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En Metrópolis (1927), Fritz Lang imaginó un mundo donde el lujo de unos pocos se sostenía sobre la explotación de miles. En una de sus escenas más icónicas, Joh Fredersen, el dueño de la ciudad, observa desde lo alto su reino de rascacielos y máquinas. Bajo tierra, los trabajadores viven hacinados, condenados a un sistema que solo los necesita para generar riqueza. Un futuro de progreso, pero solo para quienes pueden pagarlo.
Casi cien años después, la distopía de Lang no es ciencia ficción: es la realidad cotidiana en nuestras ciudades. La vivienda ha dejado de ser un derecho para convertirse en un negocio sin escrúpulos. El resultado: bloques enteros comprados por fondos de inversión, alquileres imposibles y miles de familias expulsadas de sus casas para que otros conviertan esos espacios en pisos turísticos de alto rendimiento
Una realidad insoportable
En Andalucía, hay 640.000 viviendas vacías en manos de bancos y fondos buitres. A la vez, más de 100.000 pisos turísticos han tomado el centro de las ciudades, transformando barrios en escaparates y dejando a miles de personas sin acceso a una vivienda digna. No se trata de falta de viviendas, sino de quién puede vivir en ellas.
La historia de Cristina lo demuestra. Ella nunca dejó de pagar su alquiler. Al contrario: cumplió con cada cuota. Pero los nuevos dueños de su edificio, los hermanos Juan y Víctor Fortuna, tenían otros planes. Compraron el inmueble para transformarlo en pisos turísticos y, para ellos, Cristina era un obstáculo. La presionaron con amenazas y estrategias de dudosa legalidad hasta que hoy la policía del gobierno de PSOE-SUMAR, la ha echado a ella y a su hija menor.
No es un caso aislado. Es el modelo de negocio.
¿Qué pensarían en Metrópolis?
Si los personajes de Metrópolis pudieran observar nuestro presente, ¿qué harían? ¿Los obreros de la ciudad subterránea aceptarían resignados que sus casas se convirtieran en alojamientos de lujo para turistas? ¿Freder, el hijo del magnate, seguiría creyendo en la conciliación mientras miles de familias son expulsadas de sus hogares?
Lo más probable es que la respuesta sea otra: se rebelarían. Porque la diferencia entre la distopía de Lang y la nuestra es que aún estamos a tiempo de cambiar el guion.
Quién está detrás.
El grupo hostelero La Vida en Tapas, propiedad de los hermanos Fortuna, no solo se enriquece con la turistificación de la ciudad, sino que lo hace a costa de expulsar a quienes llevan toda la vida en los barrios. No es un caso aislado de especulación inmobiliaria, es un entramado empresarial con múltiples locales:
- Dúo Tapas
- Hermanos Guadalupe
- El Sardinero
- La Terraza
- Gigante
- Lobo López
- La Salina
- Rico
- Típico
Cada vez que alguien cena en uno de estos sitios, financia la expulsión de familias. Es así de sencillo.
El cine como resistencia
El cine siempre ha sido un reflejo de la sociedad y una herramienta para cuestionarla. Durante estos días, en el Festival de Málaga, Daniel Guzmán estrena La Deuda, una película que aborda de manera cruda y realista la crisis de la vivienda, los desahucios y la gentrificación.
La historia sigue a Lucas y Antonia, dos personas que comparten piso en una ciudad donde la especulación inmobiliaria amenaza con dejarlos en la calle. La desesperación los lleva a tomar decisiones que cambiarán sus vidas para siempre. Guzmán, con su estilo directo y realista, pone el foco en una de las mayores crisis sociales de nuestro tiempo.
La cultura, un campo de batalla
Si queremos que estas historias dejen de ser ficción y que la realidad cambie, toca tomar partido. Ver una película como La Deuda puede ser un primer paso. Organizarse y actuar, el siguiente.
Los personajes de Metrópolis no dudarían en actuar. La pregunta es: ¿lo haremos nosotros?