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Régimen del 78
Tiempos extraños
La ultraderecha es ahora la que enarbola la impugnación del régimen del 78 que Podemos ha abandonado desde que ha tocado poder
Han aparecido ya numerosos, tal vez demasiados, artículos tratando de “normalizar” la irrupción institucional de Vox, bien sea para homologarlo con fenómenos similares que se están produciendo en países europeos y americanos –lo que supondría, implícitamente, una prueba de que España pertenece a ese mundo que se presupone desarrollado; magro consuelo para las borrascas que se avecinan–, o para rebajar su carga de extremismo.
Articulistas e intelectuales coinciden en apuntar que vivimos unos tiempos extraños, caracterizados por el regreso del fascismo. Pero si hubieran hecho más caso de las alertas de activistas a pie de calle –tantas veces despreciadas precisamente por pisar asfalto y no moqueta–, habrían advertido que el problema hacía mucho que estaba aquí. Lo que sucede ahora es que la derecha, hasta hace nada compacta, se ha fragmentado, permitiendo que el discurso más involucionista –¿hace falta recordar ciertas voces y posicionamientos del que fuera el principal partido representante de dicho color político con respecto al aborto, el matrimonio homosexual o la inmigración sin papeles, por citar tres ejemplos de sobra conocidos?– cabalgue desbocado y sin frenos.
En España, a diferencia de otros países europeos, nunca hubo un consenso antifascista porque aquí ganaron quienes fueron derrotados en el continente. Si se prefiere, y aprovechando los fastos sobre la Carta Magna, podemos decir que hubo un consenso constitucional fraguado en la máxima de que “unos y otros cedieron”. La renuncia, de todos modos, tampoco significó un borrón y cuenta nueva de todo lo que se hizo, dijo o amó hasta ese momento. Digámoslo más claro: haber colaborado con instituciones de la dictadura, haber militado en organizaciones fascistas, no es como haber pasado el acné juvenil. Especialmente si, como ocurre en el caso español, tampoco se siente ninguna presión para lamentarse de ello.
El momento que mejor resume este cambio fue cuando Pablo Iglesias pasó de denunciar en la Cámara Baja las manos manchadas de cal a Felipe González a negociar con el PSOE de Pedro Sánchez un gobierno de coalición
Lo que sí es novedoso es que sea la extrema derecha la que parece llamada a enterrar el consenso constitucional, valiéndose del relato de que son los independentistas catalanes “golpistas” (sic) quienes lo han roto primero. Y resulta doloroso por cuanto hace cuatro años era la izquierda la que reivindicaba este papel de fuerza impugnadora. Desde entonces aquel “partido orgánico” à-la-Gramsci que era Podemos se transformó en una maquinaria electoral que enfrió sus expectativas, bloqueando las iniciativas de los círculos y bunquerizando a su dirección, con el propósito de pilotar la formación morada hacia la segura base de la estabilidad institucional.
En estos tiempos extraños la izquierda institucional ha olvidado, o simula hacerlo, que todavía seguimos inmersos en una crisis de representación que ella no ha resuelto
El momento que mejor resume este cambio fue cuando Pablo Iglesias pasó de denunciar en la Cámara Baja las manos manchadas de cal a Felipe González a negociar con el PSOE de Pedro Sánchez un gobierno de coalición.Como dice el viejo refrán, no se puede estar en misa y repicando, y la formación morada terminó perdiendo su fuerza impugnadora en aras de ese acto tan mefistofélico de tocar poder. Si antes era la casta la situada en la diana, ahora los dirigentes morados exhiben sin pudor algunos de sus atributos. Si antes el enemigo a batir eran los miembros del IBEX-35, ahora ayuntamientos como el de Madrid buscan por todos los medios no desenterrar el hacha de guerra con las grandes constructoras. Si antes la idea que se acariciaba era asaltar los cielos, ahora es Podemos uno de los principales defensores de la Constitución del 78 como garantía –por más precaria que resulte– de derechos y libertades frente a la amenaza fascista.
En estos tiempos extraños la izquierda institucional ha olvidado, o simula hacerlo, que todavía seguimos inmersos en una crisis de representación que ella no ha resuelto. Y por eso transmite la sensación gatopardiana de que la derrota de la extrema derecha pasa por insuflar nuevas fuerzas a un régimen del 78 que no goza en la actualidad de gran predicamento popular.
Al fascismo sólo se le vence organizándose, pero generando nuevas estructuras, no reforzando las ya viejas e inermes.