Agroecología
Somonte: las semillas, lo político y el pan

Somontes ha dado un paso adelante en un asunto que a todos y todas concierne, plantea el establecimiento de un laboratorio biopolítico con la suficiente amplitud de miras como para incluir en su seno la atención al cuidado del entorno, convocando a las especies vegetales que nos acompañan desde hace siglos.

somonte
Celebración del 1 de mayo, en 2012, en la finca ocupada de Somonte, Córdoba. Hazeína Rodríguez

Sociólogo

13 jul 2017 16:31

El pasado 21 de mayo la Red Andaluza de Semillas (RAS) en colaboración con la Finca Somontes y en el marco del proyecto cerere, organizaron una jornada sobre mejora participativa, producción agroecológica y elaboración de pan artesano con variedades locales de cereales. Así, fueron convocados los oficios co-implicados en la elaboración del pan a experimentar con las harinas de las variedades de trigo autóctono sembradas en Somontes.

Entre otras personas, intervinieron como ponentes Salvatore Ceccarelli y la etnobotánica María del Mar Gutiérrez, y ambos comunicaron la importancia del conocimiento distribuido sobre las relaciones materiales con que los alimentos nos enlazan culturalmente. Gutiérrez brindó una clase magistral sobre los trigos antiguos y modernos. Por su parte, Ceccarelli, que dedica su labor investigadora a la mejora participativa de las semillas, exhortó a abordar la posibilidad de implicarse en el cultivo de la biodiversidad. Las jornadas finalizaron con la presentación de las variedades de trigo ensayadas por la RAS en el proyecto Diversifood y cultivadas en Somontes.

Los objetivos de la convocatoria se presentaban ambiciosos: generar un espacio para el coloquio y la cooperación entre personas panaderas, agricultoras y molineras artesanales afines a las propuestas de cultivo agroecológico. La intención es “establecer sinergias entre los sectores productivos, la investigación y la sociedad”, enfocándose en el “desarrollo de la investigación participativa de las variedades locales y tradicionales de cereales”, además de la recuperación de biodiversidad en Andalucía. Todo ello precisa tanto del impulso de la siembra, como de su aprecio en la panadería artesanal andaluza, no obstante, como veremos, reclama algo más.

Simiente nativa frente al entramado burocrático

Los datos oficiales correspondientes a abril de 2017 de la Consejería de Agricultura de la Junta de Andalucía cifran la extensión de trigo en la comunidad autónoma en algo menos de medio millón de hectáreas, con un total de simiente de 1.145.883 kilos de trigo, duro y blando, siembra llevada a cabo sistemáticamente en monocultivos, restringiéndose a una sola variedad en cada uno de ellos. Los criterios de selección de semilla se atienen a la clasificación DUS (por sus siglas en inglés de “distinto, uniforme y estable”) exigida por el convenio de la UPOV (Unión Internacional para la protección de variedades vegetales). Esto supone la utilización de semilla certificada y por lo tanto sujeta a los derechos de propiedad intelectual del obtentor, además de requerir el pago de una tasa para el mantenimiento del entramado burocrático que gestiona y otorga la credencial para su inserción en el flujo económico a la vida vegetal desde antes de ser sembrada.

En contraste con este flujo global de simiente autorizada, la tarea de conseguir semillas nativas no registradas ha puesto de manifiesto una desoladora carencia: ha sido imposible encontrar simiente suficiente en Andalucía para abordar el cultivo de las 50 hectáreas que inicialmente se proponían desde Somontes.

Tras la búsqueda de grano y ante esta alarmante situación, se reveló perentorio, además de mantener la viabilidad de las semillas, su urgente multiplicación. Desde esta aciaga finitud, Somontes ha decidido comprometerse en la recuperación, clasificación y multiplicación agroecológica de semilla autóctona no registrada, colaborando de este modo en la regeneración de la biodiversidad en Andalucía.

Somontes ha sembrado simiente nativa en proceso de recuperación, correspondiente a siete variedades de trigo, más avena caballar y centeno, consiguiendo en conjunto tan solo 2.378 kilos de grano, con lo que únicamente se han podido sembrar 20 hectáreas. Esta aventura se ha financiado a través de un exitoso proceso de crowdfunding, cuyo compromiso se rebasa actualmente hacia el cuidado a futuro de la herencia genética de diferentes variedades autóctonas de cereal.

La cuestión de fondo radica en que, con la nueva Ley de material reproductivo de las plantas de la UE se marginan las variedades que no cumplen con los criterios de certificación DUS, cuya siembra puede incurrir en delito si se excede lo meramente testimonial. Por el momento y tras haber sido contestada antes de su promulgación, la ley no prohíbe la aventura de Somontes. Sin embargo, la de Somontes no deja de ser una propuesta destituyente que activa el poro legal en esta extraña linde del mientras tanto.

Ahora bien, la fertilidad de la propuesta de Somontes depende de un contexto aliado que abarque la integridad del ciclo del pan desde la obtención de semillas hasta su disfrute en la mesa cada día. Todos los debates suscitados durante la jornada en torno a la posibilidad de articulación de este ciclo, irremisiblemente conducían al actante del consumidor.

Consumo: vida fundida en el anillo de la mercancía

La cuestión se revelaba tozuda bajo la escisión que el propio consumo replica, ese abismo dispuesto en que se instala el marketing y la publicidad de los medios de comunicación, atrayendo mediante seducción al magma humano que pasa por supermercados, grandes superficies y ciudades marca. Se salva así, con imágenes y relatos, el corte, activando mecanismos de distinción en plena competencia narcisista hacia la mercancía. No sabemos que va antes, si el marketing, el producto seriado-original o la necesidad-anhelo; suele depender de las luces y las sombras. Lo que sí sabemos es que todo ello se funde en el anillo de la mercancía. Tras siglos de contienda entre uso y consumo, el sujeto universal se particulariza en su objeto concreto, que no es otro que la imposibilidad ontológica que reitera como mantra hipnótico la mercancía: esto o la nada. De esta disyunción emerge constantemente el fetiche relacional por el que nos consumimos diariamente, la moneda de curso legal, que especula con la representación del valor de nuestro tiempo de vida trasmutando el futuro, también, en mercancía.

Para el consumidor la mercancía que no es él, aparece en formato caja negra. No sabe de dónde viene, cómo se ha producido, por dónde ha pasado, ni si detrás de ella no ha quedado nada, ni la hierba. Sabe sí, a buen seguro que otras personas consumidoras han sido consumidas en su producción, aunque lo disimule el envase que la protege de la intemperie. El consumidor no puede más que decidir si comprar, o no, el paquete que la aísla como propiedad exclusiva lista para su consumo. A fin de cuentas, el trasunto de la mercancía es la propiedad desgajada del contexto por la acción performativa que le imprimen el nombre, o la marca, en su deriva neocolonial. Por eso, el contexto es desdeñado por la mercancía tras la extracción del recurso en que se hipostasia. De dónde venga y qué sea, a pesar de su envoltorio, resulta secundario respecto de las hipotecas y los acuciantes ritmos de pago a que estamos sometidos y sometidas.

Sin embargo, la propuesta de Somontes atiende a otros modos de la sensibilidad, la singularidad del reto que plantea consiste en desempolvar el vínculo que nos enlaza a la potencia común y que nos constituye como simbiontes. Los trigos nativos llevan milenios en simbiosis con nosotros y nosotras cogenerando el contexto en que habitamos entre multitud de otras especies, con las que nos comunicamos materialmente por corporeidad adyacente y configurando los ecosistemas.

Este antagonismo que se expresa en la propuesta de Somontes, la contradicción entre uso y propiedad, ha atravesando las membranas germinales, y es la misma que, a contrapelo de la ley, revela la biodiversidad como potencia vital coevolutiva. Finalmente se ha demostrado que las variedades registradas (según los criterios DUS) requieren del aporte de la complejidad que aporta la biodiversidad para seguir reproduciéndose en laboratorio y poder ser instaladas posteriormente en la biosfera de forma viable. La investigación en epigenética y la biología del desarrollo son taxativas a este respecto. La vida estabilizada y aislada del entorno acorta su genoma debido al des-uso que provoca la incomunicación en su confinamiento. Ese es uno de los motivos por el que los bancos de germoplasma han pasado a denominarse bancos de recursos fitogenéticos.

Un nuevo paradigma biológico y político

Estamos asistiendo a una mutación discursiva en el interior del campo científico que se corresponde con la constitución de un nuevo paradigma en biología y que afecta también a lo político. La nueva comprensión de la historia de la vida a partir de la constatación de la Teoría de la Endosimbiosis Seriada de Lynn Margulis introduce la componente colaborativa destituyendo a la mutación azarosa como primordial motor evolutivo y completa a la competencia, con la fuerza de la cooperación. Muchas otras sacudidas están debatiéndose actualmente en biología, incluida la tarea de definir la vida.

La fusión de genomas, nodo central de la teoría de Margulis, remueve la coartada epistémica que daba sostén desde el darwinismo social al capitalismo, remitiendo a las diversas maneras de reelaboración que, sobre la escisión fundacional del Occidente patriarcal, polis/naturaleza, traza la Modernidad. La propuesta cosmopolítica defendida por Isabelle Stengers, o Bruno Latour, entre otros pensamientos, ha insertado los flujos inherentes a la complejidad de la vida en la realidad tecnosocial, dilatando de este modo el campo de lo político hacia los desafíos que la incertidumbre plantea en la biosfera. La biosfera es el plasma vivo en permanente comunicación material orgánico-inorgánica. A partir de aquí surge la necesidad de una comprensión de lo político que integre la heterogeneidad de lo humano y de lo no-humano, de lo vegetal y lo animal, del paisaje y la salud, de la tecnología y la ética, y en general, de acoples híbridos en el proceso de creación de un mundo común y en continua transformación hacia lo desconocido que reclama del cuidado y la atención de todos y todas.

Las implicaciones políticas de este cambio de paradigma se atestiguan en la disputa entre las ontologías relacionales propuestas desde posiciones tales como la agro-biodiversidad ecológica, o los planteamientos ecofeministas, frente a las grandes corporaciones del agronegocio; o bien, en las controversias suscitadas en torno al despliegue de narrativas, normativas y dispositivos que convergen en la noción de bioseguridad. La vida está en el centro y se plantea como última frontera de contradicción entre la propiedad y los usos políticos asociados al acople con lo vivo. Las semillas poseen capacidad ontológica para generar mundo y configurar realidad, de ahí que actualmente sean el campo sigiloso en que se tensa lo político.

Alternativas al biodominio: vidas en fuga del consumo

La vida se presenta de nuevo como política, pero esta vez, Somontes plantea la oportunidad de poder intervenir directamente en ellas. Somontes inicia una apertura ontológica, emplazando a hacer política a quienes sientan la resonancia para construir opciones divergentes al biodominio. El compromiso se manifiesta como pasaje a la posibilidad de ensayar qué pueden ser esas formas de vida en fuga del consumo, pues muy probablemente en el deseo que estemos configurando, dejar de ser consumidores sea la prueba decisiva del empeño emancipador. El consumo, como dijimos antes, es la obligación que captura a las personas desposeídas. Consumir es acabar-con, explotar-a o extraer hasta agotar. Bateson comprendió que el ser vivo que desprecia, daña o acaba con su entorno está condenado a la extinción o, lo que es igual, la asíntota del consumo es consumirnos.

La cuestión de cómo hacemos, en un territorio de la extensión de Andalucía —¿en qué manos recae el testigo de continuar forjando la propuesta? ¿Cómo articular una participación directa en las decisiones que todo este proceso demandará? ¿Qué formas de inteligencia colectiva hemos de ensamblar para ello? ¿Qué conocimientos y prácticas se verán involucradas? ¿Cuáles serán las tecnologías necesarias? ¿Qué capacidades de escucha hemos de rescatar o aprender para fomentar esos hábitos?— son ampliaciones secundarias a la decisión umbral: dejar de ser consumidores, comprometernos con el lugar en que habitamos, con las especies y entidades que nos acompañan. Seguro habrá desacuerdos, pero esa es la vía que supone afrontar la responsabilidad de lo político, abordar la construcción de una cultura capaz de integrar pedagogías para el desacuerdo.

¿Cuál es el beneficio? La apuesta por dejar de ser consumidores no incurre en la añoranza idílica de un artificio inmune a la catástrofe, como urbanitas, el agros nos trae el desafiante olvido de su presencia desplazada. La erosión genética también desertiza la potencia política. Solo habrá semillas nativas si las usamos, solo si hay semillas nativas, en nuestras manos, o en manos amigas, nos aseguraremos el pan. Solo si usamos de este pan, habrá semillas aliadas por la materia mutuamente transferida en la formación del presente.

Somontes ha dado un paso adelante en un asunto que a todos y todas concierne, plantea el establecimiento de un laboratorio biopolítico con la suficiente amplitud de miras como para incluir en su seno la atención al cuidado del entorno, convocando a las especies vegetales que nos acompañan desde hace siglos. Las variedades de trigo multiplicadas en Somontes reclaman el tejido de una red de afines en torno al atractor económico-político del ciclo del pan. Vibra Somontes animándonos a conquistar el símbolo material de una potencia alimentaria común. Somontes espera, amigas y amigos.

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