Coronavirus
Covid19, ‘el momento Suez’ y dos interrogantes

A falta de saber si la crisis conducirá a una revalorización de la idea del Estado nacional, con sus políticas intervencionistas, parece claro que el covid19 ha sacado a la luz el egoísmo nacional en Occidente.

22 mar 2020 10:30

Estos días uno se siente un poco como Adrian Veidt en Watchmen (1986), sentado frente a una multitud de pantallas —como poco las de la televisión, el ordenador y el teléfono móvil— transmitiendo constantemente información sobre la evolución de la pandemia del covid19. Mapas terrestres en los que se dibuja la propagación, contadores en los que se actualiza regularmente la cifra de contagios, comparecencias de jefes de gobierno y autoridades sanitarias, soldados en trajes protectores desinfectando estaciones de tren, aeropuertos, universidades, calles. El mundo entero parece librar una lucha a contrarreloj contra un enemigo común e inesperado.

La paralización de buena parte de la actividad política, la vida cultural y las competiciones deportivas refuerza esa impresión: prácticamente no hay otra cosa de la que informar. El acceso a las redes sociales —en la que los receptores tradicionales de la información se convierten también en emisores de la misma— la multiplica. La sensación al andar por las grandes ciudades es vagamente post-apocalíptica: calles vacías, colas en los supermercados, estantes vacíos, establecimientos cerrados, personas con mascarillas y guantes regresando apresuradamente a sus casas y un silencio sepulcral ocasionalmente roto por el sonido de un automóvil o peor, una ambulancia o un coche de policía.

Adrian Veidt personaje de Watchmen (1986)
Adrian Veidt personaje de Watchmen (1986), sentado frente a las pantallas.

Salvo que no ha habido ningún apocalipsis y, para la sorpresa y quizá hasta la frustración de varias generaciones educadas en la cultura de masas estadounidense, el causante de esta situación es un invisible, silencioso y nada espectacular patógeno que produce unos síntomas similares a los de la gripe, aunque con una progresión de la enfermedad más agresiva. Pero el motivo, como a estas alturas no parece escapar a casi nadie, son sobre todo unos sistemas socioeconómicos y sus élites incapaces de dar una respuesta eficaz a esta crisis, no digamos ya socialmente justa.

¿Estado nacional o egoísmo nacional?

No veremos un colapso civilizatorio como el que la viruela traída por los conquistadores españoles causó entre los indios mesoamericanos, pero bajo nuestros pies puede intuirse cómo se desplazan lentamente placas tectónicas. “Los órdenes globales tienen una tendencia a cambiar gradualmente y luego a hacerlo de repente”, afirmaba un artículo Foreign Affairs al recordar cómo “en 1956 una intervención fracasada en Suez dejó al desnudo la decadencia del poder británico y marcó el fin del dominio de Reino Unido como potencia mundial”. “Hoy los políticos estadounidenses deberían reconocer que si EEUU no se eleva a la altura del momento”, sostenía, “la pandemia de coronavirus podría convertirse en otro ‘momento Suez’”.

Según algunos cálculos, Estados Unidos dispone de un 1% de las mascarillas y un 10% de los aparatos de ventilación necesarios para hacer frente a la pandemia

Los autores del artículo no ocultaban su preocupación por la incapacidad de Estados Unidos de contener la propagación del coronavirus: según algunos cálculos, el país dispone de un 1% de las mascarillas y un 10% de los aparatos de ventilación necesarios para hacer frente a la pandemia. La promesa de Donald Trump de conseguir 500 millones de mascarillas N95 —la que más protege contra el contagio— podría tardar en materializarse 18 meses. Aunque los fabricantes estadounidenses 3M y DuPont han aumentado su producción, es China quien fabrica actualmente la mitad de mascarillas del mundo: 20 millones de unidas diarias, según la agencia de noticias Xinhua.

Las deficiencias del sistema social estadounidense pueden llevar a que muchos enfermos rechacen buscar asistencia sanitaria y sigan acudiendo a sus puestos de trabajo

Por lo demás, como se ha señalado ya en numerosos medios, las deficiencias del sistema social estadounidense pueden llevar a que muchos enfermos rechacen buscar asistencia sanitaria y sigan acudiendo a sus puestos de trabajo, aumentando el riesgo de contagio. Además, “la pandemia ha amplificado los instintos de Trump de actuar por su cuenta y expuesto la escasa preparación de Washington para liderar una respuesta global”.

Uno de los ejemplos más claros fue la revelación por parte del diario alemán Die Welt de que el presidente estadounidense había intentado adquirir los laboratorios CureVac de Tübingen para fabricar una vacuna “sólo para EEUU”. Todo esto, aseguraba Foreign Affairs, mientras “Beijing, en comparación, está ofreciendo ayuda justamente cuando la necesidad mundial es más acusada”. Para empeorar aún más su imagen, Washington imponía nuevas sanciones a Irán, ignorando la crisis sanitaria en el país mientras mantiene las que ya existen contra otros países. Washington denomina eufemísticamente a esta política como “máxima presión”.

Causó una enorme repercusión el artículo que explicaba que “únicamente China” había respondido al grito de socorro del gobierno italiano, y días después el presidente de Serbia se quejó de que “la solidaridad europea no existe”

En Europa causó una enorme repercusión el artículo publicado por Politico del representante permanente de Italia ante la Unión Europea, Maurizio Massari, explicando cómo “únicamente China” había respondido al grito de socorro del gobierno italiano para que se suministren equipos médicos al país. “Por desgracia, ni un solo país europeo ha respondido a la llamada”, lamentaba Massari. Días después el presidente de Serbia, Aleksandar Vučić, se quejó públicamente de que “la solidaridad europea no existe” y dijo que “el único país que puede ayudarnos es China”.

Todo esto sucedía mientras Alemania bloqueaba el envío de un cargamento de 240.000 mascarillas a Austria y Suiza, que horas después levantó tras las protestas de Viena y Berna. Jochen Bittner se preguntaba en esos mismos días desde las páginas de The New York Times por qué Berlín no envía a los países más afectados aparatos de ventilación: Alemania —sede de uno de los principales fabricantes de equipos, Dragerwerk AG— dispone de 25.000 equipos y ya ha ordenado la producción de 10.000 más. En la vecina Francia únicamente existen 5.000 de estos equipos. A falta de saber si la crisis conducirá a una revalorización de la idea del Estado nacional, con sus políticas intervencionistas, parece claro que el covid19 ha sacado a la luz el egoísmo nacional en Occidente.

La Comisión Europea anunció finalmente el jueves un programa de compra de material médico y, en paralelo, el Banco Central Europeo (BCE) presentó en Frankfurt un plan de compra de 750.000 millones euros para activos públicos y privados. Pero inevitablemente parecía que estas decisiones llegaban demasiado tarde y a remolque de los acontecimientos y no avanzándose a los mismos. Además, sabían a demasiado poco ante la cascada de noticias económicas negativas. De modo similar, se han multiplicado las acusaciones de algunos medios de comunicación por la falta de transparencia o los problemas iniciales de China a la hora de contener el brote, obviando la eficacia de su respuesta posterior. La misma tarde del jueves se hacía público que la cifra oficial de fallecidos en Italia (3.405) ya superaba la de China (3.245).

¿Enmienda a la globalización?

Las medidas necesarias para frenar la expansión del COVID-19 han golpeado duramente las cadenas de suministro y con ello puesto contra las cuerdas el modelo de la globalización. La caída abrupta de los desplazamientos ha causado el desplome del precio del petróleo a los 20-25 dólares por barril, bajo el peso, también, del pulso que mantienen Arabia Saudí y Rusia por aumentar su influencia en el mercado energético.

La International Air Transport Association (IATA) ha calculado pérdidas de hasta 113.000 millones de dólares para el sector de la aviación y no descarta que se tengan que rescatar aerolíneas. La crisis del sector es tal que los proveedores de mascarillas en EEUU no encuentran aviones para transportar los cargamentos desde China y Trump ya ha prometido ayuda federal para Boeing, cuyas acciones cayeron por debajo de los 100 dólares, un 25% respecto a su valor hace un año.

La economista Michelle Meyer, del Bank of America, pronostica una caída del 12% de la economía estadounidense para el segundo trimestre y de un 0’8% del PIB para fines de año. “Se perderán empleos, se destruirá riqueza y se reducirá la confianza”, adelantó Meyer. En Alemania, Angela Merkel describió la situación en un mensaje televisado como “el mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial”. Según fuentes gubernamentales a Der Spiegel, el Ministerio de Finanzas está considerando un programa de ayudas para paliar las consecuencias de la crisis del COVID-19 de 180.000 millones de euros, un 5% del PIB.

No pocos piensan que el sacrosanto tope de deuda podría saltar por los aires. La economía alemana está orientada a la exportación, ¿a quién puede venderse la producción si no queda prácticamente nadie para comprarla?

La suma total que Alemania piensa destinar a los fondos contra la crisis podría ascender a los 500.000 millones de euros, y fuentes del Ministerio de Finanzas aseguraron que podría elevarse hasta los 700.000. Por comparación, en la crisis económica de 2008 el fondo especial para la estabilización de los mercados financieros (Soffin) de Alemania se dotó de 480.000 millones de euros. No pocos piensan que el sacrosanto tope de deuda podría saltar por los aires. Como los economistas advierten desde hace más de un lustro, la economía alemana está orientada a la exportación y no habiéndose reforzado estos últimos años lo suficiente su mercado doméstico, ¿a quién puede venderse la producción si no queda prácticamente nadie para comprarla?

Esteban Hernández advertía días atrás en El Confidencial que “nos hemos pasado mucho tiempo metidos en una suerte de idealismo económico que privilegiaba lo financiero, los dividendos y las recompras de acciones, un mundo virtual paralelo al de las empresas productivas que nos ha hecho mucho daño” y que ha dejado ahora las debilidades de muchas economías al descubierto. La división internacional del trabajo que acarrea la globalización ya no parece tan buena idea, como tampoco, huelga decirlo, las políticas y la cultura del neoliberalismo.

El fin de la globalización, como observa el economista Branko Milanović, “no es inevitable” —aunque sí que se revisarían algunos de sus aspectos—, pero “cuanto más se prolongue la crisis, y los obstáculos a la libre circulación de personas, bienes y capital, más pasará a considerarse como normal este estado de cosas.” En cuestión de días hemos visto a los jefes de estado y de gobierno occidentales anunciar medidas extraordinarias. Solamente en EEUU Trump firmó —aunque a la hora de escribir estas líneas todavía no había activado— la Ley de Defensa de la Producción, que autoriza al presidente a requisar propiedades, obligar a la industria a expandir la producción y el suministro de bienes básicos, controlar la distribución de recursos naturales e incluso fijar precios.

La división internacional del trabajo que acarrea la globalización ya no parece tan buena idea, como tampoco, huelga decirlo, las políticas y la cultura del neoliberalismo

Ante la previsible situación de devastación económica —según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), podrían destruirse 5’3 millones de empleos en un escenario “prudente” y hasta 24’7 millones de puestos de trabajo en uno “extremo”—, no parece nada descabellado augurar convulsiones políticas y sociales cuando la pandemia esté bajo control. Conviene subrayar que todo esto ocurriría no en economías precisamente en buen estado de salud, sino que castigaría un tejido social que todavía se resiente por la crisis de 2008 y las consiguientes medidas de austeridad, y en un contexto de no poca inestabilidad política.

Posiblemente la reacción natural de las sociedades sea en un primer momento, cansada de semanas de noticias trágicas y confinamiento, la de intentar retornar a la “normalidad”. ¿Pero a qué “normalidad” se pretendería en ese caso regresar? ¿Será eso posible una vez haya pasado una tragedia humana que de acuerdo con la opinión de muchos especialistas podría haberse evitado en buena medida si las élites occidentales hubieran gestionado la crisis de otro modo y con más recursos públicos? ¿Será suficiente con que los gobiernos apelen a la excepcionalidad del momento y a la unidad nacional para evitar depurar responsabilidades?

¿O recurrirán a medidas de fuerza para asegurar ese retorno a la “normalidad”, aprovechando la experiencia de los estados de alarma decretados ya en varios países? ¿Se producirá ese ‘momento Suez’ del que hablaba Foreign Affairs? “La pérdida de vidas por la enfermedad será el mayor coste y el que podría llevar a la desintegración social”, escribía Milanović en su artículo. “Aquellos que pierdan su esperanza, su trabajo y sus propiedades podrían girarse en contra de a quienes les va mejor”, continúa, “si más gente emerge de la crisis actual sin dinero, ni trabajo ni acceso a la sanidad, y si estas personas se desesperan y enfurecen, escenas como la reciente fuga de prisioneros en Italia o el saqueo que siguió al huracán Katrina en Nueva Orleans en 2005 podrían convertirse en un lugar común”. “Si los gobiernos recurren al uso de fuerzas policiales o militares para aplastar, pongamos por caso, disturbios o ataques a la propiedad, algunas sociedades podrían comenzar a desintegrarse”, aventura Milanović.

Un colaborador de este mismo recordaba hace poco la famosa frase de Felipe González, quien prefería que le diesen “un navajazo en el vientre entrando en el Metro de Nueva York, a las diez de la noche, antes que vivir treinta años con absoluta tranquilidad y seguridad en Moscú”. Quizá en un futuro no muy lejano se inviertan los factores

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