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Antifascismo
Adiós, Pablo
En la triste y temprana despedida de Pablo Iglesias Fernández, activista LGTBI extremeño, una reflexión sobre el odio en las redes, sobre la institucionalidad del fascismo.
No intercambié muchas palabras con Pablo Iglesias Fernández, activista extremeño LGBTI cuya muerte lamentan estos días con amargura todas aquellas personas que compartieron con él vida y militancia. Compañero de ruta en algunas ocasiones, no tuve la ocasión, o el tiempo, o la fortuna, de saber recorrer el espacio que nos separaba, pero todas las voces hablan de un hombre bueno y querido, consecuente, probablemente portador, como tan a menudo implica nuestra condición rebelde, de duelos y desgarros, de frágiles recomposiciones; de, como dijo bien alguien que de verdad lo quería, imperceptibles alitas rotas.
Pensamos en El Salto Extremadura, y por su cercanía con nuestro proyecto, tras conocer su fallecimiento, escribir algo acerca de él, de sus militancias tempranas, de su participación en la Comisión 19M, de su recorrido comprometido, denso a pesar de su edad, o quizás denso por eso mismo. Quisimos, queremos, queríamos, que la memoria de Pablo no cayera en el olvido. En eso estamos, en eso estábamos, en el duelo, cuando la triste realidad no supo hacer otra cosa que reclamarnos como últimamente suele hacerlo: desde la náusea.
Quisimos, queremos, queríamos, que la memoria de Pablo no cayera en el olvido. En eso estamos, en eso estábamos, en el duelo, cuando la triste realidad no supo hacer otra cosa que reclamarnos como últimamente suele hacerlo: desde la náusea.
Leer algunos comentarios hechos en redes sociales a publicaciones de quienes mostraban su pesar por la temprana e irreversible pérdida fue, directamente, anclarnos al país que se está quedando, al universo de oscuridad al que nos quieren devolver, en el que en buena medida ya estamos sumergidos: “Tiene pinta de haberse muerto de una ETS, por maricón e invertido”, “De un buen sidazo habra muerto, que tu culo sea leve!!!”, “Tarde, ha muerto tarde”. Así lo leí, todo de seguido.
¿Qué naufragio tiene que albergar una cabeza para escupir así sobre el recuerdo de un hombre muerto hace unas horas, al que no conoce, del que todo ignora? ¿Qué tipo de estiércol comen esos personajes? ¿Qué respiran? Son hombres y mujeres con los que nos cruzamos en el portal, que llevan a sus niños al colegio, cuyos perfiles de Facebook también albergan retratos con nietos, con gatitos, figuras atrincheradas en un interior oscuro cargado de miedo, de resentimiento, los mejores combustibles para el odio. En esa legión de personajes impermeables a la interpelación, al diálogo, incapaces de devolvernos respuestas, habita gran parte del barro sucio del que se construye el fascismo.
Pero sería un error caer en teorías psicologizantes y simplificadoras que banalicen el mal obviando el proyecto político subyacente, su eco institucional, su magnitud. Solo desde una mirada amplia es posible entender mejor el fenómeno, dimensionar sus vertientes, comprender el hecho completo al que nos enfrenta. Y así, no hubo que ir muy lejos, ni esperar muchas horas, para que la diputada (diputada en el Congreso, nada menos) Rocío de Meer compartiera un vídeo polaco de una xenofobia rotunda (traducido por una organización explícitamente nazi) y, después, se ratificara en lo allí dicho: "Nosotros somos la iglesia luchadora y lucharemos hasta el final. Cuando sea necesario estaremos allí para defender nuestra fe. Lo que sea que nos enfrentamos. Nuestro escudo es nuestra sagrada fe”. Fe, enfrentamiento, iglesia luchadora, guerra de exterminio... ¿El enemigo? Todo lo que quede en un gigantesco afuera racial, geográfico, afectivo, ideológico. Simple, modulable, eficaz.
En esa legión de personajes impermeables a la interpelación, al diálogo, incapaces de devolvernos respuestas, habita gran parte del barro sucio del que se construye el fascismo.
E igual que no hubo tiempo hasta la llegada del asco, tampoco medió distancia para volver a repetirlo. Alejandro Vélez, concejal de Badajoz, sostenedor vergonzante del ominoso gobierno municipal de la ciudad más poblada de la región, expulsado hasta de Vox por mantener en nómina de toda la ciudadanía a un conmilitón que quedó sin reparto en la merendola de las últimas elecciones, munícipe no en vano responsable de desperdicios y detritus, se apuntó a la fiesta y, el 14 de agosto, aniversario de la matanza de miles de ciudadanos de la localidad en la que gobierna, abrió el debate presupuestario con las siguientes palabras: “en este día tan histórico para la ciudad de Badajoz, donde proclamamos la liberación al final de las garras comunistas...”. Sin vergüenza, sin pudor, agenda pura de reivindicación de la sangre.
Es lo que hay. Han mandado siempre y quienes les siguen, felices o no, satisfechos, rabiosos o dóciles, a ellos o a otros, siempre han obedecido. Quizás es que esa gente (la que organiza el cotarro de este nuevo pero viejo fascismo) haga girar su universo maldito alrededor de la muerte y de la mentira y, por ello, galopen sobre ese arenal estéril con la simpleza orgullosa y perversa de quien se sabe a salvo de todas las reglas morales, haciéndolo porque se considera su exclusivo administrador, sin ninguna cuenta que rendir a una mayoría a la que sólo entiende como rebaño al que pastorear o como jauría a la que azuzar. Para rellenar las filas de la falange de basura que necesita su proyecto de mundo siempre habrá reclutas dispuestos entre la legión de espíritus tristes, aislados, anónimos pero leales que desean el Mercado y el Neoliberalismo, que se agazapan sin rostro en las redes sociales, que impunemente sacan su patita viscosa en comentarios aparentemente jocosos, que comparten mentiras imposibles, que hacen de la creencia ciega en ese imposible esencia de todo su despliegue de rabia virtualmente prepolítica y por completo funcional al poder.
Alejandro Vélez, concejal de Badajoz, sostenedor vergonzante del ominoso gobierno municipal de la ciudad más poblada de la región (...) abrió el debate presupuestario con las siguientes palabras: “en este día tan histórico para la ciudad de Badajoz, donde proclamamos la liberación al final de las garras comunistas...”.
No sé si tras este verano extraño, que más que una estación parece una tensa tregua, llegará el otoño o, directamente, un invierno del que no sabemos a qué recónditas partes nos puede hacer llegar en vértigo, en dolor, en fractura... Pero este país de reyes golfos en fuga, de miserables profesionales alentando a la horda desde ayuntamientos y hemiciclos, de prensa que se atreve a equidistar entre la vida y la muerte , tiene urgencias que van más allá, mucho más allá del duelo. Son las de organizarse, no callar, no ceder espacios, construir, entender que también se crean sujetos políticos y se logran transformaciones desde el recurso al sentimiento y a la materialidad inmediata, y pelear en ambos terrenos como lo intentamos hacer desde la razón y el convencimiento.
Ignoro, ignoraré siempre (porque la muerte es, sobre todo, no saber) cómo se tomaría Pablo todo esto que ha sucedido, qué opinaría de lo que digo; ya no está, pero sus compañeras, sus amigos, dicen que no se ha ido, que permanece en todo lo que ayudó a labrar. Si me tuviera que quedar con algo de una imagen, como la que acompaña estas palabras, sería siempre la sonrisa, ese gesto que, por hacernos eternos, únicamente entiende de victoria y de futuro. Sólo le será leve la tierra si la peleamos cada minuto.
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El mejor homenaje que podemos hacerle es luchar por todo aquello por lo que él luchó en vida. Siempre en nuestra memoria, Pablo.
Hay que hacerles ver a estos intolerantes y odiadores que son una minoría, mostrarles nuestra repulsa