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PSOE
PSOE: a trompicones hacia la izquierda
Pedro Sánchez no ha ganado las primarias, las ha perdido Susana Díaz y todo lo que representa.
Quince segundos después de que algún nostálgico se arrancara con La Internacional, Pedro Sánchez –puño izquierdo en alto, sonrojo facial evidente– se sumaba al coro de voces que celebraba así su vuelta a la Secretaría General del PSOE tras el motín orgánico de hace unos meses. La imagen es especialmente sugerente porque muestra, en medio del éxtasis del triunfo, a un líder que no lidera, sino que, más bien, aparece arrastrado por un torrente que lo conduce, a trompicones, hacia la izquierda.
Pedro Sánchez ha aprovechado, cual judoka, la fuerza del ataque del adversario para hacerse con la victoria. Y es que de no haber sido así –si el aparato del partido y su amplia red clientelar hubiesen optado por una campaña de perfil bajo, si el grupo PRISA no hubiera puesto toda la carne en el asador–, habría resultado casi imposible una movilización de la militancia como la que se ha producido (92%). Así pues, es el obsceno comportamiento de la Gestora y los líderes territoriales lo que ha permitido hacer de Pedro Sánchez, otrora cachorro del partido, un auténtico outsider.
Sánchez consiguió subir la afrenta personal del derrocamiento versallesco a la ola contestataria que impera en la política española (y en el conjunto de las democracias occidentales) desde hace ya algunos años. Esta ola es la única tendencia que nos permite visualizar, si bien parcialmente, el sentido de un presente plagado de acontecimientos presuntamente inconexos, sobrevenidos, dibujando un mapa cognitivo (como diría Jameson) todavía precario, pero que conecta políticamente los grandes noes de los últimos tiempos (Brexit, Trump, referéndum italiano, Corbyn, Hamon, etc, etc, etc.).
En cierta forma, Pedro Sánchez no ha ganado las primarias, las ha perdido Susana Díaz y todo lo que representa. ¿Y qué representa? Un pasado que ya no representa a casi nadie (“No nos representan”). Por ello, los continuos llamamientos a la unidad, el mantra de la cohesión y el cierre de filas, aun siendo un poderoso velo mediático en la boca de Patxi López, no han conseguido ocultar el gran problema del PSOE, esto es, la profunda crisis del sistema político español, de la que el Partido Socialista es el epicentro. En este sentido, podemos decir también que Pedro Sánchez no ha ganado las primarias del PSOE, sino contra el PSOE, y es esta misma evidencia la que hace difícil prever una recuperación en el corto plazo. Estas primarias establecen una discontinuidad entre dos cosas necesariamente distintas que vamos a seguir, sin embargo, llamando PSOE.
Todo lo que no sea una transformación profunda de lo que ha habido será visto por la militancia como una traición. Una más. Pero la pregunta ahora es: ¿es posible una transformación profunda del PSOE? Los intentos de Jeremy Corbyn por convertir el laborismo británico en otra cosa nos muestran los límites que impone el continente al contenido. Es decir, la palabra “PSOE” (como la palabra “Laborismo”, como las palabras “Partido Socialista Francés”) son rígidos artefactos que cuando se doblan, se parten. No es tan solo el riesgo de la escisión, pues esta es un suicidio improductivo, sino la amenaza permanente del sabotaje interno (como el que está llevando a cabo Tony Blair contra Corbyn, como el sucio apoyo de última hora de Hollande y Valls a Macron tras perder las primarias contra Hamon).
En el haber del Pedro Sánchez figura la lejanía de las próximas elecciones, lo que le permitirá asentarse en el liderazgo en un clima más calmado. Pero la situación política de nuestro país no concede una tregua definitiva. Vivimos sumidos en la anomalía por un gobierno que es, a ojos de la mayoría absoluta de la sociedad española, una mafia corrupta. Esto somete a los actores políticos a tensiones permanentes, posicionamientos claros, intentos por tomar la iniciativa, en definitiva, cosas reñidas con una actitud conciliadora que permita integrar las distintas corrientes existentes en el PSOE.
Aún queda por resolver lo que supone la victoria en unas primarias en un sistema de partidos, hasta ahora, extremadamente cartelizado. La actual importancia de la militancia en los procesos de democracia interna nos encamina hacia la sustitución del cártel político por una renovada versión de partidos de masas. Ello conlleva una necesaria movilización política de la sociedad, hecho que se acentúa por la interrupción de las principales vías de financiación de los partidos “atrapalotodo” (catch all parties), esto es, los recursos públicos y las donaciones ilegales y mordidas. Esta desesperada búsqueda de recursos nos coloca en el principio del fin de la crisis de representación que se inauguró con el 15M.
Es sin duda una salida en falso, una perversa mutación de la representación (por utilizar la expresión de Sartori) que puede neutralizar definitivamente el impulso transformador hacia una Democracia Real Ya.