Barrio Sevilla
Edificio en un barrio de Sevilla en 2011. Foto: Cristina MJ
26 feb 2018 14:00

“Barrio”. Discurrir cotidiano de gentes que comparten un espacio común. Donde la vecina del bloque de enfrente te dice: “Qué poco duermes, hija, porque cuando me despierto por la noche tengo la manía de salir al balcón y veo que tienes la luz encendía”. Donde maldices a las cuatro de la tarde el ruido de la chatarrería al lado de tu casa pero, cuando te enteras de que la han vendido para hacer tres pisos de lujo con piscinas individuales, te entra un nudo de inminente orfandad paisajística, porque no cambiarías por nada del mundo las tertulias espontáneas en la esquina. Porque el terruño del “buenos días” y “buenas tardes”, sacralizado callejero saludo a veces sin necesidad de verbalizarlo, solo con una inclinación de cabeza, será sustituido por un sepulcral silencio exquisito.

“Barrio”. Lo cotidiano es y ha sido objeto de deseo de élites inmobiliario-financieras hermanadas con departamentos de Urbanismo. Qué paradoja, “barrios de aluvión” se llamaba a los barrios construidos en la periferia durante el desarrollismo franquista, dejando en barbecho, entre ellos y el casco histórico, el terreno para levantar viviendas destinadas a las clases medias. Los futuros espacios llenabolsillos. La gentrificación se encargó, y se encarga, de vaciar el centro de “población indeseable”, sustituyendo el vecindario habitual por otro con mayor capacidad adquisitiva. Y con la turistificación, el aluvión turístico es el que penetra cada vez con más fuerza en los intersticios de la vida cotidiana, que resiste en los cascos históricos, sustituida por vida flotante.

“Barrio”. Cuánto dolo en estas ciudades construidas a golpe de especulación. Donde las lentejas contadas una a una para cocinarse a fuego lento se convierten en monedas que brillan tanto como las calles transformadas en parque turístico. Mientras una vecina guarda sus recuerdos en una caja de mudanza, lentamente, como quien no quiere hacer algo, mientras lo hace, se escucha, tras los cristales rotos, el trasiego de maletas sobre el empedrado que ocuparán esas paredes que se vacían de lo cotidiano.

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