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Cine
El caso Asunta sigue haciendo caja
Han pasado más de diez años desde el asesinato de la joven compostelana Asunta Basterra a manos de sus padres, pero parece como si nada hubiese cambiado. Aquellos dos años y pico que duró el proceso judicial, entre 2013 y 2016, muchas vivimos cómo de profundo era el estercolero mediático donde, siendo estudiantes, creíamos que íbamos a acabar trabajando. Entonces, muy pocas cabeceras, emisoras y televisiones se salvaron de entrar de lleno en el fango: hipótesis al margen del proceso judicial llevadas a la primera plana; supuestos testigos sin identificar con declaraciones disruptivas; fotografías de la adolescente de 13 años viva y muerta; detalles sobre secreciones post mortem; entrevistas lacrimógenas o acusatorias a personas allegadas; trazabilidades prospectivas de restos de semen; perfiles elucubradores de los principales sospechosos; mapas interactivos para recorrer sus últimos días; vídeos de cámaras de seguridad persiguiendo su pista y la de sus padres; y una infinidad de contenido en el que el entretenimiento más morboso se disfrazaba de periodismo de investigación transgrediendo cualquier sistema ético o deontológico.
Miles de minutos de radio, de imágenes de televisión y de páginas de diarios, ¿para qué? ¿Para alimentar la sed enferma de una opinión pública adicta al drama que ellos mismos se afanaron en crear? ¿Para influir en la decisión del jurado popular? ¿Para qué? La gran parte de los medios están al servicio de sus propios intereses económicos y a nadie se le debería escapar que su mercancía es una información orientada, hoy más que nunca, a producir emociones a la carta. Diez años después, el caso Asunta sigue siendo rentable para las industrias hegemónicas del espectáculo y del periodismo, si es que todavía son diferentes. ¿Su nueva gesta? Una serie de ficción, El caso Asunta (Bambú Producciones), de una productora que ya se enriqueció en 2017 con un documental sobre el mismo tema para Atresmedia y con El caso Alcàsser en 2019.
Debemos señalar la irresponsabilidad de quien alimenta el morbo, la usura de quien se enriquece con la exposición de un drama personal y el arribismo de una industria incapaz de abordar nuevos procesos creativos
No me corresponde a mí hacer una crítica cinematográfica que aborde esa galeguidade impostada que satisface al gran público de Netflix o el agotamiento artístico e intelectual del true crime. En cambio, sí podemos señalar la irresponsabilidad humana de quien sigue alimentando la bola del morbo sobre el asesinato de una adolescente; la usura de quien se llena copiosamente los bolsillos volviendo a someter a familiares y amigos a la exposición pública de un drama que les atravesó y les atravesará durante años; el arribismo de una industria incapaz de abordar nuevos y transformadores procesos creativos; el cinismo de las caras visibles participantes en el film que hoy nos deleitan desde sus atriles con epifanías personales surgidas durante sus respectivas investigaciones; y, por supuesto, la falta de escrúpulos de los medios de comunicación que nos venden ropa vieja como alta cocina adobada con los mejores titulares llenos de adjetivos y misterios.
Una de las mayores lecciones de dignidad que aprendí en aquella facultad, donde asistía a la enésima crisis de lo que aspiraba a que fuese mi oficio, no fue en horario lectivo. Una de nuestras profesoras, Carme Hermida, especializada en lengua gallega, tomó la decisión de renunciar a ser profesora de Periodismo en la Universidade de Santiago, a un par de kilómetros de donde vivía Asunta: “Personal y profesionalmente no tengo fuerzas para invertirlas en formación de personas que sé que se van a convertir en seres morbosos, manipuladores, mentirosos, despreciativos e irreflexivos”.
Así lo hizo público y así nos lo explicó a nosotras, su última promoción, en una de sus clases. Lógicamente, esa prensa acrítica y financiada generosamente con dinero público no le dio apenas voz a pesar de lo insólito de su decisión. Recuerdo que Carme se sentía en parte responsable y en parte frustrada, pero su ejemplo nos sirvió a muchas para mantenernos hoy en guardia ante las mieles del clic y para entender este trabajo necesariamente como una herramienta de transformación social con la que tratar de cambiar las cosas, no con la que ganarnos la vida luchando para que todo siga igual.