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Literatura
Fernando Pascual: “El libro nunca dará dinero de verdad”
Promotor de la distribuidora Bitarte y socio de la librería Auzolan de Iruñea, Fernando Pascual desgrana los entresijos de la industria del libro vasco, con sus múltiples vertientes como las librerías independientes, la Feria de Durango o el imperio de Elkar.
Es promotor de la distribuidora Bitarte y socio de Auzolan, la mítica librería que en 1977 fue uno de los primeros espacios de Iruñea en apostar por los textos en euskera, y de la que surgió la editorial Pamiela. Lleva más de tres décadas en el mundo del libro en Euskal Herria y tiene su propia opinión sobre las librerías independientes, la mastodóntica Feria de Durango, el imperio de Elkar, los entresijos de la distribución cultural o el peculiar mundo editorial vasco.
¿Qué te llevó a los libros?
Soy un vasco nacido en Madrid y tuve el veneno de la política desde muy joven aunque nunca he vivido de ella. Empecé Económicas y acabé graduándome en Relaciones Laborales. Participé con el movimiento asociativo de Vallecas en El Pozo del Tío Raimundo, militaba en el Movimiento Comunista, aquí EMK. Un buen día el Partido me envió al norte, a trabajar en la fábrica de Paisa en Rentería: los estudiantes teníamos que proletarizarnos, aquellas cosas que hacíamos los maoístas. Estuve dos años. Detuvieron a varios camaradas, estuve año y medio en la clandestinidad y un mes en la cárcel. Luego fui secretario de organización de Euskadiko Ezkerra. En 1983, entre reunión y reunión —antes de morirme tengo que calcular qué porcentaje de mi vida he estado reunido—, me llamaron de Iruñea para integrarme en el grupo Talde, un equipo de urbanistas que estaba trabajando los desarrollos de los barrios de Ermitagaña y de San Jorge. Fue una época trepidante.
También para las librerías, ¿no?
Es cierto que en esa época hay un eclosión, aunque ya existían Abarzuza, Gómez, Humanidades, La Casa del Libro, la que luego dio lugar a El Bibliófilo, otra en la calle San Agustín... En concreto, Auzolan la montan cinco compañeros, algunos tras pasar por la universidad en Barcelona. Gentes de izquierda, euskaltzales y que querían vivir de algo que les apasionara. En sus inicios fue un hervidero de actividades. Estuvo, incluso, la primera delegación de la ahora todopoderosa distribuidora Zabaltzen. Es la fase de los grandes sueños: jornadas de trabajo interminables, salarios miserables, detenciones... Más tarde, a principios de los años 80 se decide, junto con la librería El Parnasillo, que habían fundado en 1973 simpatizantes del PCE y gente vinculada al PSOE, que no se puede seguir dependiendo de las distribuidoras oficiales. Ahí es donde entro yo.
En todo este tiempo han cerrado muchas librerías y distribuidoras en Pamplona (Antares, El Parnasillo, Gómez, Elitis) y en el resto de Euskal Herria. ¿Cómo han sobrevivido Auzolan y Bitarte?
Creo que ha sido clave, a nivel económico y de sueldos, haber funcionado como la cooperativa más estricta, con alguna excepción. También ha sido decisivo que hubiera una serie de editoriales vascas que siempre han querido trabajar con distribuidoras pequeñas. Se nos ocurrió montar una distribuidora para toda Euskal Herria desde Pamplona y funcionó. Navarra —hablo de economía y no de política— suele ser un apéndice de Zaragoza o de Bilbao.
¿Ha tenido alguna particularidad el libro en Iruñea?
Hay un contexto general que explica el minifundismo que se desarrolla al final del franquismo y que vale para cualquier ciudad española. Por una parte, la Ley del Libro de 1975, que continentalmente se alinea con Francia en la pelea contra el modelo liberal anglosajón, y que establece el precio fijo. Es una norma garantista. Por otra parte, hay una generación que lucha contra la dictadura y que llega a la muerte del dictador ávida de experiencias contraculturales. Todo ello explica ese florecimiento que llega hasta bien entrados los 80. Además, en Navarra hay dos particularidades: existe López de Haro, una asociación de libreros bien estructurada que impide tanto la competencia desleal con los márgenes —en las excepciones al precio fijo—, como las injerencias de las editoriales en la Feria del Libro. Digamos que el gremio defiende bien sus intereses y que, con los agravios ocasionales de rigor, no se generan dinámicas cainitas. Por otro lado, no se llega a instalar la gran librería que en otras ciudades ha barrido a las demás o que, como mínimo, ha impuesto su ley. En esto último quizás haya influido el azar, pero el caso es que también en esto Navarra ha sido una anomalía. Aunque es verdad que Gómez y Elkar, representando dos de los tres grandes mundos sociológicos, han estado un peldaño por encima de las demás.
Entonces, ¿por qué han cerrado tantas?
Porque hay una burbuja. Para empezar, hay una identificación de la cultura y del libro con la libertad. Diría más: las librerías vocacionales forman parte del paisaje urbano más evocador. Y luego está la cruda realidad. Con el cambio de siglo el sector empieza a tensionarse. Empieza una tecnificación digital acelerada que supone mejoras pero a la que no todo el mundo, fundamentalmente por la distancia generacional, se acaba de sumar. Más tarde, con la crisis económica, desciende el consumo del cliente particular y bajan las ventas institucionales a colegios, universidades y administraciones. Se generaliza la reutilización de los materiales educativos, y áreas enteras del conocimiento pasan a estar disponibles gratuitamente en la red. En nuestro caso concreto, El Corte Inglés desembarca en 2005 —con privilegios y en medio de una oscura operación urbanística—, con su política de jugar con los márgenes del libro de texto y provoca un estrés brutal en el ecosistema. Hay que tener en cuenta que el libro escolar suele suponer un tercio de la facturación anual. Otro tercio es la campaña de Navidad y el último la venta del fondo. Muchas pequeñas librerías empiezan a quebrarse.
¿Y el elefante en la habitación?
Elkar empezó a montarse en Iparralde, con mucho entusiasmo y generosidad. Y tuvo una virtud: arrancó con la distribución editorial, poco glamourosa pero talón de Aquiles de tantos y tantos proyectos de todas las disciplinas culturales. El desarrollo editorial vino después. Han sido también muy austeros, que es una cosa importante en esta vida, sobre todo cuando el dinero circula con alegría. Lo que pasa es que llegó un momento en que integraban tal montón de tiendas, tenían tal fuerza en la distribución y llevaban tal cantidad de editoriales de aquí que su posición empresarial adquirió un peso enorme. De hecho, cada vez tiene más.
Algunas librerías de la competencia acusan a Elkar de prácticas desleales. Dicen que por sistema y, sobre todo en diciembre, les suministra las novedades con semanas de retraso.
A mí no me corresponde responder a esa acusación. Nosotros siempre hemos tratado a Pamiela como al resto de editoriales. Yo creo que hay que tener las líneas rojas muy claras y tener una ética. Hay que tener las contabilidades y los datos sensibles en compartimentos estancos porque, si no, al final, la jodes. Este mundo es muy pequeño y al final todo se sabe.
¿Y el futuro?
Las librerías pequeñas tendrán que asociarse a proyectos culturales, aunque no será suficiente para sobrevivir. Más grupos de lectura de calidad, foros, presentaciones y menos best-sellers. Ese segmento de mercado va a quedarse en manos de FNAC, MediaMarkt o El Corte Inglés. Parece que Elkar va a tratar de competir en esa liga editando algunos títulos en euskera. Por otra parte, estamos en una fase de concentración fuerte que generará, siempre ha sido así, proyectos de resistencia. Habrá que ver si se rompen los equilibrios actuales, que son frágiles, o si se mantienen. Pero, vamos, en Euskal Herria en particular siempre ha habido capacidad para lanzar estos proyectos. Ahí estuvieron o están Abarzuza y TBO en Iruñea; Hontza, Lagun y Kaxilda en Donostia; Verdes, Herriak, Anti y Likiniano en Bilbao; o Axular y Zuloa en Gasteiz. Y me he dejado unas cuantas.
¿Algo que podría ayudar?
El objetivo es crear más lectores: desde lo público con bibliotecas bien dotadas y desde lo social con iniciativas autogestionadas. Sería fundamental que el fomento de la cultura y la lectura se consideraran derechos que contribuyen al bienestar y al desarrollo humano. El Estado francés ayuda materialmente a los proyectos culturales de muchas maneras. Existe una figura reconocida y protegida, que es la librería cultural. Tiene hasta sello. Pero claro, los actos principales de las ferias del libro en Francia son las presentaciones en las que centenares de lectores dialogan con los autores, y no las firmas de novedades o las torres de ejemplares diseñadas para hacer más atractiva la venta. Intentamos replicarlo pero no hubo manera. Había y hay límites estructurales.
Suena a industrias públicas y subvenciones...
¿Y cuál es el problema? ¿Es la cultura un derecho universal? La ayuda pública puede resultar acomodaticia... pero como cualquier otro derecho ¿no? Y que conste que creo en la economía autogestionada frente a la alternativa liberal o la industria pública, con todas esas editoriales del Estado, de los gobiernos autonómicos, y de los ayuntamientos que, por suerte, van desapareciendo. Pero tiene que haber particularidades porque es un sector estratégico. Además, el libro nunca dará dinero de verdad.
¿Qué es la Feria de Durango?
Es cierto que se organizó con unos objetivos que tienen que repensarse. Como mínimo, debería dejar de centrarse en la venta de libros. Era un lugar de encuentro en una época de escasez y de ilusión. Muy militante. Había materiales que solo encontrabas allí. Ha sido un camino largo con algunas derivas perversas y otras virtuosas. Muchas pequeñas editoriales, entre vocacionales, políticas —en sentido amplio— y empresariales, han sobrevivido gracias a vender su material allí sin intermediarios, lo cual ha sido crucial para su supervivencia. Bastantes editoriales en euskera ni siquiera habrían existido sin la feria.
¿Crees que Durango tiene relación con la crisis de la red de librerías independientes?
No creo que sea la causa principal. A partir de los años 90, con el recalentamiento de la economía, pasaron a venderse decenas de miles de ejemplares de novedades. Aquello situó a la Feria de Durango —como a otros eventos e infraestructuras culturales muy reforzados institucionalmente— en una posición preponderante e hizo que adquiriera funciones que no le correspondían, pero también hay que decir que el dinero que entra se queda en ecosistema del sector del libro.
¿En qué punto está el euskera?
El terreno de juego es una incompleta y precaria normalización del idioma. El reto es cohesionar una comunidad lectora bilingüe con una de las dos lenguas en estado de convulsión permanente por amenaza de desaparición. Hay que analizar el tamaño de país, la masa crítica de lectoras, las fronteras internas, lingüísticas y políticas... No sé, quizás haya que apostar más por la calidad que por la cantidad.