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¿Os imagináis que en Arabia Saudí, Venezuela, o Qatar se criticase al extractivismo de petróleo sin plantear ninguna alternativa? Pues eso pasa en España con el turismo.
La industria que pasa por ser la primera de nuestro país. El turismo, por si solo representa el 11% de nuestro P.I.B., cifra que rozaría el 20% si tenemos en cuenta su poder de arrastre sobre el resto de la economía. Supone el 15% por ciento de los empleos directos, casi el 25% si tenemos en cuenta los empleos indirectos. En algunas comunidades como Canarias estas cifras ascienden al 35% del P.I.B. y el 40% del empleo. En términos comparativos Canarias depende tanto del turismo como Kuwait del petróleo.
El turismo es nuestra principal industria. No se trata de que sea un sector estratégico, es, digámoslo con claridad, nuestro monocultivo.
Por ello, no hay respuestas sencillas al Turismo, no caben medidas rápidas e improvisadas. Tampoco críticas localistas que escapen de la visión de conjunto. Del turismo dependen millones de familias, la financiación del Estado, nuestra viabilidad económica.
Es evidente que tenemos un problema. Urge plantear el turismo de otra manera. El modelo turístico creado entre los 60s y 70s ha quedado obsoleto. Basaba la clave del éxito en el sol y playa, el crecimiento exponencial de la llegada de turistas. Precios bajos, turismo de masas, construcciones mastodónticas en la costa, y la conversión de nuestra sociedad desde una estructura agraria e industrial a otra de servicios. A día de hoy muchos siguen celebrando las imparables cifras que narran el aumento del turismo, pero las consecuencias del modelo se hacen ya palpables: Devastación ambiental, masificación, encarecimiento del precio de las viviendas, turistización de los centros históricos, precarización laboral y estacionalidad permanente del trabajo. Por no mencionar la saturación de las infraestructuras básicas como las de agua, electricidad y atención hospitalaria. Es el momento de decir con claridad que este modelo turístico que tan pingues beneficios a traído lo financiamos entre todos: Las autopistas, las vías férreas de alta velocidad, médicos, desalinizadoras, por no mencionar las prestaciones por desempleo a la que de manera crónica los trabajadores se ven obligados a recurrir por culpa del modelo laboral, todo ello corre de cuenta de los contribuyentes. Las exitosas cifras que nos ofrecen gobierno y medios de comunicación rara vez prestan atención a estas cuentas sin saldar.
La clave del desarrollo del modelo turístico español no reside en exitosos empresarios, si no en la planificación estatal, que desgraciadamente ha redistribuido los costos, pero no los beneficios.
Parece sorprendente que tratándose de la primera industria española, tanto por volumen de negocios, como por el de empleos, la izquierda carezca de un discurso articulado. Existen desde luego discursos críticos, más aún podríamos decir que existe una hiperinflación de trabajos contra el turismo. Los análisis sociológicos hipercríticos señalan acertadamente muchas de las problemáticas pero no plantean solución alguna. Carecemos de un análisis crítico, estructurado, enfocado a la propuesta productiva. No contamos con un discurso alternativo que contemple al turismo como lo que es, nuestro petróleo. Esto está llevando a actores políticos de izquierda a tomar soluciones parciales, que en nada resuelven el problema de conjunto. Y que peor aún, impiden ver con claridad las gigantescas dimensiones de la cuestión.
No estamos en la posición de combatir al turismo. De prohibirlo, ni, dadas las circunstancias, por el momento de reducirlo. Pero si podemos y debemos gobernarlo.
Tal y como he mencionado el turismo es un sector económico creado desde el Estado a costa de los contribuyentes. Es un sector económico planificado y dirigido por el sector público, aunque gestionado por actores privados. Hasta el momento ha seguido un modelo productivo extractivista, semejante al de las industrias petrolíferas: una empresa, con participación del estado y del sector privado realiza prospecciones, levanta una industria, y extrae recursos que generan una enorme plusvalía. Esta es apropiada por agentes privados que no revierten de nuevo en el beneficio público. Una industria que por su propio diseño y naturaleza es insostenible, conduciendo irremisiblemente a la pobreza en largo plazo. Es preciso abandonar este modelo extractivista y pasar a un modelo productivo y redistributivo. La pregunta que queda en el aire es la más sencilla de plantear y la más compleja de responder: ¿Cómo hacer?
En primer lugar debemos plantear cuales son los objetivos de la industria turística. Como sector económico dirigido por el sector público debe responder al interés general, al beneficio común. Por ello deben tomarse las medidas que ajusten el modelo actual de beneficios privativos a beneficios comunes. La industria debe pasar a tener en cuenta las externalidades negativas que genera. Los costes medioambientales, el desgaste y saturación de las infraestructuras. El desgaste y turistificación de nuestras ciudades. Todo ello tiene un coste que debe ser saldado y cubierto por los actores privados.
En segundo lugar es preciso llegar a un convenio colectivo que de manera general e integral abarque el sector turístico. El coste social económico derivado del modelo laboral, avalado por los sucesivos gobiernos es altísimo. Insoportable en comunidades como la andaluza. No podemos seguir con un modelo económico que privatiza los beneficios de una industria pero redistribuye sus gastos.
En tercer lugar hay que replantear el modelo de turismo que ofrecemos. No solo es perjudicial para nuestro bienestar como pueblo, es también antieconómico desde el punto de vista de negocio. El modelo turístico de Sol y Playa ha quedado trasnochado. Aporta poco valor añadido, y acarrea demasiados gastos sociales. Hay que transitar a una transformación de la industria, desde un modelo de turismo de masas hacia un modelo de turismo cualificado. Un modelo turístico que permita su propia reproducción económica y social, sin devastar los territorios social y ambientalmente. Los mercados turísticos emergentes no demandan destinos anónimos e infinitos rascacielos. Buscan diferenciación, distinción, tradiciones, autenticidad. El nuevo turista está dispuesto a pagar más a fin de disfrutar de un medio natural respetuoso. Productos de calidad con denominación de origen.
No se trata con ello de convertir España en un parque temático de jamón serrano, vino y folklore trasnochado. Al contrario, el objetivo sería cualificar el turismo desde una base ética comunitaria.
¿Qué implicaría esto? Por ejemplo, tomando como base una región, Salamanca, consistiría en transformar el modelo turístico basado hoy en las despedidas de soltero, y las borracheras, en otro basado en la cultura, la naturaleza y el turismo gastronómico. Un modelo de base comunitario pensado desde la nueva demanda, integraría a los productores locales; desde el agroalimentario, hasta los basados en la construcción o los elementos de mobiliario. Ejemplos de este tipo de turismo existen, y funcionan con notable éxito. Espacios turísticos que cuentan con viñedos y ganadería propia. Ofreciendo productos basados en especies endémicas. Funcionando con una fuerza de trabajo de base local, y específicamente rural. Respetuosos con el medio y con la cultura, siendo a la vez altamente productivos e industrialmente rentables. Desgraciadamente estos casos son aislados. Representan una pequeña isla en un mar de turismo de masas.
Por eso es preciso gobernar el turismo. Dirigirlo a objetivos ético comunitario que nos permita redistribuir los beneficios de la principal industria sin renunciar a márgenes de competitividad. Para ello el primer paso, es que nuestros líderes se tomen el serio el problema, y que aquellos que están en la crítica lo aborden con severidad, siempre tomando en cuenta las dimensiones del sector, y también sus potencialidades.