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Actualidad africana
Turbulencias en el Sahel: entre los defectos de la democracia y la reivindicación de la soberanía
Cada vez más, la región del Sahel se acerca a lugares comunes como el del avispero o el de la olla a presión. Una, amenaza con hacer saltar por los aires la cotidianidad; el otro, recomienda no agitarlo porque provoca consecuencias imprevisibles. En el repaso de los últimos acontecimientos y de los próximos focos de atención, el Sahel se impone. Los escenarios se hacen inciertos en el futuro de una Burkina Faso en la que gobiernan los militares tras un golpe de Estado o en el de un Mali que está replanteando radicalmente (de raíz) sus relaciones con Francia, precisamente en un momento en el que se pretenden dibujar nuevas colaboraciones entre África y Europa.
Burkina Faso se suma a los países con gobiernos militares
Después de una intensa jornada de incertidumbre y de relativo desconcierto, el pasado 24 de enero se confirmó que una junta militar asumía el poder en Burkina Faso. El presidente Roch Marc Christian Kaboré era depuesto y sustituido por el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba, líder del Movimiento Patriótico para la Salvaguarda y la Restauración (MPSR). Los golpistas anunciaban que se disolvía el gobierno y la Asamblea Nacional, que se suspendía la Constitución (restaurada una semana después) y que se cerraban las fronteras terrestres y aéreas del país. Burkina Faso seguía los pasos de Mali y la República de Guinea, los dos países de la región en los que en el último año y medio un gobierno militar ha sustituido a uno civil después de un golpe de estado relativamente incruento.
El alzamiento comenzó el 23 de enero con la sublevación de algunos de los cuarteles más importantes del país, situados en la capital, Ouagadougou, y su entorno. En un primer momento, la escaramuza se planteó como un motín, los militares únicamente tomaron el control de las instalaciones y sus reivindicaciones hacían referencia a la organización de la armada y a los recursos que se les asignaban, pero no parecían tener la voluntad de tomar el poder.
El presidente Roch Kaboré, de hecho, solo se pronunciaba públicamente sobre el partido que la selección nacional estaba jugando en la Copa África de Naciones. Pero durante la madrugada se produjo un giro. A primera hora de la mañana del día 24 empezó a especularse con la detención de Kaboré y otros miembros de su gobierno y con el nombre del militar que había liderado el levantamiento. Por la noche, se confirmaron las sospechas en una comparecencia en la televisión pública ofrecida por los golpistas, en la que anunciaron la nueva situación política en el país.
A diferencia de lo que ocurrió durante el anterior intento de golpe de Estado en Mali, en 2015, la población no salió masivamente a las calles a defender las instituciones democráticas. Esta diferencia tiene que ver con un descontento social creciente en el país
La violencia de este levantamiento ha sido relativamente baja y apenas se registraron tiroteos en el primer momento, en torno a los cuarteles sublevados y en el momento de la detención de Roch Kaboré, lo que da una idea de la desafección que se vivía en el ejército. Por otro lado, a diferencia de lo que ocurrió durante el anterior intento de golpe de Estado en el país en 2015, la población no salió masivamente a las calles a defender las instituciones democráticas. En esta ocasión se produjo una tensa espera, en un primer momento, y, de hecho, las primeras manifestaciones públicas (tampoco excesivamente entusiastas) pretendían mostrar el apoyo a los militares golpistas. Esta diferencia en la sociedad civil tiene que ver con un descontento social creciente en el país. En todo caso, algunas de las organizaciones sociales con más seguimiento en Burkina mostraban su incomodidad ante el hecho de que los sublevados estuviesen deponiendo a un presidente democráticamente elegido y que no hubiese ningún agravio en relación con su conducta democrática, sino con su incapacidad técnica.
La mayor parte de los analistas coinciden en que el deterioro de la situación de seguridad del país provocado por el aumento del poder de diversos grupos armados ha sido el detonante de la caída de Roch Kaboré. La matanza de Inanta fue el episodio determinante, no solo por el pesado lastre del número de víctimas de un ataque de un grupo extremista a un destacamento militar, sino porque evidenció la falta de medios con la que sobrevivían los soldados en un terreno hostil.
La gestión, por parte del gobierno de Kaboré, de las protestas ciudadanas en relación con este episodio y con otras reclamaciones vinculadas a la seguridad, ha acabado por debilitar su prestigio y preparar el terreno para la aparición casi mesiánica de un militar como el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba. La incógnita ahora es, por un lado, cómo se va a desempeñar el nuevo gobierno en la lucha contra el extremismo que controla algunas partes del país y en el respeto a las libertades fundamentales que los y las burkinesas cuidan con celo y, por otro lado, cuál va a ser el papel del antiguo régimen de Blaise Compaoré y sus fieles en el ejército en esta anunciada “restauración”.
Mali reivindica su soberanía ante Francia
Categórico, el gobierno de Mali dio al embajador francés en el país un plazo de 72 horas para abandonar el territorio. Se trata del último episodio y tal vez el más rotundo de una escalada de la tensión diplomática entre el gobierno de Mali, liderado por la junta militar salida del golpe de Estado de 2020, y el gobierno francés. Desde la llegada al poder del coronel Assimi Goïta en agosto de 2020, las relaciones con el Ejecutivo galo han ido empeorando progresivamente. En las últimas semanas, el clima de tensión se ha ido alimentando con una serie de episodios que han agravado el desencuentro.
Por un lado, el acercamiento paulatino del gobierno de Mali, sobre todo a partir de que el presidente francés empezó a flirtear con la amenaza de desmantelar la operación Barkhane que formalmente presta ayuda militar al Ejecutivo maliense en su lucha contra los grupos extremistas. Macron ha convertido en algunos momentos su advertencia en una especie de juego de palabras y una propuesta de redifición de la misión francesa, pero la junta militar maliense ha querido hacer valer su soberanía demostrando a la antigua metrópoli que hay otros socios posibles y que su posición no es intocable. Las informaciones acerca de la presencia de mercenarios de la compañía de seguridad rusa Wagner han ido aderezando los discursos.
Por otro lado, las sanciones impuestas por la CEDEAO a Mali, por el retraso de las elecciones previstas para el mes de febrero. Supuestamente el organismo regional de África Occidental pretendía castigar al gobierno por frenar el proceso de transición hacia un poder civil. Sin embargo, una buena parte de la sociedad civil maliense, e incluso, de otros países de la región han visto en las medidas de bloqueo una injerencia intolerable e, incluso, la mano indirecta de Francia y los países del Norte global que pretenden presionar al gobierno de Goïta por su aproximación a Rusia. La junta militar ha cerrado filas y ha endurecido su posición hasta el punto que anunció que se revisarían los acuerdos de colaboración militar con Francia y que ordenó la salida de un contingente danés de la operación Takuba por no haber cumplido con los requisitos de autorización correspondientes.
En esas, la temperatura ha ido subiendo y el ministro de asuntos exteriores francés ha criticado la decisión del gobierno de Mali en relación con el destacamento danés y ha dejado resbalar en sus declaraciones consideraciones como que la medida era “irresponsable” e, incluso, que la junta militar es un gobierno “ilegítimo”.
La orden de expulsión del embajador francés ha sido leída como un acto de nacionalismo y una reivindicación legítima de la soberanía de Mali y entendida como un cambio de actitud del gobierno de un país en el que las autoridades francesas han tenido mucha influencia
En medio del escándalo y de las evidentes gesticulaciones se ha alzado con elegancia la figura del ministro de asuntos exteriores de Mali, Abdoulaye Diop, que ha reprobado la actitud de su homólogo francés, al que ha afeado educadamente una conducta impropia de un diplomático, ante el aplauso de una buena parte de la sociedad maliense. Después de esta primera reacción, el embajador galo en Bamako, Joël Meyer, ha sido convocado y se le ha comunicado el plazo de 72 horas para abandonar el país, debido al posicionamiento de su Ejecutivo. Teniendo en cuenta la secuencia de hechos, la orden de expulsión del embajador francés ha sido leída como un acto de nacionalismo y una reivindicación legítima de la soberanía de Mali y entendida como un cambio de actitud del gobierno de un país en el que las autoridades francesas habían tenido mucho peso de facto.
Una reunión entre África y Europa en un momento de tensión
Entre el 17 y el 18 de febrero está previsto que se celebre en Bruselas la VIª Cumbre entre la Unión Europea y la Unión Africana. Un encuentro que promete grandes declaraciones, porque se produce en un contexto de enormes retos y profundos agravios, pero que es improbable que provoque grandes cambios. Además de lo cosmético y protocolario de este tipo de encuentros, la sexta cumbre de las dos organizaciones continentales llega en un momento de incertidumbres y desencuentros. Como muestra de esta situación complicada se puede tomar la pérdida de empuje de los líderes.
Por un lado, la reunión llega durante la presidencia de turno francesa del Consejo de la Unión Europea, cinco años después de la última cumbre en Abidjan. Emmanuel Macron se había planteado como una de sus grandes obras reverdecer los laureles galos en África. Además del cambio de imagen de la cumbre África-Francia que intentó operar el año pasado, la oportunidad de liderar este encuentro intercontinental parecía ser una herramienta hecha a medida para sus objetivos.
Desde el Hexágono no han sido capaces de aplacar los discursos antifranceses, sobre todo en la región del Sahel, ni de contestar a las acusaciones de neocolonialismo, mientras algunos de sus antiguos aliados se alejan de su órbita
Macron debía aparecer como el gran anfitrión simbólico de los intereses africanos en Europa y, al mismo tiempo, el cicerón del acercamiento de Europa a África. Y, sin embargo, la reunión llega en el peor momento para el prestigio francés en el continente vecino. Desde el Hexágono no han sido capaces de aplacar los discursos antifranceses, sobre todo en la región del Sahel, ni de contestar a las acusaciones de neocolonialismo, algunos de sus antiguos aliados se alejan de su órbita y el aumento de la presencia rusa parece estar desquiciando a los inquilinos del Elíseo y a los líderes del norte global, en general.
Por otro lado, las organizaciones regionales africanas tampoco se encuentran en su mejor momento de legitimidad y de reputación. La agitada actualidad política africana tensa constantemente las costuras de la integración regional y, en la mayor parte de los casos, al menos en los últimos episodios, los resultados no convencen ni a unos ni a otros, como ha ocurrido con las suspensiones o las sanciones de gobiernos golpistas como el de Guinea, Mali o Burkina y la falta de apoyo a las sociedades civiles en otras situaciones de violaciones de los derechos fundamentales, como Sudán, por ejemplo.
Más allá del contexto, los pilares de la discusión se mantienen pero cada vez más enquistados. Por un lado, la construcción de la paz desde un enfoque de seguridad que cada vez se evidencia como más ineficaz. Por otro, la promoción de las inversiones que a menudo aparecen pervertidas por los intereses particulares de los países inversores. En este sentido, en paralelo a la cumbre se celebra el Foro de Negocios UE-África (EABF, por sus siglas en inglés). O, finalmente, ese apoyo a la mejora de las condiciones de vida que encuentra, en el caso del apartheid sanitario generado durante la crisis de la Covid19, la máxima expresión de su hipocresía.
Sudán y la resistencia (una y otra vez)
Más de tres meses después del golpe de Estado que truncó la transición a la democracia en Sudán, las calles de las principales ciudades del país no han dejado de reclamar la salida de los militares del poder. La resistencia ciudadana que se ha desplegado en Sudán en estos meses hunde sus raíces en la movilización que propició la caída de Omar al Bashir en abril de 2019. En aquel momento, una amplia protesta cívica generó las condiciones para que los militares depusiesen a Al Bashir y asumiesen el poder como parte de una transición que retornase el país a la democracia.
Más de tres meses después del golpe de Estado que truncó la transición a la democracia en Sudán, las calles de las principales ciudades del país no han dejado de reclamar la salida de los militares del poder
A partir de ese momento, empezó a gestionarse un complicado equilibrio entre las autoridades militares y las civiles que finalmente descarriló el 25 de octubre, cuando el general Abdelfatah al Burhan decidió detener al primer ministro civil de la transición Abdalla Hamdok para reconducir el proceso de transferencia en el que consideraba que los militares estaban perdiendo peso. La movilización a partir de ese momento fue inmediata y masiva. Cuando Hamdok fue liberado una buena parte de la sociedad civil sudanesa consideró que había pactado con Al Burhan y que, por tanto, dejaba de representar la esperanza del regreso a la democracia. El arreglo no convenció a los manifestantes que han seguido saliendo a las calles y enfrentándose a la dura represión de las autoridades.
Si durante la revuelta que acabó con Al Bashir en abril de 2019, sorprendió el peso conseguido por la Asociación de Profesionales Sudaneses como dinamizador de la movilización, por tratarse de una organización novedosa, en la resistencia al golpe de Estado de octubre de 2021 han despuntado los Comités de Resistencia vecinales. Estas organizaciones también relativamente novedosas (al menos en el papel que están desempeñando) tratan de coordinar las acciones de resistencia popular a partir de redes de contactos cercanas.
La CAN llega a su final
El domingo llega a su final la Copa de África de Naciones de Fútbol, una competición que, sobre todo durante su preparación, ha pasado por una considerable cantidad de vicisitudes. Por un lado, los retrasos que han desplazado un año la celebración de la competición. Después, de las infraestructuras que a punto han estado de no estar disponibles para los partidos. Y, finalmente, las desigualdades que llevaron a algunos clubes de las principales ligas a amenazar con no “prestar” a sus jugadores a las selecciones ante la falta de garantías respecto a los riesgos sanitarios, según sus argumentos. Finalmente, la CAN se ha celebrado y, como ocurre con este tipo de espectáculos, ha sido mucho más que fútbol. No se puede perder de vista que Camerún se ha empeñado en ser la anfitriona de la competición como parte de la estrategia del presidente, Paul Biya, que está a punto de cumplir los 89 años de edad y los 40 al frente del país, de mejorar su prestigio en el continente.
Como ocurre también en estos acontecimientos y más allá de cuál será el combinado que se llevará la victoria final, la competición aparece cargada de diferentes momentos destacables, en positivo o en negativo. Desde el ascenso del ex jugador Samuel Eto’o a la presidencia de la federación camerunesa de fútbol y, por tanto, gran anfitrión del torneo justo antes del comienzo de los encuentros; hasta el primer partido arbitrado por una mujer, la ruandesa Salima Rhadia Mukansanga, en esta competición; o desde la batalla plantada por algunas selecciones modestas como la de las Islas Comores y, sobre todo, la de Gambia o la de Guinea Ecuatorial; hasta el partido de cuartos de final que jugó (y ganó) la selección de Burkina Faso, mientras en su país se estaba produciendo un golpe de Estado.