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Transexualidad
¿Me ves?
Cuando cada acto de tu vida diaria, por prosaico que sea, está marcado irremediablemente por el juicio sobre si eres o no eres, sobre si te ven o no te ven, la validación se convierte en una necesidad adictiva.
Y yo duermo sola. La herida frente al espejo se hace más profunda. Cualquier mañana, después de ducharte, a punto de salir a la calle o intentando arreglarte un poco para estar en casa. Recorres tu rostro buscando ese rasgo al que agarrarte como un clavo ardiendo, esa curva no demasiado reveladora, algo que puedas asimilar a la imagen que te has hecho de ti misma, algo que valide a la mujer que está frente a ti cuando nadie mira. Algo que te salude con afecto desde el otro lado del espejo y te permita continuar un día más.
Recorres tu rostro buscando ese rasgo al que agarrarte como un clavo ardiendo, esa curva no demasiado reveladora
Los mensajes que el mundo te lanza cuando empiezas a transicionar son dos: el primero es que dejas de ser un cuerpo deseable. Te conviertes en una especie de quimera indescifrable que no merece la pena molestarse en leer y que pertenece a la categoría de lo infrahumano. Desde niños pequeños hasta ancianos te recuerdan de vez en cuando por la calle esa naturaleza monstruosa. El segundo depende de si la genética te ha bendecido con un aspecto arcangélico y apenas necesitas brillo de labios para ser validada como mujer ante los ojos del mundo. Entonces te conviertes en un fetiche, un objeto de deseo al que no hace falta querer para disfrutarlo, algo que debe mantenerse escondido y que sirve exclusivamente como fuente de placer y piedra de los deseos.
Puedo imaginarme a Trace Lysette o a Van Barnes recibiendo la noticia de que ambas iban a trabajar para la serie Transparent, una producción ambiciosa, ficción mainstream que pretende acercar con más o menos acierto la realidad trans al gran público y que se preocupa por contar con mujeres trans en su equipo, como actrices y como asesoras. Al fin una oportunidad para ambas de ser validadas profesionalmente, al fin una veta de respeto, al fin mujeres con una presencia emancipada de la realidad opresiva o marginal.
Puedo imaginarme el día a día del rodaje, he participado en alguno y conozco bien cómo funcionan, las alianzas que se pueden crear, la necesidad de protección y guía cuando tu puesto no es imprescindible. El instinto de conservación cuando sabes que tener un empleo en esta o cualquier industria es algo que a las mujeres que son como tú les está prácticamente vedado. Defender el sueño. Querer vivirlo.
Puedo hacerme una idea bastante precisa de cómo va formándose dentro de cada una de ellas la sensación de estar en deuda
Puedo imaginarme a Jeffrey Tambor, el protagonista absoluto de la serie, con ese aspecto de señor blandito y tierno, acercándose a Trace o a Van, siendo cariñoso con ellas, ganándose su confianza, asegurándoles con su alargada sombra y pequeños gestos amables de validación el estatus dentro de la producción.
Puedo hacerme una idea bastante precisa de cómo va formándose dentro de cada una de ellas la sensación de estar en deuda, el convencimiento cada vez más claro de estar allí porque él lo permite y certifica su valía. De nuevo se esfuma la emancipación y aparece la dependencia con un movimiento sutil, imperceptible.
Decía Clara Timonel en un artículo magnífico sobre el movimiento #MeToo publicado en la revista Pikara Magazine que “la clave de las dinámicas denunciadas por las activistas de #MeToo y las mujeres compartiendo sus experiencias es el abuso, que aunque se esconda tras pretextos de sexualidad y deseo, siempre es de poder”.
Lo que las mujeres trans podemos aportar a esta puesta en común de la violencia recibida, lo que constituye la principal grieta en nuestras precarias defensas contra el abuso, es el concepto que ha ido apareciendo durante todo este texto con insistencia: la validación. No en abstracto. No en términos de profesionalidad. No como valía o legimitidad para ocupar un determinado puesto o desempeñar una determinada labor. No. Validación de género, validación como ser humano.
Eres una mujer real y deseable. Ahí es cuando quedamos expuestas. Ahí es cuando cedemos. Ahí se acaba toda autoafirmación. Ahí perdemos
Cuando tu identidad como mujer es puesta en duda constantemente desde cualquier frente. Cuando es objeto de discusiones científicas, sociológicas, estéticas o filosóficas. Cuando eres objeto de burla o deseo culpable. Cuando cada acto de tu vida diaria, por prosaico que sea, está marcado irremediablemente por el juicio sobre si eres o no eres, sobre si te ven o no te ven, la validación se convierte en una necesidad adictiva, en casi la única forma de no desvanecerte en el torbellino de la duda. El único asidero a la existencia.
Sin duda el aparentemente candoroso Jeffrey Tambor pertenece a esa clase de depredador silencioso y manipulador especialista en detectar la herida, en aprovecharse de una sólida reputación como hombre bueno —reputación vampirizada directamente a las mujeres trans, ocupando un lugar como actor que nunca debió pertenecerle— para superar defensas y situarse en una posición de dominación que alcanza lo íntimo. A la dinámica y uso del poder se le une esa mirada que dice: Te veo. Existes. Eres una mujer real y deseable. Ahí es cuando quedamos expuestas. Ahí es cuando cedemos. Ahí se acaba toda autoafirmación. Ahí perdemos.
El “quién querría tener sexo con ESO” suele ser el primer mecanismo de defensa de nuestros agresores y normalmente les funciona
El valor de Trace Lysette y Van Barnes no solo radica en haber hecho públicos los abusos de un hombre querido y respetado. Cuando una mujer trans denuncia un acto de violencia sexual contra ella cuenta con la posibilidad de la burla a través de la deshumanización. El “quién querría tener sexo con ESO” suele ser el primer mecanismo de defensa de nuestros agresores y normalmente les funciona.
La cuestión es que las mujeres trans habitamos una posición de desamparo total ante el abuso, y este puede convertirse fácilmente en un evento que nos explote en la cara, que nos robe al detectarlo la poca humanidad que se nos atribuye, que nosotras mismas acabemos por transformar en una malinterpretación porque “quién querría acostarse con ESO”. Porque no hay vía de escape o refugio en una sociedad que aún considera que somos “otra cosa” y este escenario es perfecto para que los agresores campen a sus anchas sin nada, no ya que les detenga, si no que les obstaculice ligeramente su desempeño.
Por una vez las voces transfemeninas han sido escuchadas y han resonado junto a todas las demás como una sola
Interpelar a los agresores, por acción u omisión, está demostrando ser inútil, no puedes pedir clemencia a tu opresor, no puedes llegar a un pacto de no agresión con un depredador que sale impune o afronta consecuencias levísimas haga lo que haga.
Lo que sí podemos hacer es señalar, evidenciar, descorrer el velo de la vergüenza y mostrarles como son. Y pedir, por favor, un espacio real en ese #MeToo. Probablemente sin la inercia provocada por esta reacción global y mediática de las mujeres contra la violencia, el señor Tambor seguiría acumulando capital artístico, premios y reputación.
De momento, se ha quedado sin serie y esto no hubiera sucedido sin la presión ejercida por todas las víctimas de abusos, por todas las mujeres que están diciendo basta y por las que están reuniendo fuerzas para decirlo. Por una vez las voces transfemeninas han sido escuchadas y han resonado junto a todas las demás como una sola. Porque si vosotras, hermanas, nos veis, estaréis ayudando a corregir una indefensión sobre la que hasta ahora nosotras no teníamos capacidad de intervención.
Yo te veo, hermana, yo te creo. Gracias por hacer lo mismo por mí.