Redes sociales
Instagram: ‘resorts’ y autoayuda

Miranda Makaroff tiene más de 265.000 seguidores en la red social Instagram. Su influencia se destila con gotas de autoayuda y diseños coloristas.

Instagram Miranda Makaroff
Una usuaria de instagram observa una de las entras de Miranda Makaroff Álvaro Minguito

Reconozco que miro el instagram de Miranda a menudo. A veces, cuando suelta panegíricos para sus seguidores, a diario.

Reconozco que a veces me ha dado un chute de alegría verla bailar sin venir a cuento, vestida con atuendos coloridos en parajes de ensueño. Me gustan los dibujos y diseños que crea.
Reconozco, en definitiva, que Miranda me cae bien.

Hace unos días preguntaba a modo de coña en Twitter cuántos meses de vacaciones llevaba Miranda este verano. Yo particularmente había perdido la cuenta. Resort de lujo tras resort de lujo.

Y ayer fui informada de que había vuelto a dejar en Instagram una serie de stories con sus propias reflexiones quejándose porque le habían llamado “una privilegiada que vivía en una burbuja” y por eso podía permitirse tener una actitud vital de felicidad continua.

“Como si fuera algo malo. O sea como tú vives en ese mundo que no existe. No no, claro que existe porque yo me lo creo. Créatelo tú también. Todo el mundo se puede crear ese mundo de fantasía y felicidad. Yo quiero vivir en Alicia en el País de las Maravillas”.

No es la primera vez que Miranda sube este tipo de reflexiones de autoayuda —y tampoco es la única influencer en hacerlo— que podemos imaginar realiza con la mejor de sus intenciones y también como ejercicio de defensa. Sin embargo, más allá de el discurso propio de Miranda, que siempre parece alegre y desenfadado fijé mi atención en ese sistema de pensamiento.

¿Podemos crear un mundo a nuestra medida?

¿Reflexiona éste sobre la situación precaria que atraviesan miles de personas en el país? —o para ir más lejos de la visión eurocéntrica— ¿Reflexiona sobre la situación de los inmigrantes que huyen de países en conflicto y se encuentran con que quizá están en esa situación porque no han agradecido suficiente lo poco que tienen (¿qué tienen?)— al universo?

No lo creo.

Su reflexión está enfocada como una variante del pensamiento calvinista, en el que la salvación anteriormente predestinada por Dios podía materializarse en la creación de una riqueza sin límites y en la que la vida estaba enfocada al trabajo para obtener en todo lo posible algo de Gracia divina.

La perversión de este sistema de pensamiento llega a sus máximos cuando el trabajo sustituye por completo la idea religiosa —a la que ya no necesita— y pasa a convertirse en el centro de la vida, como en el capitalismo.

La justificación para la inevitable corrupción del alma por las riquezas materiales es solventada inmediatamente, ya que el máximo indicativo de que has sido elegido por Dios para salvarte es tener éxito en la vida y ser próspero. Es decir, los ricos son ricos porque se lo merecen y los pobres son pobres porque ídem y además son despreciables, invisibles o sirven de adorno como en el famoso caso de las gafas de Dulceida.

Es evidente que las contingencias a las que tiene que hacer frente la gente no privilegiada no son tomadas en cuenta en este tipo de argumento.

O si lo son, son tomadas de refilón y siempre barnizadas con trazas de cristianismo confuso, según convenga.

La pregunta clave no viene de por qué Miranda elige esta manera de sentirse bien consigo misma, que es una forma de mirar para otro lado y centrarse en su propia felicidad sin reparar en sus privilegios, sino el altavoz que tiene en estas redes. Si sus seguidores siguen este tipo de consejos.

Vivimos en una sociedad en la que, como reflexiona el escritor Carlos Recamán —via Foucault— en este hilo de tweets, todo el mundo vive para competir unos contra otros.

Y que se refleja en la misma lógica que rige el mundo de Instagram. Una lógica por la que todo el mundo muestra socialmente sus pertenencias, sus viajes, su vida y compite por la atención de los demás.

En estos momentos la productividad entendida como la acción de producir cosas ha pasado a segundo plano en esta competición continua, así si la gente tiende a presionarse a sí misma porque ya no llega a los estándares de felicidad a los que se supone —dada su capacidad—deberían llegar, la culpa de esta situación pasa a ser una carga más sobre sus hombros. Si el trabajo, que era el centro de la vida, pasa a ser un modelo de competición continua, la salvación pasa a ser digna sólo para aquellos que se la han ganado ¿Cómo?

Es entonces donde estos discursos de autoayuda —que incluyen también tratamientos pseudocientíficos y cura de enfermedades sin remedios médicos— se convierten en una espiral de ansiedad y pasivo-agresividad aliñada con un cierto toque de conformismo con la situación social.

Si algo falla eres tú, que no has agradecido de manera suficiente al universo lo que tú posees, por lo que al final termina estando en perfecta consonancia con la meritocracia de un sistema neoliberal: todos tenemos la oportunidad de estar ahí arriba, quizá no somos suficientemente brillantes para estarlo; nosotros y nuestras circunstancias como diría Ortega y Gasset, son naturalmente obviadas.

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#22148
25/8/2018 22:54

¿A qué llamas tratamientos pseudocientíficos? http://www.nogracias.eu/2018/08/22/dios-no-existe-tomar-decisiones-clinicas-solo-basandonos-las-conclusiones-los-meta-analisis-absolutamente-pseudocientifico-abel-novoa/

https://espaciohumano.com/desmontando-las-criticas-a-la-homeopatia/

Siempre estamos igual, qué pereza...

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Aguafiestas
22/8/2018 19:04

Ni miranda ni valle de lágrimas. Hay que librarse del sentimiento de culpa. No tengo la culpa de que mi vida no sea como la de Miranda ni de tener cáncer ni de que en mi país estén tirando bombas. Se hace lo que se puede

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