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Fronteras
Cientos de migrantes vuelven a Calais un año después del desmantelamiento de la Jungla
Procedentes del cuerno de África y de oriente medio, cientos de personas sobreviven en los bosques de Calais. La propaganda gubernamental anuncia que se terminará con "el deambular" de los migrantes pero no se avanzan soluciones.
El 24 de octubre de 2016, miles de personas hacían cola para encontrar un nuevo lugar en el mundo. Los esperaban 130 autobuses, que los iban a distribuir por albergues y centros de toda Francia. 15 años después de que se extendieran los campamentos informales de Calais, el Gobierno francés decidió terminar con la Jungla. Una pequeña ciudad dentro del paso de Calais. Un símbolo de la gestión de fronteras de la Unión Europea.
L’ aube des migrants (el albergue de los emigrantes) y Utopia 56 son asociaciones de apoyo a los migrantes que se asientan en Calais, en el norte de Francia. Sus nombres fueron conocidos mientras estuvo en pie la Jungla, el mayor campamento informal de Europa, donde convivían personas de decenas de nacionalidades que compartían un deseo: salvar el mar y llegar a Reino Unido. Pero su trabajo no ha terminado.
Hoy hace un año, 3.000 agentes de policía comenzaban el desmantelamiento del campamento, poblado por aproximadamente 10.000 personas. “Sabíamos que los emigrantes volverían”, explica François Guennoc vicepresidente de L’aube des migrants. “Actualmente, hay de 600 a 700 migrantes en Calais y en sus alrededores, dos tercios son de Eritrea, Etiopía y Somalía, otro tercios son afganos y pakistaníes. Algunos iraquíes e iraníes también…”
“La Jungla no es un bueno sitio para vivir”, señala Guennoc, que cree que la situación actual es mucho peor: “Las condiciones de vida son funestas”
Léo, que participa en Utopia 56, abunda en el perfil de quienes están en Calais. “Hay una mayoría de menores de edad aislados. Hay también hombres solos, algunas familias y decenas de mujeres jóvenes. Esas personas llegan de París, o de un país vecino (Italia, Alemana, Bélgica…). Algunos de ellos han visto denegado su derecho de asilo, otros intentan una vía judicial y se arriesgan ser expulsados a otro Estado europeo (el país en el que se le tomaron las huellas, a veces de manera forzada, en el camino del exilio). También hay personas que desean pedir el asilo a Francia”.
“La Jungla no es un bueno sitio para vivir”, señala Guennoc, que, no obstante cree que la situación actual es mucho peor: “Las condiciones de vida son funestas, principalmente debido a la presión y a la violencia policiales”. Este activista denuncia que las circunstancias actuales han dificultado el trabajo de las asociaciones de solidarios, que habían establecido redes de actuación en la Jungla que fueron arrasadas al mismo tiempo que las infraestructuras del campamento.
“El desmantelamiento de la Jungla fue una operación de comunicación antes un plazo electoral, sin ninguna perspectiva o reflexión a largo plazo de la acogida en Francia”, señala Léo. “Una parte de los aproximadamente diez mil migrantes que vivieron aquí pudieron pasar el último invierno al abrigo de los centros de acogida y de orientación (CAO) abiertos para esa ocasión, pero a día de hoy no existe ninguna estructura de acogida en Calais”.
Seis meses después de que el campamento fuera desmantelado, el Consejo de Estado confirmó la orden del tribunal administrativo de Lille que ordenó al Estado y al departamento de Calais que pusiera en marcha medidas sanitarias de urgencia, como la instalación de puntos de agua potable y de aseos.
Tras la Jungla llegó el vacío y el caos, pero no se terminó el goteo de personas que ve en Calais el comienzo de una esperanza para sus vidas. El Gobierno tuvo que asumir el fracaso de su acción sobre la Jungla y ha vuelto a instalar aseos y transportar camiones cisterna para permitir el aseo y las mejoras en las condiciones higiénicas del campamento. Léo explica que hoy inciden en que las donaciones de las personas solidarias se destinen a productos para la higiene.
Malos tratos y abusos
En julio de este año, Human Rights Watch publicó un informe demoledor sobre los abusos policiales cometidos en Calais y Dunkerque. El documento, titulado significativamente “Como vivir en el infierno. Abusos policiales contra niños y adultos en el norte de Francia”, explicaba que “las autoridades han mirado hacia otro lado ante los repetidos reportes de abusos policiales contra solicitantes de asilo y otros migrantes”.
Guennoc y Léo coinciden en la sensación de impunidad con la que actúa la policía y las agencias privadas de seguridad en las localidades del departamento Norte. “Todas las personas de buena voluntad han podido observar tales abusos, particularmente el gaseado de las caras”, señala Guennoc, que detecta reticencias de la policía a documentar los abusos. Para Léo, “Los policías se han aplacado con los voluntarios de las asociaciones, pero la situación ha empeorado con los migrantes, particularmente con los menores de edad aislados”.
Una política sin gracia
El caso de Cédric Herrou, condenado a cuatro años de prisión –con la ejecución de la sentencia actualmente suspendida– por ayudar a 200 migrantes a pasar la frontera franco-italiana, ha supuesto una llamada de atención para las organizaciones solidarias. El debate se produce en una sociedad que optó por el liberalismo-cesarista de Emmanuel Macron frente a la xenofobia del Frente Nacional.
El presidente no ha sido fino en su manera de afrontar el problema de las migraciones. En junio, Macron hizo un chiste relativo a los kwassa-kwassa, las embarcaciones improvisadas utilizadas por los emigrantes para intentar llegar a la isla de Mayotte. Un comentario en clave de humor que “solo le hace gracia a él”, señala Guennoc. En la actualidad, las tentativas de paso entre las islas Comoras independientes y Mayotte crean dramas considerables y tensiones en Mayotte, territorio francés.
La broma, denuncia Guennoc, “se explica por la ignorancia por parte de los responsables políticos y de la voluntad de satisfacer a una parte de la opinión pública que, por miedo o racismo, rechaza la entrada de emigrantes”.
Un año después de la macrooperación con la que se desmanteló La Jungla, el número de migrantes que llega a los bosques de Calais no deja de aumentar
Para Léo, el comentario de Macron es un reflejo de “la falta de consideración de los dirigentes por esa personas que huyen su país, dejando todo detrás, arriesgando su vida para venir en Europa y, al fin y al cabo, para no ser tratados como ser humanos una vez ahí”.
Un año después del desalojo de la Jungla, con cientos de personas deambulando por Calais, el presidente insiste en declaraciones de tipo electoralista. Macron dijo que “de aquí a finales del año” pretendía que no hubiese más migrantes en la calle. Una propuesta ambigua y de difícil cumplimiento: “No tener emigrantes por las calles implicaría un fuerte desarrollo del dispositivo de acogida –faltan miles de plazas de alojamiento– excepto si ese vaciado se hace reteniendo o expulsando”, alerta el vicepresidente de L’aube des migrants.
Léo cree que esa frase puede significar varias cosas: “Francia no tiene en marcha actualmente una política de acogida y, al contrario, muestra signos alarmantes de un endurecimiento contra los migrantes ¿Va a abrir más sitios de alojamiento para las personas que viven en la calle? ¿O significa que el gobierno quiere acelerar las expulsiones, utilizando las procesos de Dublín?”.
Un año después de la macrooperación con la que se desmanteló La Jungla, el número de migrantes que llega a los bosques de Calais no deja de aumentar. El Gobierno francés se empeña en que el campamento no se vuelva a levantar. Pero, paso a paso, los migrantes siguen acudiendo a la Jungla. Esperan una vida mejor y encuentran incomprensión y gas lacrimógeno… pero también la solidaridad de algunas asociaciones que quieren evitar que Calais se convierta en algo peor que el infierno.