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El enorme hombre de metal y barba hirsuta
miró los hermosos templos con sus ojos claros
sin ver allí ningún dios entre tantas imágenes
de bestiales creadores diáfanos
sabios monstruosos o infantiles y en nada
parecidos al dios que el jayán adoraba.
El hombrón agigantado por el cuadrúpedo
recorrió las calles desbordadas de tripas
orines moscas heces huesos hedor a carne
asada y gemidos de quienes querían ser
despenados por misericordia para acallar
el dolor de su mundo condenado al olvido.
El pequeñajo miró con sus asombrados ojos
pardos como su espalda su padre su madre
sus hermanas y primos descuartizados todos
por un racimo de bombas de racimo con napalm
calcinados y aplastados por desmesuradas
máquinas que cultivan desdicha y no pasteles.
La chiquilla de ensortijado pelo negro ve
pies descalzos pisados por botas de pálidos
sujetos que siembran odio acatando la orden
de una sociedad anónima lejana y muy blanca
que paga la bala y el fusil y se lava las manos
con la limosna de su lágrima ante el televisor.
Las crías de oscura piel vieron bravos soldados
al cumplir su labor de quemar libros talar bosques
matar niños cuando el papel mojado en sangre
festeja sus 75 años de los pobres del mundo.
Ramón Haniotis