Asesinadas por el cielo: El Vacie, una mirada a los márgenes de la ciudad

A las puertas del centro de Sevilla, el asentamiento chabolista más antiguo de Europa resiste invisibilizado en los mapas. Cuatro mujeres gitanas exchabolistas narran, entre arte y exclusión, una historia de dignidad y transformación.
El Vacie_1
Carola Sánchez Parra Rocío Montero Maya, actriz de “La Casa de Bernarda” y exchabolista de El Vacie
5 nov 2025 08:00

Es lunes… quizá martes. O jueves. No lo sabe. En El Vacie, el tiempo no se mide en horas, sino en humedades, en las veces en las que el barro entra sin permiso a la cocina, en los días sin agua corriente y las noches sin luz. Faltan relojes, pero sobran las grietas. Asesinadas por el cielo. Eso pensó Rocío al mirar por la ventana rota el gris sin matices que cubría su chabola. Un cielo sin gloria ni castigo. Simplemente ahí, como los muros bajos, las verjas improvisadas, los cables colgando o aquel perro que parece no tener ya fuerzas ni para ladrar.

En la radio, una voz entusiasta interrumpe su letargo:

—“¡Venga estas vacaciones a Sevilla! La preciosa Giralda, la majestuosa Torre del Oro, la impresionante Plaza de España y, cómo no, un paseo en barco por el maravilloso río Guadalquivir…”

La locución, con ese tono falsamente eufórico de las agencias de viajes, invade la cocina como una bofetada. Una cocina que no huele a pan recién hecho ni a café de cápsula, con una vajilla desparejada, tazas que fueron de otra casa, y un tarro de azúcar que en realidad guarda sal. Una que no tiene azulejos, ni suelo, pero sí una mesa coja que se intenta disimular con una revista doblada bajo la pata. Aquella en la que Rocío tantas veces lloró en silencio mientras cocinaba y que le gustaba mantener muy limpia.

En El Vacie, a menos de diez minutos del casco histórico, comienza otra ciudad, invisible para los turistas, y casi también para el Ayuntamiento. 

Según el Censo de Población y Viviendas de 2021, la población residente en España a 1 de enero de ese año era de 47.400.798 habitantes. La realidad habitacional del país muestra que la gran mayoría de la población reside en viviendas familiares convencionales (18.536.616 viviendas y 47.059.773 residentes). Sin embargo, existe una parte significativamente más vulnerable que habita en ‘alojamientos’, una categoría que engloba construcciones precarias como chabolas y caravanas. Este tipo de hábitat, en el que se enmarca El Vacie, aunque minoritario a nivel estatal (2.607 hogares y 7.199 residentes), representa una forma extrema de exclusión residencial y social.

Rocío se acerca al aparato y, sin mucha paciencia, lo apaga.

—“Ohh, la maravillosa Sevilla…” —murmura con sorna, arrastrando las palabras—. ¿De qué Sevilla habla ese payaso? —piensa—.

Tras ella, en la nevera, se aprecia un imán que dice: “Sevilla tiene un color especial”. Rocío vive en Sevilla pero, por mucho que lo intenta, no logra ver lo especial de su color en ningún lado. Ella no habita en la de los folletos ni en la de los cruceros fluviales. Tampoco en la de las azoteas con vistas a la catedral ni en la de las portadas iluminadas en feria o las bullas elegantes de la Madrugá. Rocío vive en la Sevilla que no se vende. La que no se enseña. La que se esconde.

Allí, en El Vacie, a menos de diez minutos del casco histórico, comienza otra ciudad, invisible para los turistas, y casi también para el Ayuntamiento. Mientras se invierte en city branding, en marketing urbano, en “modernizar la imagen de Sevilla” para el visitante, el asentamiento chabolista más antiguo de Europa permanece quieto y sin nombre en los mapas. Como una mancha incómoda que nadie quiere borrar, pero tampoco mostrar.

Está, pero no está. Existe en la fisura de una ciudad que se mira al espejo sin atreverse a girar el rostro, una ciudad donde no todos caben. O peor: donde muchos caben, pero no cuentan. Hay ciudades dentro de las ciudades, y mientras unas son vitrinas, otras son trastiendas.

Giralda
La Giralda de Sevilla Carola Sánchez Parra

El Banco Mundial afirma que más del 56 % de la población mundial vive ya en entornos urbanos. Eso son más de 4.400 millones de personas concentradas en un invento que prometía convivencia, oportunidades, democracia, pero que a veces no es más que un decorado: brillante por fuera, hueco por dentro. Y ahí está Rocío, en la Sevilla de los márgenes. En esa ciudad que no sale en las postales, pero que existe bajo los escombros de la que se vende. Y es que, a la par que afloran los discursos institucionales, aquellos que hablan de inclusión, cohesión y sostenibilidad, ella recoge los restos de un sistema que la excluyó desde que nació.

Ya en 2012, en Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana, el académico británico-estadounidense David Harvey advertía que “la ciudad tradicional ha muerto, asesinada por el desarrollo capitalista desenfrenado”. Así, con la globalización, los centros urbanos se han convertido en lugares estratégicos del capitalismo mundial. Sevilla aspira a ser uno de ellos: moderna, conectada, competitiva.

En 2012, David Harvey advertía que “la ciudad tradicional ha muerto, asesinada por el desarrollo capitalista desenfrenado”.

Pero, ¿Quién decide qué significa ciudad? ¿Y quién queda fuera cuando esa definición se convierte en consigna de marketing? La ciudad, tal como la diseñaron en la Roma imperial y en la Grecia clásica, era el lugar donde se ejercía la ciudadanía. Donde se debatía, se votaba, se decidía. Pero no todos decidían. No todos debatían. En esas primeras ciudades que hoy evocamos como cuna de la democracia, el voto era privilegio de unos pocos, y la libertad individual más una aspiración que un derecho. Quizá por eso, siglos después, la ciudad siga repitiendo este patrón excluyente.

En El Vacie no se debate. Allí no hay ágoras ni senados, ni plazas en las que hablar sea sinónimo de existir. Los derechos, como la ciudad, también se venden y se compran. Y a veces incluso se niegan, aunque estén escritos en las constituciones y en los planes de inclusión. Así, en El Vacie, no se disfruta el derecho a la ciudad: se sobrevive a su ausencia. Sus habitantes no forman parte de ella, no pertenecen y, por tanto, no pueden cambiarla.

En este escenario de exclusión urbana, El Vacie no es una excepción, sino uno de los casos más extremos de una geografía desigual que atraviesa la ciudad de Sevilla. Existen otros territorios marcados por la vulnerabilidad social, el aislamiento físico y la desatención institucional. Son barrios donde el derecho a la ciudad tampoco se ejerce plenamente, y donde la marginación ha sido construida, muchas veces, desde la propia planificación urbana.

Zonas de mayor vulnerabilidad social en Sevilla

Hay una Sevilla que va más allá de la imagen romantizada y convertida en postal de barrios como Triana, Los Remedios o Santa Cruz. Una calles donde viven la mayor parte de los sevillanos y que encabezan no los rankings de espacios a visitar sino los de los informe de desigualdad.

Zona norte
Con un trazado parcelario, esta zona experimentó una intensa urbanización en la década de 1970, impulsada por un programa de vivienda que facilitó el asentamiento de familias obreras. Surgieron entonces barriadas de pisos altos, principalmente de protección oficial. En los años 2000, se produjo un importante proceso migratorio, convirtiéndose en la zona con mayor índice de población extranjera de la ciudad.

Polígono Sur
Su desarrollo comienza en los años 60, con el traslado de las “Casitas Bajas” de San Pablo. Durante los años 70 y 80 se construyen varias barriadas, configurando un conjunto periférico marcado por barreras físicas. Aunque su urbanismo era avanzado para la época, la falta de políticas públicas y el realojo de población vulnerable favorecieron el surgimiento de graves problemáticas sociales.

Tres Barrios-Amate
Formado por La Candelaria, Los Pájaros y Madre de Dios, se construye entre 1956 y 1975 para realojar a familias provenientes de zonas inundadas, del medio rural o de infraviviendas. Amate, en particular, surge sobre asentamientos autoconstruidos durante la Exposición Iberoamericana de 1929, demolidos en 1936. Actualmente, se estima que más del 80 % de las viviendas de la zona tienen entre 30 y 60 m².

Torreblanca
Este barrio tiene su origen a finales del siglo XIX como un asentamiento informal de chozas, que evolucionó hacia la autoconstrucción sin planificación urbana. Esta situación provocó grandes carencias en infraestructuras y servicios. La urbanización comenzó en los años 60 con la creación de Torreblanca La Nueva, pero las nuevas viviendas presentaban altos niveles de hacinamiento. La zona sigue caracterizándose por su aislamiento geográfico y una elevada concentración de problemáticas sociales.

El Vacie
Considerado el asentamiento chabolista más antiguo de Europa, El Vacie se originó en los años 30 del siglo pasado. Ubicado en la Zona Norte, permanece oculto tras la rotonda del Tanatorio de la SE-30 y el cementerio de San Fernando. Con motivo de la Expo 92, se procedió a reubicar a parte de sus habitantes en viviendas prefabricadas que, aunque se plantearon como una solución provisional, nunca se reformaron. Esta estrategia de ocultamiento no responde al azar: forma parte de una lógica neoliberal que prioriza la valorización del suelo por encima del bienestar de sus habitantes. La permanencia del asentamiento puede explicarse por el escaso valor residencial del terreno que ocupa.

Un barrio sin calles

A veces cuesta imaginar que, tan cerca del centro, exista un lugar que parezca tan lejano. Un barrio sin calles, sin aceras, sin tiendas ni esquinas donde doblar. Un lugar donde las casas se construyen con las sobras de otros, y donde el aislamiento no es solo físico, sino simbólico.

Rocío vivía en una ciudad, sí. Pero en una de esas ciudades invisibles, desgajadas del cuerpo principal, como apéndices mal conectados a un sistema que late sólo para unos pocos. Ante esto, parece que urge la necesidad de hacer desaparecer aquello que incomoda, que mancha la postal, que recuerda las heridas sin cerrar… No era la primera vez que Sevilla se enfrentaba al reto de desmontar un asentamiento chabolista. Hubo otros antes que quedaron vacíos, o simplemente cambiaron de forma.

San Diego, por ejemplo, se recuerda como un caso casi modélico, donde el realojo llevado a cabo entre 1997 y 1998, fue paulatino, cercano y acompañado. Mientras, el asentamiento de Los Perdigones, erradicado en 2001, dejó tras de sí familias dispersas, desarraigadas, plantadas en bloques verticales donde el chabolismo cambió de dirección, pero no de esencia. Y luego estaban los Bermejales, desmantelados en el 2004, sin tacto ni mirada social.

En El Vacie, la ciudad no llega con servicios, ni con planes, ni con justicia. Solo con silencio y promesas en papel mojado. Y cuando eso ocurre, cuando las políticas públicas se quedan cortas y la administración no llega a tiempo —o no llega—, es la empatía la que empieza a sostener lo que queda. La supervivencia se abre paso gracias a manos que no son del Estado, sino del tercer sector: asociaciones, fundaciones, vecinas implicadas que conocen los nombres y las necesidades individuales. Fueron muchas de estas entidades las que impulsaron comedores, guarderías, rutas escolares y proyectos de acompañamiento para los más pequeños. Porque si la ciudad no acoge, alguien tiene que tejer un abrigo, aunque sea con hilos prestados.

Durante 2015, los Servicios Especializados de la ciudad atendieron a un total de 125 familias del asentamiento, representando un 95% del total de familias residentes ese año. Las áreas de actuación ponen de manifiesto que los principales focos de intervención fueron, el ámbito familiar (58,4%), el área de menores (20,3%) y el área de minorías étnicas (18,8%).

Una cartografía del abandono y la segregación

Segregar, es separar, apartar, marginar. Eso es, exactamente, lo que El Vacie representa: una cartografía del abandono. Un lugar donde se hacen visibles las consecuencias de una urbanización excluyente, en la que el acceso a servicios públicos, vivienda digna y oportunidades laborales es sistemáticamente limitado para sus residentes. A pesar de su longeva existencia, la comunidad que lo habita continúa, a día de hoy, enfrentando serios obstáculos para su integración plena. En el estigma encontramos gran parte de la respuesta.

Rocío ha vivido toda su vida allí. Al margen. Aislada por la historia, por el estigma, por la burocracia. Desde pequeña aprendió que no todos los barrios tienen el mismo valor, que no todos los niños caminan al colegio por aceras limpias, que no todos los autobuses llegan a todas partes, y que hay zonas donde las calles sí tienen nombre y en las que no tienes que intuir el camino a través del barro.

La pobreza se enquista, se transmite y se reproduce en lo que Rubén Kaztman llamaba “hogares con privación material y aspiraciones frustradas”, y con ella, crecen las grietas. Pero esto no es solo un fenómeno local. Es un patrón global. Mientras la población urbana crece sin pausa, la ciudad se convierte en un tablero donde se juega —y se reparte— el derecho a vivir, y donde no todos tienen las mismas fichas.

La segregación no siempre se grita. A veces se susurra. No siempre tiene forma de valla o de rejas. A veces es más sutil, más traicionera. A veces está en las miradas que se detienen demasiado, en el silencio administrativo y en los laberintos burocráticos; como una lluvia fina, pero constante, que lo empapa todo sin hacer ruido.

Esa sutileza es precisamente la que denuncia el geógrafo Francisco José Torres, quien revela cómo la lógica del city marketing ha primado la imagen sobre la equidad urbana, consolidando una “ciudad escaparate” que esconde sus fracturas sociales bajo una estética cuidadosamente diseñada. Desde su perspectiva, esta desigualdad no siempre se manifiesta con la brutalidad de los grandes contrastes urbanos de, por ejemplo, América Latina — muy visibles en “Río de Janeiro con sus favelas, o en Buenos Aires, con sus villas miseria”—, pero no por ello es menos grave.

Brasil
Rascacielos y zona turística en Río de Janeiro (izquierda) y vistas de una favela en Río (derecha) Carola Sánchez Parra

“A veces la desigualdad urbana es más sutil”, afirma Torres, y esa sutileza, esa invisibilización planificada, también es una forma de violencia. Más aún en el contexto europeo y, especialmente, en el ámbito ibérico-mediterráneo, donde —como advierte— “no podemos tender hacia esa polarización, porque eso va en contra del concepto original de ciudad como cívitas” donde “la ciudad es una comunidad”.

“A veces la desigualdad urbana es más sutil”, afirma Francisco José Torres, “esa invisibilización planificada, también es una forma de violencia”. 

La pobreza se muda, pero no desaparece. Los que molestan, los que desentonan, los que no caben en la imagen perfecta que se proyecta al mundo, son empujados hacia fuera. Rocío no tenía dudas de que su lugar estaba en los márgenes. No porque quisiera, sino porque no le quedaba de otra.

Rocío sabe que su casa no es una casa normal: es una marca. Cuando subía al autobús notaba cómo lo suyo no era solo una dirección. Era un estigma. Un filtro. Una cicatriz en el DNI. A veces se preguntaba si de verdad vivía en Sevilla y, si alguna vez se atrevía a cruzar al otro lado, sentía que estaba invadiendo un decorado en el que no hablaban su idioma, aunque las palabras fueran las mismas. La ciudad, pensaba, no estaba hecha para todos. Estaba hecha por unos y para unos. Los demás, si acaso, podían mirarla desde fuera y, si alguna vez se atrevían a entrar, no lo tenían fácil.

Arquitectura hostil

Bancos sobre los que no poder descansar, poyetes con pinchos metálicos, jardines con rejas, rincones donde nunca llega la luz, zumbidos insoportables bajo los soportales… La ciudad había aprendido a defenderse siendo hostil, pero, ¿de quién exactamente?

Resulta contradictorio pensar que la ciudad se defiende de los suyos. Que es diseñada para protegerse de quienes la habitan, como si hubiese dos clases de ciudadanos: los que merecen pertenecer y los que, por su mera presencia, incomodan. Aquellos que no forman parte de la colectividad, del nosotros. A los que consideramos los otros, cuando quizá tengan bastante más que ver con nosotros de lo que pensamos.

Rocío como persona chabolista, sí, pero también Pepe, ese hombre sin hogar que duerme junto al portal, al que ves cada día pero cuyo nombre desconoces, porque nunca te has atrevido a preguntar. Aquel al que nadie se acerca y al que no miran a los ojos desde hace años. O Loli, que limpia casas por horas y regresa cada noche a una habitación interior sin ventana, demasiado cara para lo que es, pero demasiado barata como para soñar con otra cosa. O Ahmed, que reparte comida en bicicleta, sin papeles ni contrato. O Manuel, que empuja un carro de chatarra mientras esquiva las miradas de la gente. Todos ellos comparten algo más que la precariedad: la certeza muda de ser tratados como intrusos.

Aunque Rocío no entendía de urbanismo, sí sabía que, en el centro, todo estaba hecho para quiénes venían de paso: para mirar, para comprar y para marcharse, mientras que en los márgenes, todo estaba hecho para quedarse. Pero sin molestar.

¿Podía Rocío acaso entrar en un museo sin ser observada? ¿Sentarse en una terraza de las Setas sin ser juzgada? ¿Pedir trabajo sin que su dirección provocase cejas levantadas? La protagonista de esta historia había aprendido desde niña que su mera existencia era una mancha que la “delataba”, que hablaba por ella antes de que pudiera decir una sola palabra y que, cuando por fin hablaba, muchas veces ya no importaba lo que decía. El juicio ya estaba hecho.

Era gitana. Era mujer. Era pobre. Esas tres palabras se traducían en puertas cerradas, en miradas críticas, en un “no” antes de que hubiese siquiera una pregunta…

Cuando se te pega a la piel, el estigma se convierte en sombra. Rocío y sus vecinas eran un cuerpo incómodo, porque venían de El Vacie. Porque el apellido de su barrio pesaba más que sus nombres. Nadie les decía abiertamente que no eran bienvenidas, pero lo sentían.

A veces, Rocío imaginaba cómo sería vivir del otro lado. No en un barrio rico, solo en uno donde hubiese aceras rectas, papeleras que se vacían, parques con columpios y autobuses que llegan a su hora. Uno donde vivir no sea una anomalía, sino un derecho.

La dignidad puede comenzar por algo tan sencillo como que te miren sin miedo ni condescendencia, porque digan tu nombre y reconozcan tu existencia. Al menos así sucedió para Rocío.

Teatro y cambio social

Silvia Garzón, una profesora que llegó al asentamiento en 2009 con un proyecto de teatro, no venía a dar discursos ni a prometer futuros; venía a escuchar y a dejarse tocar por la realidad, sin prejuicios ni paternalismos. Ella no se acercó con la típica sonrisa que da quien cree estar salvando a otro, sino con los ojos limpios. Aquella fue la primera vez que Rocío se sintió vista, pero vista de verdad. Por fin alguien “de fuera” cruzaba la frontera invisible sin miedo a ensuciarse los zapatos.

Poco después vino Pepa Gamboa, directora de escena, que vio en Rocío y otras mujeres del asentamiento no a víctimas, sino a potenciales artistas. Aunque para muchos era una locura, Pepa se lanzó de lleno al proyecto porque, como confiesa con los ojos vidriosos, “cuando hay vida hay teatro”. Tras ver como trabajaban, escogió a siete de ellas para interpretar la popular obra de Federico García Lorca, La casa de Bernarda Alba.

Rocío Montero, quien apenas había salido de El Vacie, pasó de la noche a la mañana, a encarnar a Bernarda, una mujer autoritaria y condenada por sus normas, muy distinta a ella y, sin embargo, con algo profundamente compartido: la rabia, el encierro. Junto a ella, completan el elenco Lole del Campo, Sonia Joana, Pilar Montero, Carina Ramírez, María Luz Navarro, ya fallecida, y Sandra Ramírez, quiénes, al igual que Rocío, también compartían con sus personajes el deseo de romper con el destino impuesto.

Las actrices TNT retratos
De izquierda a dererecha: Lole, Sandra, Carina y Sonia, mujeres gitanas. Carola Sánchez Parra

Tras solicitar dinero a Asuntos Sociales para la realización del proyecto, el TNT comienza con un primer taller que desemboca en un grupo sin experiencia actoral, pero de calidad extraordinaria. En palabras de la propia directora, con “47 días de ensayo, y un trabajo teatral completamente profesional”, Pepa dirige la obra de teatro que cambiaría por completo la vida de Rocío y sus seis compañeras.

Aunque, como explica Gamboa, se trata de una ‘‘dramaturgia a pie de obra’’, al considerar la representación literal de la obra tarea “imposible” por, entre otras cuestiones, el analfabetismo de sus intérpretes, atribuye su éxito a la naturalidad de la misma, donde las actrices hablan con “su propia poesía” y sin “imposturas de ningún tipo”.

El éxito de La casa de Bernarda Alba fue arrollador. No solo llenaron teatros, sino también páginas de periódicos, programas de televisión y conversaciones culturales de todo el país. Con la gira, estas siete mujeres vivieron por primera vez experiencias que muchas personas dan por sentadas: montarse en un avión, subir en un ascensor, dormir en una habitación de hotel.

“Para ellas todo era nuevo”, rememora Gamboa. Más allá de la novedad, cada paso era una conquista, una pequeña victoria frente a todo lo que les dijeron que no podrían ser. Pese al innegable triunfo, no todo era celebración. Como recuerda Lole, las giras también dolían:“Nos íbamos tristes porque dejábamos aquí a nuestros niños. Cuando llovía, que nosotras estábamos en los hoteles, llorábamos y pensábamos en ellos. Que si les iba a entrar agua, que si se iban a mojar, que se iban a ir al colegio llenos de barro…”.

“Nos íbamos tristes de gira porque dejábamos aquí a nuestros niños. Cuando llovía y nosotras estábamos en los hoteles, llorábamos y pensábamos en ellos, que se iban a mojar", recuerda Lole

El escenario les regalaba un espejo donde, por fin, se veían bellas, fuertes y capaces pero, fuera de los focos, seguía latente la otra vida, aquella que no les dejaba olvidarse de dónde venían pero que les daba fuerzas para seguir adelante.

Ricardo Iniesta, director de la escuela de teatro TNT, les abrió las puertas sin pedir credenciales. Nadie les pidió un currículum, sólo presencia, verdad. Así fue como este grupo de mujeres conquistó algunos de los teatros más prestigiosos del país. El Teatro Español, el Teatre Lliure, el Arriaga de Bilbao… La repercusión fue tal, que incluso las administraciones empezaron a mover ficha. Se hablaba al fin de ayudas, de fondos europeos, de dignidad.

En octubre de 2016, la Unión Europea concedía a Sevilla los 15 millones solicitados a través del programa de la Estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado (EDUSI), un impulso económico para el proyecto de reforma en la zona Norte de la ciudad. Con el respaldo del mencionado programa europeo y la cofinanciación del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), se inicia una nueva etapa en las políticas de realojo en El Vacie.

Bernarda Alba.6 

Tras más de cinco años sin actuar, y con motivo del 600 aniversario de la llegada del pueblo gitano a España, la compañía TNT ha decidido recuperar la esencia de su emblemática obra con una nueva versión, Bernarda Alba.6. Dirigida nuevamente por Gamboa, la propuesta mantiene a seis de las siete mujeres gitanas que formaron parte del montaje original y fue representada en la Fábrica de Artillería de Sevilla en abril de este año. Rocío vuelve a encarnar a Bernarda, acompañada por sus hijas, Carina y Sandra, en los papeles de Amelia y Angustias, y de su nieta Tamara, que debuta en el personaje de Adela.

Con respecto a la repercusión en el asentamiento, y a diferencia de los intentos anteriores, las nuevas políticas apostaron por el diálogo con las familias, entendiéndose por fin que la integración no se decreta, se acompaña. Así, en este nuevo escenario, las actrices de La casa de Bernarda Alba lograron salir del asentamiento.

Sonia, quien en la nueva versión interpreta a la ‘abuela loca’ y en el montaje original hace de Adela, fue realojada en un piso en el Polígono Norte. Lole, Martirio sobre el escenario, vive ahora en Palmete. Carina, Amelia en la obra, reside en la Barriada Villegas. Rocío Montero Maya, el rostro de este reportaje y la Bernarda de Pepa en esta rompedora adaptación del clásico, vive ahora en Su Eminencia.

Paralelamente, se produce un cambio en su percepción social. Si bien el estigma sigue latente, tras la obra ostentan claramente una posición de poder sobre el resto de sus vecinos. Ahora las saludan si las ven en el supermercado, y ‘‘no se agarran’’ el bolso al pasar por su lado. “Cuando me dicen: ‘¿Cómo son las gitanas?’, digo: ‘Pues mira, una se llama Pilar y es de una forma, otra se llama Sandra y es de otra forma…’. Es que parece que las gitanas de El Vacie son todas de una manera, que son todos iguales, y no”, explica Pepa, directora de la obra.      

Aunque en el escenario actúen como un grupo, sus historias no pueden ser explicadas con una sola voz. Pepa recuerda algo esencial, pero a menudo olvidado: las personas son individuos antes que etiquetas. Darles nombre es un acto de dignidad y de justicia narrativa, pues solo cuando dejamos de mirar a los demás como una masa empezamos a verlos como personas.

Llamarlas por su nombre propio no es solo una afirmación anecdótica, sino una llamada a desmontar la idea de que todas las personas pertenecientes a un colectivo se comportan, piensan o sienten igual. Esta visión, sumamente reduccionista, es especialmente importante cuando se habla de grupos históricamente estigmatizados, como la comunidad gitana, que ha sido reducida con frecuencia a clichés.

Al negarles su individualidad, se les niega también su humanidad, su capacidad de elección, su complejidad emocional, sus contradicciones… “Ellos me prometieron que nosotras íbamos a salir de El Vacie. Tardó unos años, pero acabamos saliendo poco a poco”, recuerda Rocío, protagonista de la obra y exchabolista del asentamiento.

La promesa avanza despacio, pero avanza. Cada vez son menos los que resisten en aquellas condiciones. Y ella, la mujer que nunca escuchó su nombre más allá del umbral de su chabola, ahora lo ve escrito con todas sus letras: Rocío Montero Maya. Con apellidos, con historia, con voz. El público la ovaciona. La crítica la celebra.

Actrices TNT
Las actrices de la obra, junto a Pepa Gamboa (en el centro) dentro de la sala de ensayos de la TNT Carola Sánchez Parra

Su nombre flota en el aire y, con el oscuro final y el cierre de telón, el aplauso estalla, ensordecedor y luminoso, como si el mundo por fin la reconociera. No está acostumbrada a los aplausos. ¿Le incomodan o le gustan? La sala está repleta y el aplauso no cesa. Parece eterno, pero sabe que no lo es y, quizá por eso, saborea cada segundo del mismo. Tras varios minutos de euforia, con todo un público en pie ante ella, la multitud se relaja y comienza a abandonar el teatro. ¿Abandonarán también la evidencia de que existe otra realidad ajena a ellos? ¿Quedará todo lo vivido en el interior de aquella sala en un vago recuerdo? Rocío desea con todas sus fuerzas que no porque, para ella, aquella realidad no se apaga con las luces. “Yo invité a Laura García Lorca al estreno” —cuenta Pepa Gamboa—. “Le dije: ‘Laura, Lorca está recortado por todos lados’. Y ella, llorando, me dijo: ‘Es la mejor Bernarda que he visto en mi vida. Esto a Lorca le habría vuelto loco’”, recuerda la directora.

Rocío no sabía quién era Bernarda Alba. Tampoco conocía a Lorca. Pero sabía, desde siempre, lo que era ser una mujer fuerte frente a la vida. Cuando le dijeron que el papel era suyo, no lo creyó. Y, sin embargo, lo hizo. No solo interpretó a Bernarda. La habitó. La reinventó. La obra del poeta granadino dejó de ser un clásico del canon literario para convertirse en algo vivo. Recuerda haber pensado que Lorca no estaba muerto. ¿Cómo iba a estarlo?Ese hombre tan bueno que tanto había hecho por ellas. No era ignorancia. Era gratitud. Un acto de amor a un autor que, sin conocerlas, escribió para ellas. Para su silencio. Para su fuerza. Para su grito.

“Que nos miren como las personas que somos, como debe de ser. Que no nos vuelvan a mirar como antes”, pide Carina, exchabolista y actriz. Ella, junto al resto de protagonistas de esta historia no solo representaron a Lorca; lo resucitaron. Lo hicieron suyo, como si les hubiese hablado a ellas desde el principio.

“Que nos miren como las personas que somos, como debe de ser. Que no nos vuelvan a mirar como antes”, pide Carina, una de las actrices.

La casa de Bernarda Alba no fue solo una obra. Fue un puente. Entre el Vacie y el escenario, entre las chabolas y una vivienda digna, entre la invisibilidad y el derecho a ser vistas, entre la vida que les impusieron y la que empezaron, por fin, a vivir.

Realmente, aquella mañana Rocío no miró por su ‘ventana rota’. No podía estar rota, porque su chabola ni siquiera tenía una. Hoy, en cambio, su casa sí las tiene. Y puerta. Y cerradura. Y una llave con la que entra, cada mañana, a un espacio al que puede llamar hogar. Ya no hay goteras, ni charcos que nunca se secan, ni suelos de barro pegajoso. Tampoco cucarachas, ni ratas que se cuelan en la noche. El telón se cierra y, por primera vez, el cielo se abre. Hoy Rocío se atreve a soñar y, cuando se asoma por la ventana, ve un cielo distinto. Uno que no castiga ni condena. Un cielo que ya no es testigo mudo de la intemperie. Ahora no le tiene miedo a la noche, porque la luna ya no la asesina. Es el mismo cielo de entonces, sí. Pero ahora, por fin, también es suyo.

Turismo
Vecinas de Sevilla y Granada siguen exigiendo medidas contra la turistificación
La plataforma granadina Albayzín Habitable y la sevillana La Revuelta exigen y proponen medidas reales contra la turistificación
Pobreza
Andalucía: un 38% más de riesgo de pobreza y 5.681 millones de fondos europeos
El informe de EAPN sitúa a Andalucía a la cabeza de la pobreza en el Estado. Esta semana, el Gobierno ha informado de que Andalucía ha recibido 5.681 millones de los fondos europeos Next Generation. Juanma Moreno ha reconocido que plantea reprogramar el dinero para su plan 'SOS contra la sequía', que incluye la privatización del agua.
Pobreza
Carta de una madre: “Las personas en riesgo de exclusión social no somos ciudadanas de segunda”

Escribo desde la individualidad de mi caso y el de mi hija, pero también desde un grito colectivo que ha de empezar a emerger porque, como yo, estoy segura que muchas mujeres están atravesando esta situación y necesitan soluciones. 


Derecho a la ciudad
¿Conquistar el derecho a la ciudad sin conflicto?

Desde la FdlC lanzamos una serie de artículos para preguntarnos colectivamente por las líneas que definen el presente. Pensar desde los movimientos, sin cortapisas, desde dentro de los procesos es para nosotrxs, la base imprescindible de toda política.

Durante este mes de marzo ponemos el foco en el derecho a la ciudad. ¿Qué puede hoy un centro social? ¿Qué significa la ocupación, cuando el derecho a la vivienda sigue sin estar garantizado? ¿De qué hablamos cuando hablamos de derecho a la ciudad?


Promociones
Teatro contra el antigitanismo machista
Ya hemos realizado el sorteo. Gracias por participar
Pista de aterrizaje
Silvia Agüero: “El antigitanismo es otro macho al que derribar”
Silvia Agüero es promotora de la campaña internacional contra la violencia etno-obstétrica La revolución de las rosas romaní.
Cargando valoraciones...
Comentar
Informar de un error
Es necesario tener cuenta y acceder a ella para poder hacer envíos. Regístrate. Entra na túa conta.

Relacionadas

Cargando...
Cargando...
Comentarios

Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.

Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!

Cargando comentarios...