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El Ministerio del Tiempo, Lorca y los usos del pasado

La reciente escena de la serie de TVE El Ministerio del Tiempo (El MdT) ha generado un aluvión de reacciones dispares: tantas lágrimas de emoción como ceños fruncidos.

Lorca Barraca
Federico García Lorca. Huerta de San Vicente, Granada, 1932. Detrás se ve el cartel para La Barraca diseñado por Benjamín Palencia.Foto: Colección Fundación Federico García Lorca.
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27 jun 2020 06:07

Granada, 1979. Al fondo, la voz de Camarón de la Isla y, en el centro de la pantalla, el rostro de Federico García Lorca, entre confundido y conmovido. “El sueño va sobre el tiempo flotando, como un velero”. Orgulloso de presenciarlo, le acompaña el agente Julián Martínez, interpretado por Rodolfo Sancho. La reciente escena de la serie de TVE El Ministerio del Tiempo (El MdT) ha generado un aluvión de reacciones dispares: tantas lágrimas de emoción como ceños fruncidos.

No es la primera vez. El proyecto de los hermanos Olivares, acerca de un Ministerio secreto encargado de evitar alteraciones en una historia que “es la que es”, incendia las redes con cada retransmisión. Polémicas que nos han llevado a compartir impresiones y reflexiones, entre la emoción, las dudas y el debate historiográfico. El pasado no es algo fijo que podamos rescatar, sólo podemos acercarnos a él reconstruyéndolo desde el presente. Por ello, la historia no es la que es, sino que es una construcción dinámica y selectiva que se hace con una intención y que se sitúa en un contexto. De modo que ¿es realmente inalterable la relación que mantenemos con el pasado?

Desde su introducción en la primera temporada, el personaje de Lorca forjó una relación especial con Julián. Evocando el célebre poema del granadino, uno y otro se encuentran en sueños y en persona. El desgraciado pasado de Julián, viudo por accidente y recién recuperado de una amnesia traumática, y el funesto futuro de Federico se funden para enfatizar la tensión entre lo sucedido, su difícil asimilación y la tentación de cambiarlo. La trama culmina cuando Julián recupera la memoria y decide revelarle a Lorca su trágico final. Al escuchar sus versos en labios de Camarón, el poeta renuncia a salvarse porque interpreta que ser recordado es una victoria suficiente. Y ahí es donde pronuncia las frases de la polémica: “Entonces, he ganado yo”. “Dejemos las cosas como están”.

Las formas en que imaginamos el ayer nos atraviesan como sociedad.

Al otro lado de la pantalla, resulta evidente que la muerte de Lorca es irreversible. Ahora bien, que el poeta anteponga ser recordado a alterar la historia hace que la serie desplace el foco desde el pasado a su memoria y representación. Como reconoce de forma tácita el personaje, existen variaciones en la forma en que la historia se escribe y reescribe: en cómo se ha presentado, olvidado y recordado a alguien como él. Las formas en que imaginamos el ayer nos atraviesan como sociedad, se disputan y entrelazan con nuestras diversas percepciones, identidades y expectativas sociales, culturales y políticas. El encuentro ficticio de la escena pone de manifiesto la trascendencia y el carácter conflictivo de la reconstrucción del pasado y de sus usos públicos, y nos lleva a preguntarnos qué imaginarios históricos construye este formato televisivo. 

LORCA, VÍCTIMA SACRIFICIAL

A pesar de que El MdT propone la existencia de una historia objetiva y lineal erigida sobre hechos presuntamente contrastados e inamovibles, su tratamiento del pasado es buena prueba de que este se construye y disputa de forma colectiva y desde el presente. Buen ejemplo es el de la figura escogida para esta trama. García Lorca ha sido, es y será una figura poliédrica, con muchos rostros, expuesta a interpretaciones, usos y abusos. Está por ejemplo el Federico de los movimientos memorialistas, el de los filólogos o el de los historiadores y, ahora también, el de los guionistas de la serie. Pero ¿qué Lorca nos interpela desde aquí: el joven becado en la Residencia de Estudiantes, el decidido poeta de Nueva York o el dramaturgo consolidado de la década de 1930? El MdT ofrece una calculada indefinición. Un Lorca descontextualizado y reconstruido desde el presente, que se reconoce como homosexual pero afirma odiar “plumas” y “afeminamientos” en la primera temporada, permitiendo el discurso del gay aceptable en tanto que masculino y sin incomodar al gran público. No sabemos qué Federico decide dejar las cosas como están, de modo que ese Lorca son todos y finalmente ninguno.

La acción se sitúa en 1979 y no parece accesorio. En plena transición a la democracia, el Lorca representado desde 2020 acepta su muerte de 1936 como el precio del recuerdo: esta victoria en la memoria parece servir como compensación. El peso de la gestión del pasado traumático bascula hacia una víctima que no pudo ser otra cosa y, mientras tanto, nada sabemos de sus perpetradores ni de sus motivos (rojo y maricón). El abrazo entre Federico y Julián, entre lo onírico y la amnesia, tiene graves implicaciones, sobre todo si pensamos que el poeta aparece representado como una víctima sacrificial. Además, ¿es posible asegurar que Lorca hubiese preferido esa victoria póstuma?

En plena transición a la democracia, el Lorca representado desde 2020 acepta su muerte de 1936 como el precio del recuerdo: esta victoria en la memoria parece servir como compensación.

Abierta al juego de interpretaciones de todo producto de cultura de masas, la escena puede tener tantos significados como receptores, que la adaptan a sus concepciones sobre Lorca y la propia historia. Pero vistas las reacciones en las redes sociales, la escena se concibió para fijar su potencial en la emotividad de ese sacrificio en perspectiva. A ello contribuyó que los creadores de la serie aprovecharan lo que tiene de producto transmedia y promovieran su viralización.

La cuenta de Twitter de la serie la publicó completa nada más acabar la emisión del capítulo, con un calculado mensaje que apuntaba en una precisa dirección: es casi imposible no conmoverse al verla, pero forma parte de una estrategia poco inocente de ganarse al público a través de una catarata de emociones. Tan poco inocente como la elección de los personajes: si, como el propio Javier Olivares ha declarado, “Julián es el personaje del público, son los ojos del público”, entonces el poeta nos abraza y nos invita a todas y todos a elaborar el sentido de la escena. Por si fuera poco, la primera versión del guion planteaba una escena de inferior contenido dramático, pero el propio Olivares lo cambió hacia el formato emotivo y polémico que conocemos.

DEJAR LAS COSAS COMO ESTÁN

La resolución de la escena viene a “naturalizar” lo que ocurrió en el pasado, con el propio Federico asumiendo su propia muerte. “Dejemos las cosas como están” supone entender el tiempo como un hilo inexorable entre el pasado y el presente. Ésta es la propuesta histórica de la serie, cuyo argumento fija el sentido de lo ocurrido a partir de lo que se presenta como objetivo: los hechos concretos. Esta aparente neutralidad tiene más implicaciones de las que parece ya que, frente a la posibilidad de un pasado abierto al cambio, la secuencia une el pasado lejano de 1936, el más cercano de 1979 y el presente de 2020 a partir de lo inevitable. La muerte de Lorca sería ineludible y, por extensión, la sublevación contra la II República, la guerra y la dictadura franquista.

Sin embargo, una cosa es aceptar esa secuencia histórica y otra inferir de ella que el siglo XX solo pudo ser el que fue. En este caso, la ficción fija la comprensión del pasado en su búsqueda del realismo, y su naturaleza de producto de consumo generalista lo condiciona en la forma y en el fondo. Podemos preguntarnos si la escena es un síntoma de la normalización del pasado traumático o sólo un producto cultural más que mercantiliza la memoria sin la menor problematización del pretérito. El genio de Lorca trascendía fronteras, su asesinato generó una vasta indignación y su figura ha sido reivindicada de forma transversal. En un contexto en el que todavía se debate si todas las víctimas del franquismo merecen ser recordadas, la presentación de un Lorca de trazos gruesos, despolitizado, que habla en primera persona del singular apelando a su memoria personal y artística, resulta una elección cómoda: la de quien nos conmueve no tanto por lo que hizo en vida sino por ser y aceptar ser víctima. 

LA HISTORIA QUE ES

En El MdT los relatos e interpretaciones parecen ocupar un segundo plano. Como dice un personaje minutos antes del viaje a 1979, “la historia es la que es” y el pasado aquello que explica irremediablemente el presente. Quizá no sea tan sencillo. Esta consideración soslaya que hay una transferencia recíproca entre pasado y presente. Pensar que sólo hay una historia posible implica negar la pluralidad de voces que participan en la reelaboración del pasado. Un síntoma más del contexto cultural actual, donde el There is no alternative neoliberal aborta cualquier futuro sobre el que proyectarse.

Estrenada en 2015, la serie habla más del presente en el que ha sido creada que del pasado que visita y pretende conservar. El conjunto de sus tramas, la elección de protagonistas o los targets que quiere alcanzar expresan la necesidad de reforzar los consensos sobre el pasado común, y por extensión sobre la actualidad. Una intención difícil de imaginar al margen de la crisis de legitimidad del régimen político del 78. Se diría que el producto ofrecido pretende superar las tensiones, quizá irresolubles, entre la defensa y cuestionamiento de sistemas y legitimidades políticas a lo largo de la historia y en el presente. El tipo de acercamiento que ofrece la ficción histórica televisiva apuesta por resolver los temas carentes de amplios consensos cerrando en falso las heridas y reforzando la idea de que en general es mejor dejar el pasado como está. Que los gobiernos de Rajoy retiraran de la parrilla de TVE otras ficciones históricas demuestra que la representación del pasado no deja de ser un campo de batalla más en las llamadas 'guerras culturales'.

La resolución de la escena viene a “naturalizar” lo que ocurrió en el pasado, con el propio Federico asumiendo su propia muerte.

La ficción televisiva tiene sus lógicas y lenguajes, legítimos a la hora de ofrecer un producto de entretenimiento, y da pie a múltiples posibilidades pedagógicas. Pero, en tanto que artefacto cultural, la serie es susceptible de análisis crítico y sus audiencias y éxito hacen de ella un hecho social por derecho propio. Y entre los debates que la serie sugiere está el de la propia representación del pasado. El MdT representa un tiempo sin misterio: “el tiempo es el que es”. El diálogo entre Julián, miembro de una institución cuya función es mantener inalterable la historia, y Federico, a quien le explican lo ocurrido “como realmente sucedió”, es la sublimación de una particular forma de ver la historia. Julián acaba de estrenar la capacidad de recordar, mientras que Lorca, el poeta de la premonición, acepta su destino. Su abrazo es la garantía del orden del tiempo y sella nuestro presente como el único posible.

Una serie que aprovecha la libertad de la ficción para jugar con las posibles alteraciones de la historia al viajar por el tiempo arroja como moraleja que mejor dejar las cosas como están. Todo cambio es un mal sueño. Al final de cada capítulo, en El Ministerio se respira con alivio, el sueño queda conjurado y se restablece el orden. Pero ese alivio y ese orden no son inocentes. Esa recreación del pasado alimenta una nostalgia prêt-à-porter, no busca en él semillas de transformación. Con cada sueño se cancelan también vías diferentes del tren de la historia y presentes alternativos. Y con ello se gira un poco más la llave que amenaza con clausurar la imaginación política y encerrarnos en un tiempo sin futuro. Frente a eso, las lágrimas que asoman en los ojos del actor que interpreta a Lorca también nos alcanzan, pero no pueden ser suficiente consuelo. Como tampoco lo es la justicia poética de su victoria en el recuerdo ante la falta de justicia real hacia él y hacia todas las demás víctimas.

SOBRE LA AUTORÍA DE ESTE ARTÍCULO
Firman este artículo Maialen Altuna, Alba Fernández, Juan Carlos García Funes, Estefanía Langarita, José Luis Ledesma, Daniel Oviedo, Alejandro Pérez-Olivares y Carlos Píriz.

 


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#64375
1/7/2020 11:05

De acuerdo en general con el artículo, vamos a ver la escena era emocionante. Dentro de una serie que es como es. Creo que más que el márquetin o superar tensiones la escena propone la victoria moral de Lorca, una victoria moral que no es para nada suficiente, ni mucho menos, no es un consuelo. Por eso los matices, ver el post original y el primer comentario.

Evidentemente el pasado se reescribe y el mayor error es pensar que ya se sabe todo de la Historia, y aun peor que la historia son los hechos de personajes célebres (también seleccionados desde el presente).

De acuerdo también, completamente en que esto de la historia es lo que es muy conformista por no decir reaccionario. Y que se presenta como hechos inequívocos cuando no es así.

Por otro lado, no se me ocurre tampoco como representar una serie sobre la historia colectiva más allá de un período o tiempo muy concreto. Aunque más temprano que tarde habría que hacerlo.

Pero bueno, aceptando todas esas críticas a mí me gusta la serie, aceptando sus mierdas que son bastantes.

Y tampoco la veo tan chunga dentro del panorama televisivo, Y a veces valoro el tono que adopta, otras veces no. Valoro que se atrevan con jugar con los viajes en el tiempo y lo fantástico. algo prácticamente inédito al sur de los Pirineos donde las series son o un culebrón barato como en la TV3 o en el panorama estatal un jijijaja naif que ya aburre.

Aunque tampoco voy a hacer una defensa de la serie, en general muy de acuerdo con el artículo.

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#64340
30/6/2020 16:05

Tengo la impresión de que está reseña se escribió antes de cerrarse la temporada de la serie. En el cierre precisamente el mensaje es que la historia no tiene que ser la que es, y que nada es inevitable. En el fondo, y a pesar de que el Ministerio intenta que las cosas no cambien, explícitamente las cambia (también en el último capítulo se dice que precisamente eso es lo que hace que ocurran nuevos hechos a "arreglar").

En todo caso, la escena de Lorca a mí me pareció magistral, tanto en su forma como en su contenido. Porque yo creo que más que la inevitabilidad de su muerte, lo que hace Federico es tomar un partido claro por la libertad en contra de la tiranía. Por eso, le da igual morir, ya que en el fondo su lucha (aunque no sea muy conocido, Lorca era muy activo políticamente) ha acabado de forma positiva.

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#64202
28/6/2020 13:15

El deseado futuro marca ineludiblemente al pasado

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#64187
28/6/2020 9:33

Cuantos autores, aunque, por el estilo, alguien habrá puesto el boli bic.Por cierto, el pasado influirá sobre el futuro pero al verres...no tanto.

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#64166
27/6/2020 20:05

Yo creo que Federico no hubiera renunciado jamás a la posibilidad de seguir escribiendo hasta sus últimas consecuencias.Su vida era esa y ninguna otra. Me cuesta creer que cambiara cualquier verso posterior a su muerte por un epitafio sempiterno. Estupendo artículo. Gracias, y un saludo.

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#64163
27/6/2020 19:03

Esta es una de las mejores series españolas de todos los tiempos. Por tantas razones que no hay espacio aqui para referirlas. Solo decir que deberían de ponerlas en el colegio a los niños asi nos ahorrabanos una generacuon de salvames y supervivientes

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