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Carta desde Europa
Aceleración del declive
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
La primavera flota en el aire y Bruselas debería bullir de actividad. ¿Recuerdan ustedes el Next Generation EU Fund de von der Leyen, el NGEU expresado en su acrónimo, el fondo de “recuperación del coronavirus”, cuyo importe alcanza los 750 millardos de dólares procedentes del endeudamiento contraído con los propietarios del capital y que se dividió de acuerdo con una fórmula incomprensible entre los Estados miembros, esto es, entre la totalidad de los veintisiete Estados de la Unión Europea? Fue acordado en julio del año pasado y podríamos haber pensado que la Unión Europea estaría en estos momentos realmente atareada vendiendo deuda a sus bancos favoritos, los cuales a su vez la venderían al Banco Central Europeo con un jugoso beneficio, haciendo así felices a sus accionistas, mientras todo ello no dejaría de atizar el quantitative easing, manteniendo en consecuencia altos los precios de los activos y proporcionando por ende todavía más felicidad a aquellos (“estabilizar los mercados financieros” es el término políticamente correcto). Bien, nosotros no somos banqueros, así que no necesitamos realmente conocer estos detalles y, en todo caso, ¿no se realiza un asunto tan delicado mejor a puerta cerrada?
Pero, un momento. ¿No deberíamos haber oído algo también de al menos algunos de los veintisiete parlamentos nacionales otorgando su requerida bendición al modelo de producción de los recursos destinados al NGE, que no se halla estipulado en la vieja generación de Tratados? Sobre todo, ¿no deberíamos estar observando a los distintos países poner a punto y presentar los proyectos que financiarán con los recursos del NGEU? De acuerdo con este, estos proyectos han de ser enviados posteriormente a la Comisión, la cual, a tenor de lo que se nos ha explicado, verificará si estos recursos van a ser gastados correctamente no en gastos de consumo, sino en gastos de inversión y ello de modo adicional y no reemplazando recursos nacionales, los cuales podrían tal vez utilizarse para aminorar la presión fiscal.
No hemos sabido, tampoco, quién se sentará en los comités de Bruselas que decidirán, así se ha dicho, los proyectos de los Estados miembros que merecerá la pena que sean objeto de financiación
La idea, no lo olvidemos, era que el dinero se utilizase para hacer algo relacionado con el coronavirus, mientras se lograba simultáneamente que los países fueran más “competitivos”, con independencia de lo que ello significara, en el momento futuro (finales de 2027 se apuntó) en el que se reembolsarían los recursos del NGEU. Hasta la fecha únicamente hemos oído hablar de Italia, la principal beneficiaria de los fondos europeos dados los 209 millardos de euros destinados a este país (seguido de España que percibe 140 millardos), en donde el impacto imprevisto del coronavirus ha derribado al gobierno de Conte, incapaz de concitar suficientes apoyos parlamentarios para sacar adelante su modelo de gestión integral de los proyectos contemplados. Su puesto ha sido ocupado por una coalición de gobierno que agrupa prácticamente a la totalidad de los partidos italianos bajo el mando del indispensable Mario Draghi, quien, según se dice, pasó de modo inmediato el plan de recuperación nacional a McKinsey, a cambio de unos honorarios razonables, y así todo permanece en la familia global. No hemos sabido, tampoco, quién se sentará en los comités de Bruselas que decidirán, así se ha dicho, los proyectos de los Estados miembros que merecerá la pena que sean objeto de financiación.
Por supuesto, como se ha afirmado, no necesitamos saberlo todo y la Unión Europea, su Next Generation EU Fund incluido, nunca pretendió ser una democracia. Entretanto, podemos echar un vistazo de las estadísticas de vacunación de la UE. A mediados de marzo estas parecen extrañamente similares a las de mediados de febrero: Alemania ha vacunado, con la primera dosis al menos, al 7,4 por 100 de su población respecto al 5 por 100 conseguido un mes antes; Italia, al 7,5 por 100 respecto al 4,9 por 100; Francia, al 6,8 por 100 respecto al 4,3 por 100; y España, al 8,1 por 100 respecto al 5,2 por 100. Si ponemos estas cifras en perspectiva, constatamos que el Reino Unido ha pasado del 23 al 35 por 100 de su población vacunada con al menos una dosis durante ese mismo lapso de tiempo y que Estados Unidos lo ha hecho del 15,9 al 20 por 100, mientras Israel había ya vacunado a más de la mitad de su población, esto es, al 58 por 100 de la misma. Incluso en Alemania, donde los críticos del gobierno corren el riesgo de ser acusados de simpatías con AfD, la gente comparaba envidiosamente las tasas de vacunación de la Unión Europea con las registradas en el Reino Unido posterior al Brexit e, incluso, en Estados Unidos.
Viktor Orban, el potencial hombre fuerte húngaro, parece haber renunciado totalmente a Bruselas y disponerse a cerrar filas con su alma gemela rusa, esto es, con Vladimir Putin
En otros sitios la paciencia se ha acabado. Dinamarca y Austria han establecido un acuerdo con Israel que les permitirá aprender cómo obtener la vacuna y cómo aplicarla. Italia prohíbe la exportación de un lote de vacunas de AstraZeneca a punto de ser expedidas hacia Australia para comprobar que los partidarios del libre mercado alemanes le amonestan tal comportamiento, indicando que todos estamos vinculados a los acuerdos comerciales de la Unión Europea. El presidente francés demanda, realmente enfadado, “solidaridad europea”, mientras rechaza la utilización de la vacuna sueco-británica de AstraZeneca, coadyuvado por Merkel, quien no tiene empacho en decir a los alemanes que teniendo 66 años, nunca se vacunaría con una dosis de AstraZeneca, porque esa vacuna funciona únicamente para las personas menores de 65 años: ¿esperando a Sanofi? Poco después AstraZeneca anunciaba que se disponía a reducir a la mitad el suministro de vacunas a Alemania, debido a las “restricciones impuestas sobre las exportaciones”, una vez que Biden, el presunto benevolente presidente de Estados Unidos, anunciara –America Second!– que se congelaban las exportaciones de vacunas desde su país hasta que todos los estadounidenses estuvieran vacunados. Hungría y otros países están a punto de comprar vacunas de Rusia y China; Viktor Orban, el potencial hombre fuerte húngaro, parece haber renunciado totalmente a Bruselas y disponerse a cerrar filas con su alma gemela rusa, esto es, con Vladimir Putin. Austria y otros cuatros países exigen una investigación sobre lo que consideran el “bazar de las vacunas” instalado en Bruselas, pero los contratos con los productores de las mismas son secretos.
En algún momento alguien pondrá cifras a las muertes causadas por la Gran Ralentización de la Vacunación. Hasta entonces, la Unión Europea insiste en que los Estados miembros mantengan sus respectivas fronteras abiertas con independencia de que en ocasiones se registren tasas de contagio locales realmente muy diferentes entre sí.
Y no es que no haya también buenas noticias, aunque no todas procedan de la Unión Europea. La democracia retorna a su lugar de pertenencia en tanto que los políticos nacionales están aprendiendo de modo inclemente que el virus es algo demasiado importante como para ser dejado en manos de los virólogos, ya que ellos deben a sus votantes algo más que encerrarlos, a todos ellos, como única solución hasta que aquellos digan que ya es suficiente, lo cual algunos, dado el número de víctimas de la pandemia, ya no verán con sus propios ojos. Angela Merkel, quien en algún momento parecía haber caído en manos de un grupo de fanáticos Cerocovid compuesto por virólogos, físicos teóricos y profesores de filosofía, protagonizó uno de sus inimitables giros de 180º y permitió que la vida se recuperase, a pesar del ascenso de la “tasa de incidencia durante los últimos siete días”, probablemente debido a la realización más frecuente de los correspondientes análisis y a la presencia de esta misteriosa bestia feroz denominada en Alemania “la mutación inglesa”. Obviamente, todavía debemos verificar si los gobiernos serán capaces de idear y aplicar medidas mejor delimitadas concebidas para mantener el virus bajo control, que permitan, al mismo tiempo, convivir con él en sociedades urbanas complejas; en estos momentos, bajo el embrujo de Bruselas, estos Estados ni siquiera son capaces de organizar una campaña de vacunación.
Con independencia de estos asuntos, las noticias son malas; he aquí una pequeña selección de las mismas. La próxima ola de migrantes está esperando para embarcar; durante el invierno no se han hecho en absoluto los deberes en la Unión Europea para afrontarla. La clase política alemana se muestra ufana ante el mantenimiento de las tropas estadounidenses en Afganistán; de este modo, Alemania también puede mantener allí las suyas, esperando que en la medida en que los talibanes no tomen formalmente con el poder, lleguen menos afganos a Europa, esto es, a Alemania. Garantizar a Biden un gasto armamentístico incrementado equivalente al 2 por 100 del PIB será un poco más fácil, dada la contracción de este por el coronavirus. Al mismo tiempo, Biden quiere que la Unión Europea muestre más hostilidad hacia Rusia y más apoyo a Ucrania; como consecuencia de ello, Rusia parece haber renunciado a la esperanza de que las sanciones estadounidenses y europeas se levanten en algún momento, lo cual ha incrementado su hostilidad. No son estas buenas noticias en particular para Alemania, la cual cuando las cosas se pongan feas tendrá que proporcionar no solo tropas de tierra, sino también los objetivos para los misiles nucleares rusos. Y como telón de fondo tenemos el Nord Stream 2, el gasoducto que corre de Rusia hasta Alemania atravesando el mar Báltico, el cual es intensamente detestado por Estados Unidos, que espera vender a los alemanes su gas licuado, y por Francia, que quiere venderles electricidad procedente de sus centrales nucleares, al tiempo que es odiado por Polonia y, sin duda alguna, por Ucrania. Todo lo que Merkel puede exigir es que sus amigos, incluida von der Leyen, hagan pedazos su gasoducto –y, por lo tanto, pongan en peligro su “giro energético”– únicamente después de su retiro este próximo otoño. Añádase a todo esto la presencia de los fanáticos anti Brexit activos en Bruselas y en París, ansiosos por enmarañar la cuestión de la frontera irlandesa y entonces, sí, cierto tipo de Gottördammerung [crepúsculo de los ídolos] puede no estar tan alejado de nosotros como pudiéramos haber pensado hace un año.
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