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Energía nuclear
La fuga, un corto como recurso de movilización social
La experiencia de un activismo cultural como La fuga en Cuenca, avisando de los riesgos del cementerio nuclear, ha pasado por momentos dulces y amargos. Varias personas se sumaron o abandonaron el proyecto en base a sus ideales o a las presiones externas. Faltaron rostros famosos dispuestos a aportar a la lucha pero el esfuerzo colectivo hizo avanzar un proyecto novedoso que ha despertado muchas atenciones en el entorno conquense. Ahora que se acerca su estreno, es momento de renovar el compromiso de tantas personas por concienciar y experimentar con nuevas ideas en sus movilizaciones.
Existe desgana y miedo a participar activamente a favor de una causa. Se suman muchas razones. Requiere tiempo, conocimientos, valor, compromiso, constancia, desvergüenza. En Europa no se exige la valentía y el coraje que las causas justas exigen a los activistas en países como Honduras o Brasil, donde es tristemente habitual que grupos armados asesinen impunemente a activistas medioambientales (Berta Cáceres, Lesbia Urquía, Nilce de Souza Magalhães, Marielle Franco, etc.). Que no te maten es ya un alivio pero no parece suficiente aliento.
Aquí el ciudadano desconfía de los políticos y de las veleidades de la política, también recela de sus propias fuerzas y de la eficacia de sus actos. Además, ya sabemos que los problemas son más complejos de lo que aparentan, puede que nos sumemos a defender una causa que entra en conflicto con nuestros propios intereses: no queremos que se explote a nadie con el cacao pero no podemos pasar un día sin consumir nuestra ración de chocolate.
Para realizar el cortometraje La fuga radiactiva partíamos de 8 años de resistencia, lucha e información contra la implantación del ATC a 40 km de Cuenca. Habíamos pasado por etapas de euforia y etapas de desaliento. Éramos conscientes de que nuestros mensajes solo llegaban a los buzones y a los cerebros de un público fiel, estanco y al que no había ninguna necesidad de convencer, estaban tan persuadidos que ya no respondían a las convocatorias. Luchar con una honda contra un poder que no cesa de bien alimentar a sus tropas, mejorar su armamento y multiplicar los medios y las estrategias es agotador. Estábamos cansados y necesitábamos cambiar la forma en la que presentábamos las noticias y los datos.
Habíamos pasado por etapas de euforia y etapas de desaliento. Éramos conscientes de que nuestros mensajes solo llegaban a los buzones y a los cerebros de un público fiel, estanco y al que no había ninguna necesidad de convencer
Un día leyendo a Kahneman caí en la cuenta de la importancia de esta frase que él reseña en su obra Pensar rápido, pensar despacio: “El evento improbable ocupa el foco de atención cuando se terminan de especificar las consecuencias”. Desgraciadamente, que una central nuclear estalle o que un ATC sufra un accidente no es imposible, eso sí, es improbable, tanto como que te caiga una teja en la cabeza y te mate, o que un día bañándote te coma un tiburón. Sin embargo, el día que Spielberg hizo plausible la existencia de un tiburón asesino cambió para siempre la relación de las personas con el mar, se añadió al diccionario la palabra selacofobia y casi se puso en peligro de extinción al tiburón blanco. Para que hubiera un debate profundo sobre el ATC necesitábamos especificar para el gran público cuáles podrían ser las consecuencias de un accidente radiactivo y servirnos de ello para documentar los riesgos que se asumían permitiendo que se instalara un cementerio de residuos altamente radiactivos cerca de su cama.
Ahora bien, ¿era plausible un posible accidente en el ATC? La respuesta a esta pregunta fue el origen de muchas investigaciones, elucubraciones y no pocas sorpresas. Todas ellas nos llevaron a confirmaciones de las que ya sospechábamos: que la industria nuclear no asume la compleja responsabilidad que se deriva de gestionar sus residuos; simplemente intenta quitárselos de en medio con el menor gasto posible. No fue difícil encontrar una razón verosímil por la que el ATC sufriera un accidente en el futuro. Teníamos incidente incitador, el guión estaba en marcha.
Comparando lo que íbamos aprendiendo sobre el tema nuclear con lo que se sabía en la calle, nos dimos cuenta de que existía un enorme vacío de información y lo refrendamos cuando salimos con la cámara a preguntar a los ciudadanos sobre los conceptos más básicos de la materia. Tristemente fue ahí cuando descubrimos con qué docilidad y hasta qué punto dejamos nuestro destino en manos de terceros sin preocuparos gran cosa por lo que firmamos. Y no hablamos de la letra pequeña. Como ciudadanos, aceptamos sin rechistar genuinos y gruesos disparates simplemente por no querer informarnos o por aceptar como bueno lo que nos comentan de pasada que puede serlo. De modo que había mucho que informar: la película debía ser esencialmente pedagógica, o al menos introducir de forma clara y amena los ignorados conceptos clave.
Ahora bien, ¿era plausible un posible accidente en el ATC? La respuesta a esta pregunta fue el origen de muchas investigaciones, elucubraciones y no pocas sorpresas.
Pronto nos dimos cuenta que cada colaborador era un amplificador natural de nuestro mensaje. Un argumento que adoptaba durante su participación en el rodaje era trasladado con éxito a su familia, a su trabajo, a todo su entorno. Queríamos que el debate fuera amplio y llegara a muchos estratos sociales y, en consecuencia, la película debía convocar al mayor número de colaboradores posible. Todos debían ser o estar fuertemente vinculados con la ciudad, así sus mensajes se distribuirían en el ambiente adecuado y no fuera de contexto.
Con todo, el poder en una ciudad pequeña ejerce mucha presión sobre sus vulnerables ciudadanos. No fueron pocas las ocasiones en que perdimos colaboradores que sintonizaban con nuestra causa pero temían perder el puesto de trabajo. En privado renegaban del ATC, en público asentían levemente. El activismo digital es cómodo, no consume mucho tiempo, siempre que no haya que leer más de un párrafo. Aunque es prácticamente anónimo, muchas personas prefieren no declararse ante un grupo de amistades diversas, y según la red que se esté usando, un retrato activista puede ser un hándicap para optar en el futuro por un determinado puesto de trabajo. Así estamos. En parte por ello, y también por el efecto que producía, pusimos en marcha la campaña Ni un respiro al ATC donde pedimos a los simpatizantes que nos enviaran fotos de sí mismos con mascarillas. Reunimos un par de centenares.
Queríamos que el debate fuera amplio y llegara a muchos estratos sociales y, en consecuencia, la película debía convocar al mayor número de colaboradores posible. Todos debían ser o estar fuertemente vinculados con la ciudad, así sus mensajes se distribuirían en el ambiente adecuado y no fuera de contexto.
Buscamos la manera de que figuras públicas se retratasen a favor, logrando circunstanciales apoyos que no terminaron de engalanar un escenario al que a nadie le importara subirse. Incluyo aquí mi desilusión con respecto a los famosos ,que parecen últimamente muy acomodados y medrosos, lánguidos para sumarse a movilizaciones políticas. Supongo que la suma de decepciones políticas les ha llevado a un grado de desconfianza absoluto en el activismo si no viene amparado por marcas internacionales. No obstante, se echó en falta una mínima comunicación, un punto de interés. Allá ellos. Les digo como Celaya: Maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse.
Cuando anunciamos el rodaje de La fuga logramos la atención de los medios y de un público que hasta entonces no se había involucrado. Formamos un equipo que fuimos ampliando en cada convocatoria. Planificamos mensajes relevantes y apropiados para cada público y buscamos los canales más apropiados para comunicarnos. Como en Cuenca no hay televisión local utilizamos una pantalla gigante que existe en una encrucijada estratégica de la ciudad para emitir pequeños spots que arrancaban con un “sabias qué…” y explicaban aspectos destacados de la industria nuclear y su gestión fatal de los residuos radiactivos.
Como en Cuenca no hay televisión local utilizamos una pantalla gigante que existe en una encrucijada estratégica de la ciudad para emitir pequeños spots que arrancaban con un “sabias qué…” y explicaban aspectos destacados de la industria nuclear y su gestión fatal de los residuos radiactivos.
Hicimos otras muchas acciones (La declaración por la energía social, la dramafestación que merecería un artículo completo, videocontribuciones, etc.) cuya descripción harían demasiado extenso este artículo para el lector digital pero que pueden consultarse en la web www.lafugaradiactiva.com. El 18 de enero de 2019 estrenamos La fuga en Cuenca. Tuvimos aglomeraciones en la puerta de la sala porque algún medio de comunicación no advirtió que para entrar había que confirmar en el mail de la organización. Se entendió que era un pase gratuito y “la tarde era fría y desapacible”. Por ventura, pudimos dar cabida a todos, después de que hubieron entrado los que sí habían confirmado. Una señora que se enfadó mucho cuando la dijimos que tenía que esperar, pero que finalmente entró, después de ver el corto me puso la mano en el pecho y me espetó “¿Es usted el que ha hecho esta película?”. Sí, dije, y tragué saliva. “Muy bien hecha, hijo, la deberían pasar en la televisión. Es muy importante y muy necesario que esta información la tengan todos los conquenses y todos los castellano manchegos”.