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Relato
La máquina para volatilizar basura
Después de muchos debates, y de analizar, una a una, todas las propuestas, y haberlas rechazado sucesivamente, la solución llegó de donde menos se esperaba, es decir, de la Universidad del País Vasco, más precisamente de su departamento de Física Aplicada II. En este, desde hacía un tiempo, y basándose en la teoría de las cuerdas, abandonada a esas alturas por la mayoría de los físicos teóricos, un equipo investigador desarrollaba un modelo en miniatura para una máquina del tiempo.
Sin embargo, el prototipo consumía tales cantidades de energía en cada prueba, que se consideraba que aquella línea de investigación estaba virtualmente cerrada —de hecho, si seguía manteniéndose en un estado zombi era gracias a la mínima subvención que, a causa de alguna inercia burocrática, seguía recibiendo—.
Por otro lado, dado que la máquina solo sería capaz de trasladar sólidos inanimados —todos los ensayos realizados con percebes, ratones y perros pastor se convirtieron en sanguinolentos fracasos—, no podía decirse que el interés social por el proyecto fuera excepcional. Pero cuando comenzó a correr la especie de que podía ser la clave para la solución de nuestro grave problema con las basuras, la iniciativa comenzó a recibir grandes cantidades de dinero, tanto público como privado, y se produjeron grandes avances, al menos en comparación con el ritmo de la investigación hasta aquel entonces.
La idea era simple, en principio: enviar la basura doscientos años hacia adelante. En un primer momento se entablaron discusiones sobre si convenía hacerlo hacia el pasado o hacia el futuro, pero, finalmente, se decidió que sería mejor la segunda opción, la más lógica según los expertos, en la suposición de que nuestros conciudadanos del porvenir, que disfrutarían sin duda de un grado de desarrollo mayor que el nuestro, habrían hallado la solución definitiva para la cuestión. Lo ideal habría sido, claro está, enviar la basura al futuro no bien se generaba, pero el mencionado problema energético era un obstáculo: la máquina del tiempo, montada a cualquier escala, consumía unas cantidades ingentes de energía en cada envío.
Por lo tanto, era más viable —tal y como expusieron los ingenieros asociados al proyecto— construir una máquina del tiempo lo más grande posible y enviar con ella el mayor número de residuos posible de una sola vez, por ejemplo los acumulados a lo largo de todo un año.
El proyecto se puso en marcha con rapidez. Para producir la energía que necesitaría la gigantesca máquina del tiempo, tras la celebración del pertinente referéndum, se completó la hasta el momento inacabada central nuclear de Lemóniz, y se construyó un reactor más en Deva, como complemento de los dos de Lemóniz, demasiado pequeños.
Cuando se dieron por finalizados los trabajos, llegó el momento de transferir al futuro todos los residuos almacenados durante el año. Autoridades y ciudadanos se dieron cita frente a la máquina, que ocupaba por entero un pequeño valle, en un ambiente de solemne celebración, y, cuando llegó el momento culminante, el Lehendakari apretó, con eficacia, el botón que haría desaparecer toda aquella basura. La máquina absorbió millones de terawatts en un solo instante, y el material acumulado emitió un pequeño destello, un temblor cuántico que quedó registrado al detalle en los aparatos de medición.
Pero no ocurrió nada más. Al menos al principio. Toda la basura seguía allí. ¿Toda? No, de hecho, parecía que había más. Poco después, el contenedor de la máquina empezó a rebosar, a consecuencia de la aparición de una pila cada vez mayor de desperdicios. La gente que se había congregado en los festejos organizados por el Gobierno Vasco, asustada, comenzó a correr. La basura, a modo de un río de lava, invadió las comarcas circundantes: el departamento de Seguridad del Gobierno tuvo que aplicar la declaración de zona catastrófica a más de un cuarto de la superficie de la provincia. Pese a las diversas comisiones de investigación, nunca ha llegado a saberse el número exacto de muertos, heridos y desaparecidos.
El análisis de aquellos nuevos residuos reveló la presencia de muchos materiales de origen desconocido, que difícilmente podían considerarse contemporáneos. El dictamen de los expertos fue claro: nuestros primos lejanos, aquellos compatriotas del futuro, en posesión de una tecnología temporal seguramente más avanzada que la nuestra, mandaron de vuelta la basura que les enviamos no bien la recibieron y, junto a ella, la que habían acumulado ellos a saber durante cuántas décadas.
Nuestros dirigentes siguen debatiendo, en varias comisiones técnicas, cuáles podrían ser los siguientes pasos. Mientras tanto, y por si acaso, está construyéndose una máquina del tiempo aún mayor, y nuestras dos centrales nucleares siguen produciendo y acumulando energía, para cuando llegue el momento de utilizarla. De hecho, se está edificando una tercera, junto a San Juan de Luz. También por si acaso.