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La vida y ya
Árboles
Ocurre a menudo en las clases de biología de secundaria cuando hablamos sobre el cambio climático y las posibles soluciones o formas de paliarlo. Alguien levanta la mano o propone en su grupo de trabajo: “Se puede inventar una máquina que quite el dióxido de carbono de la atmósfera”.
Ocurre, también a menudo, que hay alguna compañera o compañero que contesta: “No hay que inventar una máquina, eso ya lo hacen los árboles”.
Y, entonces, me gusta compartirles un trozo de un texto de Carlos de Castro que habla sobre los árboles. “Un árbol es una máquina de una eficiencia y capacidad a años luz de lo que el mejor ingeniero podría soñar. Un árbol absorbe una pequeña parte de la energía incidente para fijar el disperso CO2 en su propia estructura, participando en el ciclo del carbono, donde este se recicla a tasas de más del 99,5% (nuestra civilización no recicla nada a escala amplia por encima del 50%). Además, usa la mayor parte de la energía incidente para participar en el ciclo del agua de Gaia, con lo que, además, sube los nutrientes que necesita desde el suelo (al que contribuye a formarse y enriquecerse) hasta las ramas y las hojas. Esta ‘máquina’ es capaz de autorrepararse y resistir tormentas que pocas estructuras humanas resisten, es capaz de sobrevivir, si así se le requiere, durante miles de años, y es capaz de generar un bosque y de alimentar a humanos y animales. Debajo de él hay un microclima cuya sombra es más eficiente para enfriar el suelo de nuestras ciudades que nuestros mejores ‘aires acondicionados’”.
Quizás, en estos tiempos que corren, sea interesante pararnos a mirar un poco más a las plantas, unos seres vivos que crean las condiciones para que otros seres vivos existan
Conocen muy pocos nombres de especies con las que conviven (conviene en este punto precisar que el alumnado con el que trabajo es puramente urbanita). No saben cómo nombrar a las urracas que a veces se posan cerca de la ventana de la clase, pero se han fijado en ellas, las reconocen aunque no sepan definirlas como algo más específico de “es un pájaro”. Y saben que hay otras aves diferentes que habitan ese mismo espacio: gorriones, mirlos, cotorras… Pero, cuando hablamos de los árboles, es habitual que no se hayan parado a mirar las copas o los troncos junto a los que pasan cada día. Caminan sin saber que conviven con muchas especies distintas de plantas (conviene precisar, de nuevo, que sin duda parte de este desconocimiento tiene que ver con lo que no les enseñamos las profesoras de biología y el sistema educativo formal).
Es llamativo cómo pasan desapercibidos para muchos habitantes de las ciudades los seres vivos de los que depende nuestra vida en la Tierra. Los seres vivos que, con la fotosíntesis, crearon las condiciones para que fuera posible la vida de los animales. Las plantas, que pueden prescindir de la existencia humana para sobrevivir pero sin las cuales nuestra especie se extinguiría.
Quizás, en estos tiempos que corren, sea interesante pararnos a mirar un poco más a las plantas, unos seres vivos que encuentran lo necesario para vivir sin desplazarse, que pueden sobrevivir en medios muy hostiles y defenderse ancladas a la tierra, que crean las condiciones para que otros seres vivos existan.
Quizás, en estos momentos, sea importante entender que las plantas, de las cuales dependemos, han encontrado en la colaboración y la cooperación su principal mecanismo de subsistencia.
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Árboles que, además de todas esas cosas que nos cuenta tan bellamente María, en algunos lugares de nuestro planeta Tierra son capaces de generar enormes ríos aéreos más caudalosos incluso que el río Amazonas. De esto y de otras emocionantes cosas nos habla Eliane Brum en su maravilloso libro "Amazonia".
Que los seres humanos sepamos identificar modelos de coches, pero no sepamos identificar las especies de seres vivos de los que depende nuestra existencia, ilustra nuestra extinción.