiero hablar de mayorías y minorías electorales. Quiero hablar del bajón, que en cada elección, le da a la izquierda (en donde no incluyo al PSOE aunque entiendo que para gran parte de los españoles lo sea - lo que pasa, y abro un inciso, es que el PNV es a una vasca lo que el PSOE es a un español, no porque el PNV sea socialista sino porque el PSOE es neo(socio)liberal, casi como el ala ciberutopista libertaria de Silicon Valley, solo que sin utopía y sin libertaria, y con mucho estado). Mi intención es que dicho bajón, se transforme en análisis crítico y utopía fundamentada.
Las elecciones, normalmente, nunca las gana la izquierda (quitando momentos concretos relacionados con ciclos de protesta masivos) y esto suele llevar a que la izquierda tenga siempre esa sensación de derrota, de que no gana ni una guerra. Pero es que es muy difícil ganar la guerra para alguien que esta sistemáticamente en contra de la guerra.
Las instituciones que tienen que canalizar los resultados de las elecciones, no son las estructuras básicas de la transformación social, son herramientas de reproducción social, que dotan de estabilidad y sostenibilidad a las dinámicas e incluso a los cambios sociales, si es que los hay. Esto quiere decir, que la transformación social hacia la emancipación colectiva, que es el objetivo de la izquierda, no se puede valorar en base a resultados electorales. Las elecciones son importantes, pero solo en tanto que la transformación social ocurre. Las instituciones ayudan a reproducir y materializar el cambio social de forma masiva, pero no es donde se da el cambio social, por eso deberíamos tener en cuenta que normalmente el partido o asociación que se dedique al cambio social radical no sacará (casi) nunca buen resultado electoral y al revés, los partidos que no tienen como objetivo trabajar el cambio social son los partidos que sacarán buenos resultados en las elecciones, PNV y PSOE en este caso, o alternativamente el resto de partidos del Ibex 35, incluyendo todas las derechas.
Todo sistema tiende a la estabilidad, no solo el sistema económico y político (los estados, los parlamentos, el sistema judicial, etc.) tal y como lo explicó hace tiempo Weber, también los sistemas e instituciones sociales como la familia o la cuadrilla de amigos, un equipo de futbol, o un movimiento social. Todo grupo en general quiere la supervivencia y eso implica mantener el sistema en el que dicho grupo sobrevive. Es el eterno dilema entre estabilidad y transformación. Entre cambio y reproducción social. La izquierda tendrá que hacer un análisis profundo sobre cómo se estructurará, en el siglo XXI, para que, por un lado, pueda tener instituciones y grupos (partidos, etc.) que aseguren la estabilidad y la supervivencia en el tiempo y el espacio y, al mismo tiempo (repito: al mismo tiempo), para poder dedicarse a la transformación social radical. Quien solo se dedique a la reproducción social y, por tanto, a intentar movilizar el mayor número de votos, no conseguirá transformación radical y quien solo se dedique a la transformación de base dejando a un lado la conquista de ciertas instituciones como el estado (sistema público de educación, sanidad, transporte, cuidado, etc.) no conseguirá que el cambio radical se reproduzca en el tiempo y el espacio y llegue a toda la población.
El cambio radical no implica simplemente la autogestión comunitaria (tal y como afirman ciertas utopías), el cambio radical implica compromiso y disciplina (sí, disciplina) para no acatar normas ni las leyes injustas, aguantar la represión y la exclusión, un proceso constante de desmercantilización y despatriarcalización, estrategias radicales para dejar de ser hombres y mujeres, para autodefenderse, para adoptar en vez de seguir perpetuando la descendencia del propio código genético y de sangre, dejar de tratar a lxs hijxs como propiedad privada, consolidar redes de cuidado mediante amistad, no amor Disney, etc.).
Hay que afinar el análisis. La sociedad es conservadora, casi todas las personas y los grupos sociales quieren conservar aquello que tienen: por eso la mayoría de la sociedad sigue siendo hetera, sigue siendo hombre o mujer, viviendo en familias normativas, teniendo hijos, manteniendo la hora y el horario establecido, las comidas acordadas, la vestimenta, las festividades y los roles, de hijo, de novia, de padre. Solo en momentos de crisis, ciclos de protesta o violencia extrema se dan giros radicales en la sociedad, y además no suelen durar mucho. Los cambios duraderos dependen de macrológicas, muchas veces contradictorias, que se conforman por razones múltiples y poco a poco, como cambios en el sistema productivo y tecnológico, cambios institucionales, energéticos, socio-culturales, climáticos …. Pero de nuevo, lo que no puede la izquierda, mucho menos la izquierda radical, es pensar que va a ganar las elecciones de forma regular. Y si gana, que durará más de una o dos legislaturas. Porque si dura más de dos legislaturas, es que la radicalidad desaparece, y si mantiene radicalidad, pierde las elecciones en la siguiente legislatura. De nuevo, porque la sociedad es conservadora, tiende a conservar lo que es y lo que tiene, no a transformarlo y romperlo continuamente.
Por tanto, creo que la izquierda debería (deberíamos) afinar mucho tanto la concepción que tiene de eso que llama(mos) “calle”, “sociedad”, “clase trabajadora” o “pueblo” y por otro de eso que llamamos “institución”, así como de las utopías poco fundamentadas que guían nuestras prácticas. Con las utopías izquierdistas actuales llegaremos al infierno, de la mano de la derecha. La utopía es absolutamente necesaria, pero que sea utopía no significa que no tenga que estar bien fundamentada en análisis sociológicos, culturales, económicos e históricos, es decir, en análisis políticos que no sean cristiano-ingenuos (tipo “la gente, la calle, el pueblo es bueno y quiere el bien, lo que pasa que esta despistado votando a cabrones que le joden la vida”), ni análisis patriarcales y liberales (tipo “no queremos Estado, que es malo malote, pero sí queremos la familia y la sociedad civil que es buena buenota). Porque para ese análisis y esas utopías, ya tenemos a la derecha, que le encanta la familia, la libertad individual y la sociedad civil, y odia al estado.
Cuanta mayor fuerza electoral (o cuanta más gente te vota o apoya), menos radicalidad. Cuanta más radicalidad en el cambio, menos votos (gente) y fuerza institucional para que dicho cambio pueda reproducirse en el tiempo y el espacio.
Y ahora, construyamos utopías de izquierdas bien fundamentadas.
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