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Los zombis tomarán Logroño durante San Bernabé. Esta fue la amenaza con la que, hace apenas unos días, amanecieron los titulares de la prensa regional. La organización de un survival zombi coincidente con las fiestas bernabeas ha despertado en la oposición municipal una inusitada sensibilidad por su rigor histórico --cuestión que algunos partidos sitúan al mismo nivel que asuntos tan enjundiosos para la ciudad como el desempleo, la renta de ciudadanía o el éxodo juvenil-- a juzgar por la trascendencia que les merece y que ha llevado a ser aplazada al próximo día 16.
El debate, sin embargo, no tiene mucho recorrido, especialmente si partimos de que el actual formato –cuyo eje es la “recreación renacentista (sic)” del asedio sufrido por la ciudad– fue fijado tan solo hace diez años. Lo que quizás sí resulte de interés es una reflexión sobre el sentido de unas fiestas –rememoran el cerco sufrido por la ciudad en 1521 a manos de un ejército francés, en pleno intento de recuperación de la independencia del reino de Navarra y con la revuelta comunera recientemente aplastada– cuyo papel en la mentalidad logroñesa es similar al que pueden ejercer el sitio de 1713-1714 en la barcelonesa o el levantamiento del 2 de mayo para la madrileña. Hablamos de episodios militares que involucran a la población civil, generando en ella y aparentemente, cierta conciencia de pertenencia a un colectivo. San Bernabé es un auténtico lugar de la memoria, al que diferentes generaciones logroñesas han peregrinado con el deseo de simbolizar y perpetuar su adscripción a una misma comunidad.
De acuerdo con lo anterior, que la rememoración sea fiel o no a la verdad histórica es un asunto que no viene al caso. Lo que importa es el modo en que el acontecimiento se interpreta y se instrumentaliza. De acuerdo con Pedro Luis Lorenzo Cadarso y Francisco Marcos Burgos Esteban, el 11 de junio de 1521, una vez que las tropas reales a cargo del duque de Nájera pusieron fin a un sitio que duró 21 días, los logroñeses se sirvieron de lo sucedido para reclamar privilegios y exenciones por parte del emperador Carlos V. No fue el contenido del episodio, sino las importantes consecuencias que del mismo se derivaron para la ciudad, las que dotaron al hecho de su aura legendaria, repetida hasta la extenuación en memoriales, artículos de prensa, y discursos oficiales.
Los votos a San Bernabé, la erección de arcos efímeros –con polémicas incluidas sobre si incluir o no la bandera de La Rioja–, el reparto de raciones de peces o las recreaciones del asedio son distintos elementos de una tradición en permanente renovación de sus rituales. Según los gustos y modos de la época, se acentúan unos aspectos sobre otros, cuando no directamente se inventan, aún y cuando la contradicción sea notoria. Como detallan nuestros expertos arriba mencionados, en un primer momento todos los actos giraban en torno a la fidelidad de los logroñeses a su rey, afianzando el absolutismo en la ciudad; después se engrandeció el éxito militar; más adelante, en pleno furor por los expedientes de hidalguía, se destacó y se exageró el heroísmo mostrado por los ancestros de los pretendientes al estamento noble; avanzado el tiempo, se insistió en aspectos más humanitarios fijándose en el hambre provocada por el asedio –naciendo así la quimera de que los lugareños se alimentaron durante el sitio de peces cogidos furtivamente del río–; y por último, especialmente por parte de algunos de los sectores más alternativos de la ciudad, se ha hecho hincapié en el carácter de resistencia “popular” que tuvo el evento, otorgándole de manera anacrónica una connotación progresista.
Dado que hemos dejado, no sin una presunción paternalista, que la mixtificación perdure con la idea de que los mitos no hacen daño a nadie, ¿qué importancia tiene ahora que, decantándose por la cara más lúdica y lucrativa, se decida convertir a asediadores y asediados en zombis? A buen seguro que el Partido Popular no ha podido encontrar mejor manera de simbolizar quinientos años de manoseo de aquellos hechos históricos.
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Al PP jamás le ha interesado la historia y que el pueblo la conozca. Las pocas veces que han echo mano de ella, a sido para maltratarla y moldearla a su gusto.
Si en algo les interesará la memoria histórica, sacarían del olvido a los miles de civiles asesinados por la dictadura.
Ah, por cierto, los navarros no eran los invasores, sino los Castellanos que en el 1512 les habían sometido militarmente. Las tropas navarras sólo querían restablecer su soberania arrebatada militarmente por estos