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Trabajo sexual
Ninguna “revolución puta”: sobre el extractivismo de nuestra lucha
En el año 2007 se publica el libro Ninguna mujer nace para puta que lleva la firma de María Galindo y Sonia Sánchez. Fue durante años manual del feminismo abolicionista incluso llegando a tomarse como referencia en sentencias judiciales donde se criminalizó a mujeres trabajadoras sexuales descreyendo de sus trayectorias de vidas y de sus voces.
El libro resultó ser, en Argentina, una guía para desacreditar la lucha sindical que llevó adelante AMMAR, por ese entonces conocida como la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina. Se expuso en esas páginas debates internos, fracturas de la organización, descalificaciones a las dirigentes de aquellos tiempos, y hasta se puede leer un total borramiento de la lucha internacional de las Putas al sostener que el término “trabajadoras sexuales ” fue creado por el Banco Mundial en los años 90 desconociendo la lucha de Carol Leigh,la primer prostituta que apeló a ese término en los años 70 justamente para intentar dialogar con los feminismos desmarcándose del estigma.
En su presentación en Buenos Aires, las autoras Galindo y Sánchez, realizaron aquel escrache en la plaza del prostituyente, a la que simbólicamente renombraron (antes Plaza Miserere). “Para nosotras este gesto simbólico, es un gesto político para decir hoy en esta plaza Ninguna mujer nace para puta, pero también para decirlo mañana en La Paz, Oruro, Potosí, Rio de Janeiro, La Habana”, había dicho María Galindo durante aquella acción en la calle en la que reivindicaban su posición escorada hacia el abolicionismo.
Ninguna mujer nace para puta fue una frase que se volvió mantra en los encuentros nacionales de mujeres celebrados en nuestro país hace más de 30 años y que, por mucho tiempo, han excluido con violencia la posibilidad de escuchar las voces de las trabajadoras sexuales.
En todos estos años de lucha contra el estigma puta y la violencia institucional, las trabajadoras sexuales supimos articular y generar alianzas incluso con feministas que han sido abolicionistas del trabajo sexual y que han asumido públicamente su cambio de postura reconociendo que el abolicionismo argentino había virado a un punitivismo donde se criminalizó aún más a las trabajadoras sexuales. Muchas de ellas han generado espacios de escucha en las universidades convocando a las trabajadoras sexuales, han elaborado informes estadísticos dando cuenta cómo la lucha contra la trata había criminalizado aún más al trabajo sexual, e incluso hubo algunas compañeras que se han acercado a la organización con pedido de disculpas poniéndose a disposición de lo que necesite el sindicato.
Trabajo sexual
Georgina Orellano “La principal violencia que atravesamos las trabajadoras sexuales es la institucional”
Es lo menos que esperamos quienes soportamos la violencia ejercida hacia nosotras en espacios feministas, quienes hemos sido dañadas con mayor estigma e infantilización de nuestras voces, con mayor violencia institucional, con juicios donde las trabajadoras sexuales perdíamos la tenencia de nuestros hijos o donde fuimos presas por llevar adelante la organización del trabajo sexual en espacios cerrados y tener nuestro nombre en el contrato de alquiler.
¿Cómo se puede pasar la página de Ninguna mujer nace para puta a la Revolución de las putas? O a todas tenemos caras de putas, al que se refiere el nuevo documental de María Galindo, sin siquiera sentarse a dialogar con el colectivo de putas que fue dañado sin reconocer, al menos políticamente, lo que implica ese corrimiento del abolicionismo 15 años después de todo el daño producido hacia las trabajadoras sexuales de Argentina.
Cada vez que una feminista abandona la tibieza, la moral, los prejuicios y se acerca a dialogar con las trabajadoras sexuales somos nosotras las primeras que celebramos ese acto de zorroridad y escucha activa pero con María Galindo lamentablemente no es el caso. Al primer comentario que le realizamos en su promoción de su nuevo documental vuelve nuevamente a negarse a la escucha y a burlarse de nuestra lucha “me da gracia su bronca, chaucito” es lo que recibimos de su parte.
Le sigue dando gracia desde un feminismo bastardo, cómo lo que ella produjo significó para nosotras un mayor estigma social y una mayor violencia institucional. Ese libro fue tomado como referencia por operadores judiciales para criminalizar a las personas que ejercemos trabajo sexual, a las que nos negamos a ser silenciadas y tuteladas, las prostitutas, las que supuestamente no tenemos capacidad de agencia sobre nuestro propio cuerpo, las que nacimos para ser explotadas como empleadas de casas particulares pero no para putas, las que no tenemos derecho ni siquiera a sindicalizarnos.
La revolución de las putas la estamos haciendo hace años, algunas que parece quieren seguir contando con nuestro silencio se arroban una lucha que no les pertenece e intentan querer enseñarnos cómo debemos luchar. Todo eso que se le crítica al feminismo colonial aquí se reproduce sobre las putas, un sujeto político que habla, se organiza, y es un activo político, intentando frenar leyes punitivas, creando alianzas, incomodando espacios y generando acciones concretas para mejorar la calidad de vida de nuestro colectivo.
Y no, no todas tenemos caras de putas, lo que sucede ahora es que la palabra puta ha dejado de ser un estigma y en parte eso es logro de las propias putas que nos asumimos como tal y no nos dejamos vencer por la culpa y la vergüenza desplegada por el abolicionismo.
No todo vale lo mismo, menos cuando hay quienes nos siguen explotando desde el arte, exprimiendo nuestras vidas, reforzando estereotipos y hasta ridiculizando nuestra lucha sin siquiera reconocer el gran daño que han producido en nuestras vidas.