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Feminismos
Un año de movilizaciones feministas que no caben en 1.000 páginas
2018 fue un año pleno de movilizaciones feministas. Miles de mujeres salieron a la calle. Desde el 8M a las manifestaciones espontáneas contra la sentencia de La Manada, desde el apoyo a las temporeras a la respuesta contra Vox, los feminismos se revelan como fuerza de choque contra el patriarcado y el fascismo, pero también como energía que invita a pensar otros mundos posibles.
Pareciera que en 2018 el feminismo lo fue todo. O al menos así nos gustaría recordarlo para no tener que pensar en lo demás. ¿Fue o no fue una cuarta ola? Seguramente fue un tsunami. Una oleada no por anunciada menos impactante, una confluencia de mareas vitales de cientos, miles de vidas de mujeres que, desde hace pocos años, no son las mismas.
No somos las mismas después de tomar las calles de ciudades y pueblos en el 8M, esa energía incontenible que se desparramó por el Estado. Consignas, carteles, canciones, plataformas: no fue solo una explosión cuantitativa, fue un desborde cualitativo resultado de mucha organización, mucha energía, muchas ganas, pero también mucho dolor que ya no queremos soportar. “Estamos haciendo historia”, se leía en pancartas y sonrisas. En estos tiempos en los que la historia corre y nos deja desarmadas, sentir que se es quien hace la historia la hace es una inyección de agencia imprescindible para plantarle cara a los abismos que parecen insalvables.
Todas y todos nos convencimos entonces: si hay un movimiento social pujante, si hay un sujeto político cuya sangre bombea, cuyo cuerpo se activa, cuya mente colectiva piensa y se manifiesta, ese es el feminismo.
En 2018 nos peleamos por todo, por nuestra libertad sexual, tan difícil de asimilar por la mirada vetusta de una justicia patriarcal incapaz de ver violencia e intimidación en el acorralamiento de una joven por parte de cinco tipos fornidos. Salimos a la calle y miramos a los ojos a la autoridad de la autoridad, la judicial, esa que se presenta como neutra y superior a nuestras subjetividades.
Todo lo quisimos discutir. También los cuidados, la piedra angular misma de la división sexual del trabajo, los propios cimientos del patriarcado. Y nos pusimos en huelga. El mundo se tuvo que organizar. Niñas y niños quedaron al cuidado de los hombres, y quienes no pudieron parar, colgaron sus delantales en las ventanas para decir que aquí hay alguien cuyo trabajo es tan central, tan fundamental para el sostenimiento de la vida, que ni detenerse puede.
Y como el cuidado siguió siendo menospreciado, las trabajadoras del hogar se plantaron frente al Congreso para demandar igualdad, con escobillas de váter guerreras se enfrentaron a la mierda que supone no ser consideradas trabajadoras como las demás, vivir en un régimen entre el trabajo y la esclavitud porque el capital no se puede permitir pagar lo que corresponde a quien posibilita que se reproduzca. Cada vez más trabajadoras, en la vanguardia de la precarización, salieron a reclamar una dignidad que no se les presuponía. Camareras de pisos, dependientas del próspero sector textil, teleoperadoras, limpiadoras, abandonaron la penumbra donde producen el valor que otros embolsan.
Hasta las temporeras de la fresa, desposeídas por convenio bilateral de sus derechos fundamentales, dijeron basta cuando a la explotación laboral se le sumó la violencia sexual. También ellas se plantaron.
Plantarse, las feministas nos plantamos. Son tantas las cosas que ya no aceptamos. Pero también sembramos. En nuestras resistencias palpitan nuevos mundos. Y si pensamos en 2018 como el año del feminismo, lo decimos quizás para no tener que cederle el año al fascismo. Porque 2018 también fue el año en el que los discursos antiderechos quisieron hacerse oír con más fuerza. Ahí también estuvimos, ante el colapso y el desconcierto, reaccionamos porque nos va la vida en ello. Y allí estaremos.
Donde ellos exigen ¡orden! nosotras proponemos igualdad. Donde apuestan por las fronteras y la exclusión, el feminismo lo hace por los vínculos en la diversidad. Mientras supuran voluntad de dominio, el feminismo defiende el apoyo mutuo, la cooperación. Los feminismos no son una barrera para detener el patriarcado ni el fascismo, señalan otro camino.
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Las feministas viven en una realidad paralela que nada tiene que ver con las preocupaciones de la mayoría de la clase media, y nadie es capaz de decírselo.
Esta es la clase media que se proclama anti-feminista, como VOX, y pretenden hacer creer que son la verdadera clase trabajadora, la ESPAÑA QUE MADRUGA jajajaja ¿a qué me suena esto? aah si, a la clase media que finge ser clase obrera y también que declaran anti-feministas como Frente "Obrero" jajajajaja.