Opinión
Muere Abe, la militarización del país no se detiene

La opinión pública es más favorable a los objetivos militares de los neoconservadores por la guerra de Ucrania y por otro factor: Kishida es visto como un moderado y no despierta tantos anticuerpos como Abe.
Shinzo Abe
Shinzo Abe, primer ministro de Japón desde diciembre de 2012. Foto:NATO
Investigador en el grupo ALTER del departamento de Estudios de Artes y Humanidades de la UOC
29 jul 2022 07:36

El asesinato del ex primer ministro Abe Shinzō, la figura política más importante de los últimos treinta años en Japón, ha conmocionado al país asiático y al mundo entero. Muchos se preguntan si, ahora que ha desaparecido de la ecuación el líder que trataba de empujar con más fuerza a Japón hacia la militarización, habrá cambios en la política de seguridad nacional nipona. Irónicamente, la muerte de Abe no sólo no parece detener la militarización en curso, sino que puede facilitar su aceleración.

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La fuerza política que ha gobernado Japón sin apenas interrupciones desde su fundación en 1955, el Partido Liberal Democrático (PLD), ha estado siempre dividida en dos grandes corrientes separadas por el eje de la seguridad nacional. De hecho, el partido se fundó sumando dos organizaciones que representaban, cada una de ellas, estas corrientes divergentes: el Partido Liberal y el Partido Democrático. El primero, liderado por Yoshida Shigeru, dejaba en manos de Estados Unidos el peso fundamental de la seguridad nacional de Japón para poder concentrarse en aumentar el poder económico del país, base de sus relaciones internacionales, y evitar reacciones por parte de una izquierda socialista alérgica al militarismo después de los traumas de la Segunda Guerra Mundial. El segundo, liderado por Kishi Nobusuke, exministro del régimen fascista durante la guerra, consideraba que Japón tenía que ser un país “normal” con plena autonomía militar.

En Japón amplias capas de la población han visto un claro paralelismo entre la invasión rusa de Ucrania y una posible invasión china de Taiwán en un futuro

La primera corriente, que se ha acabado conociendo como “doctrina Yoshida”, fue la predominante durante casi toda la segunda mitad del siglo XX. No obstante, hay que matizar que esta doctrina no implicaba la renuncia a desarrollar unas fuerzas armadas, sino que más bien consistía en rearmar el país paulatinamente y respetando una serie de limitaciones, tales como el tope de un 1% en gasto militar, el uso de la fuerza sólo como autodefensa en caso de agresión, y la interpretación extremadamente laxa del Artículo 9 de la Constitución (que literalmente prohíbe la existencia de un ejército y niega el derecho a utilizar la fuerza bélica) en lugar de su derogación. De hecho, actualmente Japón cuenta con uno de los cinco ejércitos más potentes del mundo.

Pero durante la década de 1990, después de casi cuatro décadas de hegemonía de la doctrina Yoshida, factores como el derrumbe de la izquierda socialista, las malas cifras económicas y el menor interés de Estados Unidos en proteger a Japón una vez desintegrado el bloque soviético, dieron impulso a los herederos políticos de Kishi, incluido su nieto Abe Shinzō. La política del PLD durante lo que llevamos de siglo XXI ha estado en buena medida dominada por estos neoconservadores, y en los últimos años se han ido eliminando prácticamente todas las limitaciones a la militarización del país excepto una: el Artículo 9 de la Constitución.

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La paradoja es que quien más está consiguiendo rearmar Japón es alguien que proviene de la doctrina Yoshida y no del neoconservadurismo: el actual primer ministro Kishida Fumio. Cuando Kishida subió al poder en octubre de 2021 hizo un movimiento que era toda una declaración de intenciones: por un lado, nombró como ministro de Asuntos Exteriores a un hombre bastante cercano a China, y como ministro de Defensa al propio hermano de Abe. De esta manera, pretendía mantener unas relaciones estables con China (hay que tener en cuenta que Japón es uno de los principales inversores mundiales en este país) pero al mismo tiempo aumentar la capacidad militar de Japón.

Durante los últimos dos años, en Tokio había ido aumentando la preocupación con respecto al aumento de la presión de China sobre Taiwán, cuya autonomía es considerada crucial para la seguridad nacional de Japón. Esto, junto con la violenta destrucción de la autonomía de Hong Kong y el miedo, fomentado por Trump, de que en un futuro los Estados Unidos no estén dispuestos a cumplir con sus obligaciones de defensa para con Japón, habían ido cambiando la visión de muchos moderados como Kishida, quien a finales del año pasado anunció su objetivo de doblar el gasto militar hasta el 2%; una línea roja que ningún predecesor había cruzado antes. Pero lo que había de ser un objetivo que muy pocos pensaban que se cumpliría, se ha acabado materializando aceleradamente con la guerra en Ucrania. En Japón amplias capas de la población han visto un claro paralelismo entre la invasión rusa de Ucrania y una posible invasión china de Taiwán en un futuro. Tras el estallido de esta guerra europea, ya son pocos los moderados dentro del establishment japonés que albergan dudas sobre la necesidad de que Japón se convierta en un actor militar mucho más poderoso.

Tras el estallido de esta guerra europea, ya son pocos los moderados dentro del establishment japonés que albergan dudas sobre la necesidad de que Japón se convierta en un actor militar mucho más poderoso.

Lo que les faltaba a los neoconservadores para conseguir sus objetivos militares sin tantas dificultades era el apoyo de la opinión pública. Ahora, la opinión pública es más favorable a tales objetivos por la guerra de Ucrania y por otro factor: Kishida es visto como un moderado y no despierta tantos anticuerpos como Abe. El problema de los neoconservadores es que sus intenciones en el ámbito de la seguridad nacional se ven estrechamente ligados a un plan ultranacionalista más amplio que abarca lo cultural y social, cosa que es vista por muchos japoneses como obsesiones personales peligrosas para el país. En cambio, las intenciones expresadas por Kishida se fundamentan en argumentos de naturaleza puramente geopolítica, y esto genera más confianza entre la población.

En política a veces quien mejor puede aplicar determinada medida controvertida es a quien menos se le puede asociar con la medida en cuestión. En nuestra historia política tenemos ejemplos bastante ilustrativos. Si se quieren aplicar medidas neoliberales, siempre ha sido más fácil hacerlo a través de un partido con reputación socialdemócrata y con la palabra “obrero” en las siglas. Asimismo, si se quieren aplicar medidas que debilitan a un movimiento de liberación nacional, siempre es más fácil hacerlo a través de una organización con larga reputación independentista y víctima incluso de represión. Podríamos decir, en este sentido, que en cierta medida la peor limitación para los objetivos de Abe era Abe mismo. Del mismo modo, Abe era también la principal limitación para los planes de rearme de un moderado como Kishida, ya que podían ser vistos como cesiones a la presión de los ultranacionalistas y acabar generando una fuerte oposición.

Artículo publicado originalmente en catalán en Catarsi Magazine

 


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