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Medios de comunicación
Francotiradores del morbo: la prensa ante la muerte de personas empobrecidas
Después de sufrir el insoportable reguero de pérdidas humanas de perfiles empobrecidos que golpeó sin descanso en un durísimo 2023, amanecimos esta semana con otra terrible noticia. Un vecino apareció muerto en una infravivienda, elevando a catorce las personas que han perdido la vida desde el verano en un contexto de precariedad extrema en esta ciudad, Vigo.
La prensa local y autonómica se ha dedicado a diseccionar los detalles del caso hasta la náusea, llegando a publicar, como noticia, que iba a ser muy difícil discernir si esta persona había muerto de sobredosis “porque estaba en avanzado estado de descomposición, de unos tres días”.
También repitieron sin cesar, como si fuese remotamente relevante, que era de origen marroquí y que tenía “un largo historial delictivo”. Se atrevieron también a publicar una foto de la puerta de su casa y a describir con pelos y señales que “el cuerpo” —no hay que personalizar demasiado— había aparecido en un colchón cerca de una jeringuilla y que en su mesa había analgésicos “que podían haber sido usados como opiáceos” —o quizás estaba enfermo, yo también tengo analgésicos en la mesa… Pero todo vale—.
¿A quién le va a importar ese muerto si era marroquí, delincuente y se drogaba? Casi todos los titulares iguales. No una persona, no un vecino en precariedad severa: “Un okupa muerto”
En resumen, ni el respeto ni un ápice de dolor se traslucen de ninguna de las vergonzosas noticias. Además se escupieron en casi todas, sin cortapisa, datos legalmente protegidos del historial policial, sanitario, lo que haga falta. A quién le va a importar ese señor si era marroquí, delincuente y se drogaba. Casi todos los titulares incluían las palabras “okupa muerto”. No persona, no un vecino en precariedad severa, no un varón de tal edad, no: “Okupa muerto”.
El compañero R. fue señalado, en un día triste que daba pie a la reflexión social colectiva por una muerte prematura más en Vigo, como un okupa, drogodependiente, delincuente, en una suerte de equilibrio por montar un relato de relaciones entre conceptos-estigma dirigido a quitarle importancia a las condiciones de pobreza y sufrimiento previo del malvivir al que estaba abocado.
Cuando leí que “estaba costando demostrar que había sido una sobredosis”, como si tuviese algún tipo interés positivo este hecho, y los detalles espeluznantes que se acumulaban en las diferentes “noticias”, me imaginé cómo me sentiría yo si mi hermano o padre apareciese en la prensa en esas palabras.
En primer lugar, el reduccionismo y la falta de conocimiento que se trasluce de que encontrar a alguien con una jeringuilla y automáticamente deducir que eso es prueba de sobredosis es de una persona cuyo conocimiento de las drogas se basa en la película Trainspotting. Quizás R. estaba enfermo, quizás se le paró el corazón, quizás murió de frío, quizás la carencia severa de su vida en pobreza le acabó matando.
Si cualquier persona de otro perfil social hubiese salido estigmatizada en un medio de gran tirada, tendría derecho su familia a interponer una demanda millonaria. Lo que creo que se pensó en este caso es: “¿Quién la va a poner?”.
Pues sí, francotiradores del morbo, estas personas tienen gente en su entorno a quien duele sobremanera leer vuestra basura, ese instrumentalizar a un compañero para azuzar un discurso de odio
Pues sí, francotiradores del morbo, sí que esta persona —a ver si aprendemos la diferencia, entre persona y número, entre persona y expediente, entre persona y okupa— tenía gente en su entorno a quien dolió sobremanera leer esa basura, ese instrumentalizar a un compañero para azuzar un discurso de odio, en este caso resumido en la intención informativa de que, “ala se ha muerto otro, pero tranquilos, era okupa, pobre, delincuente y marroquí”.
Al menos, titular así hubiese sido más sincero por parte de los iluminados que se sentaron a publicar sin pensar un sólo minuto en cómo se siente la gente de su entorno cuando ve reducido el relato trágico de una pérdida humana al de “cadáver aparece en casa okupada”.
Pero en Vigo pasa esto. No en la televisión, donde somos noticia constante por nuestro gran desfile navideño de faraónicos dispendios y fastuosos ornatos, la mejor fiesta del mundo, todos los sentidos puestos en ella, o en la nueva obra de moda, o en la última excentricidad divertida del “alcalde total”.
Pero en la intimidad de nuestros edificios, cuando se apaga la música, miles y miles de vecinos y vecinas, viven una vida muy distinta. La de la nevera vacía, la de no cenar los adultos para que lo hagan los niños. La de la chica de veinte años que convive a cambio de techo con un señor de sesenta que busca “compañía”, porque teme la calle como a la peste. La de los laberintos burocráticos que desesperan a quien que necesita ayuda inmediata pero ve cómo los recursos se van para otro lado. La de los desahucios constantes e imparables. El último, colectivo y de cuarenta vecinos, sigue sin solución estable.
La de personas compartiendo una infravivienda por 180 euros al mes para evitar la calle, no porque les guste ser siete en casa, vivir con ratas, las chinches o las goteras, sino porque es su única alternativa a dormir en el suelo. La de los pisos precintados a la carrera, después de años de desinterés sobre ellos, en los que algún trabajador, baja la guardia y razona “es que como se muera alguien más, se nos cae el pelo”.
Pues ya ha muerto alguien más. Dos personas desde aquella tragedia. Y a nadie se le ha caído el pelo. Todo sigue girando, la gente sigue anestesiada con el festival de luz y color que se pondrá en marcha el día 24 de noviembre, mientras los desalojados de este mes desconocen qué les pasará esa fecha que todo lo eclipsa aunque su techo, su seguridad, esté en el aire.
En esta ciudad campa a sus anchas el cinismo político, la opacidad, la presión dirigista, el veto al discrepante.
En esta ciudad hay madres que entregan entre lágrimas a sus hijos a menores porque no les pueden mantener.
En esta ciudad se mueren 14 vecinos en menos de un semestre y hay cero reacciones de intervención urgente.
En esta ciudad la obvia fobia a la pobreza y el inmovilismo interesado por perpetuarla y hacer de ella un negocio rentable y siniestro es una realidad constante que hace el ambiente irrespirable.
En esta ciudad las prioridades políticas de algunos nunca son las personas. Y, menos, las que no pueden votar: ciudadanos de segunda a los que no se puede exprimir.
En esta ciudad la pobreza mata de forma exponencial cada año. Sigan circulando.
Sacad la fanfarria de nuestros funerales. Parad de una vez. Dejadnos en paz. Me provocáis una enorme vergüenza. Ellos vivieron la miseria, pero vosotros sois los miserables.
Los responsables del gobierno local y autonómico de esta ciudad, que no os paráis un minuto a pensar en vuestro papel. Los periodistas que habéis triturado la imagen de una víctima de un sistema corrupto sin ningún sonrojo. Los que habéis portado una pancarta que decía “fuera yonkis de nuestros barrios”, como si no supiéramos desde los noventa cómo se confronta de forma civilizada la pandemia de las drogas. Todos los que no aguantaríais ni diez minutos en los zapatos de lo que vive esta gente empujada al margen pero os permitís el lujo enfermizo de juzgarles y frivolizar, de mirarles por encima del hombro. Os quiero bien lejos.
Causáis tanto daño y os importa tan poco. Tenéis las manos tan sucias y dormís tan bien.
Sacad la fanfarria de nuestros funerales. Parad de una vez, dejadnos en paz.
Me provocáis una enorme vergüenza.
Ellos vivieron la miseria, pero vosotros sois los miserables.
Medios de comunicación
Francotiradores do morbo: a prensa ante a morte de persoas empobrecidas
Despois de sufrir o insoportable regueiro de perdas humanas de perfís empobrecidos, que golpeou sen descanso nun durísimo 2023, espertamos esta semana con outra terrible noticia. Un veciño apareceu morto nunha infravivenda, elevando a catorce as persoas que perderon a vida desde o verán nun contexto de precariedade extrema nesta cidade, Vigo.
A prensa local e autonómica adicouse a diseccionar os detalles do caso ata a náusea, chegando a publicar, como noticia, que ía ser moi difícil discernir se esta persoa morrera de sobredose “porque estaba en avanzado estado de descomposición, duns tres días”.
Tamén repetiron sen cesar, como se fose remotamente relevante, que era de orixe marroquí e que tiña “un largo historial delitivo”. Atrevéronse tamén a publicar unha foto da porta da súa casa e a describir con pelos e sinais que “o corpo” —non hai que personalizar demasiado— aparecera nun colchón, preto dunha xiringa, e que na súa mesa había analxésicos “que podía ter usado como opiáceos” —ou quizais estaba enfermo, eu tamén teño analxésicos na mesa... Pero todo vale—.
A quen lle vai importar ese morto se era marroquí, delincuente e se drogaba? Case todos os titulares iguais. Non unha persoa, non un veciño en precariedade severa: “Okupa morto”.
En resumo, nin o respecto nin un ápice de dor se translucen de ningunha das vergoñentas noticias. Ademais cuspiron en case todas, sen cortapisa, datos legalmente protexidos do historial policial, sanitario, ou o que faga falta. A quen lle vai importar ese señor, se era marroquí, e delincuente, e se drogaba. Case todos os titulares incluían as palabras “okupa morto”. Non persoa, non un veciño en precariedade severa, non un varón de tal idade, non: “Okupa morto”.
O compañeiro R. foi sinalado, nun día triste que daba pé á reflexión social colectiva por unha morte prematura máis en Vigo, como un okupa, drogodependente, delincuente, nunha sorte de equilibrio por montar un relato de relacións entre conceptos-estigma dirixido a quitarlle importancia ás condicións de pobreza e sufrimento previo do malvivir ao que estaba condenado.
Cando lin que “estaba custando demostrar que fora unha sobredose”, como se tivese algún tipo de interese positivo este feito, e os detalles espeluznantes que se acumulaban nas diferentes “noticias”, imaxinei como me sentiría eu se o meu irmán ou pai aparecese na prensa nesas palabras.
En primeiro lugar, o reducionismo e a falta de coñecemento que se transluce de que, atopar alguén cunha xiringa e automaticamente deducir que iso é proba de sobredose, é dunha persoa cuxo coñecemento das drogas baséase na película Trainspotting. Quizais R. estaba enfermo, quizais se lle parou o corazón, quizais morreu de frío, quizais a carencia severa da súa vida en pobreza acabouno matando.
Se calquera persoa doutro perfil social saíse estigmatizada nun medio de gran tirada, tería dereito a súa familia a interpoñer unha demanda millonaria.O que creo que se pensou neste caso é: “Quen a vai poñer?”.
Pois si, francotiradores do morbo, estas persoas teñen xente na súa contorna a quen doe moito ler a vosa porcallada, ese instrumentalizar a un compañeiro para instigar un discurso de odio
Pois si, francotiradores do morbo, si que esta persoa —a ver se aprendemos a diferenza entre persoa e número, entre persoa e expediente, entre persoa e okupa— tiña xente na súa contorna a quen doeu moito ler a vosa porcallada, ese instrumentalizar un compañeiro para instigar un discurso de odio, neste caso resumido na intención informativa de que, “ala morreu outro, pero tranquilos, era okupa, pobre, delincuente e marroquí”.
Polo menos, un titular así sería máis sincero por parte dos iluminados que se sentaron a publicar sen pensar un só minuto en como se sente a xente da súa contorna cando ve reducido o relato tráxico dunha perda humana ao de “cadáver aparece en casa okupada”.
Pero en Vigo pasa isto. Non na televisión, onde somos noticia constante polo noso gran desfile de nadal de faraónicos dispendios e fastuosos ornatos, a mellor festa do mundo, todos os sentidos postos nela, ou na nova obra de moda, ou na última excentricidade divertida do “alcalde total”.
Pero na intimidade dos nosos edificios, cando se apaga a música, miles e miles de veciños e veciñas viven unha vida moi distinta. A da neveira baleira, a de non cear os adultos para que o fagan as crianzas. A da rapaza de vinte anos que convive a cambio de teito cun señor de sesenta que busca “compañía”, porque teme a rúa como a peste. A dos labirintos burocráticos que desesperan a quen precisa axuda inmediata pero ve como os recursos van para outro lado. A dos desafiuzamentos constantes e imparables. O último, colectivo e de corenta veciños, segue sen solución estable.
A de persoas compartindo unha infravivenda por 180 euros ao mes para evitar a rúa, non porque lles guste ser sete en casa, vivir con ratas, as chinches ou as pingueiras, senón porque é a súa única alternativa a durmir no chan. A dos pisos precintados. á carreira, despois de anos de desinterese sobre eles, nos que algún traballador baixa a garda e razoa “é que como morra alguén máis, cáenos o pelo”.Pois morreu alguén máis. Dúas persoas desde aquela traxedia. E a ninguén lle caeu o pelo. Todo segue xirando, a xente segue anestesiada co festival de luz e cor que se porá en marcha o día 24 de novembro, mentres os desafiuzados deste mes descoñecen que acontecerá con eles esa data que todo eclipsa, aínda que o seu teito, a súa seguridade, estea no ar.Nesta cidade campa ás súas anchas o cinismo político, a opacidade, a presión dirixista, o veto discrepante.Nesta cidade hai nais que entregan entre bágoas os seus fillos menores porque non os poden manter.
Nesta cidade morren 14 veciños en menos dun semestre e hai cero reaccións de intervención urxente.
Nesta cidade a obvia fobia á pobreza e ao inmobilismo interesado por perpetuala e facer dela un negocio rendible e sinistro é unha realidade constante que fai o ambiente irrespirable.
Nesta cidade as prioridades políticas dalgúns nunca son as persoas. E, menos, as que non poden votar: cidadáns de segundo aos que non se pode exprimir.
Nesta cidade a pobreza mata de forma exponencial cada ano. Sigan circulando.
Sacade a fanfarra dos nosos funerais. Parade dunha vez. Deixádenos en paz. Provocádesme unha enorme vergoña. Eles viviron a miseria, pero vós sodes os miserables.
Os responsables do goberno local e autonómico desta cidade, que non parades un minuto a pensar no voso papel. Os xornalistas que trituraches a imaxe dunha vítima dun sistema corrupto sen ningún pudor. Os que portaches unha pancarta que dicía “fóra yonkis dos nosos barrios”, como se non soubésemos desde os noventa como se confronta de forma civilizada a pandemia das drogas. Todos os que non aguantariades nin dez minutos nos zapatos do que vive esta xente empurrada ao marxe, pero permitídevos o luxo enfermizo de xulgalos e frivolizar, de miralos por riba do ombro. Quérovos ben lonxe.
Causades tanto dano e impórtavos tan pouco. Tedes as mans tan sucias e durmides tan ben.
Sacade a fanfarra dos nosos funerais. Parade dunha vez, deixádenos en paz.
Provocádesme unha enorme vergoña.
Eles viviron a miseria, pero vós sodes os miserables.