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Política
Cumplir las promesas
Prometer es uno de los verbos performativos que J. L. Austin y su alumno J. Searle estudiaron y analizaron con detalle. En su libro Actos de habla, en el apartado “Cómo prometer: un camino complicado”, Searle abordó las dificultades del acto de prometer (cuando la promesa es sincera, a las promesas insinceras les dedicó otro apartado). Prometer encierra en sus tres sílabas la magia de las palabras que hacen lo que dicen. Porque decir “fumo” no es fumar, pero decir “prometo” es prometer.
Entre pandemias y tal, no sé en qué quedó aquello, pero hace un par de años oí en la radio al filósofo Daniel Innenarity referirse a la rendición de cuentas que el gobierno español iba a llevar a cabo en aquellos días de forma inédita. Él formaba parte del grupo de expertos independientes que avalaban la iniciativa. El periodista, en sus preguntas, y el filósofo, al contestarlas, aludieron varias veces a la necesidad de medir el “grado de cumplimiento” de las promesas hechas y los acuerdos adoptados un año antes. Se referían a los acuerdos que pactaron los dos partidos que forman el gobierno de coalición en España.
“Todavía no”
Entender el cumplimiento de promesas y acuerdos como una cuestión de grado es reconocer que dicho cumplimiento no es algo absoluto, blanco o negro, sino que hay grises de por medio. Eso significaría que se acuerdan o se prometen cosas que se sabe de antemano que no se cumplirán, por lo menos no en un plazo determinado. Así que, cuando decimos cosas como “te prometo que iré” o cuando lleguemos a un acuerdo (para repartir unas tareas, unos táperes o un patrimonio) no se nos puede reprochar que no hemos cumplido la promesa y contestaremos que simplemente todavía no hemos cumplido, aunque lo haremos en el futuro.
“Prometer encierra en sus tres sílabas la magia de las palabras que hacen lo que dicen”
Por eso, más vale que las promesas y los acuerdos estén sometidos a un plazo (“te prometo que iré esta semana”, “me encargo de la limpieza este mes”) o contar con cláusulas de alivio (tipo “te prometo que haré todo lo posible por ir esta semana”, “te prometo que intentaré hacer la limpieza este mes”). De lo contrario, corren el riesgo de disolverse en una escala de grados que degradan (valga la redundancia) el propio concepto de promesa o de acuerdo.
Pero prometer que intentaremos o procuraremos hacer algo ¿no devalúa un poco la calidad de la promesa? Puede ser difícil demostrar que lo intenté. Aunque siempre podría decirme alguien que no lo suficiente… Terreno resbaladizo. En el ámbito privado, donde la confianza personal está fundamentada, seguramente la cosa no tiene mayor recorrido, y si alguien nos dice que lo intentó, lo damos por bueno y ya está. Querer no es poder.
Sin embrago, tengo la impresión de que promesas y acuerdos no deben ser vistos como cuestiones de grado, sino que han de entenderse como absolutos: o se cumplen o no se cumplen. No decimos “cumplió su promesa un poco”. Claro que depende de la cantidad de contenido que tenga la promesa o lo acordado. Si la promesa incluye muchas cosas puede ocurrir, es verdad, que algunas se cumplan y otras no (sí decimos “cumplió su promesa hasta donde pudo”). Pero, en ese caso, lo que hacemos es desmenuzar lo prometido en sus promesas constitutivas y tratarlas cada una de ellas por separado como absolutas (que se cumplen o no se cumplen).
Puedo prometer y prometo
Tal vez parezca esto una divagación sin mayor interés, pero lo tiene, vista la tendencia de gobernantes y políticos a prometer cosas que no pueden cumplir o que no van a cumplir (dejando al margen ahora si al hacer la promesa son conscientes de que no la cumplirán; aquí sí pueden darse diversos grados de consciencia).
El famoso “puedo prometer y prometo” que pronunció hace ya muchos años el entonces candidato a la presidencia del gobierno español, Adolfo Suárez, en una campaña electoral (terreno por excelencia de las promesas en política, hasta existe la expresión “promesa electoral”, con su entrada en Wikipedia) ponía de manifiesto con su sola enunciación que muchas veces se hacen promesas cuando no pueden hacerse o, peor, aunque no deben hacerse.
“El famoso “puedo prometer y prometo” que pronunció Adolfo Suárez ponía de manifiesto con su sola enunciación que muchas veces se hacen promesas cuando no pueden hacerse o, peor, aunque no deben hacerse”
Los acuerdos entre partidos políticos son un ámbito en el que no es inusual la acusación mutua de incumplimiento de lo acordado. Plantear el cumplimiento de un acuerdo como una cuestión de grado contribuye a diluirlo. Así los acuerdos y las promesas se convierten en combustible para la demagogia. Se pueden prometer o acordar muchas cosas a bulto y ya se hará luego recuento para ver cuáles se cumplieron y cuáles no. No me puedes echar en cara que no cumplí: cumplí hasta donde pude, punto.
Si el cumplimiento de promesas y acuerdos se puede medir, pesar, si es una magnitud contable es necesario disponer de herramientas (metro, peso) que permitan decir cuánto o hasta dónde se ha cumplido. Es aquí, en la utilización de esos instrumentos sin trampas, donde puede tener sentido la supervisión de expertos independientes. Pero si la medición de resultados es (así lo creo), producto de la influencia nefasta de una mentalidad cuantificadora y medidora, propia de la economía de mercado capitalista, deberíamos estar alerta y sospechar de qué pueda querer ocultarse tras el afán contador. Porque las promesas, si se hacen, es para cumplirlas; si no, no se hacen. Y si se hacen y no se cumplen son promesas rotas. Mal.
“Los acuerdos y las promesas se convierten en combustible para la demagogia”
En las condiciones actuales de la acción política institucional es un clásico en la izquierda decir que, por desgracia, lo que se quiere y lo que se puede hacer no coinciden siempre. Luego, quienes están al mando, se arrebujan calentitos en los límites más estrechos de lo posible, despreciando el resto como deseable pero imposible, se siente. ¿Por qué prometen, entonces, el oro y el moro? (¿Y de qué sirve votarles?).