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Fútbol a este lado
Policía del entusiasmo
“Voy a los médicos y me hablan de mí. Sin embargo, ¡cuando estoy sola es cuando me siento mal!”, exclama Monica Vitti en El desierto rojo. “He hecho todo para reintegrarme a la realidad”, dice su Giulia en la película de Antonioni. Antes, ha pasado por dolor de pelo, una infidelidad, ganas de pegar a alguien y buscar en un mapa un lugar donde se esté bien. En general, un extrañamiento de sí misma y a la vez de cuanto la rodea. Y eso que eran los años 60 en Ravenna, en la Emilia-Romagna todavía industrial. No sabríamos cómo se manejaría este inolvidable personaje de la fallecida Vitti en el ocio de hoy en día, año dos de la pandemia. Cómo le sentaría elegir entre el binarismo de a) el consumo de cultura bajo el influjo del decrecionismo digital con la firme decisión de no comunicar a nadie su expectativa, gusto u opinión o b) hacer lo mismo en un foro hiperventilado y hasta la bandera. Vaya, Giulia, tener Twitter y que haya fútbol o Eurovisión.
Ya es inconcebible la música en pantalla si no es bajo el eje ganador/perdedor, como medibles, jerarquizables y concursables se volvieron la maña con la cocina o incluso la convivencia
No se me puede hacer pesado el debate sobre ese concurso. O no entenderlo, al menos. No como futbolero sin complejos que defiende las emociones colectivas que es capaz de generar semejante juego viejo, simplísimo y barato. Obviamente no la carcasa de ponzoña que lo rodea. Gol en el campo, miasma en el palco. La turra que damos. Para quejarnos de murgas andamos prácticamente inhabilitados. Pero lo interesante es que no está tan lejos la experiencia de ir al estadio con la de comentar un programa de televisión. No solo porque sean dos competiciones. Ya es inconcebible la música en pantalla si no es bajo el eje ganador/perdedor, como medibles, jerarquizables y concursables se volvieron la maña con la cocina o incluso la convivencia. La competición es el formato de nuestras vidas, como dice Jorge Dioni López. Aquí nadie sin monetizar nada que se le dé medio qué.
Vivimos en la era de las opciones de ocio infinitas y a la carta pero potencialmente estancas. Eso último tendemos a romperlo. Coges ahora mismo y te pones si quieres a ver Trenes rigurosamente vigilados, checoslovaca con el Óscar del 67. ¿Menos romántico que bajar al Blockbuster a hablar con el dependiente? A mí no me parece mal avance si de lo que se trata es de ver esa película. Ahora, luego vienen las ganas de poner un tuit sobre lo que te ha parecido —inciso: el tuit y no la story, pues son dos modalidades de comunicación con muy poco que ver, una busca y posibilita participar de una amplia conversación y la otra reducirla—. Porque es normal. Es lo que hacemos los aficionados al fútbol comentando la jugada una y otra vez, es insufrible si lo aborreces, lo sé y lo sabemos todos (desconfía de quien relativice la hegemonía mediática de este deporte). Nos gusta tener razón tanto como quitarla y arriesgarnos a que nos la quiten, siempre teniendo claro que la recuperaremos en una maestra estocada dialéctica final. Desconfía de quien asegure que le gusta debatir, lo más probable es que tenga un ego morrocotudo y crea que su voz es la luz redentora que necesita un nazi o que pueda sacar de la presunta “batalla de ideas” un provecho profesional y monetario.
A veces el elogio de la desconexión digital normaliza que a la gente se le quiten las ganas de compartir con los demás
Tenemos ganas y necesidad de vivir simultáneamente a otros, de compartir momentos y emociones en tiempo real. No me voy a flipar: no sé si eso es una potencia política o simplemente un recordatorio de que somos personas. Expresión, compañía, comunicación, alimento. A veces el elogio de la desconexión digital normaliza que a la gente se le quiten las ganas de compartir con los demás. “Sácame a ver gente y vida”, cantaba Morrissey en “There is a light that never goes out” esperando que algo se le pegara. Por eso a pesar de que podemos ver cualquier cosa vemos casi todos la misma. No tiene más misterio. El partido de Champions, la selección, la misma peli de estreno en la plataforma que sea o el robo contra Tanxugueiras porque obviamente son ellas, “denantes tongo que escravas”, las únicas ganadoras que en esta tribuna se reconocen como tal. Dije antes que no me iba a flipar y ha sido mentira. Así que ya que estamos, el tercero del trío de consejos sobre la desconfianza: hazlo del contrarrevolucionario con o sin disfraz, lo identificarás por lo indigesto que se le suele hacer el entusiasmo ajeno.