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Literatura
Miedo al miedo
El nenúfar y la araña, de Claire Legendre, es una exploración de la hipocondría como necesidad irrefrenable de controlar el propio destino.
El nenúfar y la araña, de Claire Legendre (Niza, 1979) —traducido al español por Laura Salas Rodríguez— es el cuarto título de la editorial Tránsito, un proyecto que quiere dar voz a autoras y a la literatura que va unida a la memoria, a lo vivido en primera persona. Este libro, que es una exploración del miedo, cae en mis manos justo cuando me encuentro en medio de la escritura de una novela en la que todos los personajes se encuentran paralizados, de una u otra forma, por el terror, así que me he sumergido en él con interés extra y lo he disfrutado admirando la pericia con que Legendre maneja su material autobiográfico.
En El nenúfar y la araña se explora el miedo, la hipocondría como necesidad irrefrenable de controlar el propio destino, y esa exploración se hace con la suficiente inteligencia como para ver el absurdo de su contracara: el hipocondríaco se prepara continuamente para sortear los golpes venideros y, al anticipar la reacción, ya da casi lo mismo si los golpes vienen o no vienen, la consecuencia se sufre a priori. Lo que teme la persona hipocondríaca es ser pillada por sorpresa.
Quien narra no pretende iluminar, ni siquiera tener la razón. La sensata conciencia de la propia medida evita que la novela caiga en ese tipo de texto sentencioso
El libro se compone de varios capítulos que giran en torno a núcleos temáticos como la adolescencia, el paso a la madurez, la ruptura de una pareja, las pérdidas, por supuesto todo ello fuente abundante de miedos varios: al ridículo, a la vergüenza, a la culpa. La autora lleva a cabo esa exploración a través de una voz que se impone con soltura marcando un ritmo de lectura ágil. Ese yo narrativo, excéntrico en sus supersticiones y pánicos singulares, no habla dictando sentencia. La propia narradora se ríe de sí misma y es gracias a ese humor y a un tono coloquial que el texto no se concibe como una sucesión de aforismos grandilocuentes. Quien narra no pretende iluminar. Ni siquiera tener la razón, es más, reconoce que no la tiene. La sensata conciencia de la propia medida evita que la novela caiga en ese tipo de texto sentencioso que en el mejor de los casos ya cansa y, en el peor, repele.
Por mi parte, cómo no iba a empatizar además con un libro que señala la escritura y el ajedrez como las dos únicas cosas capaces de poner orden en el caos. También la llamada a la razón y la ciencia frente a la superstición que, se dice, “es un arma de doble filo: la usamos para defendernos pero nos lastima los dedos. Y, mientras que el peligro que pretende combatir es siempre incierto, la herida que nos provoca sangra de verdad”. La narradora lo sabe pero se agarra una y otra vez a ese cuchillo.
Cuando llega un dolor que sobrepasa todos los temores, un peligro verdadero, lo que se impone es el miedo a morir, que trae consigo la pasión por la vida
“No me caía, pero sentir un miedo permanente a caerse es agotador”. Es el miedo a vivir. Por eso, cuando llega un dolor que sobrepasa todos los temores, un peligro verdadero, lo que se impone es el miedo a morir, que trae consigo la pasión por la vida. En esa turbulencia es cuando al fin uno es capaz de distinguir el dolor tangible que provocan las heridas reales del dolor imaginario.
Pista de aterrizaje
“La literatura escrita por mujeres me habla al oído”
Entre el inventario de miedos que se enumeran en el último capítulo está, en una vuelta de tuerca, el que provoca la publicación del propio escrito: “Me da miedo lo que vayas a decir de este libro. Me da miedo la etiqueta que vas a pegarme en la frente. Me dan miedo tu rechazo, tu desprecio, tu condescendencia. Me da miedo desaparecer bajo una palabra o dos. Me da miedo haberte dado armas contra mí.” Hipocondríaca hasta el final, espero que Claire Legendre disfrute del éxito de este libro magnífico.