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La semana política
Pertenencia
Unidas Podemos, el frente político más difícil de nombrar, se descalabra en Galicia. La nueva militancia política no se entiende ya desde la frustración y la sospecha, por eso abandona las marcas de la nueva política. La vieja política sigue aglutinando el voto de la seguridad y la nostalgia de un pasado que nunca existió.
Dos historias basadas en hechos reales. En la primera aparece una persona trabajadora de cuello blanco, al corriente de las últimas discusiones académicas. Alguien que está acostumbrado a debatir y dialogar, quizá un poco intenso, porque tal vez, solo tal vez, le gusta demasiado llevar la contraria. Esa ciudadana, o ciudadano, que se puede llamar Juan, se puede llamar Manuela o incluso Gloria, se acerca a la reunión de un nuevo partido político en su distrito. Pongamos que es 2013, llamemos al partido simplemente X. Durante una hora y media de reunión, escucha algunas cosas que le gustan: revocatorios, democracia digital, sin personalismos, código abierto, transparencia. Discute porque, como hemos dicho, es así, pero también porque hay cosas en el plan que están improvisadas, cogidas con pinzas o, simplemente, porque parten de informaciones erróneas. Piensa en volver a la próxima reunión pero no lo hará. Al terminar, cuando han desfilado el resto de personas interesadas, uno de los enlaces del partido ─ellos se llaman a sí mismos facilitadores─ se acerca a nuestra ciudadana (o ciudadano) y le dice que no encaja en el perfil de lo que el partido busca.
Segunda historia. Un ingeniero (o ingeniera) entra en la sede de un agrupación del Partido Socialista Obrero Español. Después de muchos años dedicados a sacarse la carrera, encontrar un trabajo, felizmente casarse, pagar a plazos el piso, tener hijos e hijas (y que estos empiecen a estudiar) ha encontrado algo de tiempo para dedicarle a la política. Tiene muchas ideas y, durante una tarde entera de viernes, las pone en común con un par de socialistas de segunda hora, de los que controlan la agrupación: quién entra, quién sale, quién está agradecido porque ha empezado a cobrar un sueldo y quién enojado porque no pilla cacho. La flamante militante se queda satisfecha. Volverá y empezará una vida de militancia: quiere conocer el partido y la vida municipal; no descarta formarse en política medioambiental (el tema de moda) y, por supuesto, quiere aportar todo su conocimiento sobre infraestructuras, caminos y puentes. Se despide hasta la próxima y, cuando se va, los dos socialistas pata negra de la agrupación municipal se miran y uno le dice al otro: “¿Qué querrá esta?”.
Son dos historias basadas en hechos reales, como las denominaciones “vieja” y “nueva” política se basan en intuiciones y clichés.
El primer escenario es el de la desafectada sociedad contemporánea: se parte de la premisa de que el partido es ante todo una marca. Nadie va a llenar un partido de masas simplemente porque nadie quiere ser parte de la masa. Pero es que al partido tampoco le interesa: será vertical, en cuanto no hay tiempo suficiente en el mundo para aguantar chapas interminables en reuniones presenciales ni para leerse todos los mensajes de un grupo o de un foro. No hay tiempo para debates y deliberaciones, sí para plebiscitos y listas plancha. Se basará en el pringoso concepto de ‘mérito’ y en imprevisibles golpes de genio.
Hay más radicalidad en trabajar en el huerto urbano que en participar en una organización frustrante
El segundo paisaje es el de un partido con base territorial, viciado y revenido, pero con la suficiente experiencia como para reaccionar a los acontecimientos y resistir a los invasores. Su marca es garantía de que, si no tuerces los renglones, podrás progresar o al menos resistir: esa filosofía que sirve para afrontar un Consejo Europeo, una modesta carrera en la política local, o una temporada de dos décadas en la oposición de un parlamento autonómico.
Regreso al futuro
2020. Elecciones en Galicia. Solo tres partidos entran en el reparto de escaños. Baila el reparto, pero los grupos son los mismos que en 2009, antes de que hubiera nueva y vieja política. Hay un partido alfa. Ese PP que proporciona la nostalgia de un pasado que nunca existió. El planeta entero está en medio de una tormenta pero permanecen los caciques, las redes clientelares y la tranquilidad de un mundo pequeño y aprehensible. Es el triunfo de lo previsible: nada mejora sustancialmente, pero vence la promesa de que en esa parcela del mundo las cosas se mantendrán estables.
El BNG y la Confederación Intersindical Galega (CIG) han conseguido recuperar otro sentimiento de pertenencia. La visión dicotómica ellos/nosotros que se generó desde el poder establecido en Madrid a raíz del 1 de octubre de 2017 en Catalunya ha tenido mal éxito cuando partidos como EH Bildu o BNG multiplican los votos de “otros”, ajenos a esa idea de unidad y castigo. La fórmula también ha dado lugar a espacios como Teruel Existe y es evidente que, cuanto más se siga estrechando la visión de España, surgirán y resurgirán más y más “otros”.
El tercer partido asume que su papel es subsidiario y monótono. Al PSOE no lo moverá nadie del Parlamento gallego, sin embargo. Remite a lo conocido, algo que en un mundo incierto, etcétera.
Desaparece la nueva política. Por donde pasa, cunde la incertidumbre. Se ha perdido la posibilidad de una vía que proyecte un nuevo contrato entre pueblos que, históricamente, han vivido enfrentados en la unidad. Se ha esfumado aquello que hacía de Podemos et al. algo distinto de lo que encarnaba Ciudadanos y su pura búsqueda de sucursales autonómicas para su vacía marca electoral.
El partido de la intranquilidad
La época exige un mensaje político de pertenencia. La primera premisa para que funcione un proyecto es la estabilidad, algo que Unidas Podemos no ha conseguido hallar en sus seis años de existencia. El lunes, Íñigo Errejón sacó tiempo para su pequeña venganza: Podemos e Izquierda Unida no han sumado, más allá del Congreso de los Diputados, y del Consejo de Ministros, no forman grupo. Es aún un experimento cogido con pinzas, que ha estado a punto de saltar por los aires en el nivel estatal ─junio/julio de 2019, negociaciones para formar Gobierno─ y que es incomprensible y desesperante en el nivel autonómico.
El momento es de extrema fragilidad, tanto que se confunde con la derrota definitiva
En efecto, la suma no ha funcionado y ha servido para desconcertar aún más. Errejón, no obstante, esconde su papel en esa misma jerigonza: nada ha contribuido más al caos actual que el surgimiento exprés de Más País, una marca surgió contra la pertenencia, renunciando a profundizar en sus propias contradicciones, desmontando Ahora Madrid, y, menos de un año después, implosionando a su vez. Más incertidumbre.
Es difícil que algo tan complicado de nombrar como es hoy Podemos (¿Unidas Podemos?) genere esa voluntad de pertenencia. La interinidad de las alianzas, el penoso desgajarse de la disidencia interna y la dependencia absoluta del liderazgo de Pablo Iglesias se traducen en el galimatías que es la propia definición de esa mezcla de partidos, alianzas y denominaciones. Es difícil sumarse a algo que ni siquiera se sabe cómo nombrar.
El momento es de extrema fragilidad, tanto que se confunde con la derrota definitiva. Lo más vivo hoy en la defensa del proyecto es la denuncia de la labor de zapa del sistema contra todo lo que pudo haber sido esa organización. Algo que, aunque se ajuste a la realidad, no deja de ser un triste motivo para movilizarse. Las masas con las que se contaba en el ciclo 2014-2016 han reaccionado abandonando la opción político-electoral. El acceso a la política de partidos está bloqueado de nuevo: nadie quiere sacrificar su tiempo en partidos poco fiables: hay más radicalidad en trabajar en el huerto urbano que en participar en una organización frustrante. La nueva militancia política se dirige hacia las redes vecinales de apoyo, se encuentran en la diversidad que niegan los partidos, o se ejerce como sucedáneo en las redes sociales, donde se expresan en toda su insuficiencia y su impotencia. Allí no hay pertenencia o, dicho de otro modo, la pertenencia es hacia la propia dinámica de las redes sociales.
La unidad en sí misma no es un valor, las ideas sí lo son, los sentimientos reúnen aún más. No obstante, lo que demuestra la última fase de implosión del espacio en torno a Podemos es que esos sentimientos no son generados con una campaña de redes sociales, con un lema acertado o una oratoria, por momentos, deslumbrante. Al contrario, tienen que partir de la comunidad, del trabajo de base y la creencia y la convicción de que la organización responde y hace todo lo posible por la gente a la que quiere representar y, sobre todo, en la que se ve representada.
Finalmente, todo puede terminar con una nueva purga. La tensión sobre el liderazgo puede estallar en la salida del líder carismático (y el macho alfa) y la momentánea euforia que da la catarsis. La incertidumbre tardará poco en asomarse de nuevo, no obstante.
Terminada la guerra relámpago que se planteó en la primera vida de Podemos, se hace monótono el recuento de bajas y aburrido el debate sobre las estrategias que podrían haber desembocado en otro resultado. Puede haber llegado el momento de pensar en una organización en paz, que dé cabida al tejido que realmente existe: tan defraudada con la política vertical como desconocedora de cómo se podía haber hecho de otra manera. Una organización que se esfuerce por, una y otra vez, reunir y trabajar codo con codo fuera de esos días señalados con quienes siguen teniendo esperanza en la transformación de las cosas y no añoran un pasado que nunca existió. Los casos de BNG y EH Bildu muestran la lucidez con la que las organizaciones se han adaptado a las nuevas demandas de aquellas personas a las que quieren representar. Ya no se trata tanto de ensayar otro momento de audacia sino de ofrecer un palo al que agarrarse en medio de la tormenta. O dejarse arrastrar, definitivamente.
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Con todo, el P$0€ ya no tiene más equilibrios para sostenerse en el alambre (por muy buen equilibrista que sea perrosanxe) y tendrá que decidir de una puñetera vez con que proyecto quiere reinventarse ó inmolarse.
Trabajo digno, vivienda digna, sanidad pública...se cambió por autodeterminación de género y lenguaje inclusivo. Aquí el resultado.
A ver, ed que mucha gente se subió al carro del cambio para pedir trabajo y vivienda dignos... Luego ese impulso se usó en intentar una revolución transfeminista vegana... Y la peña se bajó del carro. Plantarse que quienes dejamos de apoyar a las fuerzas de cambio estamos en 'huertos urbanos', es no ver la realidad. Lo que estamos es buscándonos la vida
Llamar cuñado, facha y machirulo a cualquiera q no siguiera la línea moral impuesta... tampoco ayudó. Un discurso identitario y sectario da para lo que da: 4 gatos
Muchas y mucjos apostamos por el cambio en su momento, pero las organizaciones fueron tomadas por ideologos profesionales: la gente del aula de cultura de las facu. Estos se repartieron los cargos y candidaturas. Luego la gente emepezó a entender que eran una camarilla. Y se les dejó de votar. No le den más vueltas, no vamos a pagar más galapagares mientras seguimos en precario