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“Esta última escena es un homenaje a todas las mujeres que fueron apresadas por llevar un clavel rojo en el pelo, no llevar medias o ser familiar de un republicano”. Mientras un Teatro del Barrio abarrotado se deshace entre aplausos, las tres actrices de Presas de papel finalizan la obra con estas palabras. Palabras que encierran dolor e injusticia. Injusticia por lo que sufrieron e injusticia por lo que hoy siguen sufriendo las represaliadas de la dictadura, sumidas en un silencio oscuro, sepultadas por el anquilosado olvido que se impuso en este país con una historia contada por los vencedores. Y por los hombres.
Contra ese olvido pretende luchar esta obra. Olalla Sánchez (idea original y texto), Paloma García Consuegra y Nuri Draka ponen voz a las presas del franquismo. Incontables testimonios de incontables mujeres —solo en 1940 había 14.000 reclusas en el penal de Las Ventas— que atraviesan violaciones, torturas y penas de muerte. En cuatro actos se desgranan sus historias a través del teatro documental y del teatro gestual.
Minimalismo y canciones populares se van entrelazando en una atmósfera agónica que a ratos se torna irónica. Folclore como herramienta de resistencia y humor como vía de escape. Monjas que supervisan los penales y obligan a rezos, roban comida recibida durante las visitas y aplican castigos sin piedad. Confesiones a media luz entre reclusas, historias sobre su traslado hacia los penales, en asfixiantes vagones cubiertos de heces y con media cantimplora por cabeza. Mujeres al otro lado de las rejas, que van a visitar a sus parejas y que batallan por hacerse oír. Mujeres que sufren, mujeres que luchan, mujeres que ríen y mujeres que cantan. Mujeres de las que pocas veces se ha hablado y con las que el teatro está en deuda, según admiten desde la propia compañía.
Con un columpio, una caja de embalaje y un somier de tablas como único atrezo transcurre esta pieza que se apoya en cartas, expedientes y documentos de las propias reclusas. La narración aminora la velocidad para detenerse en la historia de algunas de ellas. Hablan de la activista Matilde Landa, quien puso en marcha la Oficina de Penadas en la cárcel de Ventas y acabó sus días recluida en Can Sales (Palma de Mallorca); de Juana Doña, sindicalista que pasó más de 18 años en prisión o de Justa Freire, la reconocida maestra republicana que creó un Orfeón en la cárcel de Ventas con la participación de cientos de reclusas.
“Es un homenaje a las mujeres que resistieron y lucharon desde dentro y desde fuera de las cárceles durante la represión franquista, entre el 39 y el 45”, explica Olalla Sánchez, que presenta esta creación con su compañía Olí- Olé Teatro y Creación, como un resultado tras años investigando, gracias a los testimonios recopilados por Tomasa Cuevas, activista comunista antifranquista o la web Cárcel de Ventas, creada por el historiador Fernando Hernández.
Sánchez explica a El Salto la génesis del proyecto que pasó del plano teórico al experimental antes de ser estrenada sobre las tablas. “Yo llevo años trabajando la perspectiva feminista desde el teatro social, teatro de las oprimidas. En una de las clases de trabajo cayeron en mis manos libros de maestras republicanas como Justa Freire. A partir de ahí, viendo la barbaridad que sufrieron estas mujeres empecé a investigar”. Tras la fase documental llevó sus primeras creaciones a terreno gracias al destacamento penal franquista situado en Bustarviejo (Madrid), su pueblo. “En 2011 se volvió a abrir el penal. Es una cárcel franquista que fue de hombres pero yo quise probar algunas piezas teatrales allí, un escenario de la arqueología represiva de España, cuando, como decía Marcos Ana, España era un inmenso penal. Probamos en febrero de 2017 con un primer texto y el impacto fue impresionante”, asegura. Tras estas piezas, que se convirtieron en visitas teatralizadas al penal, decidieron cerrar un montaje y presentarlo en el Centro Comarcal de Humanidades de La Cabrera. Corría ya 2018.
Y de ahí aterriza durante los domingos de este mes de febrero en Teatro del Barrio, en el corazón de Lavapiés. Con dos funciones a rebosar y la siguiente ya agotada, si se quiere disfrutar de la obra hay que darse prisa. “La acogida es muy positiva. Solemos recibir tres minutos de aplausos y estoy muy contenta. Pero necesitamos que aparezca apoyo a la producción para que esto siga creciendo. Las compañías pequeñas que no tenemos reconocimiento, ni apoyos, ni estructuras de la Comunidad de Madrid nos lo tenemos que guisar y comer todo. Necesitamos iniciativas de apoyo a la creación. Hay que soportar gastos y sin subvenciones es imposible”, sentencia esta dramaturga que tiene claro que debe saldar una deuda con la historia de las mujeres que lucharon durante el franquismo “y hay interés entre el público”.