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Industria armamentística
El chantaje del trabajo, el Carnaval de Cádiz y la banalidad del mal
La ciudadanía de Cádiz, donde el paro llega casi al 30%, ha recibido la noticia de la construcción de los barcos de guerra celebrándola, asintiendo o callando, sin apenas voces disonantes.
En las últimas semanas la prensa ha informado del comienzo inminente de la construcción de cinco corbetas de guerra en los astilleros de Navantia en Cádiz, por encargo del reino de Arabia Saudí. Se ha dicho que se trata del mayor contrato en la historia; se ha hablado de los motivos de esa “victoria” y se ha calificado el hecho de esperanzador, porque supone “gran carga de trabajo”. Mucho menos énfasis se ha puesto en recordarnos que en el reino saudí, cuyo Código Penal es comparable al del ISIS, diariamente se violan los derechos humanos más elementales y que, con alta probabilidad, las corbetas serán utilizadas contra civiles y para mantener el bloqueo naval en Yemen. Al rechazo del contrato por parte de Amnistía Internacional, Greenpeace, Intermon Oxfam y FundiPau ha pasado desapercibido.
En el terreno parlamentario, salvo alguna excepción, se aplaude la construcción o se mira para otro lado. El alcalde de Cádiz, de Podemos, expresó hace más de un año el apoyo a dicha construcción (El País Andalucía, 26/2/2017). En el programa televisivo Salvados (“Marca Arabia Saudí”) consideró necesaria la construcción de las corbetas, porque traerán trabajo y “nosotros somos constructores de barcos, lo que hemos hecho desde los fenicios y lo queremos seguir haciendo... Cuando alguien se levanta por la mañana y busca un plato de comida para su familia no puede hacerse esas preguntas [preguntas éticas que le formuló el entrevistador], primero tiene que buscarse el plato de comida para sus hijos”, explicó.
Por Cádiz Sí Se Puede
“Para gobernar hace falta afrontar las contradicciones”
Y el Carnaval de Cádiz ha guardado silencio sobre la construcción de los barcos. Es llamativo que eso pase en una de las fiestas urbanas más pujantes del sur de Europa, especialmente irreverente, que ni siquiera el franquismo logró suprimir. Si incluso el Carnaval calla respecto a un tema tan relevante, hay que darle razón al alcalde cuando dice: “No somos un pueblo libre. Somos rehenes” (su artículo citado arriba).
“Una sociedad rehén”
La normalización de la industria de guerra y la incapacidad de pensar que se podría asegurar la vida de las personas paradas de otra forma que haciéndoles trabajar en esos barcos no es casualidad. Solo es posible si se aceptan los supuestos del bienestar y del crecimiento. Una ideología que dura más de siglo y medio, que sigue gozando de un consenso casi unánime y que atraviesa de la misma forma paradigmas supuestamente tan diferentes como el liberalismo económico, la socialdemocracia y el marxismo. Proyecta una sociedad de trabajadores ocupados, abundancia material y confort tras la que vendrá la “libertad”. Para estas mayorías despolitizadas —sean comunistas, socialistas o liberal-económicas— el bienestar, que consiguen a través del trabajo y consumo, ha terminado siendo el sentido y fin de su existencia.Es la premisa ideológica de que el trabajo es el camino hacia la libertad que la mayoría de analistas creen que es el paro lo que hace de Cádiz una sociedad rehén; que si hubiera pleno empleo, sería libre, hasta poder decir “no” a la construcción de esos barcos, y poder cantarlo en el Carnaval. Ello, a pesar de las evidencias palmarias de que la libertad no florece en la sociedad de trabajo, ni cuando abunda el empleo ni cuando abunda el desempleo.
Pan aquí por aniquilación allí: el chantaje del trabajo y la banalidad del mal
La construcción de las corbetas no solo no traerá más libertad a Cádiz, sino que supone una convivencia criminal. Pues, aunque los empleados de astilleros y quienes asienten y callan no sean los que aprieten el gatillo aniquilador, su concurso habrá sido necesario en la “cadena de producción” de la guerra industrial; son corresponsables, aunque sea en esa forma difusa de responsabilidad característica de la megamáquina a que se refirió Lewis Munford, que a la par que expulsa artefactos, extiende por la Bahía la arendtiana banalidad del mal.El caso de Cádiz es un ejemplo especialmente repulsivo del chantaje de los “puestos de trabajo” con que los gestores del capital someten a la ciudadanía, porque los empleados de los astilleros comprarán el pan de sus hijos con el salario de un Estado fundamentalista. Pero es otro capítulo de la coerción a que es llevada buena parte de la ciudadanía en el mundo globalizado. Para eso viene siendo desposeída en los dos últimos siglos de medios de vida autónomos y arrojada a la condición de obreros o de “profesionales libres”. El discurso del chantaje adquiere formas burdas en boca de las autoridades, porque es propaganda vulgarizada para unas mayorías que, como ha afirmado Habermas, son educadas en la despolitización: esa orweliana retahíla diaria de las exigencias de la Economía: estadísticas de paro, IPC, inflación, pronósticos de crecimiento, etc, etc, que escuchamos abrumados.
El chantaje ha alcanzado una contundencia totalitaria, es decir, es percibido por la gran mayoría como algo que es necesariamente así, y que así debe ser, con la consistencia de los hechos naturales. Es a lo que llamamos reificación en antropología, que hace que se vea un mundo que es social como El Mundo. Dos siglos de discursos y políticas orientadas contra los bienes comunes y la pequeña producción autónoma, y a extender la institución del trabajo asalariado y de la mercantilización y gestión centralizada de los bienes y servicios esenciales, han logrado que la gente vea el Trabajo y la Gran Corporación, no como un arreglo institucional, sino como un hecho inamovible.
Pero al mirarlo desde una perspectiva libertaria y decrecentista, resulta asombroso lo mucho que se ha logrado en dos siglos en hacer de nosotros una “sociedad de trabajo”: 1) se ha construido el propio concepto de trabajo, que agrupa la enorme diversidad de actividades humanas en solo dos categorías: las que son tenidas por trabajo, que, según se cree, suman al crecimiento y progreso, y el resto de actividades, tenidas por inferiores, porque no suman; 2) se han articulado políticamente las relaciones sociales para que las personas solo puedan hallarse lícitamente en estas situaciones: preparándose para trabajar, trabajando efectivamente, buscando trabajo, demostrando que son discapacitados o viejos para trabajar o intentando demostrar que cualquier cosa que hagan —cuidar, por ejemplo— es respetable solo si también es trabajo; 3) se ha llegado a normalizar que la gran mayoría de las personas se vea a sí misma, ante todo, como trabajadora, y que así quiera aparecer ante los demás, como (casi) único modo de obtener la respetabilidad pública; 4) y, por último, que debe ser el trabajo así entendido la llave de acceso a los derechos colectivos fundamentales.
Pero la fuerza moral que ha llegado a alcanzar el Trabajo no deriva solo de su necesidad, sino de la creencia inculcada de que es (necesariamente) bueno. Para que un entramado institucional pase por bueno, debe obtener la consagración o legitimación, que es la que le imprime aura, honorabilidad, y la eleva a la categoría de lo trascendental y otorgador de sentido. Trabajo y Crecimiento resplandecen con aura imponente ante las masas trabajadoras y profesionales, y si se les pregunta que han venido a hacer a este mundo solo pueden responder: a Trabajar para Crecer, a Crecer para Trabajar. Para llegar a esta circularidad de sentido (casi) perfecta ha sido necesaria la elaboración de una antropología y una cosmología nuevas. Al respecto, ha sido fundamental la contribución teórica de Adam Smith, pero, con mayor consecuencia histórica, de Marx. Según ella, la humanidad se ha hecho en el trabajo: transformando el medio acuciada por la necesidad de subsistir. Es la antropología del homo faber (el hombre que fabrica), una concepción que no deja sitio a la idea republicana del zoon politikon (animal político), de una humanidad que hace y se hace en comunidades, sea sostenidas en la palabra o en la espada.
Estos supuestos de la antropología trabajocéntrica explican la altanería, el orgullo, la seguridad y la fuerza con que esgrimen su causa los que justifican la producción del armamento en la Bahía de Cádiz; su prestancia, incluso virulenta, en no admitir que pueda existir ninguna razón igual a su “razón productivista”, hasta lograr que el Carnaval calle. Es también ella la que hace que los parados de Cádiz no salgan a la calle a exigir derechos con independencia de estar trabajando.
Es de lamentar que muchas personas sinceramente comprometidas con la paz y la libertad no vean la necesidad de arrojar a la basura estos relatos decimonónicos, para reagrupar las actividades humanas conforme a otros parámetros. Mantenerlos está limitando gravemente el potencial impugnador que necesitamos para poner freno a los desmanes del industrialismo y abrir paso de la mano de los nuevos movimientos sociales, en verdad nada obreristas. ¿Hasta cuando no vamos a denunciar la falsedad de que la miseria en el mundo es la consecuencia de que no se crece lo suficiente, de que no se trabaja lo suficiente?
Porque hay otros sueños, otros mundos posibles. Abrirse a pensarlos, sin embargo, requiere primero comprender que toda sociedad basada en la industria a gran escala y la producción en masa (pública, privada o mixta) produce, antes que cualquier cosa, dependencia y servidumbre. Y que es mentira que fabricar esos ingenios de muerte sea un mal necesario para sostener una vida digna, ni en Cádiz ni en parte alguna. El compromiso con la justicia y la equidad exige abrir paso a propuestas que rescaten a esas personas de la fabricada necesidad de emplearse construyendo armas o haciendo otro tipo de trabajos, muchos de ellos en verdad nada provechosos para la sociedad.
Necesitamos medidas que nos protejan de las garras de los jefes de la industria criminal y garanticen la libertad mutua. Rescatar de la condición de mercancías las esferas de la vida imprescindibles para hacer posible una democracia real: una educación libre y crítica y no centrada en la “formación profesional”; una sanidad y pensiones a las que puedan acceder todas y todos, independientemente del empleo; una primera vivienda que sea un derecho y no una mercancía; una información de y para todas y todos; una Renta Básica Universal e Incondicional para una participación política inclusiva. Pero, hoy por hoy, es el dogma del “trabajo”, y la creencia en el Crecimiento lo que está frenando el necesario debate.
Y que alguien coloque esta pintada en Cádiz: ¡Que no se hagan las corbetas, que nadie quede desprotegido por no hacerlas!
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¿Por qué escribes "todas y todos"? Ser inclusivo no parte de ahí...
Nada que decir, una gran verdad, menos mal que aún queda inteligencia en el mundo. Artículo de 10.
Buenísima reflexión. Que vivan las antropologías y los antropólogos, miradas holisticas para abarcar conflictos reales
De lo mejor que he leído, buena reflexión sobre la putrefaccion del sistema y la necesidad de trabajo
"Transformar la ilusión en movilización
La diferencia es que una buena parte de la población está tan harta de la situación que acogerá con esperanza este cambio y es natural, lo raro sería que no fuese así. Pero una organización de izquierdas, cuya meta es la transformación socialista de la sociedad, no puede caer en esta trampa del corto plazo y debemos establecer una táctica acorde con esa estrategia.
La disposición a formar parte del Gobierno desde UP sería un grave error, pues por un lado estimula la confianza en el PSOE y por otro desarma a la militancia generando esperanzas vanas, en lugar de estimular la desconfianza, de ponerse en guardia y prepararse para la lucha.
Claro que hay que sacar todas las reformas posibles de este Gobierno. Es evidente que debemos exigir la derogación de la regla de gasto de Montoro, de la Ley Mordaza y de la Reforma Laboral. Dotar de medios a la lucha contra la violencia machista y al plan de dependencia y luchar por recuperar la sanidad y la educación públicas… y tantas otras cosas que quizá podamos arrancar al Gobierno.
Pero debemos establecer un programa de reivindicaciones y movilizaciones desde el primer día. Hay que exigir que se ponga fin a la represión de las libertades democráticas en Catalunya y la libertad de todos los presos políticos. Es necesario explicar que, si no levantamos una fuerte movilización unitaria en todo el Estado por nuestros derechos sociales y democráticos, la falta de alternativa y la presión de la burguesía harán naufragar cualquier intento de cambio. No es nada nuevo: recordemos los gobiernos de Felipe González o Rodríguez Zapatero."
https://www.lahaine.org/mm_ss_est_esp.php/la-caida-de-rajoy-una
Magníficas reflexiones.
¿Quién puede afirmar que este país no tiene solución?
Magnífico trabajo antropológico sobre lo que hoy significa el trabajo para la humanidad y la centralidad que supone en el ideario social.
algunas sí nos hemos quejado: https://www.ecologistasenaccion.org/?p=35240
Usted ya esta comiendo de la guerra y las armas al poder publicar este articulo
Importante y lúcido artículo. Aunque sea desde la "academia", lo suscribo.