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Yo, sin el que cree que es como yo
así como yo como él
no somos “nosotros”
tampoco si no está el otro,
si no podemos comparar nuestras excepcionalidades
con las paupérrimas costumbres de otros,
para sentirnos distintos y especiales.
Yo desde el supremacismo
de mis palabras aprendidas
desde los perjuicios heredados
“inconscientemente”
mantengo con ellos la distancia.
Porque nosotros
¿realmente sabemos que no existiríamos sin ellos?,
sin los que llamamos diferentes, forasteros, emigrantes
sin la compañía de los olores que nos ofenden,
sin agudos decasílabos incomprensibles,
que nos irritan y no nos interesan.
Nosotros que podemos vivir con nuestras costumbres de clase,
de categoría
porque los otros sobreviven,
mal viven aquí y allí
mientras nosotros rastreamos las diferencias
para diferenciarlos y mostrárselas.
Nosotros que nos examinamos unos a otros
para no cruzaros con ellos,
para que las referencias de nuestros hijos
sean las mismas que la nuestras,
aquellas tan sanas, tan “normales”
que nos mostraron y con las que nos adoctrinaron.
Nosotros que confundimos clase social
con realidad social,
esa situación en que se nace pero no se elige,
para situar a los otros “donde corresponde”
arrinconándolos, gentrificando sus espacios
mostrando alterofobia que sentimos.
Donde hay personas
vemos muebles que clasificamos,
géneros que nos disgustan,
lenguas que nos molestan,
costumbres que nos incomodan...
Pero para que toda nuestra maquinaria funcione
necesitamos tolerar:
olores, colores, pieles, religiones, palabras,
gritos, ritos, pero todos en nuestro orden,
todos en el “orden”,
con nuestros poderes:
nuestro capital económico
nuestro capital cultural o informativo
nuestro capital social
disfrazándolo de alterofilia paternalista.
Desde ese espacio endogámico privativo
donde los poderes restan a buen recaudo
desde el pulpito de esa tolerancia
practicamos el etnocentrismo,
el fundamentalismo cultural
no percibimos nuestro racismo,
lo negamos, somos incapaces de sentirlo.
Nosotros que bloquemos nuestra cultura
despreciando la de los otros
tenemos verdadero terror a la anomia
de la evolución, la adaptación, la mutación
de la transformación de la cultura, de la información,
a perder el poder de controlarlas
de permitir que existan otras “verdades”
entre nuestras paredes, nuestros territorios
dentro de nuestras fronteras
políticas, sociales, familiares
en el interior de nuestras mentiras
Nosotros tenemos miedo:
“Al poder potencial de la diferencia”