Opinión
Los salarios tienen que aumentar… y no lo están haciendo

Mantener la capacidad adquisitiva de los salarios es necesario y resulta asimismo económicamente viable
11 dic 2022 07:00

He escuchado últimamente en algunos medios de comunicación, el último de ellos hace unos días en la SER, siempre a la busca y captura de un buen titular, que el denominado “pacto de rentas” ha perdido vigencia, que la realidad lo ha superado con creces. Lo reivindicaron, sobre todo, las organizaciones sindicales y constituyó una tibia propuesta del Gobierno. Todos parecen haberse olvidado del mismo, una reliquia a enterrar.

Esos medios nos cuentan que ya no es necesario pues, de hecho, los sindicatos y los trabajadores ya están llegando a acuerdos con los empresarios en materia retributiva, y este era precisamente el objetivo del referido pacto. Se habla incluso de que una parte de esos acuerdos están situando el crecimiento de los salarios por encima del avance de los precios, con lo que de nuevo resuenan los malos presagios de la supuesta “espiral salarios/precios”. Es la costumbre y a nadie le debería sorprender: en buena parte de los medios de comunicación, la desinformación y la intoxicación se abren camino de manera imparable. 

Si entendemos por pacto de rentas, en un contexto de intenso crecimiento de los precios, un reparto equitativo de los costes de la inflación y de las políticas llevadas a cabo por los bancos centrales y los gobiernos para su reducción, hay que dejar muy claro que la equidad brilla por su ausencia.

En su gran mayoría, los convenios colectivos están aplicando subidas salariales que están muy por debajo del crecimiento de los precios y sólo una pequeña proporción de esos convenidos contiene cláusulas de indexación salarial, es decir, contemplan que los salarios se ajusten en todo o en parte a los precios. El grueso de los asalariados no está consiguiendo en este año que está a punto de concluir ninguna mejora retributiva o, directamente, sus retribuciones están retrocediendo, tanto en términos nominales como reales. Por no hablar de los diferentes mecanismos utilizados a menudo por los empresarios para intensificar la explotación de los trabajadores: eliminación de los “tiempos muertos”, prolongación de la jornada laboral, intensificación de los ritmos...

Así las cosas, para qué querrían las patronales, cuya estrategia tiene una clara intencionalidad política de apoyo a las derechas, meterse en un engorroso pacto de rentas, que, inevitablemente, pondría los focos sobre los actores implicados en la negociación y las posiciones de unos y otros. 

Los que cosechan lucrativos beneficios de esta situación de “no pacto”, se encuentran en un escenario, mucho más favorable para sus pretensiones

Los que cosechan lucrativos beneficios de esta situación de “no pacto”, se encuentran en un escenario, mucho más favorable para sus pretensiones, donde los mercados resuelven qué parte del pastel (valor añadido generado en el proceso productivo) se lleva cada cual. No nos engañemos ni engañemos al personal, decir mercado es lo mismo que decir correlación de fuerzas, que desde hace décadas ha evolucionado de manera muy desfavorable a los intereses de los asalariados (y, en general, de las clases populares). 

Esa deriva ha sido el resultado de una larga trayectoria de desregulación de las relaciones laborales (que la actual reforma no ha corregido en aspectos sustanciales), unas políticas económicas que han puesto en el centro de las agendas públicas la devaluación salarial como condición para el mantenimiento y la creación de empleo, unas organizaciones sindicales que se han sometido y en ocasiones han sido artífices de esa lógica y unas izquierdas que todo lo han fiado al margen ofrecido por la acción institucional. De aquellos polvos estos lodos.

Por supuesto, en estas condiciones nada garantizaba que, de haberse promovido ese pacto de rentas, se hubieran alcanzado acuerdos satisfactorios para los intereses de los asalariados. Un pacto en cuyo planteamiento ya se intuían sesgos muy importantes. Se centraría en los salarios de los trabajadores, dejando a un lado las rentas no salariales (beneficios, dividendos de los accionistas), que son muy importantes y condicionan en buena medida el curso de la actividad económica; y tampoco se tocaría la riqueza, constituida en su mayor parte de activos financieros e inmobiliarios, cuya concentración en unas pocas manos está en el origen mismo de una desigualdad que no ha dejado de avanzar.

Hay margen para que los salarios mantengan su capacidad adquisitiva, esto es, que al menos aumenten los mismo que los precios

No quiero concluir estas reflexiones sin afirmar que hay margen para que los salarios mantengan su capacidad adquisitiva, esto es, que al menos aumenten los mismo que los precios. Ese margen se encuentra en la rápida progresión de las ganancias empresariales, como señala un reciente informe del Banco de España, las mejoras de productividad cosechadas por las empresas, convertidas en beneficios, y las muy altas e injustificadas retribuciones de las elites empresariales. No confundamos las cosas, ese aumento de los salarios no es inflacionista sino redistributivo.

Mantener la capacidad adquisitiva de los salarios es, por lo tanto, necesario y resulta asimismo económicamente viable... todo depende, como siempre, de la movilización social. Esta es la principal baza negociadora de los trabajadores.

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Degradación de las condiciones laborales: suma y sigue
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