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Alquiler
Derecho a la vivienda, empatía y cuidado: experiencias berlinesas
Experiencias como la del sindicato de inquilinas Kotti & Co en el barrio de Kreuzberg muestran el papel de estas iniciativas a la hora de crear comunidad a la vez que se lucha por el derecho a la vivienda.
Ante la burbuja del alquiler que se vive en muchas ciudades del mundo, se están organizando todo tipo de acciones, protestas y debates. En España se están asentando los primeros sindicatos de inquilinas tras estudiar cómo funcionan los que ya existen en varios países, como en Alemania.
La situación en Alemania no es mejor que en España. Los alquileres se han vuelto casi impagables en Múnich y Hamburgo. En Berlín también han subido por las nubes —muchas veces más del 50% de la renta se va en pagar el alquiler— y tienen lugar unos 20 desahucios al día. En Berlín se han organizado más de 80 iniciativas de inquilinas. Al menos dos de ellas, ubicadas en el distrito de Kreuzberg, demuestran que el cuidado y la empatía son indispensables para asegurar el derecho a la vivienda.
En Kreuzberg, la lucha se centra contra inmobiliarias que poseen hasta 120.000 viviendas, como Deutsche Wohnen, sociedad propietaria del complejo residencial Otto Suhr Siedlung. En este complejo nació en noviembre de 2016 una iniciativa de inquilinas que ha logrado frenar las frecuentes subidas de alquiler y los planes de eficiencia energética que conllevan aumentos de entre el 50 y el 60% del alquiler. Todo esto en un complejo conocido por la pobreza de sus habitantes, por el altísimo porcentaje de extranjeras y extranjeros que viven allí —mayoritariamente turcas y turcos— y su bajo nivel educativo.
Los bloques en los que viven fueron privatizados a inicios de los 2000 para tapar el agujero que supuso el rescate del ruinoso y corrupto conglomerado bancario del Land de Berlín —el equivalente de Bankia en Berlín—
Un caso muy parecido es el de Kotti & Co. Aquí las inquilinas de origen turco suponen el 80% de la población del complejo residencial al sur de la Kottbusser Tor, en pleno centro de Kreuzberg. Al igual que en el anterior barrio, muchas personas llegaron a Alemania en los 60 y 70 para trabajar en la industria de Berlín Oeste por cuatro marcos al mes. Nunca tuvieron el tiempo de aprender correctamente el alemán. Los bloques en los que viven fueron privatizados a inicios de los 2000 para tapar el agujero que supuso el rescate con dinero público del ruinoso y corrupto conglomerado bancario del Land de Berlín —el equivalente de Bankia, pero en Berlín—. En 2011 las vecinas, hartas de repetidos aumentos del alquiler y de ver cómo cada vez más vecinas y vecinos tenían que abandonar el complejo, decidieron organizar una asamblea vecinal. Como contaba en una entrevista una vecina: “En cuanto leí la cuarta carta anunciando un nuevo aumento de mi alquiler, salí de casa con la carta en la mano y empecé a llamar a las puerta de mis vecinas de escalera para compartir mi indignación. Esa noche celebramos la primera reunión”. El resultado fue una iniciativa de inquilinas que en pocos meses organizó manifestaciones y caceroladas de manera regular. Las asambleas también se celebraban en días fijos con servicios de interpretación en turco y en alemán. Las vecinas empezaron a escribir a políticos y a exigir compromisos y cambios, forzaron a los sindicatos de inquilinas existentes a empeñarse a fondo para ayudarles a defenderse de las inmobiliarias Admiral Immobilien GmbH y Hermes-Hausverwaltung. La notoriedad pública llegó en poco tiempo, y la simpatía de muchas personas también.
En menos de un año, Kotti & Co logró aunar a las vecinas y vecinos, crear espacios de encuentro entre personas de diferentes orígenes y generaciones, organizar encuentros con otras organizaciones, fiestas de barrio y frenar la expulsión de las vecinas
En menos de un año, Kotti & Co logró aunar a las vecinas y vecinos, crear espacios de encuentro entre personas de diferentes orígenes y generaciones —muchas de ellas con problemas de mobilidad—, organizar encuentros con otras iniciativas y organizaciones, fiestas de barrio, crear espacios físicos donde todas las vecinas y vecinos pudieran convivir, y frenar la expulsión de las vecinas. Incluso ocuparon una parte de la Kottbusser Tor, donde levantaron una casa de madera que, seis años más tarde, todavía les sirve de sede y centro donde dar charlas, iniciar protestas y asesorar a personas que tienen problemas con el alquiler, ya que, a su vez, Kotti & Co se convirtió en un sindicato de inquilinas. Con el tiempo, han publicado libros, participado en documentales y se han convertido en uno de los actores claves en Berlín en la lucha por el derecho a la vivienda.
Ambas iniciativas han demostrado que reconocer a la vecina de al lado o de tres bloques más allá como alguien de tu barrio, reconocer que sus problemas para pagar el alquiler —u otros problemas— son también los tuyos, que las diferencias —aunque conlleven conflictos— son una fuente de riqueza social enorme, son la vía para defenderte mejor, y más aún, para tener una vida más plena y menos solitaria. Y todo esto en dos de los barrios más pobres de Berlín.
A primera vista parece que todo esto es fácil porque todos los vecinos son pobres, en su mayoría turcos, y porque se conocen desde hace décadas, viven las mismas situaciones de discriminación y xenofobia y se enfrentan a los mismos problemas de comunicación con las administraciones públicas y privadas alemanas. Sin embargo, la realidad de ambos barrios no es tan uniforme. Entre las vecinas y vecinos hay alemanes de origen, personas que trabajan para la administración pública y que ganan sueldos dignos, personas que logran hacer carrera y pagan sus alquileres sin estrechez alguna, y también hay vecinos y vecinas que viven en los bloques desde hace solo unos años. Además, no todo el mundo tiene el mismo tipo de contrato de alquiler ni paga el mismo alquiler, ni las subidas de alquiler se realizan por igual a todo el mundo, ni las inmobiliarias llevan a cabo sus planes de renovación de los bloques y de mejora en la eficiencia energética de las casas de todos los bloques de cada complejo.
Aunar fuerzas y voluntades no fue fácil en ninguno de los dos casos, pues muchas vecinas no se conocían y fue necesario establecer unas líneas mínimas de acuerdo. La comunicación se tenía que hacer en diversas lenguas a la vez, las tecnicidades legales debían ser explicadas adecuadamente a todos y todas. Fue necesario invertir una gran energía en crear confianza entre diferentes generaciones, nacionalidades y niveles de formación académica, amén de personas con limitaciones físicas. Y ahí la empatía, el cuidado y el respeto jugaron, y siguen jugando, un papel fundamental.
En Kotti & Co y en Otto Suhr Siedlung el tesón y la voluntad de reconocerse como parte de una ciudad junto con sus vecinos y vecinas han creado grupos de vecinas que son capaces de plantar cara a sociedades privadas superpoderosas, de poner ante las cuerdas a un sistema político cómplice que empieza a verse obligado a hacer algo por la ciudadanía. Sin el cuidado y la empatía de unos vecinos por otros, sin la confianza de unas vecinas en otras, esto no hubiera tenido lugar. Los pequeños gestos de ir a conocer al vecino del tercero y a la vecina del quinto —e incluso a aquellos del portal de al lado—, de hacer meriendas entre todas, de reunirse y encontrar los problemas que unen, de cuidar de niñas y ancianos, de recoger paquetes para los vecinos, de mostrar humanidad por los demás y de recibirla. Todos esos pequeños gestos y actos han creado las bases de una sociedad capaz de articular movimientos de defensa del derecho a la vivienda, de incluir a las excluídas en la política, de darles una voz, de denunciar públicamente la exclusión económica, el racismo y la xenofobia, de iniciar procesos democratizadores mediante la puesta en cuestión del statu quo.
La PAH, Kotti & Co, Otto Suhr Siedlung, el movimiento feminista, y tantas otras organizaciones demuestran que se puede lograr mucho desde posiciones muy precarias y marginales —y marginadas—, poniendose en la piel de las demás y cuidándose mutuamente. En particular, los dos casos berlineses demuestran que hay mucho que aprender y poner en práctica en nuestro ambiente más cercano, el de nuestras casas. Es darse cuenta de que estar y sentirse en casa va más allá de la puerta de tu casa. Darse cuenta de que el rellano, la escalera entera, e incluso el complejo residencial donde vives puede dejar de ser un simple lugar de paso. Es reconocer que el hecho de que tus vecinos y vecinas no puedan pagar el alquiler —aunque tú sí puedas pagar tu alquiler o tu hipoteca sin problemas— es también algo que te afecta. Todo ello es darse cuenta de que ser una persona y comportarse humanamente es rico, procura felicidad y una fuerza increíble. Y que la democracia y los derechos también se contruyen y defienden hablando con la vecina de escalera.