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Política
Gobernar por compasión
En los últimos días, los ciudadanos de este país hemos sido testigos de un maratón emocional y político digno de los culebrones caribeños a los que asistía, azorada, en mis tardes infantiles; un culebrón lleno de giros inesperados, decisiones trascendentales y muchas especulaciones, a cual más disparatada, sobre el futuro de nuestro guapo e intrépido protagonista, un caballero resistente y galantesco que, según los últimos acontecimientos, también denotaba una masculinidad deconstruida que nos acercaba a su parte más vulnerable y enamorada.
Luego de estos intrépidos episodios, hemos vuelto, no obstante, al tedio habitual del panorama político, con los pronunciamientos del Gobierno y la oposición, los reproches cruzados sobre la bajeza y la ignominia del adversario, las réplicas y contrarréplicas cada vez más hiperbólicas y estrafalarias; en fin, a la tristeza cotidiana del panorama político habitual, en un escenario violento y deshumanizador que, no lo olvidemos, hemos construido, insulto a insulto, una parte importante de las personas que habitamos este país.Con objeto de mantener a la audiencia entusiasmada, es posible que nuestros simpáticos guionistas nos vuelvan a proponer algún inesperado episodio, aunque ya no se me ocurre más nada que un duelo de espadas (láser) al amanecer, una verbena hípster en la pradera de San Isidro o un calimocho de pacificación a la sombra de los leones del Congreso.
Sin embargo, en el devenir de esta telenovela mediatizada y extenuante, me ha llamado la atención un pequeñísimo episodio que ha acontecido, sin pena ni gloria, entre las apasionantes aventuras de nuestros protagonistas. Una vez que se conoció el contenido de la carta del presidente Sánchez, así como su posible dimisión, el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijoo, declaró airadamente en los medios de comunicación, que este “no puede gobernar por adhesión, pretende gobernar por compasión”.
Alberto Núnez Feijoo declaró airadamente en los medios de comunicación que Sánchez “no puede gobernar por adhesión, pretende gobernar por compasión”.
Y bueno, creo que no se me ocurre descripción más descarnada, violenta y precisa de en qué se ha convertido lo que hoy llamamos política, que esta forma desdeñosa, humillante y peyorativa de referirse a la compasión, sin advertir que se trata de uno de los procesos más preciosos y evolucionados a los que, como humanos, podemos aspirar. Porque, a diferencia de este desmoralizante sentido común, para diversas escuelas espirituales -incluidos el cristianismo, el budismo, la cábala o el sufismo- la compasión es un estado de iluminación, un poderoso proceso que comienza por tomar conciencia del sufrimiento propio y de los demás, para encauzarnos hacia trayectorias altruistas que permiten círculos de sanación que son, al mismo tiempo, individuales y comunitarios.
Para una parte de la ciencia moderna, además, la compasión es una dinámica fisiológica que incrementa el bienestar, la neuroplasticidad y las capacidades de autorregulación emocional. Y esta apertura hacia la compasión, con su enorme potencial de transformación, se está incorporando, progresivamente, hacia espacios colectivos relacionados con diversos programas en el ámbito de la salud, la psicología, la educación o las actividades empresariales, por sólo mencionar algunos ejemplos.
La compasión es una apuesta ética por la comunidad, por la justicia y por el cuidado hacia todos los seres que habitan este planeta. Es una conexión con nuestra propia humanidad, con nuestro propio dolor, que no es otra cosa que el dolor compartido de nuestra civilización. Y, bajo la luz de la compasión, se alcanza un estado de profunda apertura hacia nosotras mismas y hacia el resto de la humanidad. La compasión es un potencial de nuestra humanidad y, por todo ello, quizás sea el momento de confrontar esta práctica colectiva que desliga la política de cualquier sentido ético y/o bondadoso, porque, a mi juicio, no hay ideal más elevado, ni más saludable, que la misión de gestionar la polis desde una política de la compasión.
La compasión es una apuesta ética por la comunidad, por la justicia y por el cuidado hacia todos los seres que habitan este planeta.
Pero, además, esta forma de comprender la política nos aboca a representar, en el espacio público, una identidad fría y metálica, desapegada de nuestra naturaleza frágil y cooperativa, donde la dureza o la invulnerabilidad son atributos, necesarios y deseables, para poder ser parte activa de este mercado público en que hemos convertido nuestra polis común. Es, además, una subjetividad que nos construye como entes productivos, sometidos a la búsqueda frenética de abundancia económica y reconocimiento social. En definitiva, sujetos que reproducen con sus decisiones vitales las dinámicas propias del capitalismo y la competitividad.
Sin embargo, hace tiempo que sé que la realidad, que la vida, con sus caprichosas decisiones, nos ha prodigado un destino muy diferente al del mercado y la deshumanización, Lo asumamos o no, somos seres emocionales, corporales, sociales y espirituales, que nos preguntamos por el sentido, el amor, la vulnerabilidad y la finitud. Política, emocional y metabólicamente necesitamos de los otros para sobrevivir, para crecer, para ser felices. Y (casi) todos, en esta existencia humana, estamos atravesados por el dolor, la represión y el trauma.
Yo creo que es hora de deconstruir esta fragmentación violenta entre el espacio público y el espacio privado, entre lo humano y lo política, entre la bondad y lo colectivo. Creo profundamente que la única forma de terminar con la crisis civilizatoria, con la desigualdad y con la violencia, es integrar todo lo que somos como humanos en los espacios cotidianos, es volver a hablar del espacio público como un lugar de debate y de escucha del diferente, es comprender la sacralidad de cada vida que se expresa en esta tierra. Y sí, necesitamos, desesperadamente, una política de la compasión, que no es otra cosa que trabajar por un mundo mejor y más bondadoso, para nosotros, nuestros hijos y todos los que seres que habitan este bello planeta.
Natalia Millán Acevedo es Profesora de Ciencia Política Política de la Universidad Complutense de Madrid y autora del libro 'Política, emociones y espiritualidad (2023, Catarata)'.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.