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Municipalismo
Organizarse en el tiempo de los monstruos
La cuestión es tan sencilla como difícil ¿Cómo organizarse colectivamente en este tiempo de transición? ¿En esta época poblada de monstruos y convulsiones?
No importa el ángulo desde el que observemos la situación política actual, ésta no deja de arrojar todo tipo de incertidumbres. Europa se encuentra sacudida por el avance de la extrema derecha, que recientemente ha logrado imponer su agenda en Italia gracias a la coalición forjada entre la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas. Bloqueo de las fronteras, censos de población gitana y expulsiones parecen ser las soluciones a la llegada de migrantes y los problemas de "seguridad" del país. De hecho, el affaire "Aquarius" podría ser sólo el principio de algo mucho, muchísimo peor. Mientras tanto, en la esfera económica internacional asistimos a una guerra comercial entre la administración Trump y el gobierno de China, una escalada arancelaria que además de amenazar la estabilidad económica global, golpea a Europa y al IBEX de lleno. Por si esto fuese poco, Mario Draghi puso recientemente fecha de caducidad a la llamada "recuperación" española, unos "brotes verdes" artificiales sostenidos por la compra de activos del BCE que terminará -si no hay más sorpresas- en diciembre. En definitiva, un cóctel difícil de digerir.
¿Pero cómo se traduce todo esto en la política española? En el ámbito económico parece claro. A partir del año que viene el clima de bonanza inducida entrará en su fase terminal, y el burbujeante ritmo del sector inmobiliario se disolverá en el polvo. Un golpe que traerá más crisis y polarización a una sociedad que aún no ha superado los efectos de la recesión de 2008. En el parlamento, tras la algarabía inicial, la presidencia del PSOE no puede ocultar su aroma a restauración y turnismo renovado -aunque ahora existan cuatro partidos en la disputa electoral-. Lo más previsible es que los socialistas sigan su senda tradicional: políticas de gestos, la materialización de algunas demandas básicas -que sin duda rebajarán- y algo de espectacularidad progre. Y todo ello sin dejar de seguir la batuta neoliberal de Europa -lo sentiremos especialmente cuando lleguen las curvas-. Así son los del artículo 135. Por otro lado, la posición de Podemos, en clara subalternidad al PSOE, augura una deriva conservadora en la formación morada: más "sentido de Estado", resonsabilidad política y una debilitación de sus líneas programáticas más transformadoras. Una socialdemocracia aguada. No hay que descartar que en un escenario convulso, Ciudadanos -con su discurso patriótico y estigmatización de la pobreza- se aproxime cada vez más a la extrema derecha tan en boga en el centro de Europa. Y es probable que gane adeptos.
Más allá del teatro de la representación, uno de los problemas centrales del ciclo político iniciado en 2014 es su fragilidad orgánica: ni Podemos ni la mayoría de municipalismos ha sido capaz de mantener una estructura más allá de sus cuerpos de asesores y cargos. A veces por incapacidad, otras de manera calculada o simplemente por desafección colectiva -efecto del proceso de institucionalización-, ni las candidaturas locales ni el partido morado han logrado desarrollar una implantación real en los territorios. Existen contadas excepciones, por supuesto, pero el patrón general es conocido: círculos y asambleas desiertas, desconexión de los movimientos sociales, apuesta exclusiva por el mercado electoral y lógicas burocráticas además de puramente gestionarias. Este vacío en los barrios y en el plano de los antagonismos no dibuja un escenario demasiado halagüeño si tenemos en cuenta la situación social y la crisis que se avecina. De hecho, es el caladero perfecto para una deriva reaccionaria. O, cuanto menos, para que la inercia de la polarización siga su devastadora senda. Recordemos que España es líder en pobreza laboral en Europa (un 15% de los hogares cuenta al menos con un trabajador pobre), y su tasa global de pobreza es del 22'3%: el tercer país europeo más desigual, empatado con Lituania. La precariedad está claramente feminizada (el 58% de las personas con vulerabilidad laboral son mujeres) y, cómo no, la patronal gana: entre 2016 y 2017 aumentó un 200'7% sus beneficios.
El retrato de esta sociedad, dividida y en combustión, difícilmente puede reconocerse en una nueva política más preocupada por sobrevivir que de impulsar transformaciones radicales. Y la situación requiere de radicalidad.
El renacer del movimiento y el sindicalismo social
Pese al cierre partitocrático de la nueva política, durante 2018 hemos asistido a una reactivación de la movilización social. Una ola protagonizada por el feminismo y que transcurre por fuera de las nuevas plataformas electorales. Esto es un síntoma de época: difícílmente podrán venir impulsos rupturistas de una joven élite que se encuentra ya perfectamente integrada en la política profesional. Los nuevos movimientos que emergen lo hacen al margen de la oleada que protagonizó el "asalto institucional", si bien la formación morada y los municipalismos no pueden permanecer ajenos a estas dinámicas. Sus programas, su potencia impugnadora inicial y su compromiso social obliga a estas fuerzas a sostener un diálogo con el movimiento, pero ya no como parte del mismo, sino como aparato de Estado que actúa de forma ambivalente: en ocasiones bloquea energías sociales, otras puede servirles de canal en un marco de desborde. Por otro lado, al deber su legitimidad a las demandas del ciclo 15M y no haber desplegado estructuras sólidas, las debilidades de la nueva política pueden constituir una oportunidad para la agenda del movimiento naciente. Sobre todo si es capaz de coordinarse e imaginar nuevas formas de organización.
Este nuevo movimiento, que surge como una marea de tendencias desde múltiples lugares, está atravesado por una ascendente feminista fundamental. Pudimos verlo durante la Huelga Feminista del #8M en España: no sólo fue multitudinaria, inclusiva, intergeneracional, diversa y transversal -características compartidas con el 15M-, sino que señaló directamente los efectos del neoliberalismo desde una mirada anti capitalista. Además de la crítica al eje de las violencias, una denuncia de la crisis de los cuidados, las consecuencias de la división sexual del trabajo -la precariedad, la desigualdad estructural, el trabajo invisible y no remunerado que sostiene los demás trabajos-, la feminización de la pobreza, etc. Más allá de los efectos, el feminismo apuntó al núcleo del problema. Y es que una economía planteada en términos de acumulación de capital, que promueve el expolio de los recursos y está patriarcalmente organizada, nunca podrá sostener la vida material de las personas. Pensar lo económico desde el tiempo de la vida es la apuesta.
Por otro lado, han surgido nuevas formas de sindicalismo social y laboral arraigadas en la especialización productiva de la provincia española: un modelo terciarizado, fundamentalmente turístico-inmobiliario y de baja remuneración. A la lucha social de la PAH por el derecho a la vivienda, que sigue siendo un puntal central del sindicalismo de nuevo cuño, se ha unido la creación de los Sindicatos de Inquilinas, cuya lucha se opone a la nueva ofensiva del capital inmobiliario en el centro de la ciudades. Si el modelo de la burbuja de 1997-2008 se basaba en la construcción de ciudad y en la inflación del parque residencial, ahora el sector inmobiliario busca explotar intensivamente rentas en el ámbito de la ciudad consolidada. Conocemos de cerca sus consecuencias: turistificación, gentrificación y especulación del alquiler gracias a la LAU (Ley de Arrendamientos Urbanos), una ley diseñada específicamente para elevar los precios, extraer beneficios y continuar con la acumulación por desposesión en el espacio urbano. La lucha por la protección de inquilinas e inquilinos comienza a dar frutos ¿Pero sería posible construir un frente por el derecho a la ciudad que aglutinase las demandas de todos los colectivos de vivienda? ¿Un espacio estable? ¿Y sería capaz de recorrer las distancias entre los centros y las periferias metropolitanas?
Además de las enormes manifestaciones de los pensionistas, han estallado numerosos conflictos laborales cuyas luchas se han gestado al margen de las grandes centrales sindicales (UGT, CCOO), la mayoría en el sector turístico y de servicios: las Kellys son el caso más conocido, pero también las camareras de piso de Alicante, los riders de Deliveroo, los colectivos de trabajadoras del hogar, las trabajadoras de residencias -recordemos la huelga de Bizkaia-, etc. En el sector de la logística, un enclave estratégico en el capitalismo contemporáneo, hemos podido también diversas huelgas y paros. La cuestión es si, más allá de los avances y triunfos de estos sectores, sus demandas -ajenas a los sindicatos tradicionales- pueden aglutinarse en formas organizativas nuevas. Es decir, si de todos estos conflictos puede salir una nueva forma de sindicalismo más estable, renovado y autónomo -con raíces ancladas en lo social-. Lo que está claro es que el protagonismo femenino en estas nuevas luchas es indiscutible.
De monstruos, oportunidades e incógnitas
Navegamos sobre un tiempo lleno de incertidumbres. Europa anuncia una deriva reaccionaria a través de la derechizacíón y el recrudecimiento del racismo, y el Estado español no está exento de estos riesgos. Además de tener hondas raíces coloniales en España, el racismo está inscrito institucionalmente en nuestra sociedad a través de la Ley de Extranjería y la política de fronteras, sometiendo a violencia y vulnerabilidad a la población migrante y racializada. Una violencia sistemática -agudizada por la deriva securitaria de las ciudades neoliberales- pero contestada con firmeza por los nuevos movimientos antirracistas. Lo cierto es que la llegada de una crisis sobre un escenario de elevada pobreza estructural no augura nada bueno. Especialmente en un momento como el que hemos descrito: con una nueva política burocratizada -ensimismada en los juegos electorales y el plano institucional-, sin organización y subalterna al PSOE. Si hay elementos esperanzadores éstos se encuentran en los nuevos movimientos, que están demostrando un nuevo vigor más allá de cualquier aparato político y del sindicalismo mayoritario. La cuestión es si todos estos movimientos podrán trenzar algún tipo de alianza orgánica. ¿En qué sentido? Es pronto para saberlo ¿Podría tratarse de una nueva declinación política? ¿Una apuesta sindical? ¿O un espacio de coordinación que galvanice las energías sociales que hacen frente a la crisis y al neoliberalismo?
¿Y qué hacer con la nueva política? ¿Qué hacer con ella desde una política de movimiento? En la medida en que Podemos y los municipalismos deben sus programas a un ciclo de movilizaciones, del cual proviene su legitimidad, son susceptibles a la presión de las movilizaciones. Y estas presiones pueden materializarse en éxitos a pesar de los partidos o en colaboraciones virtuosas. Otras veces aparecerá el inamovible muro de la "responsabilidad política" e incluso alguna deriva conservadora. De hecho, no dejar de repetir los términos "orden" y "patria" -como hacen algunos dirigentes de Podemos, abandonando cambio y ruptura- no es más que plegarse a una agenda que ya ha asumido la derecha europea como propia. De otra parte, el municipalismo -siempre que sea capaz de romper con las inercias gobernistas- podría jugar un papel mayor que el desempeñado hasta ahora por su dimensión de proximidad y cercanía. Pero tendrá que alejarse de los despachos y pensar más desde un horizonte de militancia, mirando hacia afuera, construyendo lazos con las realidades movilizadas.
La cuestión es tan sencilla como difícil ¿Cómo organizarse colectivamente en este tiempo de transición? ¿En esta época poblada de monstruos y convulsiones? ¿Cómo organizar alianzas entre los colectivos y darles una forma con la estabilidad suficiente como para torcer la mano al neoliberalismo y la crisis? ¿Cómo evitar una deriva sectaria y elitista en la que cada cuál vuelva a sus nichos de activismo haciendo oídos sordos a otras realidades? Pues estamos ante una crisis que se conjuga como racismo, emergencia habitacional, pobreza, desempleo, violencia machista, precariedad, como destrucción de derechos sociales y mercantilización intensiva de la vida. Y una crisis así no podrá afrontarse desde miradas sectoriales, requerirá la respuesta de todas. Una respuesta común.