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Elecciones
El 23J como síntoma: tretas de época y el giro reaccionario
Avanza julio sin pausa, un tórrido julio electoral, y lo hace entre sequías, riadas e incendios, aquí y allá, como nuestros muertos en el tajo por golpes de calor. Mientras, el PP de Moreno Bonilla “ve prioritaria la ley de regadíos de Doñana” y las mentiras alimentan a los acólitos con carácter, que sienten falsamente cómo esa condición los libera frente a esos otros. Y es que parece útil recordar, tras el último debate electoral con ausencia de Núñez Feijóo, que tácticas como ‘el galope de Gish’ —o ametralladora de falacias—, la misma que usó el candidato del PP en su ofensiva del esperpéntico cara a cara, que no por casualidad fue acuñada a partir de las tretas de un creacionista en los debates contra los evolucionistas —la historia no se repite pero retorna—-, cuentan con un sustrato de recompensa dopamínica para quien apoyaba, o termina apoyando, al sujeto abrumador, no tanto frente a su oponente, como frente a los grupos relacionados y vinculados, certeramente o no, con él.
Tácticas como la ametralladora de falacias, la misma que usó el candidato del PP en su ofensiva del esperpéntico cara a cara, no por casualidad fue acuñada a partir de las tretas de un creacionista en los debates contra los evolucionistas
Son esos otros denostados, no por actos dañinos, hirientes y persecutorios hacia colectivos por lo que son, no por generar víctimas directas de su accionar sin atisbar mínimamente las estructuras de poder de las diferentes sociedades, ni el concepto de justicia por fuera del señalamiento punitivista; sino esos otros denostados por romper la satisfacción, los egos y las creencias de los apostantes al caballo ganador —y quimérico—, precisamente por ser éste perteneciente y representante de las estructuras sociales de estratificación y dominación imperantes en los imaginarios y la materialidad de una época, tengan hegemonía, se encuentren en crisis o en pugna. Por ello, sus intolerancias denostadoras y demonizadoras —canalizando el miedo, la superioridad, o ambas— no son parangonables a nuestra intolerancia, por mucho que ejerzan la victimización indiferenciada como táctica. En referencia a este tema nuestra lucha por la igualdad no se pone en juego, la igualación sin eje de diferenciación cualitativo y cuantitativo para poder pensar no es igualdad.
De la misma forma, tampoco nos apela en nuestra lucha por la libertad y la diversidad su contracara: colocarse en un tipo de alteridad discursiva según una interpretación de superioridad moral articulada, de nuevo, en función de un supuesto y ficticio plano igualador que difumina una necesaria diferenciación de esferas, planos y estratos, con el fin de pensar y afrontar los problemas y las ajenidades antagónicas. En otras palabras, el “buenismo” con toque de altanería —aunque justamente diferenciadora— que elude la confrontación “porque no soy como ellos”, se embarra a través del núcleo distorsionado del acto diferencial ya que termina reduciéndose a una inconsciente búsqueda de superioridad moral —ego mediante— cuando la diferencia radical ya estaría presente en otras prácticas y palabras. En plata, y por ejemplificar: no es lo mismo ser feminista que machista y hay que dar la lucha en todos los planos del machismo con diferentes herramientas, en función de los análisis del patriarcado y sus funcionamientos.
Si no existe el espacio vacío en el devenir histórico, como tampoco en la relación de fuerzas, es una suerte de responsabilidad para algunas generaciones que nacimos y crecimos circundadas, en mayor o menor medida, por el siglo XX, estar atentas a los momentos históricos, sin idealismo purista o metafísico, aunque estemos implicados en una rabia inaplacable y legítima. Específicamente mirando a la política partidaria y el voto —más allá del yo y sus relaciones de imágenes internas—, estamos ante una cancha en la que todo el espacio se ocupa —una realidad que no implica en absoluto disolver la potencia de los márgenes ni las contraculturas ni la contrahegemonía ni la construcción de alternativas más o menos radicales—. Así las cosas, suena fundamental la diferenciación de coyunturas —el grado de posición defensiva y el necesario resquicio ofensivo—. Y creo que habría que mirárselo seriamente, porque de masas atomizadas dopadas de gestos yoicos vamos bien servidas.
En definitiva, hablamos de trampas que también aparecen en las posiciones contrarias, las de la aparente neutralidad. Por ejemplo con la aceptación y el uso adulterado de la contradicción, no para pensar la complejidad y las determinaciones relacionales de la aculturación y el modo de producción sobre los sujetos, sino como artefacto vaciado y usado sólo para desarmar la digna satisfacción de tomar partido y emitir palabra, sea como mayorías o a contracorriente. Así se consigue mimetizar el término contradicción con una forma de arropar narcisamente el conformismo, disfrazado de realismo o posibilismo, y bendecir con superioridad la indiferencia en caso de que no estés en los diferentes estratos y grupos a los que el sistema devora, o no quieras reconocer que estás siendo devorada y devorado sin ser envidiada o envidiado sino sólo descartado. Una buena síntesis de esta construcción de otredad complaciente es la cita usada en redes de una novela: “no hay nada más vano que ambicionar la certeza. Sólo la contradicción nos salva” [léase “certeza” como posicionarse y pensar acerca de injusticias, explotaciones y masacres ejercidas sobre el propio cuerpo o sobre otros diferentes, y hacer frente a la incertidumbre en una búsqueda que, como el camino, no cesa mientras la vida nos insufle energía].
Sin embargo, quién podría decir que Bertolt Brecht no aceptaba las contradicciones y sus complejidades por señalar la solidaridad frente al fascismo y marcar, alto y claro, uno de los principales comportamientos que hacen posible, en cada momento histórico, su ascenso: la indiferencia y la negación. Ambas son posibles con un manejo particular de la singularidad y la consideración de superioridad, esta vez, diferencial. Tal y como nos explica Ranciére sobre la estrategia de Trump en su apelación al voto popular. Una seducción basada, precisamente, en la consideración de superioridad de unos subalternos frente a otros y la preservación, en la indigna y subrepticia batalla de “los salvados vs los hundidos”, de unos supuestos privilegios de tendencia supremacista. En el plano individualizante en el que nos movemos desde hace décadas y en la constitución de la singularidad de cada persona, se traduciría en una relación de corte narcisista, en la jungla de competencia micro y macro que todo lo inunda: “porque yo lo valgo, (y tú no)”.
Hablando de ecosistemas salvajes o salváticos, el hecho es que estamos ante un calor que efectivamente sólo engaña, por vocación, a ese negacionismo que esconde la vulnerabilidad y, por ende, la necesidad de cooperación, en una suerte de viejo endiosamiento androcéntrico vestido de ropajes contemporáneos, pariendo nuevas formas en sus expresiones subjetivas con el mismo fondo. El negacionismo de un calentamiento global ya evidente para todos aquellos que no vivan en su particular No mires arriba. La película de Adam McKay, protagonizada entre otros por Di Caprio, que leyó el impacto pandémico sobre los horizontes de realidad de los imaginarios occidentales, dentro del marco de la condición humana, y lo proyectó hacia el futuro con la presencia de la emergencia climática que vivimos en el inconsciente narrativo, disfrazada o desplazada por otro estrago apocalíptico ya vivido en el planeta, un meteorito.
Como explica Jorge Alemán (psicoanalista argentino exiliado de la última dictadura cívico-militar y residente en Madrid desde la transición), refiriéndose a la recepción interpretativa de la película: “el secreto de la ideología es la identificación y no la conciencia de realidad, aquella que permite que el mundo siga siendo como es”. El espejo del yo, la autopercepción dentro de la visión construida del mundo y la mirada del otro son tiranías cuyo vacío nos atraviesa, de una forma u otra. Qué hacemos con ello, cuando dicha ecuación ya ha despertado la potencia de un movimiento reaccionario y éste seduce a mayorías, por lo que sabemos cuándo ha empezado pero no hasta dónde llega, lo que dejará ni cuándo y cómo lo podremos apagar, es primordial en la praxis. La República de Weimar, históricamente, no queda tan lejos si conseguimos deconstruir, tan sólo un poco, nuestra relación de época con el sentido del tiempo: en el aquí y ahora, pero con pertenencia y arraigo pasados, consiguiendo burlar la escisión profunda que sufrimos tanto de la naturaleza como del acontecer temporal de las colectividades humanas.
Como núcleo, la unidad homogeneizante del país, acompañada por la reacción machista, junto a la familia de inspiración nacional-católica, y el racismo vertebral del discurso anti-inmigración, defensor de “las esencias de la sociedad blanca, occidental y cristiana”
Desde 2018, con una identidad nacionalista excluyente, patrimonializadora del país, el españolismo derechista cuenta de nuevo en la historia con un discurso potente que incorpora la identificación de “los enemigos de España”. Resucitaron —en los años de pandemia que doparon el discurso y la figura de personajes como Ayuso— el viejo concepto franquista de ‘la anti-España’, con sus caricaturas demonizadoras actualizadas. Una resurrección, con fuerza de época, que ha sido incorporada a las percepciones de una parte de las generaciones nacidas después de los 70s, acompañadas por la sedimentación del conocido como ‘franquismo sociológico’. Una herencia que durante las dos últimas décadas ha sido realimentada con inversiones de capital puesto en circulación ideológica a través del despliegue de medios de comunicación y editoriales. Lo que llamábamos “la caverna mediática” se volvió tan basta que empezó a desarrollar la posibilidad de “su naturaleza colonizadora”, inyectando identificación ideológica de la dura.
Las estrategias de restauración de la crisis del sistema de partidos español, articuladas desde diferentes poderes estatales y estructurales, dio paso al giro reaccionario. La crisis del sistema de partidos viró a la derecha. Como núcleo, la unidad homogeneizante del país, acompañada por la reacción machista, junto a la familia de inspiración nacional-católica, y el racismo vertebral del discurso anti-inmigración, defensor de “las esencias de la sociedad blanca, occidental y cristiana”, como hemos oído a Meloni, Le Pen y Trump. Esa triada viene acompañada por el discurso de seguridad vinculado a la propiedad privada, en un uso del miedo y la frustración. Ambos azuzados, sin sujeción ni referencias, a partir del impacto pandémico con el consecuente brote de la conspiranoia y los negacionismos evolutivo, astronómico, físico, de género o climático. Un impacto en apariencia dejado atrás pero que permitió el desplazamiento reaccionario del marco a través del uso de un concepto adulterado de ‘libertad’, constituido entre las dicotomías caricaturizadas de la Guerra Fría y la hegemonía de ‘la normalidad neoliberal’. Veremos.
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Bueno, estamos hablando de España.
La historia, la existencia, de España (sea esto lo que sea, al margen de esa simpleza para oligofrénicos de baba que lo limita a un territorio, la monarquía-ejército, etc.), la resumió (aunque fuese franquista o filofranquista) Ramón Carande con dos palabras: "DEMASIADOS RETROCESOS".
Siempre está retrocediendo, salvo épocas de desarrollismos, burbujas financieras (o del ladrillo), transiciones falaces (burdos maquillajes del Status Quo de siempre), etc., etc., etc.
Y siempre está retrocediendo porque tiene terror cerval a los avances o rupturas de paradigmas (((de aquí viene eso de LA RUPTURA DEMOCRÁTICA de los de la Junta Democrática; se inspiraron en la ruptura de los paradigmas científicos de Thomas Kuhn))); cada vez que en Europa (al Norte de los Pirineos creo que está eso) había algún tipo de Reforma (religiosa, política, cultural, etc.) aquí en Españistán soltaban a los megacriminales de turno para hacer la Contrarreforma que les permitiera seguir usurpando, expoliando, etc.
¿Hablamos de síntomas de algo?; se podría hablar, aunque lo oportuno sería hablar de las enfermedades, que son la tira.