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Pobreza
¿Hemos salido de la crisis?
Las políticas del cambio no pueden quedarse en más ayudas y subvenciones. Sin unos cambios de mayor calado, lo privado seguirá comiéndose a lo público, que mermará hasta estar incapacitado para cumplir un papel paliativo.
Aunque las cosas van cambiando, seguramente mucho, la pobreza y las desigualdades se mantienen y normalizan. Todos los parámetros macroeconómicos están mejorando, indicando que estamos “saliendo de la crisis”. De ella salen las cotizaciones del IBEX, los beneficios de las grandes empresas y puede que una parte, de nuestra sociedad (la bien posicionada), pero esas mejoras afectan poco o nada a un sector amplio hundido en la pobreza y la exclusión. Al contrario, indican su carácter estructural, y se hace más indigna y denigrante en medio del Black Friday, bombillas de colores y Reyes Magos y olentzeros. Nuestra sociedad es una fiesta continua y todas las autoridades se encargan de alentarlas. El diez o veinte por ciento de pobreza severa no es más que un daño colateral. Unos pasan por encima de ella como elefantes en una cacharrería y otros como entre ascuas.
También han mejorado las cifras de desempleo y las coberturas de la Renta Garantizada, los desahucios disminuyen y existen ayudas para evitar la pobreza energética. Pero no todo el empleo da acceso a una suficiente cobertura de las necesidades, ni es garantía de derechos, ni es durable como para asentar en él un proyecto vital. Nos mantiene en la precariedad, en vilo y sin salir del agujero. En ocasiones, empleo y Renta Garantizada se complementan, pero tampoco alcanza. La disminución de los desahucios no indica que se haya solucionado ni mejorado el problema de la vivienda, sino que su centro de gravedad se está desplazando. Las ayudas contra la pobreza energética no evitan el frío agudo y continuado.
Vivimos en una sociedad tan perversa que es capaz de tragarse todo lo que le echen, cualquier medida la convierte en “más madera”. Combate el paro con empleo basura y cualquier ayuda pública va a parar a sus arcas aliviando muy levemente a los en teoría destinatarios. El sistema es especulativo y voraz, y sin ponerle coto y freno ninguna medida paliativa tendrá efectos suficientes, sino que irá a parar rápidamente a sus sumideros, convirtiéndose en otra forma de trasvase a su bolsillo de dinero público.
Lo ideal sería embridar este sistema que nos devora: legislación laboral, banca pública, política pública y social de vivienda y necesidades básicas… No se trata de fomentar las ayudas públicas que den acceso al mercado, o por lo menos no solo, sino de intervenir en el mercado, de regularlo, de impedirle sus desmanes, o lo que es lo mismo, revertir el proceso privatizador. Limpiezas, transportes, comunicaciones, energía, banca, etc han sido públicas total o parcialmente hasta hace no mucho. Lo público intervenía en el mercado, impidiendo que se dejase llevar por su desenfreno, y sin dejar al albedrío de éste las necesidades más básicas.
Lo privatizaron y lo robaron con la complicidad de los políticos, que, con la pasividad social, no se preocuparon más que de garantizarse un sillón en sus consejos de administración. Y si no lo invertimos, el proceso privatizador seguirá con la educación, la sanidad, el agua… El capitalismo en crisis lo necesita en este momento de sobreproducción y sobreexplotación de recursos a la que ha llegado y nos ha traído. Para mantener su acumulación, precisa ir devorándolo todo, convertir en negocio y fuente de beneficios todas nuestras necesidades y el conjunto de nuestras vidas.
Por eso las medidas paliativas no son suficientes. Las políticas del cambio no pueden quedarse en más ayudas y subvenciones. Puede que sea necesario llevarlas a cabo de manera provisional, pero sin unos cambios de mayor calado, lo privado seguirá comiéndose a lo público, que irá adelgazando hasta estar incapacitado para cumplir un papel paliativo. Esos cambios de fondo necesarios no van a ser emprendidos por ninguna instancia política, aunque tampoco parece que como sociedad estemos dispuestos a impulsarlos.