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Nada más concluir el visionado de Muyeres, las tres personas que conformábamos el jurado tuvimos claro que la película de Marta Lallana -con el apoyo del compositor Raúl Refreé- era la más firme candidata a ganar la espiga verde de la SEMINCI. No nos lo confesamos en ese momento, pero lo sabíamos.
La única dificultad consistía en explicar por qué una película que recupera la voz de los cantos tradicionales asturianos a través de las últimas guardianas del folclore local merecía dicha mención, que se otorga a las películas que transmiten valores socioambientales. No era intuitivo a primera vista: la historia no parte de acciones directas por la defensa de los ecosistemas ni muestra héroes (ni heroínas) que se enfrentan tenazmente a un sistema económico depredador de las personas y de la naturaleza.
Es más, la letra de las canciones que se recuperan en la película incluyen lo peor de la cultura patriarcal (como ocurre con frecuencia en la cultura musical tradicional aunque no se puede descartar que hubiera cánticos feministas que no han perdurado en el tiempo), y cuentan, entre otras muchas historias, las de nobles que ejercen violencia sexual a campesinas impunemente sin que reciban reprobación alguna.
Y aún así lo teníamos claro. La decisión final fue tan rápida que nos permitió ahondar con tranquilidad en aquello que nos había impresionado del filme.
En primer lugar, Muyeres es una película sobre la resistencia de las personas comunes en los pueblos aislados. En estos días de movilizaciones ambiguas en favor del medio rural, en las que las reivindicaciones justas y necesarias por la dignidad de los pueblos y del sector primario se mezclan con el oportunismo de la extrema derecha y los intereses de terratenientes y agroindustria, la cinta es un alegato en favor de quienes viven con sencillez en zonas rurales aisladas. Pese a la edad avanzada y sin apenas servicios, prefieren permanecer ahí, antes mirando la parsimonia del monte a través de la ventana que atrapadas en las ensoñaciones de la tercera piel del capitalismo. “La ventana es real, la televisión no”, nos espeta una de sus protagonistas.
Quizás uno de los mayores logros de la película es la contextualización del folclore oral dentro de un proceso de transmisión del conocimiento local. Estas canciones tienen un dónde, un cuándo y un porqué: “...veníamos varias de segar con la hoz en la mano. Eso era antes. Pero ahora no. Ni se va a la siega, ni se canta, ni nada de nada”.
La pérdida de la siega, como la pérdida de las canciones, es también la pérdida de uno de los ecosistemas más valiosos del mundo: los pastizales de alta montaña, un paisaje en mosaico de alta biodiversidad fruto de la interacción milenaria de los seres humanos con su entorno. Un ecosistema sentenciado por el modelo de producción agroindustrial y por el abandono rural.
En ese contexto, las canciones no son un ente coyuntural, sino su propia esencia. Forman parte de la tradición humana de colectivizar y amenizar aquellas labores más costosas. Como nos cuenta José Manuel Naredo, “en las sociedades tradicionales (…) se solían hacer tareas duras o repetitivas en común, pero conllevaban encuentros, canciones o fiestas asociadas”. La película refleja con exquisitez esa relación armónica entre naturaleza y cultura, alejada de las visiones de la modernidad que confrontan ambas esferas, como se denuncia desde el ecofeminismo.
Y es que Muyeres tiene una necesaria lectura ecofeminista. El ecofeminismo visibiliza (que no entrona, ni esencializa) los trabajos ocultos que las mujeres, al igual que la naturaleza, realizan para el sostenimiento de la vida. Eran las mujeres quienes segaban los pastos, una de las tareas más necesarias -e invisibilizadas- para el mantenimiento de la ganadería extensiva de alta montaña y de sus prados.
También son objeto de la película los trabajos de cuidados, de igual manera invisibilizados, que realizan las mujeres extranjeras para que puedan subsistir las personas ancianas en el medio rural, allí donde no llegan las familias ni los servicios públicos. Unos cuidados que parten de la desigualdad global que la película no oculta pero que, lejos de victimizar a quienes mantienen esa cadena de cuidados, las hace protagonistas del mantenimiento, y de la necesaria mezcla, de la cultura popular.
Pero sobre todo, Muyeres es una delicia. El blanco y negro de sus fotogramas no hace sino realzar la belleza que esconden la naturaleza y la voz humana. La película es un canto majestuoso al papel de las mujeres y de la música en la creación de un entramado colectivo que da sentido al mundo rural, reconoce su legado y evidencia la necesidad de que al abrir las ventanas las canciones vuelvan a mezclarse con los trinos de los pájaros.