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La semana política
Hasta aquí
Las amenazas de la patronal agraria evidencian las condiciones de trabajo de la población migrante en los cultivos españoles. Las protestas por la muerte de George Floyd en Estados Unidos vuelven a hacer explícitos los crímenes originales sobre los que se basan las sociedades occidentales contemporáneas. La atención, sin embargo, se dirige hacia la agenda de quienes quieren que nada cambie.
Un día, Reni Eddo-Lodge dijo hasta aquí hemos llegado. Esta joven británica dejó de hablar con blancos sobre racismo cuando comprobó que entre ella y sus interlocutores se creaba un vacío: “Ya no puedo lidiar con el abismo de la desconexión emocional que muestran los blancos cuando una persona de color articula su experiencia”. En su ensayo Why I’m No Longer Talking to White People About Race (Por qué ya no hablo más sobre raza con personas blancas), en el que desarrolla un artículo escrito inicialmente para su blog, Eddo-Lodge recuerda que hasta que no tuvo 19 años no conoció la historia de su país, Reino Unido. Hasta entonces no había leído sobre los puertos en los que se comerció con la vida y la muerte de once millones de personas mientras la esclavitud fue legal. Nunca había oído hablar de la verdadera historia de las Antillas, del país de origen de su familia, Nigeria, y del triángulo de los puertos africanos, las colonias norteamericanas y la City de Londres. No había oído hablar de los raptos, los barcos, la enfermedad y la violencia. Todo aquello no formaba parte del currículo escolar. Era un tabú.
Los blancos entrecerraban los ojos y bloqueaban cualquier posibilidad de diálogo cuando Eddo-Lodge les hablaba del uso como carne de cañón de africanos e hindúes en los campos de batalla de la I Guerra Mundial. El pasado no importaba. Bisnietos y tataranietos no nos sentimos responsables de los crímenes cometidos ayer, tampoco concernidos por aquello que se ha llamado acumulación originaria: el cuerpo de las mujeres como campo de batalla, la toma de tierras, la extracción de materias primas y minerales, etc. No nos sentimos responsables pero tampoco pensamos que podamos hacer nada por cambiar las consecuencias de estos hechos.
Bisnietos y tataranietos no nos sentimos responsables de los crímenes cometidos ayer pero tampoco pensamos que podamos hacer nada por cambiar las consecuencias de estos hechos
La “colonialidad interior” de las personas blancas no es sino la medida de un sistema educativo, de un acceso al conocimiento en el que las zonas veladas explican mejor cómo hemos llegado hasta aquí que las zonas luminosas. El infame tratamiento de la cuestión racial en los países occidentales es el resultado de un crimen cometido en un tiempo no tan anterior. Además, es consecuencia de lo que Montserrat Galcerán ha llamado una “ignorancia culta”, que se extiende también hacia la izquierda y su concepción del movimiento obrero industrial como el comienzo de todas las rebeliones contra el sistema capitalista.
Esas sombras constituyen la condición de partida para que cada vez que se formula una protesta de las desposeídas en los países beneficiados por esa acumulación primitiva, esta sea interpretada como una “nueva” protesta. La anulación del pasado permite este presente continuo y anula cualquier posibilidad de futuro. Nada cambia si cerramos los ojos y chasqueamos la lengua cuando nos hablan de que el racismo no es solo el prejuicio individual, sino una estructura económica, social y cultural. Una estructura que funciona independientemente de que un futbolista genere una relación de compañerismo con sus colegas no blancos.
Nos indignamos cuando alguien como Eddo-Lodge afirma que no volverá a hablar de raza con nosotros: ¿Por qué, si solo hablando podemos entendernos? Pero es que no queremos hablar de raza, queremos justificar que personalmente no tenemos prejuicios. Pensamos que una suma de actitudes individuales es suficiente. Y no lo es: la tarea de desmontar el racismo o es colectiva o no será.
No queremos hablar de esto
España, duodécima semana del estado de alarma. En Zaragoza, medio centenar de personas se concentran frente a una comisaría de Policía para protestar por la muerte de George Floyd, un hombre de mediana edad asesinado por cuatro policías de servicio. En Barcelona se produce una vigilia el jueves y se convoca una marcha el domingo. En Madrid se llama a una manifestación el mismo domingo frente a la embajada de Estados Unidos. En París y Lyon se producen cargas y lanzamiento de gas lacrimógeno por parte de la policía de la República para sofocar el acto de petición de justicia en el caso de Adama Traoré, muerto a manos de los gendarmes en 2016.
La violencia policial no es un problema de los otros. Los casos de Jeaneth Beltrán, Samba Martine, del Tarajal, de Mame Mbaye forman parte de una memoria de abusos. Hay que leer y escuchar, sin embargo, que se trata de una protesta “importada” porque en España no pasa eso.
La violencia de los centros de internamiento de extranjeros o de las redadas masivas tampoco es la única manifestación de esa base racista. Esta semana, el presidente de la patronal agraria de Navarra ⎼Unión de Agricultores y Ganaderos, UAGN⎼ amenazaba a la ministra de Trabajo con sacar los tractores a la calle: “Como no retire las inspecciones y no retire ese cuestionario no vamos a ser pacíficos”.
Esa intervención por parte de Inspección de Trabajo en los tajos del espárrago en Navarra, de la fruta dulce en los campos de Lleida o de la fresa en Huelva explicita otro tabú: el secreto a voces de que las condiciones de trabajo de los migrantes en el campo son la continuación de ese crimen original, de esos hechos demasiado viejos para ser recordados. Aquello de lo que no queremos hablar: 25 euros por doce horas de trabajo, el colonialismo del siglo XXI. Lo invisible tampoco está solo en el campo sino que ocupa el cuarto de servicio, la habitación en la residencia de mayores, cocina para nosotros mientras estamos disfrutando del sol en las terrazas de los bares.
En febrero, Philip Alston, el relator de extrema pobreza de la ONU subrayó que las condiciones de los campos de Huelva eran “las peores que había visto” en su vida, peores que las de los campos de refugiados. Alston no solo habló de Huelva. También de barrios y enclaves como la Cañada Real en Madrid o Los Pajaritos en Sevilla. Zonas que “muchos españoles no reconocerían como parte de su país”, deslizó Alston.
En febrero, el relator de extrema pobreza de la ONU subrayó que las condiciones de los campos de Huelva eran peores que las de los campos de refugiados
A finales de mayo, un editorialista de ABC Sevilla escribía un artículo en el que proponía “aislar a las 3.000 viviendas” por una serie de conductas incívicas en esa barriada durante el confinamiento. Dos extractos son el resumen del artículo: “Todo el esfuerzo que dediquemos a integrar al sector más degradado de estos suburbios es inútil. Despilfarro. Porque la responsabilidad es sólo suya” y “No caigamos en la trampa del buenismo otra vez. O nos aislamos de ellos, os nos contaminarán con su miseria”. No es muy distinto de lo que dicen estos días los dirigentes de los países frugales (Austria, Dinamarca, Holanda y Suecia) de España, Grecia e Italia.
El editorialista de Abc omite en su artículo que las 3.000 viviendas son el producto de una “noche de los cristales rotos” de 1957, cuando la gitanería fue arrasada de Triana, una zona en pleno auge especulativo, trasladada a barracones con condiciones de campo de concentración y después a los bloques de las 3.000. Todo ese sufrimiento tiene que pasar al olvido para no caer en la “trampa del buenismo”.
Quieren que hablemos de esto otro
No podemos hablar de aquello sin que se nublen las miradas, sin que se forme un muro invisible. En cambio, hablamos todo el tiempo su lenguaje. Seguimos sus trending topics, vemos sus programas de televisión, nos guía su agenda, punto por punto.
Es un círculo perverso: tratar de insertar una cuña en un artefacto ensamblado para que no exista el pasado, para que el futuro siga sin ser una opción. En Twitter, la campaña No les des Casito señala cómo aquello que en las redes se conoce como “el casito” determina el campo de lo posible mucho más de lo que imaginamos. La llamada “economía de la atención” es trascendental en nuestro tiempo: cómo nos informamos, qué discursos reciben consideración, de qué, o de quiénes, no hablamos bajo ningún concepto. De nuevo, lo que queda velado y lo que no. Dedicar nuestra atención a aquello que nos ofende nos hace perder mucho tiempo: “Es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda” (Upton Sinclair).
La tarea es mucho más importante que convencer a los racistas de que dejen de serlo. El desafío es que el futuro sí sea una posibilidad y para que lo sea, el antifascismo es una condición irrenunciable. La tarea es reconstruir las sociedades desde una perspectiva amplia, que entienda la relación entre clase, raza, género y opresión y camine hacia un modelo reproductivo y sostenible, basado en el cuidado de la vida y no en la monetización de la muerte. No hace falta ser un intelectual, pero tampoco basta con decir “yo no soy racista”.
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El primer párrfo es demoledor... y muestra de forma nítida y clara una percepción que a tod@s l@s que percivimos ciertos síntomas de colapso civilazacional nos resulta más ó menos 'familiar'.
El colapso neoliberal y la quiebra social del neoliberalismo/capitalismo/necropolítica son hechos incuestionables... depende de nosotr@s que sean (in)contestables.
Esto tiene mucha más relevancia y profundidad de la que incluso podemos imaginar. La sociedad estadounidense está totalmente rota y muy cabreada.
La apuesta de Trump de 'ley y orden' es muy arriesgada, aunque tampoco tenga otra alternativa (ni realmente la quiera) para mantener su poder a pesar del declive del imperio.
Hay recorrido si DSA y Green conseguirían plantear una alternativa.
Muy bien artículo, como siempre Pablo Elorduy.
En cuanto al racismo, es evidente el abandono y olvidó que la cultura capitalista crea en cuanto a su historia de opresión, dominio y pobreza generada desde el siglo XVII. El objetivo no solo es hacernos pensar en las bondades del sistema, sino desviar el foco sobre el verdadero culpable del racismo, el capitalismo, cuyo afán por mantener el orden liberal y clasista, hace que sea muy efectivo imponer segregaciónes por color y etnia a los trabajadores, y así fragmentarnos en luchas entre hermanos de clase.
Para ello, pienso que la descolonización de la mente, como diría el gran Sankara, sigue siendo la herramienta a seguir, aprender y reflexionar sobre las luchas y realidades de todos los pueblos del globo, como internacionalistas que somos
Me llamó la atención tu mención a Sankara.
No lo conocía y me he puesto a mirar cosas.
Gracias por la aportación.