Partidos políticos
El zorro tuerto y las uvas de la ira. Sobre la investidura fallida del PSOE. Segunda parte

El PSOE corre el riesgo de perder esta oportunidad no ya como proyecto de transformación más o menos coherente de la formación social española, sino simplemente como estrategia plana de conservación del poder de su elite política dirigente.

Noche electoral Ciudadanos 26M Albert Rivera festeja
Albert Rivera en un efusivo gesto de victoria. David F. Sabadell

Es editor de la New Left Review en español.

28 ago 2019 06:39

4. Crisis, nostalgia del bipartidismo, elites políticas rentistas y vaciamiento de la democracia

El diagnóstico realizado en la primera parte de este artículo es estructural, pero se verifica e impone de modo todavía contundente durante los últimos diez años cuando los efectos de esta crisis endógena del sistema político español y de la crisis sistémica de 2008 son gestionados en clave de férreo e inclemente ajuste estructural por el PP, que degrada simultáneamente su forma partido intensificando su corrupción en la misma medida que incrementa la dureza contra la sociedad española en la gestión de la crisis, y el PSOE se encuentra de repente con la maniobrabilidad lenta y torpe de su forma partido, mientras IU, de la mano del gran Gaspar Llamazares, ha llevado a su partido en las elecciones de 2008 a su mínimo histórico de dos diputados, uno de ellos procedente de ICV.

En el campo de la izquierda, ambos partidos son incapaces de leer la profundidad y el impacto de la crisis sobre las formas partido de su espacio político, lo cual inicia en el caso del PSOE su largo declive electoral hasta el mínimo obtenido en las elecciones de 2016, únicamente revertido en las elecciones de abril de 2019 por la irrupción de Podemos en el sistema de partidos y su gestión de la moción de censura contra Mariano Rajoy en mayo de 2018, que analizaremos a continuación; y lo cual lleva a IU al borde de su desaparición como fuerza parlamentaria en las elecciones de 2011 tras los resultados obtenidos en 2008, destino que le ahorró el estallido del 15M en mayo de 2011, cuyo voto precipitó a modo de tromba en las elecciones de diciembre de ese mismo año en esta fuerza política, que no se inmutó ni estableció conexión alguna ante el doble hecho de su crisis terminal en la legislatura de 2008, el aluvión de votos que cosechó en diciembre de 2011, la necesidad de un cambio en profundidad de su cultura política y de su estrategia electoral y la necesidad de refundar el espacio sociopolítico de la izquierda, aspectos que torpe y lentamente comenzó a reconsiderar en 2016 con la elección en junio de Alberto Garzón como coordinador federal de IU tras haber desperdiciado de nuevo no ya el caudal de un movimiento social emergente como el 15M, como había hecho entre 2011 y 2014, sino la posibilidad histórica que se planteó en las elecciones generales de diciembre de 2015 de que Podemos se convirtiera en el motor de esa recomposición en profundidad del sistema de partidos español —y del campo de la izquierda política en particular mediante la redimensión del peso del PSOE en el mismo y el inicio de otra senda de comportamiento realmente original en sus seno— al hilo de un conjunto de procesos complejos y articulados, cuya primera condición era que fueran visibles en el espacio político y en la episteme política de la formación social española y europea las causas de la crisis del sistema de partidos de posguerra y en concreto del modelo surgido de la transición a la democracia en España y la gramática potencial para cambiar su lógica de funcionamiento político-electoral.

El PSOE, pues, experimenta una profunda fase de desconcierto entre 2011 y 2018 durante la cual se comporta en virtud de los parámetros conductuales expuestos hace un momento de forma totalmente continuista y conservadora, entregando sumisamente de la mano del PP la reforma del artículo 135 de la Constitución a los poderes europeos tras la exigencia de Merkel, no efectuando una crítica teórico-intelectual profunda del modelo de austeridad ni exponiendo de modo proactivo el impacto de la gestión de la crisis y el cúmulo de sus efectos sobre la sociedad española y no modificando un ápice ni su cultura política, ni su forma partido ni su imaginación compositiva tras el 15M y, sobre todo, tras la emergencia de Podemos como actor dotado de una rabiosa novedad histórico-política en el panorama político español y europeo.

Siguiendo esta combinación de sesteo organizativo y cabeceo político, el PSOE atraviesa noqueado la dura receta política y macroeconómica administrada por el PP a la sociedad española y al propio sistema de partidos en términos de la docilidad y sumisión impuestas al consenso neoliberal europeo, preocupado primordialmente por conservar el espacio imaginario de un sistema político que ha dejado de existir y desde 2014 por excluir del mismo a la única fuerza política nueva que le podría permitir refundarlo por la izquierda, tarea que simplemente no entra ni remotamente en su cálculo estratégico, aun cuando los efectos de la crisis son devastadores y la contundencia de las pretensiones del proyecto neoliberal de la UE sobre los respectivos sistemas de partidos nacionales resultan de tan desmesuradas alucinantes para cualquier sujeto político no anillado a la soga de la sumisión total y a la rendición intelectual de todo análisis serio y equilibrado de lo que está en juego en la coyuntura europea y global en esos momentos, como lo demuestran de forma lacerante la saga griega desplegada desde 2010, la inglesa desde 2016 o la alemana y la estadounidense desde 2017, por no hablar de la brasileña desde 2016, lo cual ha tenido los mismos efectos cognitivos de baja intensidad en el establishment europeo o estadounidense que en el partido socialdemócrata español.

Las tribulaciones del ciudadano Sánchez al frente del PSOE entre julio de 2014 y junio de 2017, cortesía de la emergencia de Pablo Iglesias y de Podemos, dado que en otro caso el actual presidente del gobierno hubiera seguido ejerciendo de gregario obediente y átono en el organigrama de partido, tarea que casi con toda seguridad hubiera seguido desempeñando a las ordenes de Susana Díaz al frente de la organización, si no se hubiera producido el seísmo del partido morado en el sistema político español y el viejo aparato controlado por la novedad radical de Rubalcaba desde febrero de 2012 hubiera pilotado en un momento u otro el recambio generacional a favor de la mujer escogida por el viejo aparato socialista.

En esta coyuntura de crisis sistémica del capitalismo, de crisis estructural de la UE y de crisis de legitimidad del sistema de partidos español, gestionadas simultáneamente por el conservadurismo autoritario innato del PP entre 2012 y 2018, los partidos mayoritarios se comportan de modo netamente rentista, intentando por diversas razones congelar el escenario político para normalizar la crisis, su horizonte y su temporalidad y respondiendo ambos y sus correspondientes homólogos autonómicos con los mismos reflejos producto de su degradación como fuerzas políticas dotadas de cualquier atisbo de capacidad de innovación no ya posneoliberal, por muy tenuemente que se entienda este término, sino ni siquiera correctiva de las consecuencias de la crisis sobre la sociedad española y apostando ambos —y, en realidad, todos ellos— por la normalización a la baja de la calidad democrática de la reproducción social y por la negación de la emergencia del sujeto político Podemos, que es la novedad radical del panorama político nacional durante las últimas tres décadas, así como por la ingeniería constructivista de C's como zaborra para estabilizar la carga conservadora del sistema de partidos español.

Social y económicamente, Ciudadanos no ha logrado articular durante los últimos cinco años el atisbo de un bosquejo de discurso sobre la crisis actual, sus contornos y las posibles vías de salida

Tanto la crisis sistémica del régimen de acumulación neoliberal como la crisis del sistema de partidos, piensan el PP y el PSOE en su abulia adaptativa (al igual que CiU y el PNV), deben ser funcionales a las nuevas economías del poder, restringiendo toda posible novedad política y posibilitando un comportamiento rentista de sus respectivas forma partido, porque de ello depende que con la menor tasa de cambio puedan obtenerse los mayores réditos en estabilidad y reproducción por parte de las elites que controlan ambas maquinarias político-electorales.

Este rentismo político y esta tasa baja de innovación afectan igualmente a ambos partidos, pero de modo netamente diferente, y a ambos les cuesta caro en términos políticos dar por buena o por inexistente la degradación del sistema político, que han construido durante las últimas décadas, y adaptarse obtusamente al nuevo mapa del poder europeo y a la intensidad de la crisis sistémica actual, que está descomponiendo de modo evidente el tejido social, político-electoral, cultural y productivo de las sociedades europeas.

El PP debe tolerar la emergencia de C's —catapultado a la política nacional también por la emergencia de Podemos—, que comienza a gravitar a su alrededor durante el segundo semestre de 2014 tras la incapacidad manifiesta de los dirigentes del partido conservador de estar a la altura de la más mínima innovación político-institucional respecto al impacto de esta disgregación electoral en el sistema de partidos. C's, sin embargo, es un producto reactivo respecto a Podemos y su grado de innovación se halla por definición tasado, como atestiguan las palabras que le dedicó el presidente del Banco Sabadell en junio de 2014, habiendo sobrevivido hasta ahora por la condensación de la crisis territorial catalana sin la cual hubiera languidecido como hizo en Cataluña durante los últimos diez años, dado que social y económicamente no ha logrado articular durante los últimos cinco años el atisbo de un bosquejo de discurso sobre la crisis actual, sus contornos y las posibles vías de salida, sendas de comportamiento y pautas evolución de las sociedades afectadas por la misma.

Una no innovación como C's, injertada en el campo político de un partido cuyo conservadurismo es endógeno por su franquismo orgánico, lo cual explica también, dicho sea de paso, su cleptocracia y corrupción estructurales, y cuya dinámica obedece a su seguidismo del poder europeo y global solo podía acabar en una alocada carrera en pos de una mutación por la derecha cada vez más esperpéntica y bochornosa, cuyo último avatar es el nacimiento de Vox, partido incapaz de innovar más allá de su negación de lo socialmente obvio y con un recorrido político corto a medio plazo en el conjunto de nuestra formación social, pero sí capaz de complicar el liderazgo del campo político de la derecha española, introduciendo en el mismo enormes problemas de dirección y diferenciación de las respectivas marcas político-electorales, pero al mismo tiempo incapaz de dotar de cohesión y direccionalidad a un hipotético proyecto político conservador susceptible de ser transmitido convenientemente en el éter reaccionario de la política actual: tanto la tradicional estrategia centrista del PP, que no es populista a pesar del adjetivo que pesa como verdadera piedra filosofal tanto en el partido como en su alianza previa de fuerte regusto franquista, como las increíblemente originales autodenominaciones de C's como socialdemócrata, liberal o centrista, variaciones que responden obviamente a las profundas inquietudes intelectuales de su líder, quedan totalmente arruinadas por su obligatoria alianza con un partido de extrema derecha, que incluso en la conservadora Europa causa sorpresa y consternación y que buena parte de la sociedad española contempla con una mezcla de estupor y asco.

Muy diferente es el rentismo practicado por el PSOE, que cuenta en su campo político con el real mover del sistema político español de las últimas décadas, cuya tasa de innovación, más allá de las deficiencias endógenas y de los problemas internos del partido morado, ha aupado a Sánchez al poder y ha abierto la posibilidad de un genuino nuevo ciclo político, que el partido socialdemócrata se ha mostrado absolutamente incapaz de gestionar desde abril de este año por las razones expuestas hasta ahora, y cuya torpeza llega a extremos tales que corre el riesgo de perder esta oportunidad no ya como proyecto de transformación más o menos coherente de la formación social española, sino simplemente como estrategia plana de conservación del poder de su elite política dirigente y de la forma partido que la sostiene en el tiempo en esta coyuntura.

El rentismo del PSOE es más complejo, porque el hecho de que el real mover de la política española se halle convencionalmente en su campo político le obliga a una flexión mucho mayor de sus opciones, de sus límites y de sus estrategias negociadoras, como ha quedado de manifiesto durante 2018 y, especialmente, antes y después de la moción de censura y, sobre todo, tras los resultados de abril y mayo de 2019 y los patéticos intentos de formar un nuevo gobierno que propicie no ya cotas altas de innovación política tras el impacto de una crisis sistémica como la actual, sino modestamente que constituya un campo político amable para la izquierda sociológica de la formación social española y por ende para las inmensas mayorías golpeadas por la crisis con independencia de su opción político-electoral.

El PSOE sabe que la innovación se ha producido en su campo político y que se ha producido con una profundidad conceptual propositiva desconocida en las diversas irrupciones que se han verificado en el campo de la derecha desde 2014; sabe que esto es así, porque incluso su actual secretario general debe su cargo a esa innovación y a esa irrupción e, incluso, porque su actual presidente del gobierno no lo sería si no hubiera sido por la ingeniería constructivista extremadamente sutil y eficaz que Pablo Iglesias protagonizó para coronar con éxito la moción de censura de mayo de 2018 ante la indolencia de un PSOE atrapado en la gramática política de su inserción en el sistema de partidos existente, cuya lógica ni podía abandonar ni sabía como hacerlo, ni tenía cultura política para pensar tal proyecto y cuya llegada al gobierno se produce a contrapelo de una parte del partido, que prefería seguir confiando en el turnismo apacible de los viejos tiempos o incluso apostar por un cómodo desgaste en la oposición a cambio del disfrute de algunas baronías totalmente ineficaces en términos políticamente serios de transformar el equilibrio de fuerzas sistémicas en la formación social española, y a contracorriente de la propia indolencia de Pedro Sánchez y de su núcleo de confianza, que tan solo in extremis, cuando la degradación del PP como organización delictiva queda probada judicialmente, salta a la barca de la moción de censura que le dejan preparada al borde de la orilla del pantano de su inacción.

Esta desidia había sido demostrada a fortiori ante la hueca pero comprensible negativa, explicable por razones de pura debilidad analítica de la coyuntura y de inevitable oportunismo electoral, además del deterioro profundo de su proyecto político y de sus reflejos organizativos, de apoyar a Podemos cuando presentó la suya en junio de 2017 en cuya votación el PSOE se abstiene sin haber intentado ni siquiera la suya de modo inmediato y sin impugnar sustancialmente las razones de la presentada por Podemos, que vinieron a coincidir, casi punto por punto, con las razones esgrimidas y con las fuerzas coaligadas para llevar a buen puerto la que este último partido le confecciona en mayo de 2018 y que el viejo paquidermo socialista se digna a presentar como todo un ejercicio de vigor y valentía políticos.

El rentismo del PSOE, una vez contenida y redimensionada la primera irrupción de Podemos a mediados de 2015, consiste, pues, en gestionar la innovación de este partido por medio del uso de la presencia política socialista y de sus réditos electorales para conseguir por todos los medios a su alcance la subalternización, disipación y neutralización del potencial de ruptura que su emergencia representa y puede representar en el medio plazo, porque al PSOE le alcanza para comprender que, a diferencia de C's y de VOX, la dinámica endógena de Podemos posee una capacidad de reinvención no limitada al corto plazo de los ritmos electorales y no irreversiblemente supeditada y condicionada a sus diversos problemas internos actuales, sino que se halla en condiciones de lanzar por la densidad de su proyecto y por el solido anclaje estructural con la nueva composición de clase y la lectura de las mutaciones introducidas por el nuevo paradigma neoliberal y neoautoritario, una recomposición de envergadura del sistema político y del sistema de partidos español en el que el partido de Pedro Sánchez puede ser el principal damnificado, dado que la reabsorción a medio plazo de la derecha funciona mediante derroteros político-organizativos totalmente distintos a los que imperan en el campo de la izquierda en el que opera este viejo partido socialdemócrata cada vez más incapaz de leer y de revertir las condiciones de crisis, esto es, de la nueva normalidad impuestas por las elites a las grandes mayorías.

De acuerdo con esta gramática, el PSOE sigue en 2015, 2016, 2017, 2018 y 2019 exactamente la misma y monótona estrategia a la hora de hacer cuentas con el capital político y con el proyecto estratégico que Podemos le propone para dar un salto cualitativo en la tendencia que sigue la formación social española y las disyuntivas y dilemas que se le presentan en términos de un proyecto político alternativo; e, igualmente, en las cinco ocasiones planea de modo asimismo cansino y rutinario sobre la cabeza de Pedro Sánchez y de su partido la tentadora posibilidad, realmente estratégica, de abandonar su adscripción nominal a la izquierda del espectro político convencionalmente entendida y de considerar una gran alianza con la derecha sociopolítica y electoral española, lo cual resulta realmente arriesgado en este país, teniendo en cuenta la historia y la trayectoria del PP y sus transmigraciones desde la muerte del dictador y la agresividad y autoritarismo que destila el campo de la derecha en la historia de España durante el largo siglo XX, que han sido perfectamente introyectados en un tiempo record por las escisiones de C's y de VOX, como propuestas novedosas surgidas del mismo.

En los cinco casos y fundamentalmente en el primero, en el cuarto y en el ultimo, que es cuando se plantean posibilidades de una opción de gobierno seria en condiciones diversas de peso electoral respectivo y de posición político-institucional de las respectivas fuerzas políticas de la izquierda, el PSOE de Pedro Sánchez se comporta idénticamente buscando rentabilizar su posición de renta política para convertir a Podemos en una fuerza acantonada en su espacio electoral, cuyas dimensiones sueña con volatilizar, y despontenciada de cualquier veleidad de poner en tela de juicio y de impugnar las tendencias a la crisis del sistema de partidos fordista español.

Tras los resultados electorales de diciembre de 2015, el PSOE, que conoce en ese momento su mínimo electoral desde 1978 (22,01 por 100 de los votos), abre con enorme tino negociaciones en primer lugar con C's (13,93 por 100 de los votos), cuya volatilidad está ya bien demostrada en fecha tan temprana y cuya tendencia hacia la derecha era un hecho cuasi seguro, si bien no con la virulencia que su proyecto, cada vez más inconsistente y oportunista, y su desesperada búsqueda de un espacio propio en el concurrido sistema de partidos español y en el sobresaturado campo de la derecha, le obliga a realizar de forma ostentosa desde mediados de 2018: sus cuarenta escaños valen más que los sesenta y nueve obtenidos por Podemos, cuyo resultados (20,66 por 100 de los votos, que superan en 6,73 puntos porcentuales a C's) se quedan a 1,35 puntos porcentuales de los votos recibidos por el PSOE, pero que una vez sumados los de IU (2 escaños equivalentes, sin embargo, al 3,67 por 100 de los votos), superan al partido de Sánchez por 2,32 puntos porcentuales.

La estrategia del PSOE es en esa ocasión puro rentismo político y puro extravío intelectual, aderezados con una grotesca adaptación a los humores de los poderes fácticos y a los reflejos del ala más reaccionaria del partido, dado que intenta capitalizar el voto de Podemos colocando a este partido en el lugar mudo de una negociación esperpéntica e inútil con C's, como se demostró de modo inmediato, que simplemente juega con la aritmética electoral al margen de toda discusión seria de lo que era y podría ser el espacio político español tras la crisis de 2008, la última legislatura de Zapatero y el gobierno de Rajoy, y de lo que podría convertirse tras la emergencia de un formidable actor en el espacio político de la izquierda, que, además, hundía su proyecto en una onda de movilizaciones de nuevos movimientos sociales y populares, que hacía décadas que no se producía en España y respecto a los cuales, además, el PSOE había perdido todo contacto y dejado de considerar actores con capacidad de influir o incidir en el espacio político de la izquierda.

La posibilidad se ofrecía a fortiori en una coyuntura política en la que era patente la deriva autoritaria propiciada por la crisis, fortalecida y contemplada como lógica y natural por el PP al hilo de su orientación cada vez más reaccionaria y depravada, propiciada, entre otras líneas de su corrupción constitucional, por su implicación nefasta en la Segunda Guerra del Golfo, la aceptación de las políticas de austeridad para profundizar en ellas con denuedo y las propias características delictivas del partido, que fue a la postre el detonante de la moción de censura de 2018: nula reflexión al respecto sobre este cuadro político por parte del PSOE al negociar un proyecto de gobierno durante el primer semestre de 2016, dado que los reflejos del partido socialdemócrata apuntaban a consolidar la senda de acomodo a la crisis y a sus ritmos de reestructuración, tanto de las relaciones de producción y distribución, como del campo político y del sistema de partidos y, por ende y como condición previa, al nuevo paisaje socioeconómico surgido de la novedosa ingeniería social propiciada por la crisis.

Las tensiones internas del PSOE, unidas a la torpeza de Sánchez para lanzar un proyecto ambicioso de refundación del campo político y de la política de la formación social española, obligan a la repetición electoral en junio de 2016, que llevan al PSOE a un ulterior mínimo de ochenta y cinco diputados, mientras Podemos repite resultados esta vez bajo la marca de Unidos Podemos con setenta y un diputados y el PP incrementa el número de diputados hasta los ciento treinta y siete, en parte a costa de C's, en unas elecciones cuyos desplazamientos del consenso electoral nunca han sido del todo convincentes analíticamente hablando. La apuesta del PSOE por C's tras las elecciones de diciembre de 2015 se saldan, pues, con una pérdida de cinco escaños para el primero y de ocho para el segundo y con un incremento de catorce para el PP, que le permite prolongar durante otros dos años más su gobierno lamentable, que concluye finalmente gracias al choque exógeno y ajeno al PSOE de la corrupción de aquel y que perfectamente podría haberse prolongado por dos años más hasta 2020 sin la intervención de Unidas Podemos mediante la iniciativa de la exitosa moción de censura comentada.

En el ínterin entre las elecciones de 2015 y las de 2016 la presión sobre Podemos y Pablo Iglesias para que aceptase esta subalternización ciega a la falta de proyecto posneoliberal y a la postre político del PSOE es ensordecedora, reflejando a las claras la degradación del campo de lo político en la formación social española y el deterioro del espacio de la izquierda social y política para pensar la coyuntura concreta en la que se dirimía también la posible línea de comportamiento de Podemos, en cuyo interior surgieron ya voces discrepantes que apostaban por un entendimiento sumiso con el PSOE, opción en la que primaba más la incorporación de elites y cuadros recién estrenados en la política electoral al no proyecto político de este y la dejación y abandono de todo proyecto de envergadura por la izquierda, que la experimentación con las enormes posibilidades abiertas por la profundidad de la crisis sistémica en todos y cada uno de los subsistemas sociales y en el modelo político-institucional, incluido el territorial, de la Constitución de 1978, que marcaba el extraordinario resultado electoral conseguido por Podemos en 2015 y 2016.

El PSOE no puede evitar leer el momento de acuerdo con sus atávicas lentes conservadoras que imponen el conservadurismo y la miopía de los barones con la poquedad y el cortoplacismo de Pedro Sánchez y su grupo dirigente

Para estos avezados cuadros y dirigentes de Podemos se trataba de pactar rápido con el PSOE sin importar demasiado las condiciones para cerrar con mayor velocidad todavía toda posibilidad de innovación política, para reafirmar las formas más nocivas y necias de la autonomía de lo político y para cauterizar cualquier impugnación de peso de las características más viciosas del sistema político español y las pretensiones más mezquinas del bloque dominante de la formación social española y de su forma Estado.

Dentro de Podemos, aquejado en buena medida por dificultades de peso para conceptualizar y comenzar a resolver estos problemas, la situación precipita en Vistalegre 2 con las consecuencias previstas e ineluctables, derivadas de la pobreza intelectual, la grisura política y la cerrilidad ética de sus protagonistas, que ha quedado palmariamente demostrada por su conclusión ineluctable en el diseño e implementación de la operación Carmena, la creación de Más Madrid, la añorada emergencia de Iñigo Errejón como gran esperanza blanca de la voladura de Podemos y el debilitamiento electoral de UP en las elecciones de abril y mayo de 2019, tras haber aupado a Sánchez y al PSOE al gobierno de la nación de forma gratuita, generosa y desprejuiciada en medio de la mayor crisis constitucional vivida por el Estado español desde 1978, y tras haberle roto la espalda al PP en mayo de 2018, acontecimiento que ha hecho aflorar un nuevo grupo dirigente totalmente noqueado al frente del partido en una edición avant la lettre de lo sucedido en el Partido Conservador británico en julio de este año, y de nuevo en abril de 2019, alisando así el camino para que con su atonía habitual y su falta de imaginación y audacia políticas acostumbradas el Partido Socialista se halle en condiciones óptimas de acumular un capital político precioso durante este periodo de gobierno y, en consecuencia, de competir electoralmente en los comicios de este año tras la incapacidad de aprobar los PGE el pasado mes de abril dado el comportamiento más o menos errático y extraviado de JxC y ERC, que ahora vuelve al centro, y por boca de su portavoz parlamentario afea a Pablo Iglesias y a Podemos/UP su renovada arrogancia, mientras medita caviloso sobre el peso y la densidad política de Más Madrid y de su avispado líder, al tiempo que JxCat gira en el laberinto de su ruptura siempre aplazada con el Estado a la espera de entregar mansamente el poder al pragmatismo de ERC, mientras la familia Pujol nos ofrece nuevos datos sobre la compleja genealogía política del nacionalismo de Convèrgencia i Uniò y de JxCat.

5. Podemos, los demonios del PSOE, el campo político en la izquierda y el sistema político español

Tras la acumulación de estas cargas de debilidad por parte de Podemos, dadas las enormes dificultades que la organización conoce para traducir en capital político factible y operativo su capacidad de ruptura demostrada irreversible e incontrovertiblemente no solo en las transformaciones inducidas en el sistema político español desde 2014, sino también en el diseño y realización, nada más y nada menos, de la primera moción de censura exitosa en la historia de la Constitución de 1978, efectuada en condiciones de debilidad interna pero de solida presencia parlamentaria, los resultados obtenidos en 2019 lastran al partido, para regocijo del PSOE, con unos resultados pobres y muy por debajo par de lo que garantizaría su capacidad de intervención en el campo político español.

En este contexto, el PSOE no puede evitar leer el momento de acuerdo con sus atávicas lentes conservadoras que imponen, esta vez en perfecta sincronía, el conservadurismo y la miopía de los barones, satisfechos y orondos con los resultados de mayo, con la poquedad y el cortoplacismo de Pedro Sánchez y su grupo dirigente, que sigue la misma estrategia de humillar a la izquierda, repetir lo vacuo y vaciar lo denso políticamente hablando en un intento de congelar y revertir las mutaciones de 2014, de las que hasta la adocenada Casa Real había tomado buena nota poco después del seísmo político de mayo de ese mismo año y, con un retraso poco comprensible en una organización delictiva y solo explicable por su presencia en el gobierno de la nación, incluso el PP ha optado por la juventud, el despiste y desparpajo del actual núcleo dirigente coagulado en torno a la figura medular de Pablo Casado.

Y, ¿cuál es la estrategia de negociación, que es banal por lo previsible y chapucera, aunque sonroje por la chulería y la mentecatez de su desenvolvimiento y lo diga todo no sobre la densidad y calidad de su vida política interna, sino de su concepción de lo político y de la política tout court para enfrentarse con el partido de Pablo Iglesias y con UP decidida por el PSOE tras la doble cita electoral de 2019?

La estrategia política es no negociar la composición de un gobierno, cuyo contenido y complejidad no presenta dificultad alguna ante una representación fragmentada y unos porcentajes de representación aritméticamente obvios, (1) para no abrir ni la discusión sobre el nuevo espacio político ni la reconsideración de las fuerzas presentes en su seno y de la nueva física de las relaciones posibles entre ellas; (2) para esterilizar la posibilidad de un nuevo ciclo político en la formación social española y (3) para imposibilitar un proceso polivalente de discusión con el único actor genuinamente nuevo aparecido en el panorama político español —y de los poquísimos surgidos en la polity europea por la izquierda— sobre las tendencias sistémicas en curso producto de la crisis irreversible del capitalismo histórico, sobre el ritmo y los efectos de las políticas procedentes de la UE y su modelo de governance y sobre la crisis del modelo constitucional del Estado español, que no es territorial sino de modificación en profundidad de la constitución material consagrada en la Constitución de 1978.

El desguazado de esta, y ello tiene mucho que ver con la no estrategia del PSOE durante los últimos cuatro meses, afecta profundamente a su funcionamiento jurídico como Grundnorm [norma fundamental] y por ende al del sistema político y de partidos español, y trastroca irremediablemente la forma Estado española con consecuencias de gran calado para nuestro sistema democrático y, sobre todo, para la consolidación y expansión de los derechos fundamentales constitucionalizados de la ciudadanía, los cuales se desnacionalizan cada vez más fácticamente a medida que se endurecen y reafirman más las pretensiones de nacionalización de la política, de las polities respectivas y de sus relaciones interinstitucionales, sea que estas se desenvuelvan estas entre comunidades autónomas, entre Estados o entre grandes agregados internacionales o bien se verifiquen en un marco transnacional como el de la UE o mediante las posibles combinaciones entre todas estas dimensiones relacionales.

El PSOE no quiere abrir ni ese espacio ni ese ciclo, porque su forma partido no resistiría la tensión desencadenada por ese proceso político constituyente, que iría mucho más allá de la actual marejada territorial, insignificante en sí misma en términos materiales, aunque decisiva dado el sistema de partidos actual para la estabilidad de la forma Estado española, ni tampoco desea desencadenar procesos políticos realmente inéditos, porque no cuenta ni quiere contar con los medios ni con las disposiciones y actitudes intelectuales y políticas necesarias para refundar los términos de la discusión y el debate políticos respecto a las dinámicas de poder del bloque dominante español y a las servidumbres y exigencias impuestas por el consenso neoliberal proveniente de la UE y de los mercados globales en medio de una crisis sistémica de una gravedad tan enorme como la actual, que exigiría precisamente comportarse con tal audacia constituyente no solo para comenzar a bosquejar los contornos de respuesta a la misma como cuestión ineludible se supervivencia política de las clases trabajadoras y pobres, sino para resolver en el mismo proceso la crisis constitucional del Estado español en curso, que es a la postre una manifestación más de la primera.

Si el PSOE no fuera un partido muy muy viejo y sistémicamente deteriorado, de acuerdo con la pauta estructural del actual modelo de sistema de partidos de las democracias occidentales, sometido no solo en el Estado español al vaciamiento de la democracia y a la doble oligarquización política y económica de su funcionamiento, producto del ataque neoliberal sobre la constitución política de nuestras sociedades perpetrado durante las últimas décadas, habría comprendido que (1) su supervivencia como fuerza política en un entorno que todavía puede degradarse democráticamente hablando mucho más si las derechas actuales, cuya textura media global es obvia, se hacen hegemónicas, (2) las posibilidades de revertir la fuerte regresión de los derechos experimentada por la formación social española durante la última década y de moderar o cambiar la direccionalidad de las fuerzas que la han hecho posible y su comportamiento en el medio plazo, (3) la posibilidad de eliminar de modo más o menos definitivo las incrustaciones autoritarias y regresivas, así como las pautas de comportamiento más injustas, abusivas y/o ineficientes de la forma Estado y del funcionamiento institucional de los poderes del Estado y del actual modelo administrativo, que son en parte herencia de la peculiar transición a la democracia de 1978 y en parte producto de la degradación experimentada durante las últimas décadas por el sistema de partidos español por razones tanto exógenas como endógenas, y (4) la oportunidad de abrir una aproximación a lo político y a los envites sistémicos que enfrentan las sociedades españolas, europeas y mediterráneas, el PSOE habría comprendido, decíamos, que el cumplimiento de estas cuatro condiciones elementales depende de la creación de un nuevo bloque social ligado a la cultura histórica de la izquierda, cuyo patrimonio y acervo el partido exhibe ostentosa y orgullosamente en su propaganda electoral y en su construcción discursiva, mediante la apertura de un proceso inédito de negociación con UP no sobre la composición del gobierno y del reparto de carteras ministeriales, sino sobre los envites, las líneas de fractura, los puntos de crisis y las ineficacias e injusticias estructurales más graves y sórdidas del actual modelo político español, cada vez más atrapado entre la voracidad, la indolencia, la avaricia y la corrupción de sus elites políticas y económicas, y el autoritarismo, la violencia, la depredación y la voluntad de subyugación mostrada por las clases dominantes locales, regionales y globales.

Aunque pueda parecer una reflexión intempestiva y alejada del comportamiento del PSOE en esta coyuntura y del comportamiento de piccolo cabottagio de las respectivas políticas nacionales europeas, a un tiempo solemnes y graves en sus pleitos insignificantes y patéticas y criminales en su despreocupación y desconexión cotidianas ante los verdaderos problemas sistémicos a los que nos enfrentamos colectivamente y que afectan de modo muy intenso a sus ciudadanías, conviene no olvidar que esta governance saqueadora, parasitaria, despilfarradora y destructiva de los recursos públicos, comunes y no privativos —ecosistémicos, financieros, monetarios y tecnológicos, así como aquellos procedentes del enjambre y aglomeración de riqueza, inteligencia y conocimiento humanos en posesión del general intellect de la fuerza de trabajo colectiva— se articula de buena o mala gana, consciente o inconscientemente, trágica o imbécilmente, a través de los actuales sistemas políticos y de sus correspondientes sistemas de partidos, y que este patrimonio inmenso de riqueza no monetaria, no financiarizable y no acumulable de acuerdo con la lógica del beneficio privado, representan recursos imprescindibles para gestionar políticamente, con mínimas condiciones de éxito, en el mejor de los casos, la gran transformación poscapitalista y la gran transición democrática consustancial a esta en pos de una sociedad local, regional y globalmente sostenible y justa y, en el peor, para defender denodadamente a nuestras sociedades, si el sistema precipita finalmente en el diseño distópico que las clases dominantes y las derechas globales trabajan por imponer en esta fase de crisis sistémica del capitalismo histórico a una escala y con una virulencia desconocidas desde la década de 1930 de la mano de los diversos nazismos y fascismos históricos.

El PSOE tiene, en realidad, un rango muy limitado de opciones en esta coyuntura y resulta asombroso como una elite dirigente, en nuestro caso nucleada en torno a Pedro Sánchez, puede apostar por el suicidio político aferrándose al business as usualparadigm a la hora de diseñar su menú de opciones de decisión colectiva, porque o abre ese espacio político original con UP, que le sirva para refundar y desfeudalizar el partido de las formas ligadas al ancien régime de las baronías, para reconectar con la sociedad española de modo sustantivo más allá del juego tasado de las veleidades electorales a fin de recrear y reinstituir la socialidad y la politicidad de esta formación social y, por ende, de modo mediato, del proyecto europeo, y para diseñar, proponer e implementar políticas cuyos ritmos de aplicación, eficacia y eficiencia cambien el modelo cristalizado durante las últimas décadas de forma que logren multiplicar realmente su ambición y su impacto transformador, o bien es ineluctable que su forma partido se degrade de modo irreversible mediante una gran coalición con la derecha, que ante todo le hará perder todo destello de personalidad, autonomía y originalidad como fuerza ya no transformadora, sino simplemente representativa de un sector sociopolíticoelectoral de cierta espesura y dimensión sociológica, como es el que actualmente le proporciona los votos que le dotan de legitimidad política, y, además, le privará a corto plazo de toda originalidad y nervio a la hora de refundar constitucionalmente la actual forma Estado española, sometida en la actualidad a todas las patologías de un sistema político y de un sistema de partidos deteriorados, degradados y agotados como instrumentos de innovación política y social y, en realidad, como instrumentos de recta administración de la cosa pública.

El PSOE únicamente ha llegado al gobierno, porque Pablo Iglesias y UP lograron llevar a buen puerto la moción de censura de mayo de 2018 en medio de la grave crisis constitucional de la forma Estado que nos aqueja, ante cuya descarga eléctrica el partido, noqueado desde el seguidismo de Rodríguez Zapatero del marco de referencia de la crisis impuesto por las elites atlánticas, no tuvo más remedio para dotar de credibilidad y de discurso a su acceso al mismo que recuperar en clave amortiguada el argumentario y las respuestas esgrimidas por el 15M en las calles desde 2011 y por Podemos desde la tribuna parlamentaria y las distintas administraciones autónomas y locales desde 2014: el vértigo del previsible, por descontado y banal, remonte electoral cosechado en 2019 no puede ser tal como para hacer pensar al PSOE que este sucedáneo pobre de refundación del partido puede ser suficiente para reconducir su proyecto político, revalidar su presencia en el mercado electoral español y responder mínimamente a los problemas realmente graves a los que se enfrenta la sociedad española y, en general, el entorno europeo y mediterráneo en el que se inserta nuestra formación social.

El error es tan mayúsculo y el diagnóstico tan paupérrimo que cuesta realmente trabajo creer que el actual sistema de partidos se halle en semejante estado de descomposición y que uno de sus actores principales pueda haber perdido hasta este punto la capacidad de análisis y los reflejos no ya de honestidad y lucidez político-intelectual, sino de pura supervivencia en las condiciones vigentes de comportamiento político.

El hecho de que el PSOE haya barajado tras las últimas elecciones generales una coalición o un acuerdo del tipo que sea con C's refleja a las claras el grado de desorientación, arribismo y voluntad más o menos ciega de autoperpetuación perdedora

El destino del PSOE, no si no logra contribuir a abrir y dotar de espesor un nuevo campo político por la izquierda en la formación social española, sino simplemente si no logra llevar a buen puerto la banal tarea de formar un gobierno razonable y estable situado netamente a la izquierda tras los resultados de abril de 2019, es meramente (1) su definitiva homologación como la fuerza conservadora hacia la que ha tendido lenta pero inexorablemente durante las últimas décadas con resultados peligrosos para su marca electoral salvados in extremis en las dos últimas ocasiones que llegó al gobierno por acontecimientos externos ajenos a su actuar político, esto es, el 11M en 2004 y una inédita moción de censura exitosa en 2018; (2) su colapso en el espacio de la derecha del espectro político y la indistinción de su propuesta política respecto a de la derecha sociopolítica y económica española, que ha mostrado históricamente menos ambigüedades por las soluciones duras de mercado, la privatización de lo social y del sistema de partidos y el autoritarismo político aplicados sobre la formación social española; y (3) su desaparición como fuerza política remotamente situada en el centro-izquierda del espectro político, desplazamiento que el electorado no dejará considerar y castigar implacablemente en las sucesivas citas electorales en tanto que el incremento contundente de la abstención recompensará generosamente al campo de la derecha, de modo que este conjunto de procesos privarán para siempre a Sánchez de la presidencia del gobierno, al PSOE de la hipotética y remota posibilidad de su refundación como fuerza política original y vital y a la sociedad española de una vía posible para acometer soluciones no estricta e inapelablemente neoliberales a los problemas causados por este mismo paradigma de gobierno de modo implacable durante las tres últimas décadas.

Este deterioro y esta degradación del sistema de partidos español, pero de nuevo no olvidemos de que se trata de un fenómeno estructural, se manifiesta en las elevadísimas tasas de volatilidad de las ofertas políticas que los partidos lanzan a las esferas pública y política, al conjunto de su electorado o electorados potenciales, a los poderes fácticos, siempre atentos al mercado electoral en el que pueden verse rozados o afectados sus intereses, y a los cuadros, militantes y miembros activos de sus propias organizaciones.

Esta alta volatilidad se entreteje con el alto grado de verticalismo vigente, el bajo nivel de discusión interna, la fragmentación del proyecto político derivada de la heterogeneidad y débil convergencia de los diversos ciclos electorales, y el impacto sobre la estructura interna de los partidos de su hiperespecialización en las tareas de gobierno y en la disputa electoral, todo ello con consecuencias no desdeñables sobre el empobrecimiento de la vida política y el comportamiento político y electoral de la ciudadanía.

El hecho de que el PSOE haya barajado tras las últimas elecciones generales, después de haber llegado al gobierno hace unos meses de la forma que lo hizo y contra el partido conservador que lo hizo, la posibilidad hasta ahora no materializada de reintentar una coalición o un acuerdo del tipo que sea con C's, sea por razones sustantivas, como parece, para lograr una mayoría estable o por puro tactismo para aplacar a los poderes fuertes que recelan de un pacto con UP, refleja a las claras el grado de desorientación, arribismo y voluntad más o menos ciega de autoperpetuación perdedora y autolesionista de una elite política que no contempla en sus cálculos el medio plazo de su proyecto político por mucho que apele torticera y espuriamente una y otra vez a la historia centenaria del propio partido. Pero igualmente delirante es la petición del PSOE al PP y a C's, esta vez conjuntamente considerados, para que se abstengan para facilitar la investidura de Sánchez, enésima prueba de la inanidad y desprecio de cualquier proyecto mínimamente serio de transformación o simplemente de mera corrección de las tendencias más autoritarias de la forma Estado y de las situaciones más brutales de desigualdad y exclusión social existentes en nuestro país. Tras la fragmentación del espacio político español, la brutalización de las políticas socioeconómicas y laborales de la última década, el deterioro serio y progresivo de las condiciones de vida de la ciudadanía, el menoscabo de los servicios públicos y su privatización, deterioro o voladura controlada por parte de las distintas administraciones autonómicas en manos de la derecha o no solo y el debilitamiento del marco regulador de la Administración central codiseñado por los dos grandes partidos y ante la incapacidad de ofrecer soluciones a problemas sometidos al socorrido carácter inasequible del impacto de factores externo más o menos fuera de control, el partido encargado de formar gobierno en esta primavera, tras casi siete años fuera del mismo y sin números claros para lograrlo en 2015, 2016, 2018 y 2019 y con problemas importantes de liderazgo en su propia organización interna sometida a vaivenes en absoluto desdeñables, no logra atinar a identificar cuáles son las opciones que tiene ante sí, no reconoce a los sujetos susceptibles de ser socios estratégicos en esta coyuntura complicada por innumerables motivos locales, regionales (UE y el Mediterráneo) y globales y pugna antes por destruir o debilitar el campo y al sujeto político de la izquierda que contribuyó en enorme medida a sacarlo de tal situación que por plantear de inmediato, sin dudas, nítidamente y a cara descubierta un intento serio de abordar los graves y complejos problemas que tienen las clases trabajadoras y pobres de la formación social española, además de los problemas de corte constitucional a los que se enfrenta su forma Estado.

No acierta tampoco a ver que la apertura por la izquierda de esa refundación de su espacio político histórico vivificaría el campo de lo político y la política factible y verosímil para poder resolver esta crisis multidimensional y dotaría de una anchura más urgente que nunca a las gramáticas políticas posibles para encarar la endiablada quiebra sistémica en la que estamos inmersos. No acierta tampoco a ver el PSOE que tal apertura en España podría abrir otras oportunidades de discusión y crítica en el campo europeo para bien de su reforma o para bien de su crisis y refundación o reconsideración integral de la direccionalidad del proyecto y del coste que ha tenido, tiene y puede tener, en el surco de las tendencias a la crisis en las que se encuentra la polity de la UE y la sociedad española, para las economías más débiles del continente más allá de tasas de crecimiento coyunturales de la economía española por encima de la media europea.

¿Cómo es posible, pues, que esta volatilización de los contenidos de lo político y de las opciones de la política, así como de las políticas publicas posibles, no pueda ser controlada por las actuales formas partido presentes en la formación social española y les haga entrar en semejante proceso entrópico de su propia funcionalidad sistémica y de su propia especialización institucional? ¿Cómo es que un proceso tan intenso no logra hacerse evidente y convertirse en un problema interno insoslayable para elites que no se plantean abandonar ni por asomo su nicho de especialización socioprofesional y, en el caso que nos ocupa, las del propio Partido Socialista? Obviamente, si estas elites socialdemócratas españolas dan por bueno este debilitamiento de la política, que solo puede significar la propia degradación de esta como forma de interacción social o el falseamiento total de la misma de acuerdo con los modelos constitucionales vigentes, ello quiere decir que el PSOE y el propio sistema democrático de dimensiones nacionales apuntan a un endurecimiento de las condiciones sistémicas de reproducción cada vez menos afectadas por el trabajo de mediación de la política y de sus partidos, que ha sido una de las características definitoria de lo político en la modernidad. Esta volatilización política que aqueja al PSOE afecta igualmente al conjunto de los actores presentes en el sistema de partidos español con niveles de desorden similares y tasas de incapacidad prospectiva parecidas a la hora de proceder a la definición de su propio campo de referencia y de su propio rango de opciones, parámetros imprescindibles para constituirse como dispositivos de mediación en la formación social española y en el campo de fuerzas de la UE. Lo realmente problemático es que el rango de variabilidad del PSOE sea tan amplio como para privarlo de toda capacidad normativa: si el partido puede desear pactar con UP y simultáneamente contemplar un pacto con C's, cuyo proceso de derechización puramente oportunista ha sido brutal por mor de su voluble, inconsistente y volátil equipo dirigente, e implorar la abstención de esta última fuerza política y del propio PP –que es el partido cuya corrupción estructural, su autoritarismo político, su franquismo sociológico y su austeridad criminal propició que Sánchez aceptara la opción de la moción de censura servida por Podemos en mayo de 2018– y cuya actual dirección nacional todavía extremó más sus propuestas ultramontanas tras la elección en julio de este mismo año de Pablo Casado como presidente del mismo, quien llevó al partido del modo más torpe a estridencias devastadoras electoralmente, como quedó demostrado en las elecciones de abril de este año, para automáticamente impostar un discurso condescendiente y moderado tras esta histórica derrota electoral, que no cambia en absoluto el núcleo de su propuesta, ¿cómo es posible, decíamos, que ese deseo de llegar a un acuerdo con UP por parte del PSOE, que es por otra parte la única posibilidad racional de conseguir la investidura dadas las posturas manifestadas hasta la saciedad por los partidos de la derecha española, se embrolle en su fisiología interna de tal modo que el país pueda estar casi cuatro meses paralizado por semejante disonancia cognitiva ante la realidad dura del sistema político español, que resulta todavía más inverosímil porque es producto colectivo de una persona jurídica, más allá de la concentración de poder en su cúspide de su secretaría general y de su núcleo dirigente? ¿Qué nos dice del PSOE el hecho de que sea incapaz de controlar esa volatilidad de sus posibles alianzas, cuando su proyecto ha dado pruebas al mismo tiempo de la feudalizada fragmentación territorial de sus baronías, que ha puesto en tela de juicio el proyecto unitario de la organización, complicando y degradando además el campo político español al permitir la entrada en las instituciones de la lamentable extrema derecha de VOX, que estamos viendo en acción durante los últimos meses en la Junta de Andalucía y que pronto veremos campar a sus anchas en la Comunidad de Madrid, en Castilla-León y en la región de Murcia? ¿No hay reflexión colectiva alguna dentro del PSOE que rellene la línea de puntos que dibuja la figura de la necia invitación Susana Díaz a C's a su gobierno, en vez de intentar una operación ya no generosa si no simplemente propedéutica y autoprotectora del PSOE (andaluz y estatal) con Podemos, y la consiguiente derrota electoral del partido y el acceso a San Telmo del PP, por primera vez durante el periodo democrático, de su antiguo socio de gobierno y de una ultraderecha tan patética como mezquina y vengativa? ¿No logra ver la inteligencia colectiva del PSOE que la mezcla de alta volatilidad política y fragmentación territorial de las baronías de los diversos partidos, incluido obviamente el propio, unidas al oportunismo y la debilidad programática del conjunto de las fuerzas activas en el sistema de partidos español, es una sustancia realmente inflamable y muy difícil de manejar no ya desde el paradigma de la teoría política, sino simplemente desde el limitado y estrecho punto de vista de la teoría de juegos y de la racionalidad de la elección colectiva? ¿O serán sus asesores prime quienes, hurtando y expulsando la inteligencia colectiva del partido, bucean como peces sin ojos en los abismos siderales de la elección racional, cuando deberían, al menos, intentar saltar la corriente de los acontecimientos como salmones esforzados y vigorosos?

Si el PSOE pierde o malbarata esta oportunidad, que ha abierto la capacidad de Podemos y el azar de la política, se enfrentará ineluctablemente a la larga marcha de su homologación en la derecha del espectro político y a su desintegración en manos del primer Macron que aparezca en escena, que no obstante, para su suerte, el sistema político español tardará un tiempo en producir. Pero la suerte de un Macron todavía infinitesimal en el horizonte español no protegerá al PSOE de la rudeza autoritaria y corrupta del PP, ni de la mezquindad oportunista y salvaje de C's, ni del atavismo perturbado de Vox en su implacable operación conjunta de esterilización del campo de lo político, de intensificación del coste social de la crisis y de imposición de la nueva normalización de las condiciones de reproducción social muy por debajo de los parámetros establecidos en la Constitución de 1978. Estos casi cuatro meses alucinantes de esta curiosa producción de empobrecimiento político generalizado por medio de ausencia de negociación con UP, aportan mucha información sobre los procesos de toma de decisiones del PSOE, sobre su imaginario político y sobre cómo procesa la percepción que otros actores tienen de él y la que él como organización tiene de sí mismo y de sus equilibrios internos. Si la estructura del partido es fuerte y ágil, el proyecto claro y la autoubicación en el campo político de la formación española solida e independiente, la negociación se abre de inmediato, el programa se discute y se pacta con conocimiento de causa de las fricciones que su aplicación podría producir respecto a la estructura de poder vigente, meditando su alcance y ponderando las estrategias y las tácticas para llevarlo a cabo, distinguiendo cuidadosamente entre el rentismo caciquil y desastrado de determinados grandes actores empresariales nacionales, las imposiciones siempre amenazantes de la UE y del capital global y los problemas derivados de la ineficiencia de los procesos político-administrativos, de la estructura específica del Estado español o de la voluntad política de determinados de sus aparatos. Si ello funciona con una mediana eficiencia y con una ambición transformadora a la altura de la crisis, el proceso supone lanzar y plantear una panoplia de cuestiones candentes a la opinión pública española, tensar y revigorizar los procesos de discusión en el seno de ambos partidos de la izquierda, movilizar a los profesionales, expertos, movimientos sociales, ONG y demás actores colectivos serios y lanzar un conjunto original de mensajes en el seno de la UE, en cuyo espacio las vicisitudes y crisis de cada una de las polities nacionales se siguen con absoluto interés tanto por el establishment conservador presente en sus instituciones, como por las direcciones de los partidos de los respectivos sistemas políticos nacionales, por los movimientos sociales y actores relevantes de las respectivas sociedades civiles, porque los niveles de crisis respectivos y la acuidad y urgencia de los problemas compartidos a escala europea (austeridad, modelo monetario, pobreza, crisis ecológica, crisis migratoria, desempleo, extrema derecha, etcétera), pero fragmentados en su gestión nacional por abajo y administrados autoritaria y burocrática por arriba, han provocado un estado de atención inusitadamente alto entre los actores políticos, los sujetos politizados y la ciudadanía de las sociedades europeas durante la última década.

El PSOE no se da cuenta tampoco, lo cual de nuevo es más que sintomático de su cuadro cognitivo y de sus procesos de discusión interna, de que el proyecto socialdemócrata europeo es a día de hoy una anomalía, cuyo viejo programa y cuya aproximación al cambio social han sido duramente puestos a prueba durante las últimas cuatro décadas por el impacto desregulador del neoliberalismo y la aplicación a su programa y a las dinámicas de cambio social de la horma socioliberal, lo cual ha situado al mencionado proyecto en un punto realmente alto de tirantez y posible descomposición, que, por lo tanto, ha sometido al mismo a fuertes tensiones internas, por supuesto declinadas nacionalmente, a la hora de conservar una apariencia verosímil de continuidad histórica y de eficacia política, que pueda traducirse en resultados electorales tangibles y en grados de impacto apreciables sobre las relaciones de poder susceptibles de ser percibidas por sus constituencies, ellas mismas transformadas en profundidad, sociológicamente astilladas y muchos más heterogéneas que en el pasado. Esa anomalía supone de hecho que el proyecto socialdemócrata ha sido prácticamente destruido o privado de sentido político y electoral en buena parte de Europa y que allí donde ha sobrevivido más o menos indemne se halla sometido a presiones de gran calado para que se doblegue definitivamente a un juego electoral, cuyo desenlace en términos de proyecto político y de menú de políticas públicas posibles pretende estar prácticamente decidido antes de que el proceso de construcción de la voluntad colectiva inicie su fase deliberativa, se produzca la correspondiente discusión política y se verifique el resultado de la misma electoralmente, como atestigua, entre innumerables ejemplos, la governance de la UE y del BCE en sus decisiones macroeconómicas, fiscal-presupuestarias y monetarias más estratégicas. Esa debilidad de la socialdemocracia ha sido más lenta en España por el modelo de fordismo tardío que caracteriza a la formación social española, por el acomodo a un socioliberalismo sin complejos por parte del PSOE desde 1982, que sirvió también para arrasar el paisaje político por la izquierda durante la década crucial de 1980, y por las peculiaridades inyectadas por la estela de la Guerra Civil en la polity española desde la conclusión de la dictadura, que alimenta un débil y residual resistencialismo hasta ahora electoralmente eficaz. El lento agotamiento de ese proyecto socialdemócrata no ha sido contrarrestado hasta la fecha a escala europea y por supuesto tampoco a escala española por un contraproyecto eficaz, vigoroso y verosímil, que pueda si no responder a las tendencias sistémicas en curso al menos hacer balance de los desastres producidos y diseñar un proyecto de respuesta que golpee allí donde es posible –y a este respecto la banda de actuación es amplia dentro de su modestia actual– dada la estructura de las relaciones de poder realmente existente. Esta debilidad estructural del proyecto socialdemócrata y el riesgo definitivo de su absoluta homologación con la derecha autoritaria neoliberal a escala española y europea o, antes de que esta última se produzca, la implosión electoral de su marca política y de su estructura organizativa, que también puede ser producto del proceso más lento de la mencionada homologación en la formación social española, deberían hacer pensar al grupo dirigente del PSOE actual, que es el más lúcido que puede encontrarse a día de hoy en el seno del partido, en soluciones un poco más audaces y menos patéticas que las de la incapacidad de avanzar un paso durante la friolera de los últimos cuatro meses con una fuerza política como es UP no caracterizada especialmente por la radicalidad o la inasumibilidad de sus propuestas en términos de proyectos reales y concretos de gobierno. El cruce de (1) esta crisis de identidad de un proyecto histórico-político hoy estructuralmente deteriorado y debilitado como es el socialdemócrata, (2) de la presencia de fuertes corrientes centrífugas, tanto colectivas como individuales, dentro de su propio partido, (3) de la existencia de un campo político y de un sistema de partidos, cuyos actores se hallan profundamente desorientado por el escurridizo concepto de lo político en la fase de caos sistémico actual del ciclo de acumulación estadounidense y del capitalismo tout court como sistema histórico, y (4) de la alta volatilidad, cinismo, oportunismo y carácter quebradizo del resto de fuerzas políticas activas en el sistema político español, presenta al PSOE, también desde este ángulo analítico, un horizonte político muy complicado en cuanto a su supervivencia como fuerza política dotada de un identidad mínimamente situada en el centro-izquierda o simplemente como un actor político relevante en la formación social española; y al grupo dirigente actual coagulado en torno a Sánchez posibilidades escasas de sobrevivir como elite capaz de llevar al partido a un escenario socialdemócrata razonable de fortalecimiento organizativo, cuya acción pueda revertir eficazmente los efectos más perversos e injustos de la crisis descargados sobre la sociedad española en general y, fundamentalmente, sobre sus clases trabajadoras y pobres.

Ante la gravedad y la labilidad de la situación, la parálisis del PSOE y la incapacidad de avanzar con UP de modo inteligentemente constructivo solo puede explicarse por la lectura del actual grupo dirigente de una debilidad mucho mayor que la expuesta a la hora de calibrar las posibilidades de acción de su partido en el contexto actual, que, de acuerdo con esta hipótesis, sería percibido sus actuales responsables dentro de unos parámetros posibles de acción y comportamiento tan exiguos como para no poder asumir propuesta alguna de Podemos que fuera más allá de la aceptación de medidas concretas, puntuales, desarticuladas y lo suficientemente desconectadas entre sí como para no transmitir al bloque de poder español y europeo que se está tratando de encontrar otra senda de comportamiento económico, de crecimiento y de regulación social, tanto de la fase económica como del ciclo económico, y de relación política entre la forma Estado española y los grandes actores económicos nacionales y extranjeros, cuyas política de extracción de rentas de las sociedades en las que operan siguen siendo cruciales para sus respectivos modelos de negocio y para sus respectivas cuentas de resultados. Idénticamente, esa imposible alianza o acuerdo con UP indica que los marcos normativos y administrativos, la estructura de la forma Estado, el funcionamiento de las Administración públicas y su rendición de cuentas a los ciudadanos no serán objeto de una democratización seria y contundente, que redunde rápida, coherente y apreciablemente en la calidad de la democracia española, en los niveles de justicia social y en la vida y condiciones de reproducción de la ciudadanía, porque el PSOE piensa que ellos no ni posible ni en realidad conveniente, como tampoco lo es que ello se comunique o transmita de una u otra manera a la opinión pública y todavía menos se convierta en objeto de debate político en el actual sistema de partidos. El miedo a sentarse a hablar de un programa de gobierno con UP responde, pues, a la incapacidad del PSOE de pensarse como una fuerza política que puede someter, con diferentes grados de intensidad dictados por la prudencia y la solvencia políticas, la actual configuración y conformación del poder en los distintos ámbitos decisivos de funcionamiento de la formación social española al correspondiente tratamiento político, discerniendo los que son absolutamente rígidos y de difícil manejo, como sucede con la política monetaria o la política aduanera competencia de las instituciones de la Unión, de los que pueden ser inteligentemente modulados en lo que atañe por ejemplo a las relaciones con la UE mediante la presión y la discrepancia, de los que son simplemente terreno abierto para efectuar una política seria dentro de los restringidos espacios que deja la actual governance neoliberal y su estructura de poder de clase subyacente, de los que pueden abordarse con más soltura porque responden a relaciones de poder cuya genealogía y reproducción se hallan ancladas en la política denominada nacional. El problema es que el PSOE piensa que todos esos espacios y todas esas áreas posibles de acción política son igualmente sensibles para los poderes facticos establecidos, esto es, para los poteri selvaggi que regulan normativamente nuestros sistemas jurídicos, igualmente opacas a la hora de intervenir políticamente sobre las mismas e igualmente inasumible el riesgo de iniciar procesos de cambio en la línea que UP le exigiría modularmente respecto a cada una de ellas una vez incorporado al gobierno. El objetivo fundamental para el PSOE y para Sánchez es que no se perciba que hay un consenso de fondo, aunque sea mínimo, con UP que pone en tela de juicio la lenta de degradación del modelo fordista de la Constitución de 1978, los rasgos políticamente más autoritarios y lesivos del Estado español en el ámbito socioeconómico e institucional y las relaciones que los actores fuertes mantienen con la forma Estado y sus múltiples vías de producción y prestación de bienes y servicios normativos, administrativos y judiciales útiles para las elites y clases dominantes activas en la formación social española. El PSOE prefiere una forma Estado penosamente ineficaz y semiautoritaria, un modelo socioeconómico degradado por la crisis que produce externalidades negativas a espuertas y una aceptación obediente y sumisa del Brussels & Frankfurt Consensus, que la ligazón de esos cuatro distintos ámbitos de acción y complejidad y la evaluación y calibrado de los procesos de cambio ponderados pero articulados que podrían darse en cada uno de ellos para construir, a partir de una discusión en profundidad con Pablo Iglesias y UP, un programa político que fuera lo suficientemente vigoroso para que el conjunto de propuestas –esto es, el famoso programa que no presenta problema alguno según han profusamente los negociadores y negociadoras de Sánchez– tuviera un impacto perceptible sobre la sociedad española y sobre las respectivas formas partido de los actores políticos implicados en tal plan de gobierno. El temor del PSOE es simplemente que los actores fuertes, que definen el consenso en los sistemas políticos degradados actuales, perciban que el partido desea hacer política, que desea cambiar con un ritmo razonable pero con una contundencia inapelable determinadas áreas de confort e ineficacia que sujetos dotados de determinadas rentas de posición económica, política, supranacional o administrativa disfrutan por encima de la legitimación democrática de los intereses básicos de la inmensa mayoría en lo que atañe a los derechos fundamentales, el modelo fiscal y de gasto, la calidad ambiental y la transición ecosistémica o los derechos laborales ligados al salario directo e indirecto, con la cuestión territorial declinada a partir del zócalo duro de la nueva constitución material obviamente también en juego. Si el PSOE, por un lado, y Sánchez y su equipo, por otro, fueran capaces de entender que la supervivencia a medio plazo simplemente como fuerza política sin más atributos del primero y las opciones de continuidad al frente de la organización del segundo dependen de que se embarcan en este proyecto de refundación del campo político de la formación social española a partir de un diálogo abierto, intenso y sin líneas rojas con UP en este preciso momento histórico, podría abrirse un escenario que por su fuerza política podría servir para dotar de un marco de referencia contundentemente político a la política española susceptible de sentar unas bases de complejidad y creatividad políticas suficientes para abordar tanto el impacto de la crisis y los puntos ciegos a los que lleva indefectiblemente la extrapolación de tal modelo, como la crisis constitucional derivada del modelo territorial y, en general, de la forma Estado española y de su sistema de partidos. Si el PSOE no abre este escenario más complejo pero mucho más productivo sistémicamente en términos políticos, el partido seguirá su senda de declive hacia el extremo centro incrementando peligrosamente la tasa de entropía de su forma política y arriesgando su implosión. Sánchez, por su parte, jamás será presidente dada la correlación de fuerzas en el sistema de partidos español y su infranqueable fragmentación electoral a medio plazo –o bien se verá abocado a dilemas idénticos a los actuales en unas hipotéticas elecciones celebradas en el próximo mes de noviembre– y su actual equipo se desvanecerá más rápido del tablero político español que el recuerdo de Antonio Hernando y María Dolores de Cospedal en la memoria del Congreso de los Diputados y el paso de Pedro Morenés y Alfonso Dastis como ministros del Gobierno de España.

La gramática compositiva de este acuerdo, que serviría, pues, tanto para revertir el declive del PSOE hacia el extremo centro, como para sentar las bases de un diálogo político no sometido al cortoplacismo del acceso al poder del Estado para después abandonarlo subutilizado respecto a las promesas electorales efectuadas, es algo que la sociedad española exige con urgencia y premura, dado el deterioro de las condiciones de trabajo, ambientales y reproductivas y de la calidad de vida en general experimentados durante la última década, sobre todo por los clases trabajadoras y pobres y por los territorios más golpeados por el vaciamiento institucional y la dejación de funciones del Estado, incluido el territorio invisible de los flujos migratorios y de la nación migrante sobre los que planea indolente la soberanía española y europea. Serviría también para que UP mejorase sustancialmente la calidad de su forma partido, incrementase la índole y complejidad de su proyecto político y pusiese al día su articulación, estructuración e imbricación político-territorial e institucional a escala del conjunto del Estado y de la consistencia constitucional de este y de la complejidad de clase de la actual fuerza de trabajo, de modo que su proyecto y su trabajo político pudieran adquirir un espesor y una densidad estratégica que ahora no tienen. El debate que debería haberse iniciado después del 28 de abril –y el que se planteará monótonamente después del 10 de noviembre si se repiten las elecciones generales– debería abordarse desde esta complejidad mínima en la que deberían reconocerse tanto el PSOE como UP, si bien resulta obvio que las incapacidades y reticencias mayores penden del destartalado estado en el que se encuentra el partido de Sánchez como fuerza genuina de cambio que reivindica ser la izquierda de este país en su despeñamiento hasta el centro radical en el que perecerá como forma partido socialdemócrata y tal vez como partido a secas. Impagable en este sentido visionar el vídeo que el equipo de Sánchez preparó para el recientísimo 39º Congreso federal del PSOE celebrado a mediados de junio de 2017, tras haberse aupado este a la secretaría general en el mes de mayo después de vencer en buena lid en las primarias a Susana Díaz y cuyo lema –«Somos la izquierda»– operó como significante de referencia del eslogan «Haz que pase», como siempre ambiguo cuando el partido se enfrenta a momentos delicados, para animar las campañas electorales de abril y mayo de este mismo año y para adornar desde entonces innumerables muros, atriles, paredes e interiores de las sedes del partido. Para el PSOE, además, esta opción por el análisis colectivo de las relaciones de poder, de las deficiencias de la forma Estado española y de su modelo constitucional, del rendimiento democrático de sus instituciones, de su modelo territorial y autonómico, del funcionamiento de su modelo de especialización productiva y de las respuestas posibles que un gobierno democrático puede ofrecer al entorno de crisis, que se ha impuesto como nueva realidad estructural y que no parece que ninguna fuerza política, con la consabida excepción de UP, ponga seriamente en tela de juicio, supondría también un modo de reducir la propia volatilidad interna y sus propias tendencias disgregadoras, que han atravesado y que se hallan no tanto latentes, sino dispuestas a aflorar ante cualquier requiebro de crisis inesperado para llevar al partido al desastre total de una derechización terminal de su propuesta política, como demuestra la atracción fatal hacia el agujero negro de C's, que han manifestado diversos dirigentes del partido, además de su secretario general, y como han llevado a la práctica con gran tino electoral Susana Díaz y el PSOE andaluz en estos últimos años.

Esta legislatura que comienza en 2019 no es business as usual en la política española por innumerables razones locales –como no lo es la que ha iniciado el insustancial Parlamento europeo en mayo de este año y como tampoco lo serán, en otro entorno político, las elecciones presidenciales estadounidense de noviembre del año próximo– y las fuerzas políticas implicadas en ella deberían tomar nota de la audacia necesaria para dar una salida por la izquierda a la fragmentación irreversible del campo político español, a la crisis territorial y, primordialmente, a la crisis política derivada de la voladura controlada de la constitución material fordista decidida por la derecha y acompañada hasta el día de hoy por el alma socioliberal del PSOE. Solo la presión de UP sobre este último mediante un diálogo no falseado por el rentismo miope del viejo sistema y producto de la apertura genuina de aquel partido a la existencia de este puede garantizar la apertura de un campo político nuevo dotado de una fuerza gravitatoria suficiente como para rescatar al PSOE de su deriva hacia el centro del espectro político y para hacer que la sociedad española abandone su resignación ante lo peor y su volatilidad en la demanda de una senda de comportamiento político que prometa un cambio mínimamente creíble ante el desconcierto y la dureza provocadas por la situación de crisis actual: si no se produce esa deriva del PSOE hacia el extremo centro y se comienza a disipar la resignación existente que volatilizará todavía más el rango político de las opciones electorales posibles en la formación social española, ello constituirá un punto de inflexión para la innovación política e institucional posible y hará posible una legislatura no desperdiciada y estéril dotada, por el contrario, de toda la productividad que exige el complejísimo entorno de crisis sistémica en el que estamos inmersos, cuya dimensiones y dinámicas no son monótonas e incrementales, sino mutacionales y exponenciales. Esta presión sobre las tendencias entrópico-conservadoras del PSOE y la innovación que traería aparejada la entrada de UP en el gobierno introducirían una alta tasa de desorden en el proyecto reaccionario de las derechas españolas y en su periclitada forma de hacer política, de atacar a las mayorías y de gestionar los intereses de oligárquicos de las minorías, al tiempo que movilizaría las energías políticas de sectores sociales específicamente preocupados por el impacto concreto del proyecto neoliberal en sus esferas de reproducción y que han encontrado una escasísima correlación política entre los programas y la práctica de los partidos políticos realmente existentes y las posibilidades reales de alterar tal situación, lo cual podría comenzar a cambiar si este ejecutivo de izquierda contribuye a construir el nuevo campo de lo político que exige la actual crisis sistémica que tan duramente ha golpeado y previsiblemente va a seguir golpeando a la sociedad española. Este planteamiento significaría muy poco, sin embargo, si no se invirtiera en el proyecto de este ejecutivo todo el esfuerzo necesario para iniciar un debate serio sobre las múltiples tendencias de comportamiento de los distintos subsistemas de la formación social española y las distintas posibilidades que se abren para un gobierno de izquierda en este país para intervenir de modo inteligente sobre los múltiples intereses, diseños y exigencias, que sofocan, desactivan o distorsionan el funcionamiento de su sistema democrático y su rango de impacto sobre las grandes mayorías sociales, de modo que se convierta de modo inequívoco en objeto de debate político cómo estos partidos de izquierda en coalición y su programa de gobierno pueden multiplicar y ampliar su impacto en la aplicación e implementación de los derechos fundamentales recogidos por la Constitución de 1978, abriendo así un campo de experimentación y de creatividad políticas de una intensidad y una audacia desconocidas durante las últimas legislaturas de este país.

6. El veto a Pablo Iglesias y la nueva clase dirigente de la izquierda capaz de gestionar la fase de caos sistémico actual

Capítulo aparte merece el veto a la persona de Pablo Iglesias como miembro potencial del gobierno liderado por Pedro Sánchez para esta legislatura impuesto por las lumbreras del PSOE, que ofrece una imagen perfecta no ya de una negociación desprovista de todo contenido político serio y concebida para redimensionar este último a los escalones más bajos de un hipotético proyecto transformador de la formación social española, sino esencialmente de la concepción de la política que el actual sistema de partidos puede permitirse a partir de la gestión de la autonomía de lo político como un puro espacio de relación entre actores autoritarios que utilizan sus organizaciones al margen de cualquier relación con las condiciones estructurales de la reproducción social e incluso al margen de cualquier indicación procedente de los puros resultados electorales conseguidos por las mismas.

La táctica del PSOE pretende indicar que la presencia del líder de UP es un asunto de tal importancia que desestabiliza e impide la formación de un gobierno que se debería enfrentar a tareas realmente urgentes derivadas de la crisis sistémica actual. La imposible justificación racional de tal propuesta se articula perfectamente con la invitación irracional e incoherente a la abstención al PP y a C's por parte de Sánchez para que el país goce de estabilidad política, estado que en las actuales circunstancias y dada la profundidad de la crisis es imposible dotar de contenido y de sustancia y que, por lo tanto, únicamente puede significar estabilidad de la misma forma corrupta de lo político y estabilidad del juego degradado y tasado de sus incapaces elites partidistas.

En ambos casos, tanto la presencia de Iglesias en el gobierno como la no abstención del PP y C's provocarían inestabilidad en el sistema político español y producirían una situación de desgobierno, que sería una irresponsabilidad tolerar por parte de un partido que tiene una historia más que centenaria y que celebra durante estos meses ciento cuarenta años de existencia política, aunque tal lapso temporal suponga dejar de lado que el PSOE colapsó a todos los efectos como forma partido eficaz durante la Guerra Civil española y que no representó papel alguno en la política española digno de tener en cuenta hasta su reflotamiento por el SPD y el Departamento de Estado estadounidense a mediados de la década de 1970, como ya hemos indicado.

El meollo de la cuestión no es la irracionalidad pueril de tal argumento, sino el marco de referencia conceptual y el menú de opciones que manejan el PSOE y sus asesores de referencia para poder razonar de tal manera y la seriedad de la aquiescencia, transmutada en aceptación total, de tal opción y del correspondiente marco analítico por parte de la opinión pública y el sistema mediático predominante en este país. La lógica básica, básica y paupérrima, del PSOE y sus asesores es banal: el criterio estratégico primordial es no de abrir una discusión política sustantiva con UP y por ende con la formación social española sobre los dilemas estructurales a los que nos enfrentamos colectivamente ni sobre las estrategias que se plantean al respecto en esta coyuntura política para lo cual debemos intentar que este actor del que dependemos fundamentalmente para llegar al gobierno de la nación sea debilitado lo más posible, pero como la consecución de esta debilidad resulta realmente costosa obtenerla mediante un análisis racional serio de la crisis multidimensional actual lo más provechoso es desplazar la discusión y la no negociación hacia áreas de conflicto totalmente alejadas de la discusión sustantiva de los aspectos concretísimos de esa multidimensionalidad, de la genealogía de los obstáculos, actores y dificultades que definen cada uno de ellos, así como de las posibles estrategias de intervención sobre los mismos, y, por consiguiente, intentar que el veto a Iglesias despierte los demonios de su narcisismo para producir ruido y desencadenar tensiones en el interior de su partido y de su coalición, que no está en absoluto bien cohesionado, y para propiciar un espectáculo que puede dejar de ser bochornoso ante la opinión pública, resolviendo de nuevo un problema y un dilema políticamente estructurales en una lamentable muestra de inmadurez psicológica y personal de un dirigente político, que por ende pondrá en evidencia la inmadurez de una fuerza política cuyo líder reacciona de forma tan penosa.

El corolario de este juego de invitaciones y vetos lanza también varios mensajes inequívocos a los poderes fuertes, que son los destinatarios privilegiados de esta chapuza política

Si ponemos el asunto con los pies en el suelo, las cabezas de pájaro del PSOE que idearon tal ocurrencia estaban en realidad reconociendo que la proyección de un sujeto individual era de tal importancia que su (no) estrategia política para esta legislatura quedaba simplemente en peligro si entraba en el gobierno, que su presencia podía ser tan disruptiva como para tal vez desestabilizar, paralizar e incluso, como llegó a decir el señor Sánchez, subvertir el gobierno del PSOE, ya que Pablo Iglesias podría organizar un gobierno dentro del gobierno, posibilidad que todavía produce asombro dentro y fuera de nuestras fronteras y que ha pasado ya a los anales del maquiavelismo político occidental.

El PSOE en realidad (1) dice en su asombrosa torpeza sin saberlo que Pablo Iglesias representa un poder difícil de calcular en sus efectos, el cual podría ser activado si su presencia en el gobierno rompiese tal vez los códigos de funcionamiento interno de este órgano constitucional y dispositivo de administración de los intereses generales y comenzara, quien sabe, a tejer un discurso en torno a los procesos de toma de decisiones del ejecutivo, a los ritmos y formas de implementación de las políticas públicas democráticamente aprobadas por el Congreso de los Diputados, al espesor o no de las discusiones sobre los asuntos fundamentales o estratégicos no ya de Estado, sino de la simple administración recta y ordenada de las cosas públicas, a los procesos de hiperconcentración y enrarecimiento ultraverticalista de determinadas decisiones y políticas, o a las modalidades de las presiones, opciones o dilemas que los poderes fuertes, que los poderes salvajes, ponen sobre la mesa del ejecutivo de un Estado contemporáneo y a los que este responde de un modo u otro; (2) dice igualmente sin saberlo que Iglesias (y a fortiori UP) podría desencadenar con mayor o menor intensidad tal vez un proceso de democratización de la vida pública desde su posición de visibilidad y fuerza en el ejecutivo, que tal vez podría trastrocar las gramáticas de responsabilidad y autocontención de cualquier gobierno sensato y maduro, cuyo buen juicio secular nos ha hecho aterrizar en el pantano en el que nos encontramos, y que esa democratización, incrementando la calidad y la complejidad del debate político, tal vez podría comenzar a cambiar los parámetros de la discusión y la conversación política en la formación social española y alumbrar lentamente otras modalidades de encarar la profunda crisis del sistema de partidos realmente existente en el país y los dilemas gravísimos y complejos a los que se enfrenta nuestra sociedad en un contexto regional y global realmente endiablado; (3) la exclusión de Iglesias del gobierno, tan torpe y brillantemente no explicada por Sánchez y su equipo, dice al mismo tiempo, de nuevo sin saberlo, que el veto tal vez responde a que la ruptura de la presencia oligopólica exclusiva de los viejos partidos en el gobierno del Estado español pudiera reactivar una conexión subterránea y ahora debilitada entre los orígenes movimentistas de Podemos como cola de la estrella (El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, etcétera) del 15M y el reposicionamiento y revitalización del tejido de los movimientos sociales ante la intensificación de una crisis que no deja de acelerar sus aspectos más amenazadores y siniestros local y regionalmente (UE, crisis migratoria, pobreza de masas, colapso ecológico, estancamiento económico), así como globalmente (guerras en racimo reales y potenciales, crisis ecosistémica, crack monetario-financiero, ausencia de una mínima governance global posneoliberal, peligro nuclear redivivo, etcétera) y que, tal vez, esta reconexión podría tanto suponer la reactivación de una vigorosa presencia de la sociedad civil en el campo político, como desencadenar un principio de revitalización del programa de Podemos y de UP como dispositivo complejo de redefinición del campo de lo político y, quien sabe, del programa del posible gobierno PSOE-UP y mediatamente del contenido mismo de lo político en esta fase de caos sistémico.

Todas estas hipótesis inconscientes de comportamiento, que dan como vector de referencia la exclusión de Iglesias del gobierno PSOE-UP, adquieren, como decíamos, su verdadera dimensión más que preocupante, cuando en el marco de la misma negociación política de alto calado para formar gobierno, que no es un asunto baladí en estos momentos, se simultanea el veto al dirigente de Podemos con la invitación al cogobierno al PP y a C's, porque cogobierno es proponer una abstención en una investidura crucial como la actual para ablandar las reticencias y suscitar la colaboración durante el periodo de gobierno inestable por definición que se abriría a continuación a partir de la colaboración de estas dos fuerzas de la derecha montaraz de nuestro país con el partido socialdemócrata español.

Y ello es así porque esta invitación indica también de modo inequívoco que no hay veto a Casado y Rivera por parte el PSOE o, al menos, que este no es tan grave como el aqueja a Iglesias y que la inadecuación de este para estar en el gobierno es mucho más seria y estructural que la presencia de los dos líderes conservadores para estar fáctica o consustancialmente en el mismo, lo cual es una prueba irrefutable del desvarío del que es presa el partido de Pedro Sánchez en lo que atañe a sus estructuras de decisión colectiva tanto a escala de su equipo dirigente, porque es técnica e intelectualmente imposible que no existan voces muy cualificadas en su seno que hayan puesto en solfa este silogismo, como a escala del conjunto de una organización que se remite a sus militantes y a sus votantes, por muy nominal que sea esta referencia, para conformar su proyecto colectivo.

El veto a Iglesias lejos de ser una jugada maestra de ajedrez aleatorio es una muestra lamentable y cazurra de un cálculo mezquino intelectualmente y paupérrimo políticamente

El corolario de este juego de invitaciones y vetos lanza también varios mensajes inequívocos a los poderes fuertes, que son los destinatarios privilegiados de esta chapuza política, al conjunto de actores del sistema de partidos, a los agentes y movimientos sociales y políticos activos en estos momentos en la sociedad española y a esta en general: (1) el primero sugiere inequívocamente que la crisis multidimensional que atraviesa la formación social española se resolverá más de acuerdo con las no soluciones del PP y C's que con los planteamientos que, más o menos articuladamente, han expresado Podemos y UP durante los últimos cinco años, que han pretendido analizar, criticar y, en la medida de lo posible, revertir las políticas económicas y sus consecuencias sociales mas nocivas e inútiles aprobadas durante los últimos años y, en igual medida, las aproximaciones a los problemas y situaciones políticas y sociales mas dañinas cristalizadas durante la última década y, sobre todo, desde 2012, las cuales se han reivindicado con pasión autoritaria por la derecha española y presentado dentro de un horizonte de irreversibilidad estructural y de simple corrección táctica por el PSOE y, seguramente, por su potencial nuevo gobierno, así como, por otro lado, abrir un nuevo ciclo político y constitucional en la formación social española; (2) el segundo mensaje que lanza el PSOE es que el espacio sociopolítico de Podemos y de UP es menos consistente, valioso y digno de entrar en conversación que el representado por el PP y C's a cuyos electorados invita a incorporarse, de una u otra manera, a su empresa, que en estos momentos no puede ser otra que la de la restauración lenta no de su proyecto, un territorio cada vez más desdibujado desde los tiempos de Zapatero, sino a una versión u otra del proyecto de ajuste estructural en curso, que el partido no tiene intención alguna de poner en tela de juicio de modo autónomo y, todavía menos, mediante una alianza, del tipo que sea, con Podemos y su espacio político-intelectual, de lo cual se desprende, en primer lugar, que este proyecto de ajuste socialdemócrata afectará menos a los votantes de más renta, tradicional y fácticamente situados en la derecha del espectro político, y mejor protegidos socioeconómicamente por los impactos múltiples de la crisis y mucho más a los estratos sociales más desprotegidos y vulnerables, situados a la izquierda o instalados en la abstención, lo cual en la economía de poder del partido es simplemente irrelevante, y, en segundo, que las políticas estructurales que contempla el nuevo gobierno serán menos intensas, omnicomprensivas y sistémicas de lo que lo hubieran sido si se hubiera optado por comenzar a construir ese campo político por la izquierda; (3) el PSOE indica a continuación que su gobierno será débil y que prefiere la inestabilidad y la fragilidad de este a una interlocución seria con un socio afín, que puede abrir un juego de suma positiva para la panoplia de problemas que aquejan a la formación social española, afirmando también que esta fragilidad política también le interesa, porque no está dispuesto a llevar una línea de recuperación de los derechos realmente coherente y contundente y porque, en el fondo, la línea de continuidad Zapatero-Rajoy-Sánchez captura en su rango de comportamientos y en su trayectoria diacrónica determinados núcleos de verdad estratégica relacionados fundamentalmente con el ajuste de la economía y la sociedad españolas a los parámetros neoliberales del actual modelo europeo, y que los captura mejor que la línea de crítica que UP ha esgrimido desde 2014 hasta el momento sobre las razones y el desenvolvimiento de la crisis, así como sobre sus posibles soluciones; (4) dice también a las claras el PSOE con estas censuras por la izquierda y estas aperturas por la derecha, que prefiere esta inestabilidad segura de su gobierno por razones estrecha y obtusamente interesadas, dado que entiende esta como un seguro de vida político para conservar su vieja forma partido, asegurar el poder interno de Sánchez y su equipo, garantizar los ritmos lentísimos de renovación interna y, por ende, de control de su liderazgo sobre las familias, barones, baronesas y demás fauna ancien régime de la organización poco preocupada por los problemas de consanguinidad y renovación política de la misma en tanto que máquina política y más por la estabilidad de sus posiciones político-administrativas en sus respectivas comunidades autónomas, en el organigrama del partido o en la gestión del aparato del Estado, dado que esa inestabilidad dará a su ejecutivo un ritmo lento y una profundidad estratégica de cambio baja a la hora de hacer política con su acción de gobierno, lo cual beneficia a las distintas dignidades de su noblesse de robe, dado que ello, por definición, no exigirá tensar el partido, lanzar complicados debates internos a otro nivel de complejidad ni replantear los feudos de poder, que de alguna manera imponen la atmosfera a Sánchez y al partido tras los resultados del 26 de mayo pasado; (5) dice también este veto a Iglesias que el PSOE apuesta por reconstruir el maltrecho sistema de partidos español en clave conservadora, recuperando viejos actores y viejas gramáticas políticas y por hacerlo con los mismos sujetos políticos a los que derrotó en buena lid y que le han vilipendiado políticamente desde 2014 y le insultan literalmente cada día con un odio sorprendentemente cainita, que llega a la utilización alucinada de categorías psiquiátricas para referirse a Sánchez no oídas desde los días esplendidos de Franco Basaglia y Franca Ongaro, hace de esto ya muchos años; (6) dice también por ende este veto a UP y las reiteradas y cansinas invitaciones al PP y a C's para que se incorporen de modo mediato al gobierno, que este sistema de partidos debería ser reconstruido a partir de una interpretación restrictiva y timorata de la Constitución de 1978, cuya potencia constituyente Sánchez y el PSOE dan por concluida y agotada y cuyo texto en la coyuntura actual leen más a modo de cierre jurídico-ontológico de las posibilidades de innovación político-institucional que en clave normativo-constituyente de un nuevo proyecto político para la sociedad española; (7) el veto y la invitación indican también a la formación social española, esta vez de modo ostentoso, que el PSOE está irritado con la lectura que hizo Pablo Iglesias del Título I de la Constitución durante la campaña electoral y por ende con el uso político de la misma por parte de UP, que era, en realidad, una invitación a refundar el actual sistema político en clave constituyente, proyecto que exige por definición la creación de un bloque social fuerte, tan solo esbozado en la moción de censura victoriosa de 2018, para relanzar en un contexto infinitamente más complejo, el proyecto democrático de 1978, digámoslo en estos términos esta vez, que si en ese momento debía destruir la herencia nefasta de la dictadura, ahora debería hacer lo propio con el asfixiante corsé neoliberal y neoconservador, cuyo consenso está provocando las innumerables dislocaciones sistémicas a escala nacional, europea y global, que están a la vista de todos salvo de los más cerriles adalides del extremo centro neoliberal y de la derecha carpetovetónica actual; (8) este cordon sanitaire a UP y a Pablo Iglesias dice también que Sánchez y su equipo siguen una línea de conducta muy similar a la que el recién reflotado PSOE tuvo respecto a la crisis de la dictadura y la transición democrática a mediados de la década de 1970, que luego sentó las bases del proyecto socialista durante la de 1980, consistente en dosificar y en último término amortiguar estructuralmente las situaciones de ruptura a las que el partido –y por ende la sociedad española– se enfrentan en determinadas coyunturas históricas de especial intensidad y relevancia: al igual que el PSOE hizo durante la transición democrática, gestionando un proceso de construcción del nuevo orden democrático que no rompió de modo nítido, definitivo e irreversible con la dictadura franquista y todo lo que esta había supuesto y suponía en ese momento en cuanto a la arquitectura jurídico-constitucional y la organización de los poderes y equilibrios del orden jurídico-constitucional del nuevo Estado democrático (monarquía, modelo bicameral, ley electoral, modelo territorial, ausencia de depuración de los aparatos del Estado, etcétera), de forma que el choque impetuoso de la lucha antifranquista contra aquella pudiera ser cómodamente reformateado durante las décadas de 1980 y 1990 por su acción de gobierno de acuerdo con los parámetros impuestos por las potencias atlánticas, ahora el PSOE pretende igualmente, en una coyuntura infinitamente más compleja que la de 1975, sofocar y deflacionar las líneas de ruptura democrática, que deberían tomar distancias del consenso neoliberal y neoautoritario en ciernes al hilo de un proceso constituyente lo suficientemente vigoroso como para lanzar un experimento de democratización de la constitución material vigente, vaciada de contenido durante las últimas décadas y sobre todo durante la última por las reestructuraciones sistémicas en curso del capitalismo en tanto que sistema histórico, y una ambiciosa iniciativa de reforma del propio texto de 1978 leído ahora como carta renovada de derechos posfordistas y precipitado jurídico-democrático del proyecto político colectivo de quienes venden su fuerza de trabajo en la formación social española tras los impactos de la crisis de 2008; (9) el veto a Pablo Iglesias dice también a las claras que esta coyuntura, estas elecciones y, en realidad, este ciclo político y político-electoral son business as usual y que el entorno de caos sistémico en el que nos hallamos de acuerdo con todas la medidas espaciales, estructurales o temporales de referencia carecen de impacto sobre nuestros sistemas políticos, sobre el contenido y calidad de la democracia que se construye en los mismos y sobre la viabilidad y contenido de los sistemas de partidos y de los sistemas democráticos actuales, y que, por consiguiente, no es en absoluto necesario ni siquiera reflexionar y plantear la creación y producción de nuevos dispositivos institucionales que permitan a la formación social española gestionar este periodo de caos sistémico de forma más lúcida, ágil y eficaz, lo cual exige por definición nuevos instrumentos jurídicos para abordar su complejidad y para proteger a las inmensas mayorías de los diseños de las clases dominantes globales y regionales; (10) este veto a Iglesias y este giro sobre sí mismo del PSOE, que al no ser capaz de describir una órbita política original acaba invitando a la derecha a conformar gobierno, comunica que solo es capaz de saltar torpemente por las piedras de un río que no tiene orilla para no zambullirse en la corriente de una innovación democrática urgentísima en este momento histórico, lo cual indica su aceptación resignada de que los sistemas de partidos actuales y sus correspondientes formas partido han de operar con un criterio autorreferencial y pobre del ciclo político, el cual el partido de Sánchez concibe tan a corto plazo, se muestra tan aturdido por la presencia de poderes fuertes en el metabolismo político de las formas políticas nacionales y supranacionales y se siente atrapado de tal modo la sucesión de consultas electorales y en la volatilidad de las mismas, que no puede permitirse pensar que sus unidades constituyentes sean capaces ya no la innovación antisistémica, sino simplemente la correlación y la escalabilidad siempre necesarias para pensar e implementar procesos y estrategias a medio plazo de contención, reversión o transformación estructural de las relaciones sociales y de producción vigentes en un momento histórico determinado; (11) el veto a Pablo Iglesias y el galanteo a la derecha del PSOE indica también que el partido no es en absoluto consciente de que la aceleración del ciclo político-electoral ha afectado de tal modo a sus tiempos que este no puede mantenerse a la par de la velocidad del cambio y la perturbación sistémicos inducidos por las clases dominantes, dado que ni uno ni otra pueden ser seguidas por los actuales protocolos de comportamiento de los sistemas políticos democráticos, lo cual enfrenta a los actores políticos, partidos y dirigentes por igual, a la disyuntiva de optar por una adaptación pasiva al ímpetu de las nuevas fuerzas sistémicas, o bien de preferir una improvisación constante, alocada y desordenada de lo que puede funcionar de modo instantáneo en el mercado de las propuestas político-electorales o, simplemente, en el carrusel de un discurso electoral volátil y contingente concebido para ser utilizado y consumido en tiempos muy cortos y apenas sometidos a ninguna verificación participativa y todavía menos a rendición de cuentas alguna antes los electores y la ciudadanía. Para que sea posible introducir una mínima contención de estas tendencias realmente destructivas de las formas de constitución política en la formación social española el PSOE y UP deberían trabajar de modo muy serio sobre la capacidad de mediación de la política por los actuales sistemas de partidos para lo cual el partido mayoritario de la izquierda española tiene a corto plazo la necesidad imperiosa de contar con la capacidad de ruptura y desplazamiento de UP y de galaxia de sujetos reales y potenciales; y, finalmente, (12) el veto a Pablo Iglesias evidencia a las claras que el PSOE no está en absoluto preocupado ni es mínimamente consciente del problema crucial, dificultado enormemente por las tendencias expuestas ahora mismo, de la producción de una clase dirigente de izquierda capaz de lidiar con los dilemas y bifurcaciones que generan esta crisis y esta fase de caos sistémico del capitalismo en un entorno de profunda corrupción del mecanismo y el lazo político, de la cultura de partido en general y de la relación partido-Estado en particular, lo cual crea espirales muy complejas de depredación de lo público, de no innovación en la no producción y gestión de lo común y alienación y confusión de lo público y lo privado y sus respectivas éticas y esferas de referencia con quebranto inmenso para la calidad del proceso democrático. Esta tarea, que debería ser prioritaria para la izquierda política y sociológica, únicamente puede ponerse encima de la mesa si se abre la constitución de un nuevo campo político de izquierda y se introducen nuevas fuerzas en la configuración del mismo, lo cual, al parecer, se halla más allá de lo que puede pensar hoy un partido homologado y normalizado por el actual sistema político occidental, el español y todas sus declinaciones regionales incluidos obviamente. Esta actitud y esta predisposición describen a la perfección, por otro lado, la situación de la práctica totalidad de los partidos socialdemócratas europeos, por no hablar de los conservadores, liberales o parafascistas, que prefieren expulsar los enzimas y catalizadores que podrían iniciar otro curso de acción e introducir otras pautas de comportamiento, como ofrecen Pablo Iglesias, UP y una parte no desdeñable de los movimientos sociales más activos e imaginativos al PSOE en esta coyuntura, que repensar a fondo los rangos estrechísimos de acción que aceptan como irrebasables con una aproximación totalmente acrítica y propia de un seguidismo cerrado del actual modelo de dominación y explotación de clase vigente.

Este conjunto de mensajes tiene un calado fenomenal en esta coyuntura, porque invitan a una posición conservadora y timorata a la formación social española y, sobre todo, a sus clases dominadas, grupos subalternos y actores y sujetos políticamente más activos y preocupados por lo que está sucediendo, y porque propician paradójicamente un escenario de incremento de la inestabilidad estructural del sistema de partidos y no la transición del sistema político español hacia nuevos modelos de autorregulación, innovación y redefinición de sus equilibrios y de sus pautas de funcionamiento en clave social y políticamente progresistas y dotadas, por consiguiente, de una mínima capacidad de innovación y, en el mejor de los casos, de transformación en profundidad de esta formación social.

El veto dice sin saberlo, por consiguiente, que lo políticamente nuevo, que va mucho más allá de Pablo Iglesias, pero que él condensa inequívocamente en el miserable cuadrilátero conceptual del actual sistema de partidos y en el paralelogramo de fuerzas definido por sus actores políticos, mediáticos y fácticos, no puede contaminar lo viejo, porque, como sucede con algunas momias milagrosamente conservadas a lo largo de los siglos, la alteración de la composición del aire que las rodea puede dar al traste con la increíble conservación de una estructura molecular que hace mucho, muchísimo tiempo, que dejo de cumplir sus funciones vitales, en nuestro caso, la resolución o el alivio rápido, honesto y lúcido de los graves problemas que aquejan y acechan a las grandes mayorías representadas por las clases trabajadoras y pobres de este país.

El veto a Iglesias lejos de ser una jugada maestra de ajedrez aleatorio es una muestra lamentable y cazurra de un cálculo mezquino intelectualmente y paupérrimo políticamente, dado que evidencia, al hilo de un despiste descomunal sobre lo que muestra y lo que esconde, (1) el reconocimiento explícito por parte del PSOE de que su organización y la fisiología interna de sus procesos de toma de decisiones estratégicas son incapaces de conformar un razonamiento realmente colectivo de su equipo y sus cuadros dirigentes, por no hablar de sus militantes, producto de una inteligencia y una reflexión política común a la altura de la crisis y (2) que el partido está gripado entre el cálculo político reducido a espacios geográficos fragmentados, delimitados y discretos, que imponen su peso para impedir que se conforme un proyecto de envergadura capaz de pensar sistémicamente la política y los principios de solución y de estrategia que exige esta coyuntura a escala del conjunto del Estado teniendo en cuenta, además, el conjunto de variables transnacionales y posnacionales, que conforman el mencionado proyecto, y la testaruda cerrazón de creer que nada ha cambiado ni en la sociedad española ni en el sistema político del Estado, ni entre las fuerzas políticas que conforman el sistema de partidos, ni por ende en el momento sistémico de la crisis actual, y que, por consiguiente, mejor que lo viejo pacte con lo viejo o con lo viejísimo que atreverse a explorar alianzas de aprendizaje mutuo con lo nuevo y con lo por venir. Solo un partido tan alejado y despreocupado de la realidad –y en especial de la realidad de la crisis– como el PSOE puede pensar que estos mensajes tan conservadores y el hecho brutal presentado e impuesto a la sociedad española de la exclusión de Iglesias del gobierno, que, en realidad, significa la voluntad de cierre de cualquier conversación seria con ese campo político-intelectual y sociológico, vayan a propiciarle escenario favorable alguno a su marca política, al liderazgo de Sánchez y al de su equipo dirigente y que vayan a desplegar efecto benéfico alguno sobre la sociedad española en la presente coyuntura.

Así, pues, el PSOE envía un mensaje inquietante a la sociedad española en tanto que afirma subrepticiamente que las tendencias socioeconómicas y políticas del gobierno de Rajoy no serán desguazadas y extirpadas sin contemplaciones por nefastas e inoperantes y, al mismo tiempo, reconfortante al ala derecha de su partido, que únicamente piensa en una política a escala regional et après moi le déluge con variaciones histéricas sobre el penoso tema catalán y sin innovación alguna en lo que atañe a la gramática política de los grandes problemas de Estado ni a las cuestiones sistémicas que atenazan a la formación social española en todas y cada una de sus escalas territoriales y subsistemas sociales; y reconfortante, pero necio, a la derecha española en general, a la que sigue indicándole que es el espejo en el que se mira el partido para encarar su futuro de decadencia y perdición política y electoral.

El precio de la supervivencia del proyecto corto de Sánchez y su equipo dirigente es una esterilización a medio plazo del campo político que podría abrirse por la izquierda en un momento crucial y propicio para ello a cambio de un reconocimiento gratuito y suicida al campo de la derecha, nunca tan fragmentada, desorientada y vapuleada como ahora durante los últimos cuarenta años, que repite, como hemos indicado, el reflejo hacia C's de 2016, que ahora se efectúa en condiciones aun más patéticas tras las confesiones de Sánchez a Évole, su recuperación de la sala de mandos del PSOE en 2017, el regalo de su acceso al gobierno en 2018 y los resultados de las dos fuerzas progresistas en 2019, todo ello multiplicado por la coherencia tendencial que dibuja a día de hoy el actual bloque social de izquierda, que encuentra igualmente una compactación y una originalidad potenciales no conocidas desde la transición democrática de la década de 1970.

Esta apertura hacia la derecha ha llegado, en realidad, a desconcertar a esta, que sueña en sus dos principales marcas, al igual que el PSOE, con recomponer su espacio socioelectoral de modo unitario y en clave bipartidista, tarea que tras su triple división ha hecho que sus dos partidos mayoritarios reaccionaran con el reflejo atávico de la guerra civil entre ellos, porque su líderes saben perfectamente que el espacio es demasiado pequeño para albergar a ambos partidos y que Vox será un lacayo duro de contentar en tanto que su desaparición no es inmediata y su programa inexistente en términos sustantivos, lo cual añade más volatilidad al campo político que el PP y C's pretenden liderar.

Saben también que por razones obvias no hay apenas espacio para confederaciones españolas de derechas autónomas ni para grandes operaciones de fusión, porque las heridas son demasiado recientes (PP y Vox), la ambición demasiado grande (C's y PP) o la vetustez demasiado rancia (Vox, PP y C's) como para que pueda racionalizarse de modo inteligente esa amalgama de realidades en un proyecto conservador y autoritario coherente, las cuales, además, andan muy cortas de propuestas originales y se hallan totalmente atrapadas en concepciones de lo social sideralmente alejadas del sentido común mainstream, como demuestran Almeida, Ayuso y Villacís felices porque haya más coches y atascos en Madrid y se respire un aire más contaminado y nocivo, entre una miríada de ejemplos similares.

Proyecto de derechas autónomas que además debería resolver la espinosa cuestión del personalismo de los liderazgos de la confederación y los rituales de autosacrificio o subalternización de sus líderes actuales. La invitación de Sánchez no puede, pues, ser escuchada con atención por el campo de la derecha en estos momentos, produciendo, por el contrario, una creciente irritación y nerviosismo sobre todo en Casado y Rivera y debe ser rechazada sin contemplaciones, como así lo ha sido en esta ocasión y como lo será en el futuro inmediato mientras el PP sea el principal partido de la oposición, porque su idea del espacio político español, su concepción de la forma Estado, su lectura de la historia española reciente y su degradación como forma partido crean obstáculos insuperables para que pueda concebir una cultura de pactos dotada de un sentido de Estado más o menos razonable, más allá de lo dudoso que resulta siempre este concepto, lo suficientemente operativo, sin embargo, como para mantener el pulso vital de la polity española con un ritmo cardiaco aceptable para el bloque de poder dominante local (oligarquía española) y regional (UE, capitalismo atlántico).

Esta repetitiva oferta del PSOE produce, además de irritación y nerviosismo, también una buena dosis de asombro y rabia entre las fuerzas de la derecha, porque sus tres partidos no pueden dejar de observar su propia radiografía política con desasosiego en tanto que el PP es consciente de que ha conseguido los peores resultados electorales de su historia en 2019 y de que dispone de un equipo dirigente bisoño, inexperto y mal formado sobre el que pende además, como un ángel negro, la figura tutelar de uno de los miembros del trío de las Azores, cuyo fluido ha precipitado en las descacharrantes y patéticas metáforas y en el desatinado discurso de la actual portavoz parlamentaria del partido; C's sabe que carece de toda brújula política para orientarse en la refundación de la derecha y en general para navegar en el sistema político español más allá de las intuiciones personales de su líder, lo cual le ha obligado a innumerables zigzagueos desde 2014, que no han concluido ni mucho menos todavía y que pueden llevarle a repetidos callejones sin salida, como está sucediendo con su actual alianza con Vox, y a colocar su proyecto en el alero de su precipitación al vacío electoral; mientras que este último partido es perfectamente consciente de que su capital político depende totalmente de la existencia de una derecha fraccionada a la que pueda vender sus ultramontanas propuestas políticas, que su techo está más que tasado en la formación social española por mucha lejía blanqueadora que inviertan sus actuales socios para quitarle su inequívoco aroma tradofranquista y decadente y que su cotización en Europa no subirá mucho, porque carece de las solidas trayectorias que alimentan a varios de los proyecto reaccionarios activos en el continente europeo, mientras que la suya se remite sin remedio a la vieja dictadura del régimen franquista.

En realidad, ninguno de sus tres líderes logrará emular ni mucho convertirse en Macron, Salvini, Farage, Kurz o Le Pen y ninguno de ellos logrará aglutinar a la derecha con un buen proyecto neoconservador, que imponga sobre la formación social española un proyecto político autoritario, retrógrado y excluyente, estando condenados, pues, a apurar el cáliz de su desorganización, cinismo y volatilidad durante los años por venir. Ante este radiografía compartida, reconocida y aceptada más o menos a regañadientes, la oferta cansina de Sánchez causa asombro y molestia, porque en caso de aceptarla PP o C's, ello multiplicaría las tendencias señaladas a las dificultades de crecimiento y de autoconfiguración a las que con total claridad saben que se enfrentan Casado y Rivera.

Ambos no pueden dar a Sánchez, además, una respuesta constructiva al débil y dudoso reformismo socialista y ambos solo pueden apostar por intensificar la senda marcada por el gobierno de Rajoy para gestionar la crisis política y económica con la que coquetea desorientado el líder socialista con estos vetos y estas invitaciones. Para ambos, una alianza con Sánchez para formar gobierno supone como es obvio una pésima decisión, que les lastraría sin remisión mientras durase, que podría poner en peligro sus alianzas con Vox en las diversas administraciones en las que estas se hallan vigentes y que si aguantase la legislatura, cosa altamente improbable, solo habría servido para dar combustible a la hegemonía de ese hipotético PSOE ahora definitivamente derechizado tras esta experiencia de gobierno al margen de UP, lo cual podría concluir, hipotéticamente, con un campo político refundado por la derecha y hegemonizado por un partido socialdemócrata líder potencial de la gran coalición conservadora de la política española.

Esta situación de debilidad de la derecha española invitaría, pues, como indicábamos hace un instante, a la exploración de ese espacio político no cartografiado y hoy potencialmente expansivo en beneficio de la izquierda, que se encuentra en estos momentos en una situación de baja movilización social con los movimientos sociales políticamente a la defensiva (8M incluido a pesar de las formidables movilizaciones de estos últimos años); que se topa con un movimiento sindical átono, golpeado y desnortado antes las dificultades planteadas por las metamorfosis del trabajo, el deterioro de los mercados laborales y la transformación técnica y política de la clase; que enfrenta un problema territorial constitucionalmente grave, porque implica problemas irresueltos en lo que atañe al funcionamiento de la soberanía en el actual entorno transnacional y que es mucho más complejo que el choque de soberanías intangibles del conflicto catalán, importante obviamente por sí mismo, pero irrelevante tal y como se ha planteado hasta la fecha desde el punto de vista de la constitución de un bloque histórico realmente antisistémico y, por consiguiente, posnacional; y que debe lidiar con un deterioro importante de los servicios públicos y con una enorme crisis de los derechos, que ponen en tela de juicio su proyecto histórico respecto a los mismos, bien por el ataque consciente y agresivo por parte de la derecha contra la calidad de los mismos o por el subdesarrollo y timidez crónicos de la oferta política respecto a ellos por parte del PSOE allí donde y cuando ha gobernado tanto a escala autonómica y local como estatal.

Esta constelación de factores invitaría a explorar ese nuevo New Deal en torno a las dimensiones de la crisis y las posibilidades de comprenderla, acotarla y comenzar a revertir sus efectos más perversos y devastadores y a definir los contornos y dinámicas políticas de construcción de ese bloque histórico antisistémico y constituyente, al igual que apelaría a construir un campo intelectual que alimentara la posibles respuestas políticas a la misma, colocando en el espacio político europeo, si el proceso fuera exitoso, un nuevo prototipo mental y político en proceso de construcción para enfrentarse a la nueva normalidad social impuesta durante esta última década de degradación de los derechos, de deterioro simultáneo de las respectivas democracias nacionales y de menoscabo de la calidad democrática de las instituciones de la UE y del proyecto europeo y para combatir, al mismo tiempo, la bestialidad y la brutalización que la nueva derecha ha convertido ya en el horizonte de su proyecto político a escala regional y global con consecuencias devastadoras para las inmensas mayorías del planeta y para la supervivencia ecosistémica de este y de todos nosotros.

La constatación final es que, más allá de la marejada de las vicisitudes del ciudadano Sánchez entre 2014 y 2019, el PSOE mira, como un zorro tuerto del ojo izquierdo, siempre primero hacia la derecha por mucho que su campo de visión quiera abarcarlo todo con el único que le queda, que además es estrábico. Pero al calor de la creciente indignación social, de la inteligencia colectiva y de la rabia ética y política ante el racismo, la desigualdad económica, la injusticia social, la violencia patriarcal, el colapso ambiental, la corrupción constitucional, el atropello y la incapacidad de los viejos partidos políticos para afrontar en tiempos razonables estas tendencias sistémicas destructivas, regresivas y calamitosas están madurando unas hermosas uvas que, una vez exprimido el mosto de su ira, darán lugar a la próxima estación de antagonismo político generalizado y entonces ni el zorro ni sus amigos de la granja de animales podrán hacer nada para contener la rebelión por la dignidad, los derechos, el respeto y el poder constituyente de las clases pobres y trabajadoras y de los desheredados de la tierra.

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antoni.ferrando@gmail.com
31/8/2019 10:27

Empecé a leer el artículo con interés,
pero tuve que dejarlo, es innecesariamente largo porque es reiterativo, repetitivo, y obsérvese como en los últimos dos o tres párrafos (salté directamente allí) no hay punto y seguido, el párrafos entero (!!!) es una oración o oncatenación de oraciones. El estilo es críptico, alambicado, barroco, indigerible.

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#38878
29/8/2019 12:59

Buenas Carlos, una opinión, se me ha hecho imposible leer tu artículo, el análisis es interesante, pero esta redactado de forma demasiado críptica, diría que rozando lo pedante; y falto de estructura y pausa.
O quizás estoy yo un poco espeso hoy.

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