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Entre las muchas cosas en las que no creía Rafael Chirbes estaban las entrevistas. Tal vez por eso no concedió muchas. “Lo que pueda pensar o creer está en las novelas que escribo”, dijo Chirbes en una de las que publicó Ángel Ferrero en Sin Permiso. El autor valenciano escapaba con premeditación de las encerronas, aunque sus diálogos contradicen esa negativa inicial a dar su opinión o, más bien, a mostrar las bases de su pensamiento, ese mismo que conformaba el caldo gordo de sus novelas.
Afortunadamente, Chirbes no se dejó llevar tampoco por una corriente predominante en el pesimismo de escritores y escritoras, aquella tendencia a emitir un diagnóstico más o menos impecable en el que sin embargo se ve una y otra vez la imposibilidad, la incapacidad o la conveniente amnesia a la hora de poner nombres y apellidos a quienes consideran responsables de la gravedad de ese diagnóstico. Así, aunque –o quizá porque– Chirbes no fue un columnista regular al estilo de otros escritores contemporáneos, su artículo de análisis político más conocido “Zapatero a la mesa con los caníbales” supuso una pequeña sacudida cuando se publicó en España, pocos días después del 12 de mayo de 2010, fecha del primer paquete de recortes impulsado por el PSOE en su faceta de “gestor de la austeridad”.
El mazazo de Chirbes llegó cuando apenas se había asimilado lo que pasó en aquella comparecencia de dos minutos. Aquel día, escribió, Zapatero “apartaba de un manotazo a los caníbales del liberalismo, y se sentaba él a la mesa para comerse a los débiles con un apetito más que notable”. Aquel día de 2010 se desmoronaba la coartada de la socialdemocracia y entrábamos en un ciclo en el que volvía a aflorar la más cruda guerra entre clases.
No era la primera vez en la que el escritor valenciano arremetía, con una agresividad digna de tal causa, contra el PSOE. “Nunca me he creído la socialdemocracia española, vi cómo se construyó en los 70 y lo que han hecho. Si tú miras todas las reformas reaccionarias que se han hecho en España en los últimos treinta años, todas las ha hecho el PSOE porque el PP no se hubiera atrevido: desde los cómputos de jubilación hasta los contratos temporales”, explicaba en esa entrevista con Ferrero. Tampoco velarán a Chirbes los actuales sindicatos mayoritarios, contra quienes cargó en el citado artículo y en otra entrevista con Blanca Berasategui en El Cultural: “Yo no firmo ya manifiestos ni acudo a manifestaciones. ¿Cómo me voy a creer a estas alturas a Cándido Méndez? ¿Y al otro, a su pareja?”.
Memoria, historia y futuro
La derrota en diferido que supuso la transición política y el coste de la misma sobre dos generaciones, además de material para sus novelas, fue un pensamiento recurrente en sus entrevistas. En varias ocasiones recuperó otra de las frases que han construido la democracia que tenemos, aquel “España es el país donde uno se puede hacer rico más rápidamente”, que dijo el socialista Carlos Solchaga, ministro de Industria durante la reconversión de los años 80 y posteriormente de Economía durante las privatizaciones del felipismo. Paul Ingendaay en otra entrevista le recoge unas declaraciones que lindan con el desencanto: “Ganamos la democracia (…) pero la política quedó eliminada. No hay ninguna implicación real de la gente en las decisiones significativas”.
Desde la tradición marxista, Chirbes expuso su idea de que la Guerra Civil abrió un periodo de acumulación primitiva, un crimen originario que el “retablo de las maravillas de la transición” no quiso destapar. En una entrevista a Mundo Obrero se refería así al pacto que cerró en falso en torno al año 80 el conflicto abierto por el fin físico de Franco y el postergado fin del régimen franquista: “Descubrir que el país entero se había levantado sobre una monstruosa ilegalidad, volver el juego del ajedrez al inicio de la partida que se interrumpió el 18 de julio del 36. ¿Qué institución del Estado, qué fortuna, qué empresa podía soportar eso que tú llamas ‘llegar hasta el final’?, ¿no se había levantado todo esto sobre purgas, requisas, usurpaciones? ¿quién podía exhibir una legitimidad de origen?”
Frente a una memoria que sirve de apósito para diferenciar dos tonos de color en un único paisaje económico y social, la memoria de Chirbes se extendía para plantear si desde el 36 hasta el fin de sus días hubo realmente transformaciones en las instituciones, en los centros de trabajo, en los hogares, en la tierra, en las orillas.
“Todos somos ahora muy modernos pero aquí siguen funcionando los mismos esquemas, los viejos tópicos franquistas”, dijo en El Cultural. Bajo esa capa pringosa, la crisis abrió la habitación cerrada a finales de los 70: “La miseria devuelve la lucha de clases al primer plano. Queda a la vista que alguien se lleva la presa y nos deja con la barriga vacía”.
En sus novelas se presentaron los puntos de vista de cuatro generaciones: la de quienes hicieron la guerra, quienes hicieron la posguerra, quienes vivieron el comienzo de la segunda restauración borbónica y la generación a la que Chirbes renunció conscientemente a juzgar, la que se atisba en el personaje de Miriam, de su novela más conocida, Crematorio. “No sé lo que ocurrirá, no soy profeta, sólo sé que lo que venga ya no vendrá para nosotros, para nuestra generación. Surgirá de otros y para otros”.
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